lunes, 29 de octubre de 2007

No fue un domingo cualquiera

Desde mayo de 1989, año de mi debut electoral, esta fue la primera elección de la que me fue imposible participar. A la distancia, también fue un día especial para mí y para los argentinos con los que tengo trato cotidiano en Alemania. Todos, incluyendo a los que tienen años o décadas fuera del país, dejamos parte de nuestro corazón en la Argentina. La enorme mayoría de nosotros tiene allá familia y amigos y no son pocos los que día a día alimentan la ilusión de volver cuando las condiciones inviten a hacerlo. Obviamente, sabíamos que había un resultado más que probable y que sólo quedaba por determinar si los números le serían suficientes a “mitad Hillary y mitad Evita (¿qué parte tendrá de cada una si es que efectivamente las tiene?)” para evitar una segunda vuelta.
Mientras en la Argentina se votaba, a mí me tocaba relatar Borussia Dortmund – Bayern Múnich. El resultado ya entregó la primera señal de que el domingo no me sería favorable. En mi trigésimo séptimo partido en Alemania tuve mi primer 0 a 0 después de que ambos equipos desperdiciaran ocho situaciones claras de gol, entre las cuales hubo tres tiros en los palos, uno de ellos un disparo desde larga distancia de Martín Demichelis.
Estábamos esperando con la taza llena de café para grabar el último segmento de nuestra transmisión cuando en la televisión alemana apareció un informe sobre la Argentina. Un cronista estuvo en Buenos Aires en el fin de semana en el que se jugó el River – Boca, visitó escuelas de tango para turistas y también se adentró en el Gran Buenos Aires para tantear el clima preelectoral. Un grupo barrial de cumbia le dedicaba una canción, o algo así, a Cristina. Nos llamaron al estudio y el televisor del “catering room” quedó mostrándole a nadie a los hinchas de River gritándoles el gol de penal de Ortega en la cara a los de Boca que habían elegido el mismo bar para ver el partido. Nadie lo festejó para sí, sino para los que lo sufrían.
La particularidad de la jornada y la maravilla de Internet hicieron que después de las 22 de Alemania los contactos con la Argentina fueran más que los que son habitualmente; la computadora, con la lectura de los diarios argentinos y conversaciones escritas y orales con nuestra gente allá, se convirtió en el conducto a través del cual empezaron a llegar, con el correr de la noche del domingo, los detalles aledaños a la mala noticia general. Nadie reprimía su indignación, su frustración y, los más vehementes, su bronca. La frase que más escuché fue “nunca había visto algo igual”, en relación con lo caótico de la jornada electoral.
Alguien me contó de las enormes dificultades para votar y de las esperas interminables; otro, con estupor, me detallaba de qué manera se llevaban las boletas de la “enemiga”, en algunos casos empaquetadas y, los más impúdicos, a la vista de cualquiera. Una amiga estaba enfurecida porque cuando se presentó con su DNI en la mesa en la que estaba empadronada le dijeron que ya había votado. Hizo labrar un acta para denunciar la anormalidad, para lo cual debió demorar un par de horas su vuelta a casa. El hecho ocurrió en Lanús, el dominio de Quindimil, uno de los preferidos de los pingüinos. Otro amigo, un poco más curtido en estas cosas, se reía mientras me contaba que notó que en el cuarto oscuro de su mesa abundaban las boletas de Cristina y que, además, mezclaban las de ella en la pila de las de la candidata con mejores chances de pelear la elección. Así todo, no faltó el cínico de siempre que muy suelto de cuerpo y sin que le temblara el bigote calificó como “ejemplar” a la votación. Tienen el rostro de titanio, a prueba de todo.
La primera preocupación es la de comprobar, con los datos del escrutinio en la mano, que la gente ha decidido legitimar, por ejemplo, a los que reformaron el Consejo de la Magistratura, creado como reaseguro de transparencia de la actividad judicial, como si fuese un saco que les chingaba por todos lados y que ahora les calza a la perfección; también se aprobó el armado de una Justicia a medida que les evita los problemas con la ley a los socios y amigos del poder, que se mueven y hacen negociados al margen de ella. También ha decidido darle la derecha a los que sostienen que la inflación y la inseguridad son sólo sensaciones, a los que no dudan en presionar de las formas más sutiles o groseras posibles a los periodistas que quieren ejercer su profesión sin formar parte de la cohorte de adulones y beneficiarios del favor oficial, magnánimo al extremo con los amigos e implacable con los otros. ¿Hay mayor grosería que el hecho de que la ahora ex Primera Dama haya votado en Santa Cruz siendo senadora por la provincia de Buenos Aires? O lo de El Calafate, loteado y repartido generosamente entre ellos mismos, parientes, adherentes y favorecedores a precios de mesa de saldos. Ni siquiera cuidan las formas, lo que deja de manifiesto cierta convicción de impunidad.
No hace falta que me digan que todas estas delicias no son creación de los K. Ya sé que no es así; pero hace cuatro años, cuando asumieron el poder habiendo sido votados por menos de uno de cada cuatro argentinos y tras haber salido segundos en la primera vuelta, prometieron, como siempre, cambiar la vieja política. Pero decidieron sumarse a ella y hasta perfeccionaron algunos vicios de los muchos que nos aquejan desde hace tanto tiempo. Hoy son más de lo mismo y hasta peor; y, en el mejor de los casos, lo serán por los próximos cuatro años.

