Estamos en época de Carnaval y, como muchos de ustedes saben, el de esta ciudad es famoso en el mundo. Su fama no se debe tanto a la atención que genera fuera de Alemania sino a la intensidad con la que la gente de estos lares lo vive y lo festeja. Es una de las festividades preferidas de los habitantes, alemanes o no, de Colonia.
El jueves pasado comenzó la celebración. No es feriado oficialmente, pero después del mediodía se acaba la actividad laboral. Mucha gente se disfraza y cerca de las cuatro de la tarde se concentra en Chlodwigplatz, donde pasan unos camiones ornamentados como carrozas desde los cuales se lanzan caramelos y otras minucias a los concurrentes, muchos de los cuales ya están munidos de una botella que, generalmente, contiene cerveza. Después de ese rito, la gente se reparte en los muchos bares que tiene la ciudad para seguir el jolgorio y regándolo con todo aquello que se pueda beber hasta la hora que cada uno sea capaz de aguantar.
El Karneval, con distinta intensidad, dura varios días. El sábado, por ejemplo, varias líneas de tranvías modifican su recorrido para llevar a la gente a distintos puntos de concentración para los festejos. El año pasado, ignorante yo de esto, ese sábado me fui a la estación. El tranvía venía al horario de siempre, pero el cartel no era el habitual. Dejé pasar algunos pensando que en el algún momento vendría el mío, el 5. Cuando ya se había hecho demasiado tarde, tuve que recurrir a un taxi. Por eso, este año tomé el recaudo de consultar la página de internet para asegurarme la llegada temprano al estudio y ahí decía que el cambio de recorridos operaba desde la una de la tarde. Este sábado, además, el festejo tuvo un condimento muy especial y el Carnaval fue más Carnaval que nunca: Colonia le ganó a Bayern Múnich 2 a 1 en la mismísima Allianz Arena, un gusto que los renanos no se daban en Baviera desde hacía once años y al que las previsiones le daban escasísimas chances de convertirse en realidad.
El lunes, llamado Rosenmontag, sí es feriado. Después del mediodía, los coloneses se van al centro a ver la máxima atracción: el desfile “oficial” de las carrozas, que tienen un itinerario que abarca varios sectores del centro de Köln, desde las cuales también se lanzan golosinas y pequeños regalos. Casi todo el mundo está disfrazado; algunos eligen disfraces de animales, como osos, leones o conejos, que les permiten estar abrigados. Otros se bancan con entereza, y con pronóstico cierto de gripe también, las exigencias de llevar un disfraz que deje expuestas algunas partes de su humanidad. Los disfraces se pueden comprar por muy poca plata. Con diez euros, o algo menos, se consigue un equipo completo para estar a tono con la celebración.
En las calles angostas los espectadores se ubican en las veredas; en las avenidas, las empresas de transporte de cargas estacionan sus camiones y los largos acoplados sirven como palcos. Casi ningún comercio está abierto; los pocos que trabajan son bares y algunos locales de comida rápida. La música que acompaña al desfile es característica de Carnaval y casi todos los temas son parecidos. A lo largo del recorrido hay baños químicos cada tanto y también puestos de la Deutsches Rotes Kreuz, la Cruz Roja alemana, con una importante cantidad de personal en cada uno de ellos. El dispositivo de prevención también incluye una carpa que funciona como sala de primeros auxilios y varias ambulancias listas para trasladar a cualquiera cuya complicación requiera una atención más compleja. Obviamente, los mayores inconvenientes son generados por los excesos de alcohol, que, a diferencia de lo que nosotros vemos normalmente, no degenera en violencia. Pero aunque sean inofensivos para otros, hay gente que se hace mucho daño a sí misma. Algunos andan por la calle en pésimo estado, con severas dificultades para mantener la vertical; y ni hablar de dar más de dos pasos siguiendo una línea.
También hay puestos donde venden salchichas, que pueden ser hervidas, como habitualmente las comemos en Argentina, o a la parrilla -mejores para mi gusto-. En todos los casos vienen dentro de un pancito redondo al que la salchicha excede largamente a lo largo y se dispone de mostaza, ketchup o curry para condimentarla. A esta última variedad, la más cara y de sabor más picante, se la sirve en rebanadas sobre una bandejita de cartón y con un tenedorcito de plástico para comerla. Es curioso el método del rebanado. La salchicha entra por la parte superior de un tubo y los trocitos salen por debajo. Después le agregan ketchup, le espolvorean el curry y se la sirve, previo pago de tres euros.
