Todavía hace frío. No tendría por qué no hacerlo, ya que estamos en febrero y, por lo tanto, en el invierno boreal. Pero a pesar de que la temperatura se mantiene siempre por debajo de los diez grados, ya no hay nevadas tan intensas como la de los primeros días del año. Hay veces en la que nieva más o menos copiosamente algunos minutos, pero eso no alcanza para una acumulación de nieve que complique los movimientos de la vida diaria. El espectáculo que ofrecen la calle, los techos, los árboles y los autos cubiertos por el manto blanco es tan lindo de ver como perjudicial para la rutina de cada uno de nosotros.
Ya les conté sobre la diversidad de nacionalidades que tenemos en el grupo de estudiantes de alemán que me tocó en suerte. Hay gente de todos los continentes, con excepción de Oceanía y América del Norte. Les actualizo la lista y, de paso, corrijo algún error que cometí en la primera mención: los europeos son dos griegos –ambos hombres-, dos polacas, una búlgara, una lituana, una croata y cuatro españoles –tres damas y un caballero. Dos chicas vienen de Asia: una es japonesa y la otra llegó desde Kirguistán, un pequeño país que formaba parte de la ex Unión Soviética. De África tenemos una chica originaria de Benín y los americanos somos tres: una jamaiquina, una ecuatoriana y un argentino. Cuando menciono esto me viene a la mente un tema del que muchas veces se habló y se habla en algunos medios en Argentina, que es la poca idea que en muchos lugares del mundo se tiene de nosotros y de nuestro continente. Creo que con excepción de Kirguistán, la mayoría de nosotros, me refiero a los argentinos medianamente informados, podríamos ubicar en el mapa sin mayor esfuerzo y con mínimo margen de error a cada uno de los países de los que provienen mis compañeros, podríamos mencionar su capital y hasta podríamos describir la mayor parte de sus banderas. En cambio, sólo los españoles, el profesor y uno de los griegos, que estuvo varias veces en Buenos Aires porque ama bailar tango, pudieron dar más de tres nociones sobre Argentina; y desde ya debo disculparme con nuestro país, porque para varios de mis compañeros, especialmente las mujeres que no gustan del fútbol y apenas conocen a Maradona, yo soy la única referencia concreta que tienen de la “argentinidad”. Con un representante así, tiene razón el mecánico dental víctima de uno de los geniales llamados del doctor Tangalanga cuando dice: “¡Pobre país, pobre país!”
Dentro del grupo, en lo que hace al aprendizaje del idioma, hay dos divisiones más o menos marcadas: los que primero se radicaron en Alemania y después se pusieron a estudiar hablan con más soltura y mejor vocabulario que quienes tuvimos nuestro primer contacto con la lengua de Goethe a través de clases en nuestros países de origen; nuestra ventaja radica en la mayor familiaridad que tenemos con las estructuras gramaticales, lo que nos permite desenvolvernos mejor en la lectura y la escritura. Todos los que formamos parte de ese grupo hemos pasado los veinte años –algunos los pasamos bastante antes que otros- y estamos en ese aula porque así lo hemos decidido y no por una imposición, lo que ayuda a que todos aporten lo suyo para que el curso avance sin mayores contratiempos.
El profesor se esmera en que las clases no sean aburridas. Son tres horas dos veces por semana y él divide cada una de ellas en dos partes, separadas por una pausa de alrededor de quince minutos. En ese descanso, los viciosos salen a un patio descubierto, que es el único ámbito del edificio de la Volkshochschule en el que tienen permitido fumar. Otros pasamos el período de recreo en la planta baja, en una pequeña cantina que no es atendida por nadie y tiene dos expendedoras automáticas; una provee bebidas frías y la otra calientes. No conozco el costo de las gaseosas porque nunca saqué, pero cualquiera de las variedades que ofrece la máquina de café, que incluye chocolate y té, cuesta cincuenta centavos.
Sigo con mi hábito de mantenerme tan al tanto como me es posible de lo que pasa en Argentina. Estoy asombrado, ya hablando de temas un poco más livianos, de la novela de Cristian Fabbiani. Como periodista me siento absolutamente desolado por el tratamiento que desde los medios en general se le dio al asunto. Muchos colegas hablaban de este jugador de buenas condiciones técnicas y casi impresentable forma física como si se tratara de una gran estrella; y el enfoque general fue el de una historia de amor a la camiseta que llegaba a un final feliz y en ese contexto obviaron la seguramente involuntaria pero inestimable colaboración del arquero de Rosario Central en el gol de la victoria de River en Arroyito. Este tema sirvió para renovar una vez más mi orgullo por pertenecer al equipo de radio Continental, el único medio en el que se detuvieron en la cuestión ética del embrollo. Fueron los únicos que mencionaron la desleal actitud de River y Fabbiani para con Newell’s y también los únicos que, aunque no fuera simpático, no se sumaron al elogio desmedido a un futbolista que apenas se destaca de la media y lo hace más por su controvertida personalidad que por los sobrevaluados méritos que reúne en el campo de juego.
