Cuatro meses pasé en nuestra querida Argentina, período durante el cual pude vivir de cerca acontecimientos muy especiales. La guerra sin cuartel entre el Gobierno y los productores del campo y la histórica votación en el Senado con el voto “no positivo” de Julio Cobos. Sentí un poco de vergüenza ajena cuando el "ex presidente en ejercicio" (genial ironía de Nelson Castro) vociferó su discurso horas antes de esa histórica sesión del Senado aludiendo a las mismas cosas de siempre, aunque no tuvieran mucho que ver con el tema. Los K deberían agradecer todos los días que haya existido una dictadura, ya que sin ella quedaría muy en evidencia que no tienen muy claro lo que significa conducir un país hacia delante. Está muy bien el deseo de justicia, eso no se discute. Pero sería bueno que también miren lo que está por venir y, de paso, mejoren un poco los métodos. Es poco presentable la presencia de los Moreno, de los Aníbal y los De Vido en un gobierno que tiene como eslogan “un país en serio”. No todos los que no comparten sus ideas son “golpishtash” ni integran “gruposh de tareash”.
Obviamente, no se cumplieron los plazos fijados en la entrada anterior. Este reencuentro debió haber sido hace más de un mes, pero, como muchos de ustedes saben, esta demora tan perjudicial para el lado materialista y profesional de mi personalidad me tiene como a una víctima. No fui yo, por acción ni omisión, el que retrasó mi regreso a Alemania; y antes de meternos en tema, quiero agradecer a todos aquellos que durante este lapso preguntaron los motivos de la ausencia de nuevos y hasta alentaron la continuidad del blog, a los que les respondía que por su naturaleza, y su título, no daba mucho lugar a escribir mientras permaneciera en Buenos Aires.
Como sea, ya estoy en viaje. Esta vez, el vuelo es directo entre Buenos Aires y Frankfurt y después el tren, el fantástico ICE (Inter City Express), hasta Köln. Ligué mal con el reparto de asientos. Estoy en la fila del medio, en la butaca que da al pasillo de la izquierda. A mi derecha, tres claros exponentes de esa nueva especie llamada a desplazar al “típico porteño piola”: tres “argentos”, de esos que tan bien nos hacen quedar alrededor del mundo. Quizás yo interprete mal el significado del término, pero entiendo por “argentos” a esos individuos que reúnen las peores características de nuestra idiosincracia y se sienten orgullosos de eso. Para que tengan una idea, estos tres muchachos se rieron un buen rato de la azafata de Lufthansa que no había podido servirlos habiéndolo probado en alemán y en inglés, cuando ellos no pudieron articular una sola palabra que no fuera en castellano salvo “beer” (cerveza, en inglés).
El viaje tuvo su momento tenso para mí. Cuando llegué al asiento que tenía asignado en el avión me di cuenta de que me había olvidado uno de los bolsitos de mano en la sala de espera junto a la puerta de embarque. Era justo donde llevaba los documentos y los dos pares de anteojos, todos elementos fundamentales. Le expliqué el problema a una de las azafatas y me dejaron salir. Recorrí la manga contra la corriente, ya que había sido uno de los primeros en subir y todos los demás pasajeros caminaban hacia adentro del avión mientras yo intentaba correr hacia afuera. Para mi alivio, cuando llegué al lugar en el que había estado sentado esperando el bolsito estaba ahí.
El vuelo fue impecable y las excelentes condiciones permitieron compensar buena parte de la media hora de demora que tuvimos en la partida. En el mismo avión, un Boeing 747 –el viejo y querido Jumbo, al que alguien alguna vez me definió como el Rolls Royce del aire por confort y prestación- viajaban Guillermo Vilas y todo los integrantes del equipo ruso de Copa Davis que perdieron la semifinal contra los nuestros en el parque Roca. En la fila para el trámite de Migraciones, un argentino felicitó a Nikolay Davydenko por la protesta que presentó ante el árbitro porque David Nalbandián había levantado a la gente en el lapso que transcurrió entre dos puntos del partido que jugaron en la mañana del domingo.
La llegada a Köln fue en la tarde del martes. Ahora estamos en la complicada tarea de buscar un lugar donde vivir. Digo estamos porque tengo que hacerlo con ayuda, ya que mi alemán no es suficiente para la búsqueda y, especialmente, para la negociación. Mientras tanto, mi amigo Gustavo Flamma y su familia hacen gala de su enorme generosidad aguantándome en su casa mientras encontramos una para mí.
Mañana tendré mi primer partido de esta temporada. Se enfrentan Colonia, el equipo de esta ciudad, y Schalke. Los hinchas locales no son muy optimistas; su rival es el único líder de la liga y los coloneses tuvieron una vuelta resbaladiza a Primera División, con una victoria, dos empates y dos derrotas en cinco partidos, con el agravante de que como local todavía no ganó y la última presentación en casa fue un duro 0-3 contra Bayern Múnich.
