Ahora sí no hay ninguna duda. Está todo acordado y confirmado, por lo que el lunes 11 de agosto volaré otra vez hacia mi querida Köln para otra temporada de la Bundesliga. Había algunos detalles que ajustar y no quería dar el viaje por hecho hasta que ellos no estuviesen totalmente resueltos. Es muy justo que reconozca el apoyo que recibí en la radio para esta nueva etapa en Alemania, tanto de las autoridades del equipo de deportes como de las de la empresa, ya que de los últimos, sinceramente, no esperaba semejante sostén.
La negociación de las condiciones de mi continuidad con la gente que me contrata en Alemania estaba cerrada desde mayo, antes del regreso a Buenos Aires. Restaba ratificar el acuerdo al que me referí en el párrafo anterior y resolver algunos otros puntos importantes que también hacen a mi ida, mi vida y mi trabajo en Köln.
Algunos amigos argentinos emigrados a distintos puntos del mundo con los que mantengo contacto fluido me preguntan cómo encontré todo cuando llegué de vuelta, allá por el 20 de mayo. La respuesta a ese interrogante es siempre difícil porque cuesta determinar desde qué punto de vista intentarla. De arranque, y con los últimos sucesos en consideración, es imposible tener una mirada positiva. Me tocó estar en Buenos Aires durante los peores meses del conflicto entre el Gobierno y el campo. Lo que pasó –lo que pasa, porque todavía no fue superado- causa una mezcla de sensaciones. Las rutas cortadas dejando a pueblos y ciudades enteras al borde del desabastecimiento. Los productores desechando parte de su producción, que, ante la decisión de descartarla, pudo haber sido entregada para gente con necesidades o urgencias. Los K mandando a desalojar un corte en la ruta 14 y permitiendo desde hace dos años otro a no más de cuarenta kilómetros de ahí, como si se tratara de cortes diferentes. En realidad, sí lo eran para ellos. El de la 14 era hecho por los “otros”, mientras que al del puente San Martín lo sostenían “amigos”. Es en ese tipo de actitudes donde dejan bien claro haber tomado las enseñanzas políticas de quien, dicen ellos, es el espejo en el que se miran. “A los amigos, todo; a los enemigos, ni justicia” decía el dueño de la imagen que les gusta poner a Cristina y a Néstor a sus espaldas en cada acto. Ellos obedecen al pie de la letra esta cuestionable máxima; y así nos va.
En estos días fue una tarea más que engorrosa llenar el tanque de combustible, gasoil en mi caso. Primero, un largo peregrinaje por las estaciones de servicio hasta encontrar una en la que hubiese. Como soy socio del ACA, cargo en sus estaciones a $ 1,80 el litro. Hoy, tras veinte minutos de cola, el empleado nos dice a los que estamos en la fila que se acabó el gasoil. Con el tanque casi seco, tuve que caer en Shell, que tiene dos tipos de este combustible. Uno, el normal, vale $ 2 el litro y escasea. El otro, el más refinado, cuesta $ 2,40. De ese no hay problemas de stock y se puede cargar tanto como se desee, además de la posibilidad de pagar con tarjeta. Linda gente.
Otra de las cosas que tuve que hacer fue hacer los trámites para cambiar de banco, ya que la radio ha optado por otro para hacer los depósitos de nuestros haberes. Todo es difícil, complicado y engorroso; siempre falta un papel, una constancia o una fotocopia de algo. También tuve la desgracia de perder mi tarjeta de débito y los amables señores del HSBC se tomaron un mes para entregarme el reemplazo. Eso es respeto por el cliente; no como los del Sparkasse Köln-Bonn, que en diez minutos te tienen hechos los trámites para abrir la cuenta y a los dos días te hacen llegar la tarjeta a tu casa.
Esta etapa en la Argentina también coincide con los cumpleaños de mis sobrinos. El 29 de junio viajamos a Chillar, provincia de Buenos Aires, para festejar los cuatro años de Camila, que cada día está más grande, más viva, más linda y más pegada a la madre, cuyas ausencias momentáneas le produce cierto grado de desesperación. Camila está en una etapa en la que necesita tener a su mamá siempre a la vista. Posiblemente, el cambio de vida derivado de la mudanza decidida por sus padres esté afectándola, aunque allá tiene a sus tías y a sus otros abuelos; ellos la miman tanto como nosotros. Ian cumplirá seis el 26 de julio y está haciendo su último año de preescolar. Él también da muestras de crecimiento todos los días en todos los aspectos a excepción de los dientes, que a pesar de habérseles caído hace tiempo –uno de ellos por un golpe que se dio contra el piso- todavía no dan señales de estar reapareciendo.