Hay elementos alentadores. Después de lo que pasó en Tartagal, que la sacó por unas horas de ese limbo de botox y ganas de venganza contra las entidades rurales en el que parece vivir desde hace tiempo, la Presidente llegó a la brillante conclusión de que uno de los grandes problemas de nuestro país es la pobreza. ¡Gracias por tanta lucidez, Cristina! Estoy empezando a arrepentirme de no haberla votado.
Ya les conté sobre la diversidad de nacionalidades que tenemos en el grupo de estudiantes de alemán que me tocó en suerte. Hay gente de todos los continentes, con excepción de Oceanía y América del Norte. Les actualizo la lista y, de paso, corrijo algún error que cometí en la primera mención: los europeos son dos griegos –ambos hombres-, dos polacas, una búlgara, una lituana, una croata y cuatro españoles –tres damas y un caballero. Dos chicas vienen de Asia: una es japonesa y la otra llegó desde Kirguistán, un pequeño país que formaba parte de la ex Unión Soviética. De África tenemos una chica originaria de Benín y los americanos somos tres: una jamaiquina, una ecuatoriana y un argentino. Cuando menciono esto me viene a la mente un tema del que muchas veces se habló y se habla en algunos medios en Argentina, que es la poca idea que en muchos lugares del mundo se tiene de nosotros y de nuestro continente. Creo que con excepción de Kirguistán, la mayoría de nosotros, me refiero a los argentinos medianamente informados, podríamos ubicar en el mapa sin mayor esfuerzo y con mínimo margen de error a cada uno de los países de los que provienen mis compañeros, podríamos mencionar su capital y hasta podríamos describir la mayor parte de sus banderas. En cambio, sólo los españoles, el profesor y uno de los griegos, que estuvo varias veces en Buenos Aires porque ama bailar tango, pudieron dar más de tres nociones sobre Argentina; y desde ya debo disculparme con nuestro país, porque para varios de mis compañeros, especialmente las mujeres que no gustan del fútbol y apenas conocen a Maradona, yo soy la única referencia concreta que tienen de la “argentinidad”. Con un representante así, tiene razón el mecánico dental víctima de uno de los geniales llamados del doctor Tangalanga cuando dice: “¡Pobre país, pobre país!”
Dentro del grupo, en lo que hace al aprendizaje del idioma, hay dos divisiones más o menos marcadas: los que primero se radicaron en Alemania y después se pusieron a estudiar hablan con más soltura y mejor vocabulario que quienes tuvimos nuestro primer contacto con la lengua de Goethe a través de clases en nuestros países de origen; nuestra ventaja radica en la mayor familiaridad que tenemos con las estructuras gramaticales, lo que nos permite desenvolvernos mejor en la lectura y la escritura. Todos los que formamos parte de ese grupo hemos pasado los veinte años –algunos los pasamos bastante antes que otros- y estamos en ese aula porque así lo hemos decidido y no por una imposición, lo que ayuda a que todos aporten lo suyo para que el curso avance sin mayores contratiempos.
El profesor se esmera en que las clases no sean aburridas. Son tres horas dos veces por semana y él divide cada una de ellas en dos partes, separadas por una pausa de alrededor de quince minutos. En ese descanso, los viciosos salen a un patio descubierto, que es el único ámbito del edificio de la Volkshochschule en el que tienen permitido fumar. Otros pasamos el período de recreo en la planta baja, en una pequeña cantina que no es atendida por nadie y tiene dos expendedoras automáticas; una provee bebidas frías y la otra calientes. No conozco el costo de las gaseosas porque nunca saqué, pero cualquiera de las variedades que ofrece la máquina de café, que incluye chocolate y té, cuesta cincuenta centavos.