lunes, 22 de octubre de 2007

Elegir, sí; pero no sólo dirigentes

Llegó el frío. Todavía no es todo lo intenso que dicen que puede llegar a ser en esta parte del mundo, pero en los últimos días se hizo sentir. La llovizna, pertinaz de viernes a domingo, lo hizo un poco más difícil.
Ya pasó la primera mitad del tiempo que durará esta primera etapa de trabajo formal y residencia en Alemania. No tengo quejas, todo se cumplió tal como fue pactado con la gente que me trajo.
Ernesto Aramayo, mi empleador actual, lleva casi cuatro décadas viviendo en este país, al cual llegó desde su Bolivia natal. Trabajó muchos años en la Deutsche Welle y fue el productor, hace años, de Telematch, aquella competencia entre ciudades alemanas que se veía en la televisión argentina en las décadas de los setenta y los ochenta. Con él tuve el primer contacto por correo electrónico en agosto de 2006 y luego visitó la Argentina en febrero de este año, donde acordamos llevar a cabo el período de prueba de abril y mayo y, más tarde, la concreción de la etapa que terminará en diciembre; y parece que todo anda bien para ambas partes, ya que hace pocos días me ofrecieron la continuidad para la segunda parte de la temporada, entre febrero y mayo próximos. Firmamos papeles por una exigencia de la legislación alemana, pero no como una precaución; ambas partes sabíamos que ninguno iba a cambiar arteramente las condiciones a las que nos habíamos comprometido oportunamente. ¿Tan difícil es cumplir con un acuerdo verbal que se selló con un apretón de manos en una oficina?
Es más fuerte que yo, no hay caso; no logro superar la adicción a leer los diarios argentinos a pesar de que no hace mucho les comenté que no era un ejercicio saludable, más aun si estamos atentos a las novedades de los últimos días, en los que quedó claro que los “muchachos” están dispuestos a todo con vistas al próximo domingo ¿Cómo se hará para terminar con eso? ¿Lo lograremos alguna vez?
La estada acá me hizo cambiar un punto de vista con respecto a las elecciones. Antes pensaba que los argentinos que se iban del país por opción, como yo, no tenían por qué votar. Mi razonamiento se basaba en que si uno decide irse en busca de mejores condiciones o tentado por una oferta irresistible debe aceptar, por añadidura, renunciar a participar en decisiones que influirían principalmente en quienes se quedaron a poner el pecho en la Argentina. Ahora creo que no es así, porque estando lejos puedo entender cuál es, en muchos casos, el aspecto más irresistible de las propuestas que recibimos para salir de nuestro país. Créanme que nunca se trata solamente de dinero, aunque es efectivamente importante. Hay un montón de cuestiones anexas que terminan de redondear una buena posibilidad.
