lunes, 26 de mayo de 2008

Desde mi Buenos Aires querido

Alguno me dirá –y yo mismo lo pensé en un principio- que el título del blog podría dejar fuera de contexto cualquier entrada escrita durante mis días en la Argentina, que se extenderán, como mínimo, hasta mediados de agosto próximo. Pero es más fuerte que yo, cosa que, imagino, sabrán disculpar.
Hace casi una semana que estoy de vuelta. En ese lapso, me puso feliz comprobar in situ que mis padres están muy bien después de algunos problemas de salud que ustedes conocen; también me gratifica ver que mi familia en general la pelea y ni hablar de lo cada vez más grandes, hermosos y lúcidos que están Camila e Ian. El jueves, mi hermana llamó a mi casa un rato antes del mediodía para decirme que Ian quería que lo llevara al jardín y que a la tarde fuera a buscarlo. Creo que no hace falta que les diga que, obviamente, alteré los planes que tenía esa tarde para poder cumplir con el pedido de mi sobrino.
Un día antes había llevado la notebook al servicio técnico. Un muchacho muy atento la recibió, tomó nota de los datos y me dijo que en cuarenta y ocho horas me mandarían un correo electrónico para decirme cuál era el problema por el que había dejado de funcionar. Me llamó gratamente la atención tanta presteza, pero la ilusión duró, como diría Sabina, lo que duran dos peces de hielo en un whisky on the rocks. El viernes, el mail no había llegado. Cerca de la hora del cierre del local llamé para preguntar y atendió el mismo pibe, que ante mi reclamo por el vencimiento del plazo que no yo sino ellos mismos habían impuesto para el diagnóstico agregó que podían ser cuarenta y ocho o setenta y dos horas. Después de agradecerle su tan amable como poco fructífera atención y cortar me dije: ¡Estás de vuelta, bienvenido!
Uno de los temas argentinos que más ruido hicieron durante mis meses en Köln, además del conflicto entre el gobierno y los productores rurales, fue el de la inflación. Estos primeros días de regreso en Buenos Aires me van acercando a una percepción real, que podría corroborar –o no- los benditos índices que dibujan descarada e impunemente los Moreno’s boys. El litro de gas oil, que cuando me fui estaba a $ 1,59, ahora está a $ 1,80. En diciembre me cargaban todo lo que estuviese dispuesto a pagar o cupiera en el tanque; ahora, donde hay, está racionado. En la cena con el grupo de fútbol, este jueves pagamos cincuenta pesos por lo mismo que en la despedida de enero rondaba los cuarenta. Aunque no es un gasto que pueda contarse entre las necesidades, el alquiler de la cancha por una hora se fue de sesenta a setenta pesos. Son sólo tres rubros en los que el promedio de incremento es de más del 17% en tres meses. Sin hacer valoraciones acerca de la justificación que pudiesen tener o no estos aumentos, es innegable que tienen una fuerza mucho mayor que la que les reconocen en la Casa Rosada, que se empeña en tomarnos por idiotas e intenta diariamente convencernos de que el Sol sale de noche y la Luna alumbra de día.
También vale la comparación de algunos precios entre Köln y Buenos Aires. El litro de gasoil cuesta allá (en Alemania) algo menos de € 1,40. Por una comida similar a la que disfrutamos el jueves se puede llegar a pagar alrededor de € 30 y la cancha, por una hora y media, nos cuesta € 80. Medio litro de gaseosa en un kiosco se vende a € 1,50 y un litro de yogur bebible de excelente calidad € 0,90. Un bife bien servido de trescientos gramos de carne importada desde nuestro país se paga en Köln entre quince y veinte euros. ¿Cuánto cuesta el mismo plato en algún restaurante de Buenos Aires, a muy pocos kilómetros del lugar en el que la infortunada vaca estuvo pastando hasta horas antes de ser nuestra cena?
Muchos están advertidos, pero a los distraídos les recomiendo no hacer la conversión cambiaria de estos valores a pesos, ya que eso les dará una idea distorsionada de la comparación. Para establecerla correctamente hay que tener en cuenta cuánto cuesta ganar un euro –en este caso en Alemania- y cuánto cuesta ganar un peso en la Argentina y a qué se accede con eso en cada lugar. Ese cotejo nos dejará más que claro que en el imperio de los pingüinos la vida nos resulta bastante más cara que en el Primer Mundo.
En estos días también me reencontré con mi auto y con el placer de manejarlo. Otro tema difícil. Casi nadie respeta las normas de reglamentación y, mucho menos, las que podríamos llamar de cortesía. Entre nosotros, cuando un peatón quiere cruzar por un paso habilitado debe esperar a que no pase ningún auto, ya que difícilmente algún conductor se detendrá para permitirle el cruce. Casi no se usa la luz de giro para cambio de carril, cuando con algo tan simple como eso se puede evitar la necesidad de maniobras bruscas en plena marcha. Los profesionales del volante, paradójicamente, son los que más infracciones cometen y con menos consideración se conducen, como si el hecho de estar trabajando los eximiera de acatar las mismas reglas que rigen los movimientos de todos. Todo esto conduce al caos cotidiano y para mejorarlo no hace falta vivir en un país rico, sino tomar la decisión de hacer un poco más llevadera la vida de todos los días.
Hoy será la jornada de la reincorporación a la radio, al trabajo de todos los días en ese lugar que tanto quiero y en el que comparto las tareas con varios compañeros, algunos de los cuales, en el transcurso de los años, han pasado a ser amigos muy queridos. La vuelta a la actividad en Continental será el último paso hacia el regreso a la normalidad.

