lunes, 25 de febrero de 2008

¿Volver o no volver?

Es frecuente que los extranjeros que estamos en Alemania, e imagino que esto les pasará a todos los que están fuera de sus países de origen en cualquier lugar del mundo, nos preguntemos unos a otros si pensamos instalarnos o si hay fecha para la vuelta. No creo que haga falta que les comente que hay tantos casos como inmigrantes, ya que cada historia es diferente de todas las demás.
Alejandro trabaja los fines de semana en El Rincón. Es colombiano, de Medellín. Tiene veinte años y sueña con ser piloto aerocomercial. Vino a Alemania a estudiar. No fue él quien me lo contó, pero supe que su familia tiene un muy buen pasar, a pesar de lo cual no para nunca de trabajar. Hace dos noches estábamos sentados comiendo una pizzas y otra vez salió el tema que mencioné en el primer párrafo. Ale, que se ha convertido en un querido amigo, habla alemán muy fluidamente, siempre está de excelente humor y parece tener muy claros sus próximos pasos. Su boleto de vuelta tiene todavía en blanco el casillero de la fecha, pero afirma sin dudar que cuando termine con sus estudios regresará a su patria. Le pregunté por qué está tan seguro de volver y respondió que no quiere quedarse en Alemania porque, desde su punto de vista, acá la gente “no es feliz” y que en América en general y Colombia en particular sí lo es, a pesar de todo. Le pedí precisiones sobre el concepto de felicidad y no supo dármelas; o, mejor dicho, las que dio me llevaron a preguntarle si lo que él entiende por felicidad no es, en realidad, resignación.
Ayer, domingo, mientras esperaba el ómnibus en Ossendorf para ir a relatar Bayern Múnich – Hamburgo, vi a tres chicos de no más de diez años caminando solos por un lugar semidescampado. Se subían y bajaban del tranvía que estaba esperando la hora de volver a salir y caminaban tranquilamente. Por su aspecto era muy obvio que no se trataba de chicos “de la calle”, sino que vivían en algún lugar cercano y estaban disfrutando de una tarde agradable. Dos nenas de una edad similar paseaban con sus bicicletas. Inmediatamente se me cruzó por la cabeza la idea de ver a mis amados sobrinos, Camila e Ian, en una situación parecida. Pero sólo se me cruzó, porque enseguida volví a la Tierra y asumí que es perfectamente inviable. ¿Es justo? ¿No atenta eso, aunque sea mínimamente, contra nuestra felicidad?
¿Pueden ser felices los pueblos de países devastados por los corruptos traidores, la pobreza, la marginalidad, el hambre, la inseguridad, la impunidad y otros tantos dramas propios del subdesarrollo en el que se encuentra casi todo nuestro continente? Repito que tengo claro que Europa no es el paraíso; hay problemas de otra índole. Aunque el gobierno alemán lo combate sin cuartel a todo nivel, todavía no puede erradicar el