lunes, 28 de abril de 2008

Paisaje andaluz


Me cuentan que en Ronda abundan tres cosas: clínicas dentales, en una de las cuales trabaja mi anfitriona de estos días, autos y restaurantes. No tengo la precisión del dato, pero el promedio de vehículos por habitante es muy alto para una localidad de estas dimensiones. La explicación es que, si bien el auto no es indispensable para moverse por acá, se convierte en imprescindible para trasladarse hacia la zona costera u otras ciudades cercanas. La gran cantidad de coches y el hecho de que las calles son muy angostas hacen que resulte muy complicado encontrar un lugar para estacionar. Hay varias playas subterráneas y no son muy caras, pero la gente del lugar, al parecer, no es muy afecta a destinar algunos de sus euros para pagar este servicio.
En una de sus canciones, Joaquín Sabina dice que una de las cosas por las que se nota que los españoles saben vivir es que en Antón Martín –un distrito madrileño- “hay más bares que en toda Noruega”. Si ese fuera un parámetro válido, podríamos decir que la gente de este pequeño lugar de Andalucía no se queda atrás. Además de restaurantes, hay muchos bares de tapas; pero hay uno que parece llevarse las palmas. Se llama “El lechuguita” y está cerca del Tajo de Ronda. Es un local muy chiquito, en una esquina chiquita en la que el conductor de un camión hormigonero tiene que hacer varios intentos para poder entrarlo de culata media cuadra para poder descargar el cemento en una construcción. El bar, calificado con el término de “cutre” (palabra a la que no le encuentro un sinónimo argentino pero que tiene una connotación despectiva) lleva muchos años y generaciones de una misma familia a su cargo. Dicen que hay días en los que es imposible entrar y la gente recibe sus pedidos afuera. No hay mesas, se come en la barra o parado contra la pared, como en los lugares de comida al paso. Para pedir se debe llenar un cuadriculado marcando con una cruz el tipo de tapa que uno quiere. La variedad es amplísima y el costo es muy bajo.
Hay muchísimos turistas, especialmente ingleses, alemanes y -no podían faltar acá tampoco, obvio- orientales que le sacan foto a todo. La imagen que ofrece el Tajo es impactante. La ciudad -o el pueblo, una semana después no hay unanimidad al respecto-, está emplazada sobre una especie de torre natural que se formó como consecuencia de años y años de erosión eólica e hídrica. Ese tajo casi la divide en dos y sobre él se construyó el puente que se ve en la foto, desde el que a varias decenas de metros hacia abajo se ve y se escucha correr agua que baja de alguna vertiente.
Al estar situada sobre esa especie de pedestal natural, la ciudad (para mí, ciudad; definitivamente) ofrece un panorama espectacular, cualquiera sea el punto cardinal hacia el que uno dirija la mirada. Mucha montaña –no muy alta-, mucha calma, mucha paz. Desde el martes, además, mucho sol; ese que casi nunca vemos en Köln.
Aunque soy un detractor incondicional de las corridas de toros no iba a privarme de conocer la plaza de Ronda, que es una de las más antiguas de España. Está en el centro y se la puede visitar diariamente a cambio de seis euros. Sobre la vereda que da a la única avenida que le pasa al lado hay dos estatuas que recuerdan a célebres toreros que se lucieron décadas atrás y, casi diametralmente opuesta a la de estos señores, hay una de un toro al que una placa le hace una mención; como para honrar a ambas partes y no solamente al que tiene todas las de ganar y generalmente gana.
El Sol, finalmente, me acompañó durante casi toda la semana a cada lugar al que fui, al punto de que en cada una de las tardes de recorrida tuve que usar lentes oscuros para poner a salvo mis ojos de tanto brillo. Hay mucho para ver; si hiciésemos una encuesta preguntando qué es lo más lindo habría tantas respuestas como consultados, aunque para mí está muy claro.
El viaje de vuelta de Ronda a Málaga, en una tarde de viernes espléndidamente luminosa, dejó en evidencia todas las maravillas que siempre escuchamos acerca del paisaje andaluz. El vuelo de regreso es nocturno. A pesar de que los “azafatos” de Ryanair (con ellos, directamente, la única forma de hacer el almanaque hot que mencioné la semana anterior sería incendiando las fotos) quieren mandarnos a todos para atrás, elijo una ventanilla sobre la izquierda cerca del ala. Desde ahí puedo ver las costas españolas y francesas sobre el Mediterráneo y notar cómo en Europa la población está distribuida mucho más homogéneamente que en la Argentina. Siempre hay una ciudad a la vista, mientras que en un vuelo entre Buenos Aires y cualquier punto un tanto lejano del país se puede pasar un largo rato viendo oscuridad. Esta visión aérea hace que sea más fácil entender por qué en Alemania, por citar el ejemplo que tengo más a mi alcance, viven sin chocarse ochenta y dos millones de habitantes en un territorio que cabría diez veces en el de la Argentina, que sólo cuenta con alrededor de la mitad.
Cerca de las dos de la madrugada del sábado llegué finalmente a casa, después de diez horas de viaje desde Ronda a Köln. No hubo tiempo para mucho más, porque el sábado al mediodía debía ir al estudio y necesitaba el descanso, el mismo que deben necesitar ustedes después de haber llegado hasta acá en la lectura de este relato.

