jueves, 26 de febrero de 2009

El reinado de Momo

Estamos en época de Carnaval y, como muchos de ustedes saben, el de esta ciudad es famoso en el mundo. Su fama no se debe tanto a la atención que genera fuera de Alemania sino a la intensidad con la que la gente de estos lares lo vive y lo festeja. Es una de las festividades preferidas de los habitantes, alemanes o no, de Colonia.
El jueves pasado comenzó la celebración. No es feriado oficialmente, pero después del mediodía se acaba la actividad laboral. Mucha gente se disfraza y cerca de las cuatro de la tarde se concentra en Chlodwigplatz, donde pasan unos camiones ornamentados como carrozas desde los cuales se lanzan caramelos y otras minucias a los concurrentes, muchos de los cuales ya están munidos de una botella que, generalmente, contiene cerveza. Después de ese rito, la gente se reparte en los muchos bares que tiene la ciudad para seguir el jolgorio y regándolo con todo aquello que se pueda beber hasta la hora que cada uno sea capaz de aguantar.
El Karneval, con distinta intensidad, dura varios días. El sábado, por ejemplo, varias líneas de tranvías modifican su recorrido para llevar a la gente a distintos puntos de concentración para los festejos. El año pasado, ignorante yo de esto, ese sábado me fui a la estación. El tranvía venía al horario de siempre, pero el cartel no era el habitual. Dejé pasar algunos pensando que en el algún momento vendría el mío, el 5. Cuando ya se había hecho demasiado tarde, tuve que recurrir a un taxi. Por eso, este año tomé el recaudo de consultar la página de internet para asegurarme la llegada temprano al estudio y ahí decía que el cambio de recorridos operaba desde la una de la tarde. Este sábado, además, el festejo tuvo un condimento muy especial y el Carnaval fue más Carnaval que nunca: Colonia le ganó a Bayern Múnich 2 a 1 en la mismísima Allianz Arena, un gusto que los renanos no se daban en Baviera desde hacía once años y al que las previsiones le daban escasísimas chances de convertirse en realidad.
El lunes, llamado Rosenmontag, sí es feriado. Después del mediodía, los coloneses se van al centro a ver la máxima atracción: el desfile “oficial” de las carrozas, que tienen un itinerario que abarca varios sectores del centro de Köln, desde las cuales también se lanzan golosinas y pequeños regalos. Casi todo el mundo está disfrazado; algunos eligen disfraces de animales, como osos, leones o conejos, que les permiten estar abrigados. Otros se bancan con entereza, y con pronóstico cierto de gripe también, las exigencias de llevar un disfraz que deje expuestas algunas partes de su humanidad. Los disfraces se pueden comprar por muy poca plata. Con diez euros, o algo menos, se consigue un equipo completo para estar a tono con la celebración.
En las calles angostas los espectadores se ubican en las veredas; en las avenidas, las empresas de transporte de cargas estacionan sus camiones y los largos acoplados sirven como palcos. Casi ningún comercio está abierto; los pocos que trabajan son bares y algunos locales de comida rápida. La música que acompaña al desfile es característica de Carnaval y casi todos los temas son parecidos. A lo largo del recorrido hay baños químicos cada tanto y también puestos de la Deutsches Rotes Kreuz, la Cruz Roja alemana, con una importante cantidad de personal en cada uno de ellos. El dispositivo de prevención también incluye una carpa que funciona como sala de primeros auxilios y varias ambulancias listas para trasladar a cualquiera cuya complicación requiera una atención más compleja. Obviamente, los mayores inconvenientes son generados por los excesos de alcohol, que, a diferencia de lo que nosotros vemos normalmente, no degenera en violencia. Pero aunque sean inofensivos para otros, hay gente que se hace mucho daño a sí misma. Algunos andan por la calle en pésimo estado, con severas dificultades para mantener la vertical; y ni hablar de dar más de dos pasos siguiendo una línea.
También hay puestos donde venden salchichas, que pueden ser hervidas, como habitualmente las comemos en Argentina, o a la parrilla -mejores para mi gusto-. En todos los casos vienen dentro de un pancito redondo al que la salchicha excede largamente a lo largo y se dispone de mostaza, ketchup o curry para condimentarla. A esta última variedad, la más cara y de sabor más picante, se la sirve en rebanadas sobre una bandejita de cartón y con un tenedorcito de plástico para comerla. Es curioso el método del rebanado. La salchicha entra por la parte superior de un tubo y los trocitos salen por debajo. Después le agregan ketchup, le espolvorean el curry y se la sirve, previo pago de tres euros.
Llama poderosamente la atención ver cómo, ni bien terminan de desmontar las estructuras, comienzan con la limpieza de las calles. Hay muchos papeles, algunos restos de los disfraces y muchos vidrios rotos que alguna vez fueron botellas. También los regalitos que van dejando a su paso los caballos que forman parte de algunas de las carrozas. Pasan los camiones que barren los grandes residuos y detrás de ellos van empleados de la empresa adjudicataria del servicio que terminan de agruparlos y los introducen en los vehículos que los retiran. En cuestión de un par de horas todo está como antes del festejo y se puede transitar normalmente.