En esta sociedad, como en otros habituales destinos de la emigración de los argentinos, hay un enorme respeto por la profesión de cada uno. A nadie le hacen sentir que están haciéndole el favor de darle trabajo, como sucede en la Argentina en muchos casos. Se valora al individuo por lo que es y por el aporte que le hace a la sociedad desde la actividad en la que se desempeña, cualquiera sea. Puedo dar fe de esto después de ver de qué manera me tratan todos los alemanes con los que me toca interactuar en el trabajo y en la vida cotidiana. Cuando mi alemán es insuficiente, nadie duda en intentar el diálogo en inglés con la mejor sonrisa y sin facturarme mis dificultades con el idioma. Siempre estaré agradecido por eso.
También, ya lo mencioné hace un tiempo, combaten duramente contra el racismo. En todos los órdenes y con firmeza. En esta fecha y en la próxima del fútbol alemán se lleva a cabo una iniciativa relacionada con este tema. Espectadores, jugadores y árbitros, antes de los partidos, levantan simultáneamente un cartón rojo que dice “Zeig Rassismus die rote Karte (mostrale tarjeta roja al racismo)”. Todavía quedan racistas, siempre hay alguno por ahí. Pero no hay racismo como tendencia generalizada, sino todo lo contrario.
Por todo esto es que vivir más tranquilo, por lo tanto mejor, es uno de los argumentos más poderosos para sostener la decisión de irse. Porque además, aunque uno se prive de tenerlos cerca, puede ser de más ayuda para los que quedaron allá. Por eso ahora pienso distinto y creo que todos los argentinos tenemos que votar en cualquier lugar del mundo en el que nos encontremos. Con esa inquietud averigüé en el consulado argentino en Bonn los requisitos para votar en las elecciones del 28 de octubre. Pero no podré hacerlo porque debía empadronarme antes del 30 de junio. Está en nosotros ser mejores y pedirles que lo sean a quienes nos conducen. Si mienten, roban, estafan, destruyen y hasta matan con tal de ganar o conservar el poder, hagámoles saber que todo eso tiene un costo. Primero, no votándolos y después, sí o sí y sin concesiones, llevándolos ante la Justicia (a la seria, no a la que armaron a su medida) para rendir cuentas por todas sus tropelías y trapisondas. Los alemanes tienen el país que tienen habiéndolo construido en sesenta años partiendo desde la destrucción total. En ese mismo lapso, la Argentina, que se encontraba en el mejor momento de su historia tras la Segunda Guerra, está devastada por la corrupción y la degradación social, aun habiendo recibido mucho más que Alemania en concepto de créditos y ayuda.
El domingo tenemos otra chance, una más (y van...) de demostrar que la mayoría de nosotros no nos merecemos los gobiernos que venimos padeciendo desde hace décadas. La paradoja es que los que sí los merecen son justamente los que más a salvo están del problema. Son ellos mismos: EL problema.