Es en mis sobrinos, especialmente, en quienes pienso cuando pasa todo a lo que aludo en los párrafos precedentes.
¿Qué Argentina vivirán ellos?
La negociación de las condiciones de mi continuidad con la gente que me contrata en Alemania estaba cerrada desde mayo, antes del regreso a Buenos Aires. Restaba ratificar el acuerdo al que me referí en el párrafo anterior y resolver algunos otros puntos importantes que también hacen a mi ida, mi vida y mi trabajo en Köln.
Algunos amigos argentinos emigrados a distintos puntos del mundo con los que mantengo contacto fluido me preguntan cómo encontré todo cuando llegué de vuelta, allá por el 20 de mayo. La respuesta a ese interrogante es siempre difícil porque cuesta determinar desde qué punto de vista intentarla. De arranque, y con los últimos sucesos en consideración, es imposible tener una mirada positiva. Me tocó estar en Buenos Aires durante los peores meses del conflicto entre el Gobierno y el campo. Lo que pasó –lo que pasa, porque todavía no fue superado- causa una mezcla de sensaciones. Las rutas cortadas dejando a pueblos y ciudades enteras al borde del desabastecimiento. Los productores desechando parte de su producción, que, ante la decisión de descartarla, pudo haber sido entregada para gente con necesidades o urgencias. Los K mandando a desalojar un corte en la ruta 14 y permitiendo desde hace dos años otro a no más de cuarenta kilómetros de ahí, como si se tratara de cortes diferentes. En realidad, sí lo eran para ellos. El de la 14 era hecho por los “otros”, mientras que al del puente San Martín lo sostenían “amigos”. Es en ese tipo de actitudes donde dejan bien claro haber tomado las enseñanzas políticas de quien, dicen ellos, es el espejo en el que se miran. “A los amigos, todo; a los enemigos, ni justicia” decía el dueño de la imagen que les gusta poner a Cristina y a Néstor a sus espaldas en cada acto. Ellos obedecen al pie de la letra esta cuestionable máxima; y así nos va.
En estos días fue una tarea más que engorrosa llenar el tanque de combustible, gasoil en mi caso. Primero, un largo peregrinaje por las estaciones de servicio hasta encontrar una en la que hubiese. Como soy socio del ACA, cargo en sus estaciones a $ 1,80 el litro. Hoy, tras veinte minutos de cola, el empleado nos dice a los que estamos en la fila que se acabó el gasoil. Con el tanque casi seco, tuve que caer en Shell, que tiene dos tipos de este combustible. Uno, el normal, vale $ 2 el litro y escasea. El otro, el más refinado, cuesta $ 2,40. De ese no hay problemas de stock y se puede cargar tanto como se desee, además de la posibilidad de pagar con tarjeta. Linda gente.
Otra de las cosas que tuve que hacer fue hacer los trámites para cambiar de banco, ya que la radio ha optado por otro para hacer los depósitos de nuestros haberes. Todo es difícil, complicado y engorroso; siempre falta un papel, una constancia o una fotocopia de algo. También tuve la desgracia de perder mi tarjeta de débito y los amables señores del HSBC se tomaron un mes para entregarme el reemplazo. Eso es respeto por el cliente; no como los del Sparkasse Köln-Bonn, que en diez minutos te tienen hechos los trámites para abrir la cuenta y a los dos días te hacen llegar la tarjeta a tu casa.
Esta etapa en la Argentina también coincide con los cumpleaños de mis sobrinos. El 29 de junio viajamos a Chillar, provincia de Buenos Aires, para festejar los cuatro años de Camila, que cada día está más grande, más viva, más linda y más pegada a la madre, cuyas ausencias momentáneas le produce cierto grado de desesperación. Camila está en una etapa en la que necesita tener a su mamá siempre a la vista. Posiblemente, el cambio de vida derivado de la mudanza decidida por sus padres esté afectándola, aunque allá tiene a sus tías y a sus otros abuelos; ellos la miman tanto como nosotros. Ian cumplirá seis el 26 de julio y está haciendo su último año de preescolar. Él también da muestras de crecimiento todos los días en todos los aspectos a excepción de los dientes, que a pesar de habérseles caído hace tiempo –uno de ellos por un golpe que se dio contra el piso- todavía no dan señales de estar reapareciendo.
Es en mis sobrinos, especialmente, en quienes pienso cuando pasa todo a lo que aludo en los párrafos precedentes.
¿Qué Argentina vivirán ellos?