jueves, 19 de febrero de 2009

El frío, el curso, el Ogro y Cristina

Todavía hace frío. No tendría por qué no hacerlo, ya que estamos en febrero y, por lo tanto, en el invierno boreal. Pero a pesar de que la temperatura se mantiene siempre por debajo de los diez grados, ya no hay nevadas tan intensas como la de los primeros días del año. Hay veces en la que nieva más o menos copiosamente algunos minutos, pero eso no alcanza para una acumulación de nieve que complique los movimientos de la vida diaria. El espectáculo que ofrecen la calle, los techos, los árboles y los autos cubiertos por el manto blanco es tan lindo de ver como perjudicial para la rutina de cada uno de nosotros.
Ya les conté sobre la diversidad de nacionalidades que tenemos en el grupo de estudiantes de alemán que me tocó en suerte. Hay gente de todos los continentes, con excepción de Oceanía y América del Norte. Les actualizo la lista y, de paso, corrijo algún error que cometí en la primera mención: los europeos son dos griegos –ambos hombres-, dos polacas, una búlgara, una lituana, una croata y cuatro españoles –tres damas y un caballero. Dos chicas vienen de Asia: una es japonesa y la otra llegó desde Kirguistán, un pequeño país que formaba parte de la ex Unión Soviética. De África tenemos una chica originaria de Benín y los americanos somos tres: una jamaiquina, una ecuatoriana y un argentino. Cuando menciono esto me viene a la mente un tema del que muchas veces se habló y se habla en algunos medios en Argentina, que es la poca idea que en muchos lugares del mundo se tiene de nosotros y de nuestro continente. Creo que con excepción de Kirguistán, la mayoría de nosotros, me refiero a los argentinos medianamente informados, podríamos ubicar en el mapa sin mayor esfuerzo y con mínimo margen de error a cada uno de los países de los que provienen mis compañeros, podríamos mencionar su capital y hasta podríamos describir la mayor parte de sus banderas. En cambio, sólo los españoles, el profesor y uno de los griegos, que estuvo varias veces en Buenos Aires porque ama bailar tango, pudieron dar más de tres nociones sobre Argentina; y desde ya debo disculparme con nuestro país, porque para varios de mis compañeros, especialmente las mujeres que no gustan del fútbol y apenas conocen a Maradona, yo soy la única referencia concreta que tienen de la “argentinidad”. Con un representante así, tiene razón el mecánico dental víctima de uno de los geniales llamados del doctor Tangalanga cuando dice: “¡Pobre país, pobre país!”