El jueves pasado comenzó la celebración. No es feriado oficialmente, pero después del mediodía se acaba la actividad laboral. Mucha gente se disfraza y cerca de las cuatro de la tarde se concentra en Chlodwigplatz, donde pasan unos camiones ornamentados como carrozas desde los cuales se lanzan caramelos y otras minucias a los concurrentes, muchos de los cuales ya están munidos de una botella que, generalmente, contiene cerveza. Después de ese rito, la gente se reparte en los muchos bares que tiene la ciudad para seguir el jolgorio y regándolo con todo aquello que se pueda beber hasta la hora que cada uno sea capaz de aguantar.
El Karneval, con distinta intensidad, dura varios días. El sábado, por ejemplo, varias líneas de tranvías modifican su recorrido para llevar a la gente a distintos puntos de concentración para los festejos. El año pasado, ignorante yo de esto, ese sábado me fui a la estación. El tranvía venía al horario de siempre, pero el cartel no era el habitual. Dejé pasar algunos pensando que en el algún momento vendría el mío, el 5. Cuando ya se había hecho demasiado tarde, tuve que recurrir a un taxi. Por eso, este año tomé el recaudo de consultar la página de internet para asegurarme la llegada temprano al estudio y ahí decía que el cambio de recorridos operaba desde la una de la tarde. Este sábado, además, el festejo tuvo un condimento muy especial y el Carnaval fue más Carnaval que nunca: Colonia le ganó a Bayern Múnich 2 a 1 en la mismísima Allianz Arena, un gusto que los renanos no se daban en Baviera desde hacía once años y al que las previsiones le daban escasísimas chances de convertirse en realidad.
El lunes, llamado Rosenmontag, sí es feriado. Después del mediodía, los coloneses se van al centro a ver la máxima atracción: el desfile “oficial” de las carrozas, que tienen un itinerario que abarca varios sectores del centro de Köln, desde las cuales también se lanzan golosinas y pequeños regalos. Casi todo el mundo está disfrazado; algunos eligen disfraces de animales, como osos, leones o conejos, que les permiten estar abrigados. Otros se bancan con entereza, y con pronóstico cierto de gripe también, las exigencias de llevar un disfraz que deje expuestas algunas partes de su humanidad. Los disfraces se pueden comprar por muy poca plata. Con diez euros, o algo menos, se consigue un equipo completo para estar a tono con la celebración.
En las calles angostas los espectadores se ubican en las veredas; en las avenidas, las empresas de transporte de cargas estacionan sus camiones y los largos acoplados sirven como palcos. Casi ningún comercio está abierto; los pocos que trabajan son bares y algunos locales de comida rápida. La música que acompaña al desfile es característica de Carnaval y casi todos los temas son parecidos. A lo largo del recorrido hay baños químicos cada tanto y también puestos de la Deutsches Rotes Kreuz, la Cruz Roja alemana, con una importante cantidad de personal en cada uno de ellos. El dispositivo de prevención también incluye una carpa que funciona como sala de primeros auxilios y varias ambulancias listas para trasladar a cualquiera cuya complicación requiera una atención más compleja. Obviamente, los mayores inconvenientes son generados por los excesos de alcohol, que, a diferencia de lo que nosotros vemos normalmente, no degenera en violencia. Pero aunque sean inofensivos para otros, hay gente que se hace mucho daño a sí misma. Algunos andan por la calle en pésimo estado, con severas dificultades para mantener la vertical; y ni hablar de dar más de dos pasos siguiendo una línea.
También hay puestos donde venden salchichas, que pueden ser hervidas, como habitualmente las comemos en Argentina, o a la parrilla -mejores para mi gusto-. En todos los casos vienen dentro de un pancito redondo al que la salchicha excede largamente a lo largo y se dispone de mostaza, ketchup o curry para condimentarla. A esta última variedad, la más cara y de sabor más picante, se la sirve en rebanadas sobre una bandejita de cartón y con un tenedorcito de plástico para comerla. Es curioso el método del rebanado. La salchicha entra por la parte superior de un tubo y los trocitos salen por debajo. Después le agregan ketchup, le espolvorean el curry y se la sirve, previo pago de tres euros.
Llama poderosamente la atención ver cómo, ni bien terminan de desmontar las estructuras, comienzan con la limpieza de las calles. Hay muchos papeles, algunos restos de los disfraces y muchos vidrios rotos que alguna vez fueron botellas. También los regalitos que van dejando a su paso los caballos que forman parte de algunas de las carrozas. Pasan los camiones que barren los grandes residuos y detrás de ellos van empleados de la empresa adjudicataria del servicio que terminan de agruparlos y los introducen en los vehículos que los retiran. En cuestión de un par de horas todo está como antes del festejo y se puede transitar normalmente.