martes, 20 de mayo de 2008

De vuelta

Mi computadora portátil, por alguna razón que escapa largamente a mis escuálidos conocimientos sobre informática, ha decidido plantarse justo un día después de haber terminado la temporada de la Bundesliga, para la cual ha sido de enorme utilidad durante mi trabajo en Alemania. Por eso este texto, justo el que refiere a las últimas horas en Köln, demoró en aparecer.
La semana de despedida fue algo vertiginosa. Muchos preparativos para el viaje de vuelta a Buenos Aires más las cosas que había que dejar en orden allá consumieron gran parte de las horas y de la energía. Climáticamente, todo fue bárbaro. Temperaturas más que agradables y sol casi permanente, tanto como reacio a mostrarse fue durante el invierno. El ritmo se mantuvo como siempre, aunque las ventanas y balcones y vidrieras de toda la ciudad estuvieron matizadas por el rojo y el blanco que hicieron notar la alegría y el orgullo por la vuelta a Primera del FC Köln.
También tuvimos las conversaciones por mi eventual vuelta para la próxima temporada. Todo anduvo muy bien y no hubo diferencias de importancia, aunque es un poco pronto para la respuesta definitiva. Son varios los aspectos que pesan en una determinación como esta. Pero estén tranquilos, ya que no volveré sobre ellos porque los detallé en muchos de los textos anteriores cada vez que me referí al tema.
El viernes a la mañana bien temprano –cuando digo bien temprano digo las ocho- estaba sentado en el tranvía que me lleva hasta donde me esperaba mi jefe para acompañarme a hacer el trámite de Abmeldung (baja) en la oficina de extranjeros, aquella que está en Bergisch Gladbach. Cuando entramos a la sala de espera tomamos un número y miramos la pizarra electrónica para saber por cuál iban. En ese momento llamaban al veinte y nosotros teníamos el cuarenta y cinco. Sin embargo, la espera no fue tan larga; media hora después de haber llegado, aproximadamente, me toca pasar al escritorio tres y comenzamos con el trámite. No fueron más de cinco minutos lo que le tomó a la empleada encontrar mi ficha en el sistema, llenar ella misma el formulario y recomendarme guardar ese papel verde para el caso de que regrese en agosto, ya que no tenerlo e intentar una nueva alta podría generarme un problema legal y, obviamente, la negativa a entregarme un nuevo permiso de residencia en Alemania.
Volvimos a Köln en tren, ya que mi jefe había dejado su auto en la ciudad la noche anterior. Como no había desayunado, en una de las Bäckerei (algo similar a nuestras panaderías) compré dos Schokocroissant, unas medialunas grandes rellenas con chocolate que explotan de lo ricas que son y que disfruté en el viaje entre la estación de Bergisch Gladbach y el Hauptbahnhof de Köln, donde aproveché para comprar el boleto de ICE (Inter City Express, el tren de alta velocidad alemán). Con él, a cambio de cincuenta y ocho euros, se recorren los doscientos diez kilómetros que separan a Köln del aeropuerto de Frankfurt en alrededor de una hora con una parada en las cercanías de Bonn, que era la capital de la ex Alemania Occidental. Ya les conté de las bondades de este servicio en uno de los primeros posteos de este blog.
Una vez en el aeropuerto, lo de siempre. La fila para hacer el check in era bastante larga, pero la gente de TAM había dispuesto varios mostradores y se avanzaba rápidamente. Detrás de mí había una chica alemana, que en un momento me pregunta algo y comenzamos a charlar, cosa que sólo fue posible gracias a su muy buen castellano, con verbos conjugados correctamente y todo. Esa misma chica, muy agradable, fue mi compañera de asiento en la fila catorce, asientos A y C, y puso el broche cómico al viaje cuando estuvo a punto de enchufar los auriculares de doble plug en el toma corriente de 110V que hay en muchos respaldos para proveer de electricidad a los viajeros con notebook. Aunque en ese momento estaba distraído escuchando la música de mi reproductor de mp3, llegué justo a decirle a Antje, oriunda de Dresden y rumbo a Chile a ver a un amigovio trasandino, que estaba por cometer un error peligroso. Por las dudas, aclaro que el error habría sido el de insertar el doble plug en el enchufe equivocado.
Los vuelos –de Frankfurt a San Pablo y de ahí a Buenos Aires- fueron perfectos. No sé si es porque me gusta tanto volar, pero no recuerdo haber pasado nunca un mal rato a bordo de un avión. Salvo por el detalle de que me cuesta horrores conciliar el sueño por la incomodidad del espacio reducido, disfruto mucho de los viajes aéreos.
Cinco minutos después del mediodía de este martes aterrizamos. Curiosamente, no había alboroto, huelga ni nada que demorara nuestra salida del aeropuerto más allá de la espera por el equpaje. Todo fue rápido; y una vez que abandoné la zona restringida, mis sobrinos corrieron a buscarme apenas me vieron. Sólo eso bastaría para justificar un viaje que, desde que tomé el tren en Köln hasta que el avión tocó tierra en Ezeiza, se llevó veintitrés agotadoras horas.
Serán, como mínimo, dos meses y medio en Buenos Aires; reuniéndome con la familia, los amigos –que afortunadamente son muchos-, trabajando otra vez en la radio y meditando profundamente los próximos pasos.