lunes, 21 de abril de 2008

Destino España

La Bundesliga nos dio un respiro y, con el fin de semana libre, ahora me toca a mí hacer la visita que recibí en Semana Santa. Mi buen amigo Roberto me "prestó" su tarjeta de crédito y así compré el pasaje para viajar por avión desde Weeze a Málaga.
Ya les conté que el aeropuerto está a ciento veinte kilómetros de Köln y no tengo a nadie que pueda llevarme. Pero no es problema, porque desde detrás de la estación central de trenes salen ómnibus que trasladan a los pasajeros a los aeropuertos de alternativa en los que opera Ryanair, la compañía que ofrece la mejor posibilidad de hacer este recorrido.
El boleto se saca en el mismo micro, pagándole al chofer diecinueve euros con cincuenta. En esta parada sólo subimos tres personas; todos los asientos están libres y elijo el primero, sobre la derecha. Desde ahí puedo ver el camino casi como si estuviese manejando y también tengo a la vista los movimientos del conductor. Salimos un poco después del horario anunciado y rápidamente tomamos la autopista 57.
Es un día muy lindo, soleado, aunque algo fresco. La primera detención es el Hauptbahnhof de Düsseldorf. Se suman tres pasajeros y esperamos casi quince minutos hasta que retomamos el viaje. A las dos cuadras, tres señoras que evidentemente perdieron el micro y lo reconocen le hacen señas al chofer, que las ve pero no se detiene. Sí lo hace en el semáforo de la esquina siguiente y un señor que estaba en una camioneta vio a las mujeres desesperadas, se bajó y se acercó a la ventanilla para decirle lo de estas damas. El chofer dijo vehementemente que no con la cabeza, se encendió la luz verde y otra vez a la ruta. No hubo insultos ni, mucho menos, intento de agresión por parte del señor de la camioneta. "¡Qué garca!", pensé desde mi argentinidad. ¿Qué le costaba parar un minuto, abrir los buches del equipaje y permitirle subir a estas personas? Pero también pensé que, posiblemente, a ellas les habría costado todavía menos llegar a tiempo al lugar de la partida del ómnibus. Una cosa para decir a favor del chofer es que un ningún momento, aun con la autopista libre, excedió el límite de velocidad. Mucho más con el detalle de que, como dije antes, éste ya venía retrasado y estuvo un buen rato esperando en Düsseldorf. Bajamos frente a la terminal de partidas de Weeze media hora antes de lo que estaba anunciado en la cartelera, para lo cual debe haber contribuido el escaso número de pasajeros. Una vez frente al mostrador de la aerolínea, los trámites de embarque no salieron de lo que es habitual en este tipo de casos. Por eso, no vale la pena detenerse en ellos.
Uno de los ítems en los que las aerolíneas de bajo costo reducen el suyo es el servicio de pista, por lo que tenemos que ir caminando desde la terminal hasta el avión, que está a unos ciento cincuenta metros. Cuando estaba en la escalerilla para subir me vino a la mente el recuerdo de que alguna vez leí en un diario que Ryanair había hecho una campaña publicitaria editando un almanaque hot con fotos de sus propias azafatas. Nunca tuve chance de verlo, pero creo que no me equivoco si digo que en él no aparecía ninguna de las que atienden este vuelo, que salió puntualmente y duró algunos minutos menos que lo estimado hasta el aeropuerto de Málaga.
Todavía faltaba otro tramo de mi viaje para llegar a mi destino final. Primero, un tren por cuatro estaciones hasta la terminal María Zambrano, donde me encontraría con la persona que me esperaba. Cuando salgo del andén veo algo que me llama la atención. Los que llegaban a tomar su tren debían pasar el equipaje por rayos X, de la misma manera que se lo hace antes de un vuelo. Es indudable que los atentados de Atocha, perpetrados hace poco más de cuatro años en Madrid, están todavía presentes. Finalmente, mi amiga llegó y seguimos nuestro recorrido, que esa noche haría escala en el restaurante y en la casa de unos amigos suyos en Málaga porque a la hora del aterrizaje de mi vuelo ya no había más transportes para llegar a Ronda, el lugar donde vive.
La travesía -a esta altura ya puede denominarse así- continuó en la mañana del sábado, muy temprano, con el esfuerzo que todos ustedes saben que los madrugones me representan. Ahora nos movemos en ómnibus, que apenas sale de la ciudad se mete en caminos de montaña. El chofer, algo mayor, parece experto. A medida que vamos avanzando el paisaje es más lindo. Pasamos varios de los pueblos blancos como aquel al que le canta Serrat, con casas típicamente españolas dispersas por las laderas de las sierras y grandes plantaciones de olivos. Llueve intermitentemente; en el tramo final bastante fuerte. El viaje duró una hora y media hasta que llegamos a la terminal de Ronda, que me recibe como queriendo que no note la diferencia, al menos en lo climático. En los primeros dos días de estada acá, como una delicadeza del de arriba, sólo dejó de caer agua en los veinte minutos que nos llevó caminar desde la estación de micros hasta el departamento.
Hoy, lunes, está nublado pero no llueve en este pueblo grande o ciudad pequeña -hay posiciones encontradas al respecto- que me da la sensación de tener una vida tranquila; con las condiciones a favor, tendré chances de caminar un poco y ver qué tengo para contar la semana que viene.