lunes, 15 de octubre de 2007

De Bielsas y Basiles

Ya está claro que Alemania es un lugar en el que uno puede sentirse a gusto; al menos si le toca llegar en las condiciones en las que pude hacerlo, con las necesidades básicas satisfechas. Sin embargo, nada logra disimular totalmente la distancia. Por eso tuvieron algo de especial las noches de sábado y domingo en El Rincón, ya que en ambas hubo una mini concentración de argentinos para ver al seleccionado de fútbol y a Los Pumas.
Todos los compatriotas que estuvimos viendo a los muchachos del devoto de los códigos, el talco, los cuernitos y el saco a pesar de los más de cuarenta grados de Venezuela, llegamos a este país buscando un horizonte mejor, aunque a algunos no estuviera yéndonos mal al momento de dejar Argentina. De hecho, yo mismo no tengo aun decidido cuánto tiempo va a durar mi estada en Köln. Pero creo que no me equivoco si afirmo que nos habría encantado tener la chance de desestimar por poco tentadoras las ofertas o posibilidades que se nos presentaron oportunamente; y la ecuación cierra no sólo desde lo económico, sino que al poco tiempo de estar instalado acá uno percibe que se trata de un modo de vida diferente y que esa diferencia está dada, fundamentalmente, por el respeto que los alemanes se entregan a sí mismos y a todos aquellos que de una manera u otra nos insertamos en su sociedad. Creo que por todo esto es que se dio algo curioso en las charlas que manteníamos mientras mirábamos el partido, en las cuales Marcelo Bielsa se llevó el protagonismo. Con matices, algunos somos militantes de esa causa y otros son más moderados, todos coincidíamos en que nos pondría más contentos verlo con el buzo de la AFA; casi como una declaración de principios.
Hice una mención en la entrada anterior acerca de las similitudes entre el fútbol y la sociedad de cada una de las naciones que, modestamente, este blog intenta unir. En la tierra del matrimonio que no tiene ningún reparo en manejar todo a favor de su proyecto de poder hegemónico, el fútbol hace casi treinta años que tiene al mismo presidente, tan grosero es sus procederes como los K. En el fútbol del país que tiene sugerentemente vacantes juzgados federales en los que se ventilan causas de corrupción no debe sorprendernos que un tipo intachable como Bielsa se haya hartado de nuestro medio y pegado el portazo, como tampoco puede tomarnos desprevenidos que la Selección esté a cargo de quien está. Pero que no sorprenda no nos sumerge en la resignación. En todos los órdenes, en todos sin excepción, deberíamos estar llenos de Bielsas. Pero no va a ser posible, no al menos en el corto plazo, porque las encuestas dicen que a la consorte le van a entregar la banda y al otro ya le aseguraron los próximos cuatro años de padrinazgo. Por si hace falta la aclaración, cuando nombro a Bielsa sólo me refiero a Marcelo, el entrenador de fútbol. Aunque no fuera del todo favorable a nuestra camiseta, creo que nos habría gustado que le fuese un poco mejor a quien consideramos el “bueno” de esta historia llena de “malos”. Será por eso que el 2 a 0 del final no nos euforizó ni nada parecido, más allá del deleite que en nuestra calidad de amantes de este juego nos produjeron los dos implacables tiros libres de Riquelme y las vertiginosas gambetas de Leo Messi.
A miles de kilómetros de distancia tampoco estuvimos exentos de la fiebre por Los Pumas. La televisión alemana entregó el partido ante Sudáfrica en vivo y un grupo de compatriotas se reunió en El Rincón para seguirlo durante la cena. Algunos pidieron subir el volumen de la transmisión televisiva y permanecieron parados mientras en el estadio se escuchó el Himno Nacional. Acá tampoco hubo desborde emocional, pero en este caso porque los sudafricanos marcaron desde el comienzo que eran los claros favoritos y que esa noche no habría margen para ningún milagro. Argentinos al fin, varios de los presentes sabían cómo había que ganarles a los Springbocks, aunque algunos de ellos eran los mismos a los que minutos antes habían tenido que explicarles cómo se contabilizan las anotaciones en este deporte y se sorprendían porque la mayoría de los jugadores rivales no eran negros.
En un regreso a las menciones sobre la vida cotidiana, después del fin de semana libre me espera una gran vuelta a los relatos. El viernes me toca el electrizante duelo entre Energie Cottbus y Duisburgo, último y antepenúltimo respectivamente del campeonato, ambos en puestos de descenso. Voy a preparar especialmente la garganta, porque temo que tendré que gritar para que se me escuche desde tan cerca del fondo de la tabla. Pero me conformaré con que haya al menos un gol para conservar mi invicto, que ya lleva treinta y tres partidos relatados en vivo sin empates en cero.
También puedo agregar que la semana pasada me convertí, con la apertura de una cuenta bancaria en la cual depositar mis ingresos, en un mísero e insignificante crustáceo en el océano de una de las economías más importantes del mundo, en la que no existe el riesgo de ahorros forzosos, planes Primavera o Austral, BonEx, BoCon, LeCOP, Patacones, feriados bancarios y cambiarios, corralitos, corralones, blindajes, megacanjes, riesgo país, índices truchos y todas esas delicias que han hecho que nuestra historia reciente no sea tan aburrida como la de estos amargos y monótonos alemanes.

