domingo, 7 de junio de 2009

¡Muchas gracias y hasta la próxima!

Como conté, el 16 de mayo nos confirmaron que no habría más Bundesliga para los tres relatores en español. Con la certeza de la finalización de la etapa, entre ese día y el miércoles 27, fecha de mi vuelo de vuelta a Buenos Aires, se sucedieron las despedidas.
Fue el momento de despedirse de mucha gente que en estos dos años formó parte de mi vida cotidiana y hay un detalle en muchos que me llama gratamente la atención: me dicen que cuente con ellos y con su casa para cuando vuelva a Colonia, algo que los alemanes no hacen frecuentemente, por lo que hay que creerles cuando lo hacen. Les creo y les agradezco, pero eso termina de darme la certeza: estoy yéndome.
El sábado 23 fue el adiós a los compañeros de trabajo, a quienes cabe dedicarles una mención especial. Sportcast, la empresa que produce la señal internacional de la Bundesliga, organizó una reunión en la cantina del CBC para celebrar el cierre de la temporada, que, como todos los años, se hizo cuando terminamos de grabar los resúmenes de la última fecha. Una vez que estuvimos todos, Nerses, uno de los directores de imagen, sacó la foto del equipo, que después podremos descargar de su página web personal. Después de tres tomas, Günther, el máximo responsable del equipo, se ubicó en el centro del grupo y tomó la palabra. Empezó felicitándonos y agradeciéndonos a todos por el esfuerzo de todo el año que derivó en un producto por el cual la empresa, dijo, se siente muy orgullosa. Después comunicó “oficialmente” el final de los relatos en castellano y nos explicó a todos que se trata de una decisión que excedió a aquellos que trabajaban siempre con nosotros y querían seguir haciéndolo y que fue tomada desde el área de marketing de acuerdo a los criterios que comenté en el texto del jueves 14. No llegué a advertir si lo pidió Günther o surgió espontáneamente, pero todos los compañeros, unos veinte en ese momento, se orientaron hacia nosotros –Mariano, Enrique y yo- y nos brindaron un calidísimo y sostenido aplauso que, sinceramente, nos conmovió a los tres. Mariano hizo gala de su perfecto alemán para hablar en nuestra representación y todo ese momento se coronó con la entrega de unos pequeños presentes con distintos elementos alusivos, como no podría ser de otra manera, a la Bundesliga y con una miniatura de la catedral de Colonia, der Dom para los amigos.
Los dos años en Alemania, y especialmente en mi amada Köln, me marcaron definitivamente. Los alemanes derribaron ese equivocado concepto que tenemos de ellos y de nosotros mismos, que nos creemos los mejores en todo; nos consideramos los mejores amigos, los más apasionados hinchas de fútbol, los más solidarios, etcétera. Nos gusta decir que los alemanes son fríos y distantes, aun sin haber conocido nunca de cerca a alguno de ellos; entre nosotros hay quienes todavía los emparentan con el nazismo. Mi experiencia sirvió para hacer pedazos esos conceptos. Pude hacer unos cuantos amigos alemanes que, como conté al principio, han puesto a mi disposición nada menos que su casa; en dos años de vida entre ellos no tuve que vivir un solo episodio en el cual mi condición de extranjero y extra comunitario me representara un mal momento. Este increíble país me mostró que hay otra forma de vivir, a mi criterio mejor que la nuestra, en la cual se puede dar cada paso con la convicción de que la vida en sociedad está compuesta en todos los órdenes por personas, ya sea en las cosas que funcionan bien como en la forma de buscar las soluciones para lo que es mejorable o perfectible. Me enseñó que dejar cruzar a un peatón en una esquina, además de ser obligatorio, es una muestra de gentileza y no de debilidad; que la “viveza” criolla no es de ninguna manera una virtud, sino un lamentable defecto. Que las leyes y reglamentaciones tienen valor siempre y no solamente cuando favorecen a nuestros propósitos o intereses. Que en un equipo de periodistas, donde muchas veces los egos son incontrolables, pueden tirar todos para el mismo lado, sumando cada uno desde el lugar que le toca ocupar, sin complejos, recelos ni envidias. En la sociedad alemana se respeta el trabajo y la profesionalidad, aun cuando uno tiene la incomparable posibilidad de vivir de lo que ama hacer. Cuando uno hace algún planteo, le dirán que sí o que no; pero nunca intentarán hacerle sentir que están haciéndole el favor de permitirle trabajar en lo que le gusta ni le dirán que afuera hay cientos de personas dispuestas a hacer gratis lo mismo por lo cual estamos presentando alguna inquietud, queja o reclamo. En síntesis, uno no es culpable de disfrutar de su trabajo.
Dejé pasar algunos días para poder expresar mejor las sensaciones que me produjera este nuevo cambio; por eso no publiqué nada más desde que estoy de vuelta en Argentina. Está claro que este texto es también el cierre de un ciclo, ya que el blog tal como nació y fue desarrollándose no tiene razón de ser conmigo instalado otra vez en Buenos Aires. La idea que lo motivó fue la de acercarles a los que me honraron con sus visitas un paisaje diferente, ya no con una mirada turística sino con la de alguien que se encontraba en pleno proceso de adaptación a una cultura muy diferente de la nuestra.
Ojalá hayan podido disfrutar la lectura de este blog como yo lo hice con su escritura. A los que lo enriquecieron con sus aportes, comentarios o con la simple visita, muchísimas gracias.
Hasta pronto.