Dentro del grupo, en lo que hace al aprendizaje del idioma, hay dos divisiones más o menos marcadas: los que primero se radicaron en Alemania y después se pusieron a estudiar hablan con más soltura y mejor vocabulario que quienes tuvimos nuestro primer contacto con la lengua de Goethe a través de clases en nuestros países de origen; nuestra ventaja radica en la mayor familiaridad que tenemos con las estructuras gramaticales, lo que nos permite desenvolvernos mejor en la lectura y la escritura. Todos los que formamos parte de ese grupo hemos pasado los veinte años –algunos los pasamos bastante antes que otros- y estamos en ese aula porque así lo hemos decidido y no por una imposición, lo que ayuda a que todos aporten lo suyo para que el curso avance sin mayores contratiempos.
El profesor se esmera en que las clases no sean aburridas. Son tres horas dos veces por semana y él divide cada una de ellas en dos partes, separadas por una pausa de alrededor de quince minutos. En ese descanso, los viciosos salen a un patio descubierto, que es el único ámbito del edificio de la Volkshochschule en el que tienen permitido fumar. Otros pasamos el período de recreo en la planta baja, en una pequeña cantina que no es atendida por nadie y tiene dos expendedoras automáticas; una provee bebidas frías y la otra calientes. No conozco el costo de las gaseosas porque nunca saqué, pero cualquiera de las variedades que ofrece la máquina de café, que incluye chocolate y té, cuesta cincuenta centavos.
Sigo con mi hábito de mantenerme tan al tanto como me es posible de lo que pasa en Argentina. Estoy asombrado, ya hablando de temas un poco más livianos, de la novela de Cristian Fabbiani. Como periodista me siento absolutamente desolado por el tratamiento que desde los medios en general se le dio al asunto. Muchos colegas hablaban de este jugador de buenas condiciones técnicas y casi impresentable forma física como si se tratara de una gran estrella; y el enfoque general fue el de una historia de amor a la camiseta que llegaba a un final feliz y en ese contexto obviaron la seguramente involuntaria pero inestimable colaboración del arquero de Rosario Central en el gol de la victoria de River en Arroyito. Este tema sirvió para renovar una vez más mi orgullo por pertenecer al equipo de radio Continental, el único medio en el que se detuvieron en la cuestión ética del embrollo. Fueron los únicos que mencionaron la desleal actitud de River y Fabbiani para con Newell’s y también los únicos que, aunque no fuera simpático, no se sumaron al elogio desmedido a un futbolista que apenas se destaca de la media y lo hace más por su controvertida personalidad que por los sobrevaluados méritos que reúne en el campo de juego.
Hay elementos alentadores. Después de lo que pasó en Tartagal, que la sacó por unas horas de ese limbo de botox y ganas de venganza contra las entidades rurales en el que parece vivir desde hace tiempo, la Presidente llegó a la brillante conclusión de que uno de los grandes problemas de nuestro país es la pobreza. ¡Gracias por tanta lucidez, Cristina! Estoy empezando a arrepentirme de no haberla votado.