lunes, 14 de abril de 2008

Un año no es nada

El jueves se cumplieron doce meses de mi primera llegada a Köln. Cuando salí de Ezeiza, el 9 de abril de 2007, los interrogantes y dudas que traía conmigo pesaban tanto como las valijas. En aquella oportunidad venía a cumplir con un período de prueba para mi actual trabajo que duraría un mes y medio. Pero el experimento no iba a ser solamente laboral, sino que también debía evaluar, nada menos, si podría adaptarme a la vida en este país tan distinto del nuestro en casi todo.
Pasado el primer año puedo decir que nunca terminaré de felicitarme por tomar esta posibilidad que empezó a gestarse en agosto de 2006, a poco de haber vuelto a la Argentina tras el trabajo en el Mundial que se jugó en este país. En aquellos tiempos, en los que el presidente de la FIFA hablaba de organizar la Copa del Mundo cada tres años, nosotros decíamos que apoyaríamos esa loca idea sólo si nos prometían que las harían todas en Alemania. Vivimos una etapa inolvidable en la cual, además de trabajar jornadas interminables haciendo lo que amamos, con algunos anudamos definitivamente un lazo amistoso que ya excede la cotidianeidad de la actividad en común y que sobrevive a la distancia. Cuando terminó mi participación, casualmente con la de la Selección Argentina en aquel torneo, me fui de Alemania con un intenso deseo de volver; y esa sensación la compartimos con varios de mis compañeros del equipo de radio Continental. Aun con ese intenso deseo que mencioné, jamás imaginé que se presentaría algo como esto.
El 28 de agosto de 2006, mi querida compañera Fabiana Segovia me reenvió un correo que a su vez le había hecho llegar Víctor Hugo. A él le había escrito un señor llamado Ernesto Aramayo -mi jefe hoy- que le solicitaba referencias para encontrar un “periodista y relator profesional de fútbol” para integrarse a un equipo que ya contaba con un venezolano, un mexicano y un peruano. En los días siguientes llegaría un DVD con la imagen de un partido y la información pertinente para poder grabar una prueba. Después supe que el primer elegido fue mi gran amigo Matías Canillán, que desechó la posibilidad de plano ni bien supo que debería dejar la Argentina en caso de aceptar. Con esta negativa, Fabiana tuvo presente mis años de estudio de alemán en el tiempo que precedió al Mundial y pensó que podría ser un buen candidato, por lo que me recomendó escribirle a Aramayo, cosa que hice inmediatamente. La respuesta llegó a los pocos días y así empezó a gestarse todo esto.
Me llevó tiempo poder grabar la prueba y no pude enviarla antes de febrero de 2007, cuando Ernesto viajó a la Argentina y tuvimos nuestra primera entrevista. Fue en la radio, un mediodía caluroso. Le di la muestra que me ayudó a grabar Jorge Falcone, compañero operador en Continental. Sin haberla visto, Aramayo me propuso viajar a Köln en abril, quedarme un mes y medio durante las últimas cinco fechas de la temporada y hacer una evaluación in situ que tendría una doble utilidad: ellos podrían saber si habían encontrado al indicado y yo podría testear cómo me adaptaba a la vida en Alemania.
Aquella etapa, para la cual recibí el apoyo incondicional de la gente del equipo Competencia y la colaboración de la dirección de radio Continental, no fue fácil. Aunque al momento de volar a Köln tenía casi diecisiete años de radio a todo nivel, nunca había relatado y menos aún solo, como se estila acá. Llegué sin conocer, en muchos casos, ni los colores de las camisetas de varios de los clubes; así que podrán imaginarse que menos todavía a los jugadores, salvo a algunas estrellas. En los primeros partidos, mi ahora amigo Roberto, hijo de Ernesto, era mis ojos. Se sentaba a mi lado durante los relatos y con una birome me señalaba en mi papel quién era el que tenía la pelota para que yo lo nombrara. Para los segundos tiempos ya los aprendía, pero ante cada transmisión había que repetir el proceso; y ni hablar de las rutinas de los resúmenes, que me dieron muchos dolores de cabeza hasta que me familiaricé con ellas. El primer resultado me ayudó; Schalke 04 le ganó 3 a 0 a Mainz y hubo un detalle que rápidamente jugó a mi favor. Les gustó mucho el grito de gol a lo argentino, estirando la “o” tanto como me lo permitiera el aire. Tuve que “estudiar” mucho sobre la actualidad de la Bundesliga, para lo que mi memoria fue una aliada imprescindible, tanto como lo fue la ayuda de mi compañero venezolano, Mariano Ramírez. Fue enormemente generoso en su colaboración, ya que además de orientarme en los pasos iniciales de una actividad en la que él ya llevaba casi una temporada era el encargado de traducirme lo mucho que no entendía en alemán de las reuniones de producción. Ojalá algún día pueda terminar de agradecerle. También me trataron maravillosamente todos los alemanes con los que me toca trabajar cada fin de semana, que con la mejor predisposición me ofrecían hablar en inglés en el caso de que me costara entender lo que me decían en la lengua de Goethe.
A pesar de estar solo y con los que más quiero, especialmente mis sobrinos, Camila e Ian, lejos, los seguidores de estos relatos saben que hoy me siento afirmado y disfruto mucho de mi trabajo y de la vida en este lugar. En las semanas venideras hablaremos con todas las partes involucradas sobre una eventual prórroga de mi contrato para relatar los partidos de la Bundesliga por una temporada más. Será una decisión compleja, sin dudas. No puedo negar que la Argentina todavía tira; pero también empuja.