lunes, 19 de mayo de 2008

Texto demorado

Por la salida abrupta de servicio de mi computadora y mi viaje hoy desde Köln a Buenos Aires, el texto correspondiente a este lunes aparecerá en pocos días.
Muchas gracias a todos por su visita y su comprensión.

lunes, 12 de mayo de 2008

De Primera

Köln es la cuarta urbe de la República Federal de Alemania, detrás de Berlín, Hamburgo y Múnich. Tiene algo menos de un millón de habitantes y fue fundada por los romanos hace 2038 años, en el 30 aC. A pesar de no ser la capital de Renania del Norte – Westfalia, que es Düsseldorf, Köln es la ciudad más populosa de este estado federado situado en el oeste alemán, fronterizo con Bélgica y Holanda. Según se desprende de estos datos, es, como ya comentamos alguna vez, una fascinante mezcla de historia y modernidad que entrega a quienes vivimos en ella un ambiente casi ideal para desarrollar la vida.
Pero a los coloneses les faltaba algo desde hace un tiempo. Nada de lo imprescindible, pero sí una alegría que se había negado un año antes; y el día podía ser ayer, domingo 11 de mayo, en el que el FC Köln estaba a un paso del ascenso con las victorias del domingo y miércoles pasados. El compromiso era como local y ante Mainz, rival directo de los “nuestros” en la lucha por volver a Primera. En la televisión, los diarios y las radios casi no se hablaba de otra cosa o, para ser más preciso, nadie dejaba de hacer una mención a lo que podría ser el acontecimiento deportivo de los últimos años para la gente de esta ciudad.
El paisaje fue el mismo de hace ocho días. Los bares habilitados para ofrecer los partidos en directo se colmaron rápidamente. No tenía que trabajar, así que con un amigo argentino fuimos a almorzar a un bar de Friesenplatz que tiene una pantalla de plasma orientada hacia las mesas ubicadas en la vereda. Encontramos dos sillas un poco lejos, pero se ve bien. Pedimos pizza, que demoró un poco. El primer gol de Colonia llegó a los veinticinco minutos del primer tiempo con un cabezazo del libanés Roda Antar, que también consiguió el segundo en el complemento. El 2 a 0 selló la historia y la vuelta a la máxima categoría después de dos años.
Con el final del partido se desató el festejo, incluyendo el tañido incesante de las campanas de la Catedral. Bocinazos –para los que sólo por hoy no habrá multas- banderas, camisetas y mucha cerveza. Hombres, mujeres y chicos empezaron a concentrarse en Rudolfplatz, por lo que la Policía cortó el Hohenzollenring, una avenida que atraviesa el centro de norte a sur.