racismo. Pocos días atrás, se incendió en las cercanías de Bremen (en el noroeste del país) un edificio habitado en su mayoría por turcos, varios de los cuales murieron. La Policía trabaja sobre la pista firme de un atentado y se está muy cerca de los asesinos. Pero aun teniendo presentes estas muy desagradables manchas, no hace falta ser muy sagaz para darse cuenta de que en esta parte del mundo existe la cultura del trabajo y de la justicia, conceptos fundamentales para cualquier sociedad, que en la Argentina, por citar el caso del que mejor puedo hablar, están en franco, sostenido e irrefrenable retroceso. Por ejemplo, nadie en Alemania me ha dicho, ni siquiera insinuado, que mis compañeros y yo no trabajamos y somos unos “vivos bárbaros” porque nos pagan por disfrutar mirando partidos de fútbol y comentarlos por televisión. Saben que detrás de algunas horas de transmisión hay muchas más de preparación. La valoración de su trabajo les da a las personas un alto grado de dignidad y eso, a su vez, constituye una de las bases más firmes sobre las que se apoya su felicidad, esa que mi amigo Alejandro dice que los germanos no tienen.
Para la abrumadora mayoría de la sociedad alemana, un policía inspira un profundo respeto (escribí respeto, no miedo) con su sola presencia. Nadie duda en recurrir a ellos ante el menor inconveniente, ya que se sabe claramente de qué lado están los uniformados; y puedo contar lo que nos pasó durante la cobertura del Mundial, para lo cual tengo a varios compañeros de la radio como testigos. Cuando volvíamos al auto después de una conferencia de prensa de la Selección en Herzogenaurach, me subí y me senté en el volante a esperar a los demás. A los pocos segundos, una mujer policía se me acercó y en perfecto inglés me preguntó si había notado que el auto estaba chocado en la parte trasera izquierda. Le respondí que no. Me dijo que no me hiciera problemas, que ellos vieron a quien había abollado nuestro guardabarros; que lo detuvieron, le hicieron la prueba de alcoholemia y que ésta había dado positivo. Hasta sacó una foto del bollo. Antes de irse nos recomendó pasar por la comisaría para que pudieran darnos toda la documentación necesaria para evitar problemas con la empresa que nos había alquilado el vehículo. Fuimos, nos atendieron impecablemente, no tuvimos que pagar ni un centavo y en menos de quince minutos teníamos todo. Estábamos saliendo y tuvimos curiosidad por la suerte de quien había dañado nuestro auto. Nos respondieron que esa noche la pasaría detenido porque, aunque no hubo lesiones a personas, manejar alcoholizado es una falta muy grave.
Con las cajas de la pizza ya vacías, al paisa Alejandro y a mí no nos quedó claro si es preferible la felicidad a la latinoamericana o la infelicidad a la alemana.
¿Ustedes qué opinan?