lunes, 7 de abril de 2008

La perfección no existe

Las calles de mi ya querido barrio colonés, Ehrenfeld, son angostas. Muy angostas, diría. Tanto, que hay veces en las que los vehículos de mayor porte tienen problemas para circular si no es por las avenidas. Eso mismo pasó el lunes anterior en la esquina de El Rincón, en el cruce de Simrockstraße y Stammstraße.
Minutos antes de las seis de la tarde, un camión de reparto circulaba por la Stamm y un auto mal estacionado le impedía continuar. El chofer, lejos de empezar a los bocinazos y perder la calma, se bajó y preguntó en el kiosco que está en la misma esquina si sabían de quién era el Corsa gris. Por más intentos que se hicieron por encontrarlo, el dueño no apareció. Uno de los vecinos llamó al Ordnungs und Verkehrsamt (algo así como la dirección de orden y tránsito) y al rato se hizo presente una inspectora con la tickeadora de multas que alguna vez mencioné en uno de estos relatos. Más tarde llegó una “cama” del equivalente alemán a nuestro Automóvil Club, aunque con una particularidad. Como no había lugar para la maniobra tradicional de subir el coche al camión con el malacate, éste último estaba equipado con una minipluma capaz de levantarlo. Pusieron una sujeción en cada rueda del auto y con un control remoto el conductor de la “cama” lo subió igual que cuando los chicos sacan los peluches de las máquinas; con la misma facilidad el auto dejó ser un obstáculo y el transportista pudo, casi media hora después, seguir su recorrido. El Corsa llevaba en su parabrisas el aviso de que estaba multado, con el agravante de que el dueño deberá pagar, además, la remoción del auto. Se ve que no se trata de un hecho muy normal, porque unos cuantos de los que vivimos en el barrio y otros que transitaban casualmente por esa esquina esa tarde se detuvieron para observar todo el procedimiento y varios de ellos utilizaron sus teléfonos celulares para sacar fotos de este infrecuente hecho.
Esta texto, principalmente alimentado por la anécdota cotidiana, incluye un regalo para aquellos que me acusan de apólogo de la “alemanidad”. El viernes pasado me tocó relatar y, como siempre, tomé el tranvía número 5, el que termina en Ossendorf. La empresa estatal que administra el transporte público tiene una página de internet en varios idiomas (http://www.kvb-koeln.de/) en la cual se puede encontrar los recorridos, las tarifas y los horarios en los que todas las líneas de tranvías, subterráneos y ómnibus se detienen en cada una de las paradas a lo largo de todos sus trayectos. Como hubo modificaciones en las frecuencias, entré en el sitio para armar mi itinerario. El tranvía pasa por la parada de la Gutenbergstraße, en la cual lo tomo, a las 17.41 y el recorrido a Ossendorf demanda catorce minutos, según indica el cartel que también aclara que los horarios y tiempos de viaje son ohne Gewähr (sin garantía). Como el ómnibus 148 pasa por Ossendorf a las 17.55, el cálculo cerraba perfecto. “Me bajo de uno y me subo al otro; y a las 18.05 estoy en el estudio preparando mis papeles”, pensé con lógica, aunque excesivamente confiado.