lunes, 8 de octubre de 2007

Éstos no saben lo que es la pasión

Hasta ahora no me había referido al fútbol en este espacio. No lo hice porque hay cosas que me parecían más interesantes de la vida en Alemania para compartir en los primeros contactos. Pero no olvido que fue gracias a este incomparable deporte que llegué a este gran país y algunos futboleros seguidores de estas crónicas me sugirieron hacer un relato relacionado con nuestro deporte favorito. Espero no defraudarlos.
Partiendo de la advertencia de que se trata de un parecer personal, debo decir que en Alemania son muy pocos los jugadores por los que pagaría una entrada. El francés Franck Ribéry, de Bayern Múnich, el brasileño Diego, de Werder Bremen, y mi preferido, el holandés Rafael van der Vaart, que juega en Hamburgo. Hay algunos otros interesantes. Pero acá también el fútbol es, como en la Argentina, un fiel reflejo de la sociedad; por eso, todos los equipos prefieren basar sus planteos en lo colectivo. Ningún entrenador de este medio explicaría que perdieron “porque un día te levantás mal y no te sale una”, como no hace mucho lo intentó un célebre pensador bahiense, porteño naturalizado, ante una derrota inapelable y dolorosa de nuestra camiseta más querida.
También hay cosas para contarles a los hinchas de las hinchadas. Borussia Dortmund tiene el estadio más grande de la Bundesliga. En el Signal Iduna Park caben nada menos que ochenta mil espectadores y el equipo, que está apenas por encima de los que hoy descenderían, juega siempre a estadio lleno. Es casi imposible conseguir una entrada si no se está abonado. El panorama es impresionante a la distancia, así que imagino lo que debe ser presenciarlo. Pero más allá de este caso particular, a los alemanes les gusta ir a los estadios. El promedio de ocupación de las localidades disponibles para los nueve encuentros que se juegan cada fin de semana nunca baja del 80% y en los tramos decisivos se acerca mucho al "ausverkauft" (agotado).
Los hinchas toman parte del espectáculo, pero no son los protagonistas. Antes de los partidos, un animador conduce una serie de actividades que van amenizando la espera. A pocos minutos de la aparición de los equipos se anuncian las formaciones; primero y rápidamente, los visitantes. Después los dueños de casa, empezando, obviamente, por el arquero y continuando con los demás según el número de camiseta en orden ascendente, con suplentes incluidos. El locutor dice casi a los gritos, por ejemplo, “nummer sechs (6), Martiiiiiiiiiiiiiiinnnnnn... ” y todos los hinchas de Bayern gritan “¡De-mi-che-lis!”.