jueves, 12 de febrero de 2009

Pedido satisfecho

Algunos amigos, seguidores de este blog, siempre me dicen que están esperando algún texto en el que cuente acerca de cosas negativas de este lugar. “No puede ser que sea todo perfecto”, dicen casi enojados, aunque no sé con quién. De todas formas, es importante dejar claro que tienen razón. No lo es.
Como hemos contado en más de uno de estos textos, el Estado alemán está muy presente. Cuando una persona no tiene trabajo, se presenta en el Arbeitsamt (la oficina de empleo) y, tras el cumplimiento de los trámites de rigor, se le otorga un subsidio que alcanza los mil quinientos euros por mes, aproximadamente. Según el caso, también se le proveerá del dinero del alquiler de una vivienda acorde con las necesidades del grupo familiar a cargo del desempleado y algunos electrodomésticos básicos como televisor, heladera y lavarropas. La ayuda también incluye descuentos en diversos servicios que están a cargo del Estado, como el transporte, para el cual el Arbeitslos (desempleado) paga el cincuenta por ciento del valor del abono mensual. Con esa asignación de dinero y las ayudas aledañas, a nadie le falta lo imprescindible para su manutención.
No se apuren. Esto que por un lado es un aspecto muy positivo de la organización social alemana tiene también unos cuantos flancos vulnerables al análisis. Me contaban que antes, el beneficiario de esta asistencia debía presentarse una vez por mes para que las autoridades corroboraran que no se había modificado la situación por la cual está recibiendo la ayuda estatal. Actualmente, ese trámite se puede hacer por internet. Esta política, garantista casi al extremo, permite excesos e injusticias.
Así se da el caso, por ejemplo, de un compatriota nuestro que lleva algunos años viviendo en Köln. Se encontró con un amigo que tenemos en común y le contó que había decidido tomarse un año sabático, rentado por el Arbeitsamt, presentándose como desempleado. Como los controles son algo endebles, no le sería difícil salirse con la suya. A veces también se encuentran “mendigos”, que en su mayoría son jóvenes enojados y rebelados contra “el sistema”, del que sólo les parece bien, obviamente, la ayuda económica que ese sistema les facilita y a la cual engrosan pidiendo las monedas con las que compran la cerveza que riega sus largas horas de reunión y charla en alguna vereda colonesa y que también alcanza para darles de comer a los perros que siempre los acompañan. Lo único que puede decirse en favor de ellos es que no son molestos ni agresivos en el pedido. En la estación de ómnibus, que está pegada a la de trenes, hay un viejo micro acondicionado como un pequeño refugio al que estas personas acuden en búsqueda de una ración de comida y de alguna bebida caliente en invierno.
Aunque no es tan estrepitosa como en otros países, en Alemania también se hace notar la famosa “crisis global”. Este país construyó su ventura de las últimas décadas siendo uno de los más importantes exportadores del mundo; muchos de sus clientes están reduciendo gastos y requieren mucho menos de los bienes y servicios que proveen los alemanes. Las empresas dedicadas a rubros que trabajan con acuerdos a largo plazo están un poco más aliviadas en esta coyuntura, ya que ellos están firmados y se cumplirán; el problema lo tienen aquellos cuyos movimientos no permiten esa previsibilidad. Nosotros, los relatores en español de la Bundesliga, estamos entre estos últimos. Nuestra inestabilidad está basada es que estamos en tiempos de renovación de los derechos de emisión de los partidos en el exterior. Algunas de las empresas que adquieren la licencia para retransmitirlos en los países de habla hispana tienen a sus propios periodistas, por lo que no utilizan durante las transmisiones el audio en castellano que se envía desde acá. Eso hace que los nuevos administradores alemanes de la señal internacional estén pensando en deshacerse de un servicio que sus clientes, en principio, parecen no necesitar. No se argumentan cuestiones económicas, ya que el servicio en inglés se mantendrá en cualquier caso y para eso hará falta sostener lo más importante y costoso de la estructura. Dentro del volumen de dinero que se maneja para llevar a cabo este servicio, el gasto que representamos los tres relatores en español es insignificante, pero ellos piensan que no tiene sentido mantenerlo si los licenciatarios no utilizan nuestros comentarios, aunque el precio por el cual se les venden los derechos es el mismo con o sin el audio en castellano. Tiempo atrás ha pasado que, ante la consulta de los alemanes, los dueños de los derechos para Latinoamérica han dicho que querían nuestros relatos aunque no los retransmitieran, ya que lo que nosotros decíamos les servía de guía a los periodistas que comentaban los partidos en cada uno de esos canales. Según se nos dijo, en marzo habrá consultas y, atentos a los resultados de ellas, tomarán una decisión. Nunca hubo quejas para nuestro desempeño (al menos nunca nos llegaron). Como quedó expuesto más arriba, en principio no se trata de una cuestión de (in)capacidad nuestra; o para decirlo mejor, no sólo de eso.
Así todo, mis compañeros y yo somos optimistas y esperamos que las decisiones que se tomen en poco tiempo sean favorables a nuestras aspiraciones de mantener este trabajo que nos llena de legítima satisfacción, permitiéndonos hacer una vida sin sobresaltos a cambio de entregarle lo mejor de cada uno de nosotros a la tarea que más nos gusta hacer, que, en mi caso, desde hace casi veinte años es la única para la que me siento útil.