El tranvía llegó puntualmente a la estación donde estaba esperándolo. Subí y saqué mi boleto en la máquina automática que hay arriba del tren. Puse las monedas por valor de dos euros con treinta centavos y retiré mi ticket, que también es válido para el tramo en colectivo. Me senté en una ventanilla sobre la derecha y activé el reproductor de mp3, que me llenó los oídos con Joaquín Sabina cantando “Yo me bajo en Atocha”. Hasta acá, todo marchaba perfectamente. Pero en la segunda parada algo pasó, porque no nos movíamos. Mis ojos buscaban insistentemente el reloj. En un momento, se escucha la voz del conductor que pide que todos los que estamos en el tren nos ubiquemos sobre la izquierda y luego lo vemos bajar del puesto de conducción con un hierro con el que golpeó, debajo de las puertas y del lado derecho, en el sistema de escalones retráctiles que se despliega cada vez que la formación se detiene en una parada no subterránea, en la que el andén no está a la misma altura que el piso interior del vagón. Después de unos minutos y una serie de golpes, la escalinata volvió finalmente a su lugar y pudimos seguir viaje. Obviamente, llegamos a Ossendorf más tarde que lo planeado; y como los ómnibus los días hábiles pasan cada veinte minutos, tuve que esperar otros quince por el siguiente. Habría estado en serios problemas si no tuviese el hábito que me traje desde la Argentina de llegar al trabajo con mucha antelación y que tanto fastidio le provocaba a mi amigo y compañero de tantas transmisiones, el querido Jorge Arcapalo. Como ya les conté, los alemanes hacen una especie de culto de la puntualidad en todo tipo de compromisos; y ni hablar de los laborales.
Mientras estoy escribiendo esto, el locutor de la radio que me acompaña dice, como si tal cosa, que afuera hace dos grados bajo cero y que en las próximas horas podría volver a nevar en varios sectores del país, incluyendo mi querida ciudad de Colonia. Es la madrugada del lunes y avanza el mes de abril; ya llevamos dos semanas de primavera. Al menos, eso dice el calendario. Pero el frío no quiere irse definitivamente, se ve que le gusta esta ciudad tanto como a mí, aunque yo sí tengo fecha cierta de salida. El próximo 19 de mayo saldré desde Frankfurt con destino a Buenos Aires, vía San Pablo. Lo que todavía no está tan determinado es cómo deberé saludar a Köln cuando me suba al tren.
¿Será un “adiós” o un “hasta pronto”?