lunes, 18 de febrero de 2008

Paisaje urbano

Tal como estaba previsto, el termómetro se encargó de recordarnos que todavía es invierno. La temperatura volvió a rondar el cero. De día llega a cinco o seis grados y de noche alcanza los mismos números pero con signo negativo. Lo bueno de este panorama es que el cielo se mantiene despejado y los días claros predisponen mejor para todas las actividades cotidianas. Esta ciudad, milenaria y moderna al mismo tiempo, se ve mucho más linda iluminada por la luz del astro rey.
Quizás por no tenerlo durante buena parte del año es que los alemanes aman al sol. Tan así es, que en verano viajan grandes contingentes hacia España, a las islas Baleares, especialmente Mallorca, y a las Canarias. Algunos hasta compran casas de veraneo y, los más fanáticos, se radican en alguno de esos dos archipiélagos. En Europa es muy fácil viajar; el concepto general de “fácil”, que tiene su principal elemento promotor en el levantamiento de las barreras migratorias entre los países de la Unión Europea, también conocida como “espacio Schengen”, incluye lo económico. Ya nos hemos referido en varias oportunidades a los trenes, que brindan un eficientísimo servicio y cubren casi todo el continente con una red mayormente desarrollada en Europa occidental. A esto se han sumado en los últimos años muchas compañías aéreas que venden boletos a muy bajo costo. Casi todas ellas aplican restricciones y cargos que las aerolíneas tradicionales no, pero ajustándose a esos requerimientos y comprando los pasajes con tiempo se puede encontrar increíbles ofertas, que terminan resultando, a veces, más económicas que el ferrocarril. Uno de mis compañeros y amigo, Mariano Ramírez, venezolano residente en Barcelona, planifica sus viajes a Colonia con mucha antelación y este sistema le permite venir a trabajar cada dos semanas desde la “ciudad condal” y que sus dos partidos por viaje le resulten una actividad rentable. Son líneas aéreas comerciales que utilizan aeroestaciones menores y es esa, posiblemente, una de sus desventajas. En muchos casos, esos aeropuertos están situadas lejos de las ciudades y no se cuenta con los mismos medios de acceso que con los que se llega a los internacionales. Alemania tiene varios, que fueron concebidos sobre la estructura de los viejos aeródromos militares de la época de la guerra. En Köln, como tiene ya tiene en funcionamiento el Köln-Bonn Flughafen (CGN en la nomenclatura internacional), esos terrenos están siendo destinados a la construcción de una especie de ciudad de oficinas, en la cual muchas empresas montan sus centros de operaciones. Entre esas construcciones, todas ultramodernas, se encuentran los estudios del CBC (Cologne Broadcasting Center), desde donde nosotros hacemos nuestro trabajo con los partidos del campeonato alemán.
Llama la atención como cada cosa que se construye se integra a lo ya existente, sin modificar de manera decisiva el aspecto de la ciudad. Nosotros, ante la explosiva demanda de inmuebles de todo nivel, construimos torres en barrios de casas bajas sin importarnos que con eso se destruye la fisonomía que cada zona tiene; y ni hablar de los problemas que esto genera en la infraestructura disponible en cada emplazamiento. Acá es diferente. Aunque no habría inconvenientes de zonificación para hacerlo, en esta ciudad de oficinas los edificios no se extienden demasiado hacia arriba. No tienen más de cuatro o cinco pisos, aunque sí son muy largos. En el CBC, por ejemplo, es posible recorrer en línea recta cientos de metros por el mismo pasillo; y todas las construcciones parecen responder a un patrón arquitectónico predeterminado. En todas se advierte algo muy fácilmente: el orden, la limpieza y la seguridad como prioridades. Todo está señalizado y hay carteles con indicaciones para actuar en la eventualidad de una emergencia. Pero no hay paranoia en cuanto al movimiento de personas. Cualquiera de nosotros puede llevar visitantes sin ningún tipo de trámite. Pero, como también existen en muchas oficinas en la Argentina, hay algunos dispositivos que impiden que una persona ajena a las actividades que se desarrollan en el edificio se mueva con libertad sin estar acompañada por alguien que pertenezca a la empresa. Hay puertas que no se abren si no se acerca una tarjeta identificatoria. Se puede usar los ascensores libremente para bajar, pero hará falta activarlo con la misma tarjeta que se usa en las puertas si lo que se quiere es subir. A nosotros, los que trabajamos con la Bundesliga, nos alcanzan estas restricciones, ya que no pertenecemos al CBC sino a una empresa que renta los estudios para llevar a cabo nuestra actividad periodística.
Ya que estamos con la Bundesliga, será bueno cerrar estas líneas con uno de los orgullos de la ciudad, el 1. F. C. Köln, que también es el encargado de amargarles momentáneamente la vida a los coloneses. El viernes fue de visita a la casa del último, Carl Zeiss Jena, y ganó 3 a 1. Ahora depende de que su vecino y eterno rival, Borussia Mönchengladbach, no pierda con Mainz -que está quinto- para conservar el tercer lugar que, si el campeonato de Segunda División terminase hoy, le significaría la vuelta a Primera. Pero es sólo un tema futbolero, ya que no creo que esté de más que vuelva a transmitirles mi convicción de que esta ciudad y su gente son de Primera, lo que a esta altura ya puedo decir, afirmar y firmar sin ningún tipo de temor a equivocarme.