Sigo con mi hábito de mantenerme tan al tanto como me es posible de lo que pasa en Argentina. Estoy asombrado, ya hablando de temas un poco más livianos, de la novela de Cristian Fabbiani. Como periodista me siento absolutamente desolado por el tratamiento que desde los medios en general se le dio al asunto. Muchos colegas hablaban de este jugador de buenas condiciones técnicas y casi impresentable forma física como si se tratara de una gran estrella; y el enfoque general fue el de una historia de amor a la camiseta que llegaba a un final feliz y en ese contexto obviaron la seguramente involuntaria pero inestimable colaboración del arquero de Rosario Central en el gol de la victoria de River en Arroyito. Este tema sirvió para renovar una vez más mi orgullo por pertenecer al equipo de radio Continental, el único medio en el que se detuvieron en la cuestión ética del embrollo. Fueron los únicos que mencionaron la desleal actitud de River y Fabbiani para con Newell’s y también los únicos que, aunque no fuera simpático, no se sumaron al elogio desmedido a un futbolista que apenas se destaca de la media y lo hace más por su controvertida personalidad que por los sobrevaluados méritos que reúne en el campo de juego.
Hay elementos alentadores. Después de lo que pasó en Tartagal, que la sacó por unas horas de ese limbo de botox y ganas de venganza contra las entidades rurales en el que parece vivir desde hace tiempo, la Presidente llegó a la brillante conclusión de que uno de los grandes problemas de nuestro país es la pobreza. ¡Gracias por tanta lucidez, Cristina! Estoy empezando a arrepentirme de no haberla votado.
5 comentarios:
No caben dudas q estàs en el lugar indicado: Alemania es un paìs "frìo" y con mucha "razòn" en sus ciudadanos. Jamàs entenderàs el tema del ogro: este, es un ejemplo de pasiòn. Y te lo digo yo como hincha de Newell's q supo disfrutar de sus habilidades y embroncarse de su "planton". Pero como t dije mi querido amigo, esto es pasiòn. No se razona. Està en el corazòn. El ogro se metiò en el corazon de los hinchas de River por su àngel, su naturalisdad, sus locuras, su espontaneidad, con errores y defectos. Como hincha leproso, redimimos al ogro. lo perdonamos, luego de ver como festejò su gol ante centralito, con la de NOB debajo, y rascandose porque estaba "enfermo de lepra" (asì se lo dijo a Niembro en Fox) ja las caras de los hinchas del SINA... habìa q verlas! ! Que lo hacià para reivindicarse con Newell's? bueno, lo logrò ja.
Y a tus amiguitos de continental, algo "viejitos" en sus apreciaciones, me parece q lo q les molesta, es ya NO ser la radio deportiva màs escuchada y querràn diferenciarce con estos comentarios para ponerse en victimas.
Saludos y gracias por dejarme participar
Danny:
Gracias por tu visita y tu comentario.
De lo de Fabbiani no tengo mucho más que agregar; si te basta con su gesto demagógico para redimirlo, está muy bien que lo hagas.
También te recomendaría, a modo de experiencia, que te acercaras a Alemania alguna vez. Por ahí te das cuenta de que los alemanes no son como pensamos antes de conocerlos de cerca. Mañana juegan el superclásico Schalke y Borussia Dortmund; y lo único que diferencia a este choque de un Newell's - Central, Boca - River, San Lorenzo - Huracán o Racing -Independiente es que todos los que decidan ir a la cancha lo harán con la certeza de que volverán a sus casas tal como se fueron, en condiciones humanas y con todas sus pertenencias.
En Competencia sabemos que no hacemos el programa más escuchado; lo tenemos muy claro. Pero eso no es un problema, porque nos preocupa más quiénes nos escuchan que cuántos son.
Un abrazo y otra vez gracias.
Gracias Fernando, siempre es bueno saber que una es admiradora y fiel oyente de un programa que no piensa en el raiting.
En un país como el nuestro ser "lo más escuchado" o "lo más leído", suele levantar oscuras sospechas en épocas como las que nos toca vivir.
Un beso
Andrea
Al que dejó el último mensaje le digo que no lo publiqué sólo porque no tenía firma, no por lo que decía.
Si volvés a mandarlo diciendo quién sos, lo publico inmediatamente.
Gracias por la visita y por escribir.
Yo creo que uno puede ser apasionado sin necesidad de olvidarse del uso de la razón, es mas no se cómo se hace para que estas dos cosas se excluyan. Si Fernando hubiera tenido que escribir desde la pasión, sin usar la razón no hubiera escrito mas de un párrafo, sin embargo pudo hacerlo, se me ocurre que es porque tiene la capacidad de mezclar ambas cosas, la pasión cuando habla de fútbol, política y sociedad y la razón cuando puede escribir mas de dos líneas de cada una de esas pasiones.
La pasión no entiende de términos medios, es por eso que pienso que si “perdonaron” a este chico Fabbiani (es el que sale en lo de Rial todos los días? ) debe ser porque en algún momento, de alguna u otra manera, la razón la deben haber usado.
Con respecto a lo de Continental, estoy de acuerdo con Andrea.
Saludos, Ro.
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