La ciudad está hermosa, igual que como la había dejado cuando viajé a la Argentina cuatro meses atrás. Después de un par de horas de haber llegado ya me sentía como si nunca me hubiese ido. Eso pasa, supongo, con los sitios en los que uno se siente a gusto, como todos ustedes saben que me siento en este lugar del mundo tan distante y tan distinto del nuestro, en el que está previsto que viva los próximos ocho meses de mi vida.
Obviamente, no se cumplieron los plazos fijados en la entrada anterior. Este reencuentro debió haber sido hace más de un mes, pero, como muchos de ustedes saben, esta demora tan perjudicial para el lado materialista y profesional de mi personalidad me tiene como a una víctima. No fui yo, por acción ni omisión, el que retrasó mi regreso a Alemania; y antes de meternos en tema, quiero agradecer a todos aquellos que durante este lapso preguntaron los motivos de la ausencia de nuevos y hasta alentaron la continuidad del blog, a los que les respondía que por su naturaleza, y su título, no daba mucho lugar a escribir mientras permaneciera en Buenos Aires.
Como sea, ya estoy en viaje. Esta vez, el vuelo es directo entre Buenos Aires y Frankfurt y después el tren, el fantástico ICE (Inter City Express), hasta Köln. Ligué mal con el reparto de asientos. Estoy en la fila del medio, en la butaca que da al pasillo de la izquierda. A mi derecha, tres claros exponentes de esa nueva especie llamada a desplazar al “típico porteño piola”: tres “argentos”, de esos que tan bien nos hacen quedar alrededor del mundo. Quizás yo interprete mal el significado del término, pero entiendo por “argentos” a esos individuos que reúnen las peores características de nuestra idiosincracia y se sienten orgullosos de eso. Para que tengan una idea, estos tres muchachos se rieron un buen rato de la azafata de Lufthansa que no había podido servirlos habiéndolo probado en alemán y en inglés, cuando ellos no pudieron articular una sola palabra que no fuera en castellano salvo “beer” (cerveza, en inglés).
El viaje tuvo su momento tenso para mí. Cuando llegué al asiento que tenía asignado en el avión me di cuenta de que me había olvidado uno de los bolsitos de mano en la sala de espera junto a la puerta de embarque. Era justo donde llevaba los documentos y los dos pares de anteojos, todos elementos fundamentales. Le expliqué el problema a una de las azafatas y me dejaron salir. Recorrí la manga contra la corriente, ya que había sido uno de los primeros en subir y todos los demás pasajeros caminaban hacia adentro del avión mientras yo intentaba correr hacia afuera. Para mi alivio, cuando llegué al lugar en el que había estado sentado esperando el bolsito estaba ahí.
El vuelo fue impecable y las excelentes condiciones permitieron compensar buena parte de la media hora de demora que tuvimos en la partida. En el mismo avión, un Boeing 747 –el viejo y querido Jumbo, al que alguien alguna vez me definió como el Rolls Royce del aire por confort y prestación- viajaban Guillermo Vilas y todo los integrantes del equipo ruso de Copa Davis que perdieron la semifinal contra los nuestros en el parque Roca. En la fila para el trámite de Migraciones, un argentino felicitó a Nikolay Davydenko por la protesta que presentó ante el árbitro porque David Nalbandián había levantado a la gente en el lapso que transcurrió entre dos puntos del partido que jugaron en la mañana del domingo.
La llegada a Köln fue en la tarde del martes. Ahora estamos en la complicada tarea de buscar un lugar donde vivir. Digo estamos porque tengo que hacerlo con ayuda, ya que mi alemán no es suficiente para la búsqueda y, especialmente, para la negociación. Mientras tanto, mi amigo Gustavo Flamma y su familia hacen gala de su enorme generosidad aguantándome en su casa mientras encontramos una para mí.
Mañana tendré mi primer partido de esta temporada. Se enfrentan Colonia, el equipo de esta ciudad, y Schalke. Los hinchas locales no son muy optimistas; su rival es el único líder de la liga y los coloneses tuvieron una vuelta resbaladiza a Primera División, con una victoria, dos empates y dos derrotas en cinco partidos, con el agravante de que como local todavía no ganó y la última presentación en casa fue un duro 0-3 contra Bayern Múnich.
La ciudad está hermosa, igual que como la había dejado cuando viajé a la Argentina cuatro meses atrás. Después de un par de horas de haber llegado ya me sentía como si nunca me hubiese ido. Eso pasa, supongo, con los sitios en los que uno se siente a gusto, como todos ustedes saben que me siento en este lugar del mundo tan distante y tan distinto del nuestro, en el que está previsto que viva los próximos ocho meses de mi vida.