lunes, 11 de febrero de 2008

Volvió el sol

Parece mentira; este fin de semana nos regaló tres días de cielo despejado en Colonia. Pero todavía falta más de un mes para la primavera, que acá comienza el 21 de marzo, por lo que imagino que volveremos a tener jornadas de frío intenso como las que tuvimos hasta el miércoles. El dato más interesante es que ya hay más horas de luz natural por día y eso hace que las bajas temperaturas sean más llevaderas.
Ya pasó la fiebre del Carnaval, que tiene mucho significado para los coloneses. El lunes y martes pasados fueron los días de los festejos más importantes, en los que grupos similares a nuestras comparsas desfilan por diferentes calles y avenidas del centro de la ciudad y de los distintos barrios. Las carrozas no tienen una gran producción. A veces se trata de camiones ornamentados y en otras de trailers tirados por tractores, los mismos que se usan para las tareas de campo. Delante o detrás de ellos caminan personas ataviadas con indumentaria alusiva al tema de la carroza. Todos, los que van a pie y los que están sobre el vehículo, les lanzan regalos a los que se paran en las veredas para ver el desfile, que también están disfrazados en su enorme mayoría. Tabletas de chocolate, caramelos, flores y pequeños juguetitos para los chicos son algunas de las cosas que caen y por las cuales la gente no se amontona. El que agarra, agarra; el que no, espera a la próxima; y el que ya agarró, en el turno siguiente le deja la chance a los otros. Todo esto ocurrió el lunes en el marco de un frío tremendo y de una lluvia que hacía que lo sintiéramos mucho más. Tan así fue que en un momento decidí volverme a casa por temor a un enfriamiento que me dejara disfónico por algunos días y sin la posibilidad de trabajar. Algunas personas se ríen cuando les digo que me resultaría mucho menos perjudicial tener durante un mes una bota de yeso que un fin de semana con faringitis o alguna otra afección que no me permita usar la voz normalmente.
El viernes pude volver al fútbol entre paredes, de lo cual voy a rescatar una sola cosa. En nuestro grupo de los jueves en la Argentina, siempre necesitamos que uno se encargue de recolectar entre los jugadores el dinero para pagar el alquiler de la cancha. Acá se hace diferente: el primero en pagar deja lo suyo en una silla; detrás vamos los demás, y el que no paga con el importe justo toma el vuelto de lo que se va reuniendo. Hay otra en la que se manejan muy distinto de como lo hacemos nosotros: cada uno lleva de su casa el líquido con el que va a rehidratarse al final del partido. Nosotros, casi como un acto reflejo, le extendemos la botella al que tenemos más cerca después de tomar un par de tragos. Por estos lares parece no ser así.
El trabajo del fin de semana transcurrió sin problemas, salvo el segundo tiempo de Bayern Múnich 1 – Werder Bremen 1. Primero y segundo respectivamente de la tabla con tres puntos de diferencia, varias figuras de cada lado. Un gol a los cinco minutos, un penal atajado a los veintiocho y el empate a los treinta y dos. Esperábamos mucho fútbol, y goles, para después del descanso. Pero fue un perfecto embole, con los dos mejores equipos de la Bundesliga jugando con miedo, casi pánico, a perder.
En estos días tendré mi primera mudanza en Köln. Mi nuevo lugar está enfrente del que ocupé hasta ahora. En un departamento chico, ideal para una persona sola, que está en el tercer piso. Es un monoambiente que tiene el baño y cocina aparte y en el viviré hasta mayo, cuando vuelva a Buenos Aires. Una de las cosas por las cuales lo elegí es porque me permite mantenerme en el barrio del que me siento parte cada vez más y seguir teniendo cerca todas las cosas que ya forman parte de mi cotidianeidad. Como creo que ya conté, Ehrenfeld es un barrio muy tranquilo, de edificios bajos y de calles poco transitadas. Pero también tiene sus historias.
Hasta noviembre último había en la otra cuadra un negocio en el que un paraguayo venido hace décadas a Alemania se dedicaba a la confección y reparación de zapatos y artículos de cuero. Era común ver su local, muy chiquito y lleno de cosas, siempre con gente. Era muy querido en el barrio y los clientes, en su enorme mayoría vecinos del barrio, conversaban con él. De repente, un día apareció en la vidriera un cartel que decía que cerraba. El motivo, según pude saber días después, es que Ricky, así se llama este zapatero remendón, escribió un artículo en un periódico zonal en el que expresaba algo que no cayó nada bien entre los musulmanes, casi todos de origen turco, que formaban la mayor parte de su clientela. Ellos decidieron no recurrir más a él y debió cerrar el comercio, ya que sin la concurrencia de los ofendidos su negocio dejaba de ser viable. No sé si hay razón o no en el boicot, pero lo que me llamó la atención fue la forma mediante la cual eligieron castigar a quien los ofendió. No hubo violencia, pero los efectos fueron peores que los de cualquier paliza.
Esta crónica, como creo que saben, se va escribiendo con el correr de los días. Hoy, lunes, siento molestias en la garganta. Afortunadamente, no tengo transmisión hasta el viernes a la noche y hay tiempo para recuperarla. Pero lo mejor será empezar cuanto antes; y como el agua está a punto, voy por mi té con miel.
Hasta la próxima.