El fútbol no es más que un entretenimiento para los espectadores; con lo que voy a contar, seguramente, muchos de mis amigos futboleros asiduos visitantes de estadios argentinos se van a reír o, algunos, a enojar. Todos los hinchas llegan y se van por las mismas calles o tomando los mismos ómnibus, trenes o tranvías. Cuando termina el partido cada uno dispone de la libertad de irse cuando le parezca y no tiene que esperar que le abran la jaula. Acá no hay cantos en los que las hinchadas aludan a sí mismas, al “aguante”, no amenazan con quemar nada ni matar a nadie y ni hablar de esperarse en una estación para ver quién es el “capo” o quién “manda”. Tampoco se ven esas banderas con las que alguien quiere demostrarle a alguien, no se sabe a quién, qué está ahí, aun a costa de que otros no puedan ver el partido gracias a esa bendita bandera. Los hinchas se mezclan en las tribunas, cada uno alentando a los suyos y gritando sus goles sin que nadie lo crea algo peor que una violación o un asesinato.
No hay histeria por los resultados y les cito algunas muestras de esto: de los tres equipos que descendieron, sólo uno cambió de técnico. Los grandes que hicieron malas campañas también mantuvieron a los entrenadores en sus puestos. En la temporada anterior me tocó estar acá para las últimas cinco fechas, las de la definición. Me llenó de envidia ver que los hinchas de un club grande como Borussia Mönchengladbach, que descendió dos fechas antes del final y como local, despidieron con aplausos a los jugadores y prometiéndoles acompañarlos en Segunda División, algunos lagrimeando. O lo que pasó con los de Schalke 04, que esperan ser campeones desde 1958 y estuvieron a un paso de serlo en mayo último. Fueron punteros hasta la penúltima fecha y resignaron esa posición tras una derrota en el clásico de toda la vida contra Dortmund. En la última jornada no fue suficiente la victoria como local ante Bielefeld y el trofeo se lo llevó Stuttgart. Tras el partido, jugadores e hinchas de Schalke se acompañaban en su pena aplaudiéndose mutuamente. Imaginemos por un minuto qué pasaría en nuestro querido fútbol si un equipo atravesara el trance que les tocó vivir a los de Gelsenkirchen, de perder las mayores chances de ser campeón ante el clásico rival. Si tenemos en cuenta que hace poco, por ejemplo, a los muchachos de Gimnasia los amenazaron con armas para que le allanaran oprobiosamente el camino a quien peleaba el campeonato con Estudiantes, lo mejor será no hacer el ejercicio que les proponía líneas más arriba.
Hemos escuchado millones de veces la frase “en ningún lugar del mundo se vive el fútbol como en la Argentina”; y, después de mucho tiempo, estoy llegando a la conclusión de que los que la sostienen tienen razón. Solamente nosotros, y muy pocos más, podemos lograr que una cosa tan maravillosa y disfrutable como el fútbol se convierta en un padecimiento por el que algunos imbéciles o delincuentes, o ambas cosas, lleguen a matar o a morir.