Empecé a escuchar con atención porque quería entender las canciones. Argentino como soy y vinculado desde hace tantos años al fútbol, esperaba la dedicatoria del ascenso de Köln a los rivales más enconados antes del disfrute del logro para sí mismos. Por ejemplo, cosas en alemán equivalentes a “Leverkusen, subimo’ y ahora te queré’ matar, puto”; “esto e’ pa’ vo’, Schalke amargo” o “che, Gladbach vigilaaaante, te vamos a matar”. Nada de eso. Estos desangelados alemanes, que no tienen idea de lo que es vivir el fútbol con verdadera “pasión” como sí lo hacemos nosotros, se limitaron a munirse cada uno de botellas de cerveza y a celebrar a grito pelado el tan ansiado Aufstieg (ascenso), conseguido una fecha antes del final del torneo. Las frases que entonaban a coro sonarían demasiado “naif” en nuestro ámbito: “Wir sind wieder - in der erste Liga” (estamos de regreso en Primera) o “ers-tef-ce-Köln” (primer club de fútbol Colonia, nombre oficial de la institución). Imagino a algunos amigos que tengo, que le atribuyen al argentino ser la única síntesis del verdadero hincha de fútbol, riéndose a carcajadas si es que llegan a leer esto. Es cierto que también habrá otros –pocos- que llorarán, posiblemente de envidia. Mucho más cuando les cuente que simultáneamente salieron del estadio los de Mainz. Los visitantes lo hicieron en los mismos tranvías que los locales y anduvieron por el centro sin tener que esconder sus camisetas o elementos que los identificaban con su club sin que ningún estúpido, de los que entre nosotros abundan en el reino del fútbol, se burlara de ellos o intentara hacerles pasar un mal momento valiéndose de lo que seguramente sería una irreversible superioridad numérica. Tampoco quedaron sitiados los lugares públicos que los hinchas eligieron para el festejo, por lo que los turistas y los coloneses que tenían otros planes para disfrutar de este impecable domingo pudieron hacerlo sin inconvenientes allí donde estuviesen.
Esos amigos me dirán que estoy hecho un bobo, que la forma de vivir (yo digo padecer) el fútbol es la nuestra, en la que los jugadores de River, por escapárseles increíblemente un partido que se suponía abrochado, debieron salir custodiados y vituperados de su vestuario del estadio Monumental; y ni hablar de lo que les pasa a los de Racing casi cotidianamente por tener comprometida la continuidad en Primera. Son sólo dos ejemplos, de los que nosotros tenemos en cantidad suficiente como para hacer dulce.
Con el ingrediente del ascenso de Köln, sin dudas, tendré a los alemanes más felices en mi última semana de permanencia acá en esta etapa. La gratitud que siento por ellos hace que esta alegría que recibieron desde el fútbol también me ponga contento a mí, como ya les conté reiteradamente en estos textos. El lunes 19 volveré a Buenos Aires y no sabré, todavía, hasta cuándo despedirme de este lugar que me ha dado sólidos argumentos para contradecir aquella redacción sólo de preguntas que Mafalda pensaba hacer algún día, que titularía “Patriotismo y comodidad” y en la que iba a cuestionar si la gente ama a su país sólo porque nació en él. Me trajeron al mundo en la Argentina y mi corazón siempre será celeste y blanco, Mafalda; pero también amo a Alemania, aunque haya nacido muy, pero muy lejos de acá.