jueves, 5 de febrero de 2009

La convivencia con lo inaceptable

Hay cosas a las que uno está habituado y no les presta demasiada atención cuando forman parte de su cotidianeidad. Nos hacen más difícil la vida, las padecemos. A pesar de todo esto, nos acostumbramos a la acumulación de sinsabores y, con el paso del tiempo, elaboramos anticuerpos que nos permiten sobrellevarlos mejor en primera instancia y naturalizarlos después, casi olvidándonos de su efecto indudablemente perjudicial. Pero con la perspectiva que dan la distancia y el tiempo vivido fuera del país, la comparación de estas características con otros modelos las convierte en desagradables, molestas o, directamente, inadmisibles.
Alemanes y personas de otros países con los que me encuentro más o menos cotidianamente sienten mucha curiosidad por la Argentina. Saben, obviamente, de Maradona; también del tango, del Che Guevara, de Eva Perón y, más recientemente, tienen a Messi como una referencia de nuestra nacionalidad y mis vecinos germanos siempre le agradecerán al genio de Pekerman no haberlo puesto contra ellos en el partido por los cuartos de final del último Mundial, en el estadio olímpico de Berlín. Últimamente, y como uno de los efectos beneficiosos de la globalización, también cuentan con mucha información acerca de los atractivos turísticos que nuestros país les ofrece a los extranjeros que se interesan en visitarlo.
Cuando los encuentros con esas personas empiezan a ser sucesivos, quieren saber un poco más. Los alemanes me preguntan si me gusta vivir en su país. Les respondo que sí, que me gusta mucho. Quieren saber qué es lo que más me gusta de vivir en Alemania. Les contesto que hay muchas cosas que me atraen y les cito el orden, la previsibilidad, el respeto que reina en cada acción de la vida cotidiana y la posibilidad que entrega este país de vivir tranquilamente. El problema viene cuando me piden que les cuente qué tan diferente es la Argentina en los rubros que cité recién. Cuesta mucho explicarle a alguien que no conozca más o menos profundamente la realidad argentina que efectivos policiales participan de un secuestro extorsivo; más difícil aun es que entiendan –de hecho a uno mismo le cuesta hacerlo- que el secuestrado es hermano de una persona que, según lo que entregan versiones bien informadas, mantenía negocios no del todo transparentes con policías, que lo secuestran con la doble intención de sacarle dinero y marcar territorio ante una avanzada del gobierno de la provincia sobre los cuadros corruptos de la institución.
Es demasiado cuesta arriba hablar sin ruborizarse de los Kirchner –los dos-, D’Elía, Moreno, Moyano, Ulloa -hablo de Rudy, el chofer K devenido en tiempo record en poderoso empresario de los medios-; y ni mencionar el escaso valor que tiene la vida y que queda de manifiesto en tragedias como la de Cromañón, la irresponsabilidad con la que en general nos movemos en el tránsito y, especialmente, la inseguridad metropolitana que, mal que le pese a otro poco presentable como Aníbal Fernández, es bastante más que una sensación. Todo esto sin mencionar un tema del que ya nos hemos ocupado muchas veces, que es el de lo humillante que puede resultar tener la poco feliz idea de ir a ver un partido de fútbol. Pero en este caso puntual y a esta altura, por tratarse de una actividad que no influye decisivamente en la vida de nadie, el que decide es corresponsable de su desventura.
También es complicado que entiendan el famoso problema de las monedas, al que ahora parecen haberle encontrado la solución. La Presidente anunció que en tres meses estará funcionamiento un sistema mediante el cual la gente podrá acceder a los transportes con una tarjeta recargable, lo que hará que no sea imprescindible la portación de monedas para poder viajar. Ese dispositivo, siempre según palabras de la señora Fernández de Kirchner, permitirá terminar con el “negocio” de los acaparadores del dinero metálico, además de permitir un control más exacto de las variables que inciden en el cálculo de los subsidios que el Estado argentino, en los hechos todos nosotros, les otorga a los prestadores privados del servicio de transporte público. Obviamente, los empresarios del sector no están nada conformes con la idea de tener que rendir cuentas, cuando al recibir fondos estatales las auditorías deberían ser cosa frecuente y de ninguna manera molesta, salvo que haya algo que es mejor que no se sepa.
Pero hay más. Imitando lo que se hace en lugares que socialmente están mucho más avanzados que nosotros, se decide implementar el registro de conductor por puntos, que no voy a explicar porque todos los que están leyendo esto saben de qué se trata. Pero como una muestra más de las cosas raras que nos pasan, los más fervientes opositores son los taxistas y colectiveros, justamente los profesionales del volante, los que debieran sentirse aliviados. Lo más absurdo es que el argumento con el cual se oponen a la iniciativa es que la medida atenta contra las fuentes de trabajo. Tranquilos, muchachos. Nada pasará si no cometen infracciones; y si lo hacen, ¿por qué tener privilegios? Pero no, en eso no piensan; si no les gusta, enseguida arman una marcha con que hacen colapsar el tránsito en el centro; y que los demás se jodan. La reacción de mis interlocutores ante esto es una sonrisa repentina y un arqueo de cejas, mezcla de sorpresa e incredulidad; y la mía, de un poco de vergüenza.