lunes, 1 de octubre de 2007

La dura vida del relator

No es una queja, pero la verdad es que me llama la atención la frecuencia con la que llueve en esta ciudad. Podría decir con certeza que desde que llegué, el 9 de agosto, no tuvimos tres días seguidos en los que no cayera agua en algún momento. No es del todo desagradable, pero a los que no estamos acostumbrados nos cuesta bastante habituarnos a la permanente compañía, a veces molesta, de la lluvia.
El CBC (Cologne Broadcasting Center) está en la Richard Byrd-Straße, en el barrio noroccidental de Ossendorf. Ese es el lugar desde el que transmitimos los partidos de cada jornada de la Bundesliga. El edificio forma parte de un complejo enteramente dedicado a los trabajos relacionados con los medios audiovisuales y cuenta con el más moderno equipamiento. Esta “ciudad” de la radio, la televisión y el cine está sobre lo que era el aeropuerto militar de Colonia, del que todavía quedan algunos vestigios.
Los días de mayor actividad, los sábados, llegamos poco antes de las 14.00. Somos cuatro Kommentatoren (relatores para nosotros); dos narramos en español y los otros dos en inglés. Se emiten en vivo dos partidos en ambos idiomas. Una vez que estamos todos, el jefe de edición toma la palabra y les comunica a los editores los lineamientos que deberán seguir en la elaboración de los “highlights”, que son los resúmenes de cada uno de los seis partidos que se juegan simultáneamente cada sábado. El criterio, a grandes rasgos, es el de la difusión de lo mejor del fútbol alemán. No hay indicaciones para los periodistas. Hay absoluta libertad para quienes comentamos, que lo hacemos solos. La reunión se hace en una pequeña sala denominada “Team catering”, donde hay una cocina, una heladera, un lavavajillas y tenemos a disposición los Brötchen (pancitos) con diferentes fiambres y quesos; algunos de ellos vienen con manteca o lechuga. También hay varios termos con café, hay leche entera y descremada, azúcar, sacarina y varios tipos de bebida sin alcohol (agua mineral con y sin gas, gaseosas y jugos de frutas). En una canastita, tipo panera, hay distintas clases de chocolates, que son uno más rico que el otro y que desaparecen antes que cualquier otra cosa. Desde mayo último, los que quieren fumar tienen que salir del edificio.
Antes de las tres de la tarde, generalmente, llegan los productores con las formaciones. En una hoja aparecen los planteles y en otra, manuscrita y enviada por fax, vienen los nombres de los titulares de cada equipo dispuestos tácticamente. Con esa información, ya se puede ir al estudio.
En la mesa de trabajo hay dos monitores; en el más grande tengo el partido que debo relatar y en el más chico se puede ir siguiendo de reojo el resto de los encuentros. En los auriculares tengo el sonido ambiente del estadio. Divido una hoja en dos horizontalmente y en cada mitad escribo un equipo con biromes de colores asociados a los de sus camisetas mientras es posible; a la izquierda de la mesa pongo la notebook con la que puedo consultar los archivos con estadística que nos hicieron llegar durante la semana.
A las 15.30 empiezan los partidos y ahí estamos, solos con nuestras almas, contando la Bundesliga. En el entretiempo nos reencontramos los cuatro relatores con los productores e intercambiamos datos e impresiones mientras comemos y/o tomamos lo poco que quedó en la sala que les describí al comienzo. Este paso se repite al final del partido exceptuando la parte de las vituallas, que a esta altura son historia. También se hace un pasada por el baño, siempre impecablemente limpio, donde un sensor de luz activa un sistema que hace salir el agua de los mingitorios una vez que el visitante cumplió su cometido. Después de lavarse las manos, con un suave tirón una máquina deja salir unos cuarentas centímetros de un rollo de toalla para secarlas. Inmediatamente se activa un motor que guarda el usado y deja expuesto otro segmento para cuando haya que repetir el ciclo. Pero ahora la espera es más larga, porque los editores deben terminar de armar los compactos, que pueden durar, según el caso, entre cinco y siete minutos. Mientras aguardamos empiezan a llegar las planillas con toda la estadística de cada encuentro. Después, nos avisan que las ediciones están listas y hay que subir al primer piso a visualizar las imágenes. A cada uno de nosotros le toca comentar el compacto del partido que relatamos más otros dos, para lo que cada editor nos entrega una Sprecherliste (rutina) que, a veces mejor y otras peor, describe la jugada y detalla el número de repeticiones cuando las hay. En la última hoja dice en qué momento debemos terminar; si la edición dura seis minutos dirá “Ende Kommentar: 5:55”.
Acá empieza el momento más estresante de la semana: con todos los papeles a cuestas, cada relator vuelve a su estudio. Se sienta y espera que el operador diga las palabras mágicas: “es geht los (arranca)”. Aparece el primer resumen, que uno comenta en inglés y otro en castellano al mismo tiempo; los mismos se encargarán del tercero y el quinto. El otro dúo le pondrá la voz al segundo, al cuarto y al sexto, con el agregado de que al final del último también deberá repasar los resultados de la fecha y la tabla de posiciones. El estrés se produce porque cuando uno se equivoca hay que detener la grabación de todos, ya que, como dije antes, se está haciendo simultáneamente; además del orgullo personal de querer hacerlo bien de entrada, a nadie le gusta alargar su jornada y la de los demás. Al final, con la satisfacción del deber cumplido, llega la despedida: “bis nächste Wochenende (hasta el próximo fin de semana)”.