lunes, 5 de mayo de 2008

Mes de definiciones

La tarde de este domingo no podría haber sido mejor. El cielo está absolutamente despejado, bien celeste, y la temperatura es ideal, perfecta diría; apenas superior a los veinte grados. En condiciones normales, los parques y todos los lugares abiertos de la ciudad estarían repletos de alemanes tomando sus primeros baños de sol desde que empezó la primavera en esta parte del mundo. Hoy no es así y hay una explicación. A las dos de la tarde está paralizada -y no exagero- gran parte de la ciudad porque el FC Köln, el equipo de fútbol, juega un partido clave como local, en el Rhein-Energie-Stadion. Recibe la visita de Hoffenheim, que está tercero y ocupa una posición de ascenso, lo mismo que aspiran a conseguir los coloneses. Más que eso; desde el mismo día en el que descendieron, semanas antes del Mundial de 2006, que tuvo a Köln como una de sus nueve sedes, el ascenso a Primera es casi una obsesión. Por haberme hecho hincha de Colonia –del lugar, no del club-, yo también quiero que asciendan.
Como muchos saben, cada equipo representa a una ciudad; son pocas las que tienen dos, como Múnich o Hamburgo. Por eso, como cada partido como visitante motivaría un viaje, mucha gente ha adoptado el hábito de juntarse en los bares con televisor o pantalla gigante para verlo. La dificultad para conseguir entradas para los encuentros de instancias decisivas lleva a que mucha gente tome la misma opción cuando Köln juega como local. Comprar el fútbol para verlo en casa no es caro, pero la reunión en los lugares que mencioné antes tiene un sabor especial para esta gente.
Mientras iba hacia el estudio para relatar Wolfsburgo – Bayern Múnich pasé por varios bares que ofrecían el partido en vivo. Todos, obviamente, estaban llenos. Los más chicos tenían gente fuera, tomando su cerveza de pie. Con el tranvía parado se escucha un estallido en un pub que está frente a la estación. ¡Gol de Colonia! Como en alemán gol se dice Tor, el grito es muy parecido al que se escucharía en cualquier lugar de la Argentina, con una “o” muy larga y muchos puños sacudiéndose por encima de la cabezas. En el resto del recorrido no advertí nada más, pero cuando llegué a mi lugar de trabajo me actualizaron la información: en el entretiempo estaban uno a uno. Si no amara tanto lo que hago y el ámbito en el que lo hago, lamentaría profundamente tener que meterme en el estudio en esta tarde que, como dije al principio, es perfecta. Mientras ordeno los papeles con la información que necesito para mi transmisión, van llegando mis compañeros. Todos quieren saber cómo está el bendito partido y en la sala de control tenemos chance de verlo, pero los preparativos de la salida al aire se llevan nuestra atención. Al final, excelentes noticias: Köln ganó 3 a 1 y se ubicó tercero cuando quedan tres jornadas por jugar.
Hoy no tenemos un partido cualquiera para relatar; con sólo empatar, Bayern Múnich –que tiene a dos jugadores argentinos que hoy, contra Wolfsburgo, juegan como titulares- se consagrará campeón de la liga alemana por vigésima primera vez en su historia. El resultado fue 0 a 0 y los bávaros consiguieron el campeonato tres fechas antes del final. El trabajo salió bien, según me dicen todos mis compañeros. Aunque hoy contaba con una ventajita, que era que mi jefe sólo estuvo un rato en el estudio y su hijo Roberto, el otro que sabe castellano, no fue. Los alemanes no entienden una palabra de lo que digo; lo único que pueden chequear es que llegue a tiempo con el cronómetro en el final de los resúmenes y en los cambios de placa cuando mostramos los resultados y la tabla de posiciones. Después de grabar todo eso, me saqué los auriculares y, de repente, me vino a la cabeza la cuenta: sólo me quedan cuatro partidos para terminar la temporada y volver a la Argentina, a donde llegaré el 20 de mayo.
Les comenté hace tiempo que había llegado a la conclusión de que lo mejor era no hacerlo, pero es más fuerte que yo y sigo con el hábito de leer los diarios argentinos por Internet cada mañana al levantarme. Este ejercicio se va haciendo más intenso a medida que se acerca el día del regreso, al mismo tiempo que también escucho radios de nuestro país, como para que nada me sorprenda cuando llegue a Ezeiza en ese mediodía de martes. La sensación que tengo es la misma que más de una vez les describí en estos textos; hay muchas cosas que indignan y pocas que alegran; la mayoría, además, duele. Medio país paralizado ¡por el humo! Ahora, el otro medio está inmovilizado porque no hay combustible. O sí lo hay, si uno lo paga a precios de mercado negro. Unos dicen que hay que “enfriar” la economía, otros que hay que mantenerla caliente. Los sindicalistas son más oficialistas que el Gobierno y el que se hizo famoso liderando un piquete pidiendo reivindicaciones sociales ahora se encarga de sofocar otros piquetes parecidos a los suyos con reclamos similares. Ahora también tendremos un tren de alta velocidad que va a beneficiar a unos pocos, especialmente a los que gestionan la adjudicación de los contratos, mientras que los que viajan todos los días a sus trabajos lo hacen en condiciones indignas de seres humanos civilizados.
Estos son los aspectos por los que decía que la Argentina “empuja” a la hora de tomar la determinación de volver o quedarse; si los asociamos a la razón, la idea del regreso se torna cada vez más inviable. Pero, al mismo tiempo, todo lo relacionado con lo afectivo tironea con tanta fuerza que hace verdaderamente difícil llegar a la decisión final, que deberé tomar en poco tiempo. Ojalá no me equivoque.