lunes, 4 de febrero de 2008

Otra vez acá


Se acabaron las vacaciones. Pasé en mi lugar y con mi gente, con una escapada al Uruguay incluida, cuarenta y cuatro días bárbaros, durante los cuales no alimenté este blog. Pero no fue por vagancia, sino porque no tenía sentido escribir desde la Argentina para un sitio creado con el fin de relatar vivencias que se tienen lejos de ella. De todas maneras, agradezco a todos los que directamente o por intermedio de alguien me hicieron saber de sus asiduas visitas a este sitio.
Muchos de ustedes saben que no lo descubrí ahora, obviamente; siempre digo que mis sobrinos, hijo de mi hermana e hija de mi hermano, son lo más grande de mi vida. Es cierto que Dios –si es que él fuera realmente el proveedor- no me dio hijos todavía. Pero si los increíbles Ian y Camila fuesen obra del Diablo, como dice esa famosa frase, iría hoy mismo y sin ningún reparo al infierno.
Una de las cosas que aprendí en este viaje fue que no siempre todo es como lo pintan. En entradas anteriores les contaba de lo desagradable que se tornaba el hecho de seguir los diarios argentinos por Internet cuando se está fuera del país. Mucha mala noticia y presentada, en muchos casos, exageradamente. Esas malas noticias que los diarios refieren son ciertas, existen, es innegable; y debo reconocer que al llegar a Ezeiza en diciembre estaba sensibilizado. Pero con el correr de mis días en la Argentina después de poco más de cuatro meses de ausencia llegué a la conclusión de que no era para tanto y eso me puso muy contento. Fue el descanso más largo que tuve en toda mi vida laboral, al punto de haber llegado a extrañar mi trabajo después de las primeras dos semanas de inactividad. Eso nos suele pasar a los que tenemos el enorme privilegio de dedicarnos a una actividad que amamos.
Esta vez me toca volar por TAM, una compañía brasileña. El tramo entre Buenos Aires y San Pablo fue normal, sin nada para destacar. El vuelo a Frankfurt salió con una hora de demora y nunca nos dijeron por qué. Pero las azafatas amenizan la espera sirviendo, primero, caramelos de leche; después, agua mineral.
La coreana que está sentada en el asiento de al lado, el 17E, debe haberme visto con cara de hambre. Cuando trajeron la comida inspeccionó lo que había en la bandeja y rápidamente me ofreció, y acepté, su pan, su manteca y su postre, un brownie que estaba demasiado bueno para lo chiquito que era.
Ahora la cabina está completamente a oscuras y a mayoría de los pasajeros duerme. Soy el único que tiene encendida su luz individual, pero no molesta a nadie. Intenté, y logré de a ratos, dormirme. Pero el pesado que está en el asiento detrás del mío, el 18D, cada vez que quiere pararse se cuelga del respaldo sobre el que estoy apoyado. Encima, cuando este hombre devotamente religioso, de barba muy larga, camisa blanca, chaleco negro y dudosa higiene pasa por al lado deja una estela que maltrata sin piedad a nuestro sentido del olfato. Nos tocó un avión nuevito, que aun en clase turista nos ofrece una pantallita de video para cada uno y la gran novedad, al menos para mí, es la posibilidad de tener electricidad. Como el señor parece empeñado en que no duerma, los 110 voltios que ofrece el tomacorriente que tengo delante me viene muy bien para trabajar con la computadora sin depender de la batería.
Ya había pasado el mediodía alemán y en Frankfurt nos esperaban el frío y la Policía en la puerta del avión. A algunos les piden el pasaporte, a mí no. Al pie de la escalera había uno de esos ómnibus que parecen cajas de zapatos para llevarnos a la terminal. Paso sin problemas el puesto de migraciones y en poco tiempo llega mi equipaje. Por fin puedo ir a buscar el tren. Hay un ICE (Inter City Express) dentro de media hora. Recorre los casi doscientos kilómetros que hay hasta Colonia en una hora y cinco minutos. Ya les hablé de la puntualidad del ferrocarril, así que no seré redundante. Como me ven con una valija muy pesada y las manos muy ocupadas, un par de alemanes me ayudan a subir con mis cosas al vagón.
Las estaciones por las que vamos pasando minutos antes de llegar a Köln están llenas de gente disfrazada, de todas las edades. Los coloneses festejan muy fervorosamente el carnaval. Muchos andan por la calle con sus disfraces y, obviamente, beben en grandes cantidades. Pero no hay problemas, peleas ni nada de eso. Se festeja y nada más, aunque los que andan con vehículos tienen que tener mucho cuidado, porque hay peatones por todos lados y la mayoría de ellos no dispone de toda su lucidez; a algunos, directamente, ya no les queda ninguna.
Con el fin de semana llegó la reanudación del campeonato alemán y con ella la vuelta al trabajo. Lo curioso fue el sábado, cuando fui a tomar el tranvía como cada vez que debo ir al estudio. Vinieron tres y ninguno de ellos era el 5, que me deja en Ossendorf para tomar el ómnibus 148. Después de una hora de espera en vano empiezo a preocuparme; pero ya no me queda tiempo y tengo que recurrir a un taxi, que es manejado por una señora muy amable que me dejó en mi trabajo diez minutos después y con diez euros menos en el bolsillo. El sábado me toca Hertha Berlín 0 – Eintracht Frankfurt 3 y el domingo Schalke 04 4 – Stuttgart 1. Ocho goles en dos partidos; nada mal para retomar rápidamente el ritmo.
Hoy, lunes, los festejos por el carnaval tendrán su momento culminante con el desfile de carrozas. Se los cuento en la próxima.