Alguno me dirá –y yo mismo lo pensé en un principio- que el título del blog podría dejar fuera de contexto cualquier entrada escrita durante mis días en la Argentina, que se extenderán, como mínimo, hasta mediados de agosto próximo. Pero es más fuerte que yo, cosa que, imagino, sabrán disculpar.
Hace casi una semana que estoy de vuelta. En ese lapso, me puso feliz comprobar in situ que mis padres están muy bien después de algunos problemas de salud que ustedes conocen; también me gratifica ver que mi familia en general la pelea y ni hablar de lo cada vez más grandes, hermosos y lúcidos que están Camila e Ian. El jueves, mi hermana llamó a mi casa un rato antes del mediodía para decirme que Ian quería que lo llevara al jardín y que a la tarde fuera a buscarlo. Creo que no hace falta que les diga que, obviamente, alteré los planes que tenía esa tarde para poder cumplir con el pedido de mi sobrino.
Un día antes había llevado la notebook al servicio técnico. Un muchacho muy atento la recibió, tomó nota de los datos y me dijo que en cuarenta y ocho horas me mandarían un correo electrónico para decirme cuál era el problema por el que había dejado de funcionar. Me llamó gratamente la atención tanta presteza, pero la ilusión duró, como diría Sabina, lo que duran dos peces de hielo en un whisky on the rocks. El viernes, el mail no había llegado. Cerca de la hora del cierre del local llamé para preguntar y atendió el mismo pibe, que ante mi reclamo por el vencimiento del plazo que no yo sino ellos mismos habían impuesto para el diagnóstico agregó que podían ser cuarenta y ocho o setenta y dos horas. Después de agradecerle su tan amable como poco fructífera atención y cortar me dije: ¡Estás de vuelta, bienvenido!
Uno de los temas argentinos que más ruido hicieron durante mis meses en Köln, además del conflicto entre el gobierno y los productores rurales, fue el de la inflación. Estos primeros días de regreso en Buenos Aires me van acercando a una percepción real, que podría corroborar –o no- los benditos índices que dibujan descarada e impunemente los Moreno’s boys. El litro de gas oil, que cuando me fui estaba a $ 1,59, ahora está a $ 1,80. En diciembre me cargaban todo lo que estuviese dispuesto a pagar o cupiera en el tanque; ahora, donde hay, está racionado. En la cena con el grupo de fútbol, este jueves pagamos cincuenta pesos por lo mismo que en la despedida de enero rondaba los cuarenta. Aunque no es un gasto que pueda contarse entre las necesidades, el alquiler de la cancha por una hora se fue de sesenta a setenta pesos. Son sólo tres rubros en los que el promedio de incremento es de más del 17% en tres meses. Sin hacer valoraciones acerca de la justificación que pudiesen tener o no estos aumentos, es innegable que tienen una fuerza mucho mayor que la que les reconocen en la Casa Rosada, que se empeña en tomarnos por idiotas e intenta diariamente convencernos de que el Sol sale de noche y la Luna alumbra de día.
También vale la comparación de algunos precios entre Köln y Buenos Aires. El litro de gasoil cuesta allá (en Alemania) algo menos de € 1,40. Por una comida similar a la que disfrutamos el jueves se puede llegar a pagar alrededor de € 30 y la cancha, por una hora y media, nos cuesta € 80. Medio litro de gaseosa en un kiosco se vende a € 1,50 y un litro de yogur bebible de excelente calidad € 0,90. Un bife bien servido de trescientos gramos de carne importada desde nuestro país se paga en Köln entre quince y veinte euros. ¿Cuánto cuesta el mismo plato en algún restaurante de Buenos Aires, a muy pocos kilómetros del lugar en el que la infortunada vaca estuvo pastando hasta horas antes de ser nuestra cena?
Muchos están advertidos, pero a los distraídos les recomiendo no hacer la conversión cambiaria de estos valores a pesos, ya que eso les dará una idea distorsionada de la comparación. Para establecerla correctamente hay que tener en cuenta cuánto cuesta ganar un euro –en este caso en Alemania- y cuánto cuesta ganar un peso en la Argentina y a qué se accede con eso en cada lugar. Ese cotejo nos dejará más que claro que en el imperio de los pingüinos la vida nos resulta bastante más cara que en el Primer Mundo.
En estos días también me reencontré con mi auto y con el placer de manejarlo. Otro tema difícil. Casi nadie respeta las normas de reglamentación y, mucho menos, las que podríamos llamar de cortesía. Entre nosotros, cuando un peatón quiere cruzar por un paso habilitado debe esperar a que no pase ningún auto, ya que difícilmente algún conductor se detendrá para permitirle el cruce. Casi no se usa la luz de giro para cambio de carril, cuando con algo tan simple como eso se puede evitar la necesidad de maniobras bruscas en plena marcha. Los profesionales del volante, paradójicamente, son los que más infracciones cometen y con menos consideración se conducen, como si el hecho de estar trabajando los eximiera de acatar las mismas reglas que rigen los movimientos de todos. Todo esto conduce al caos cotidiano y para mejorarlo no hace falta vivir en un país rico, sino tomar la decisión de hacer un poco más llevadera la vida de todos los días.
Hoy será la jornada de la reincorporación a la radio, al trabajo de todos los días en ese lugar que tanto quiero y en el que comparto las tareas con varios compañeros, algunos de los cuales, en el transcurso de los años, han pasado a ser amigos muy queridos. La vuelta a la actividad en Continental será el último paso hacia el regreso a la normalidad.
Hace casi una semana que estoy de vuelta. En ese lapso, me puso feliz comprobar in situ que mis padres están muy bien después de algunos problemas de salud que ustedes conocen; también me gratifica ver que mi familia en general la pelea y ni hablar de lo cada vez más grandes, hermosos y lúcidos que están Camila e Ian. El jueves, mi hermana llamó a mi casa un rato antes del mediodía para decirme que Ian quería que lo llevara al jardín y que a la tarde fuera a buscarlo. Creo que no hace falta que les diga que, obviamente, alteré los planes que tenía esa tarde para poder cumplir con el pedido de mi sobrino.
Un día antes había llevado la notebook al servicio técnico. Un muchacho muy atento la recibió, tomó nota de los datos y me dijo que en cuarenta y ocho horas me mandarían un correo electrónico para decirme cuál era el problema por el que había dejado de funcionar. Me llamó gratamente la atención tanta presteza, pero la ilusión duró, como diría Sabina, lo que duran dos peces de hielo en un whisky on the rocks. El viernes, el mail no había llegado. Cerca de la hora del cierre del local llamé para preguntar y atendió el mismo pibe, que ante mi reclamo por el vencimiento del plazo que no yo sino ellos mismos habían impuesto para el diagnóstico agregó que podían ser cuarenta y ocho o setenta y dos horas. Después de agradecerle su tan amable como poco fructífera atención y cortar me dije: ¡Estás de vuelta, bienvenido!
Uno de los temas argentinos que más ruido hicieron durante mis meses en Köln, además del conflicto entre el gobierno y los productores rurales, fue el de la inflación. Estos primeros días de regreso en Buenos Aires me van acercando a una percepción real, que podría corroborar –o no- los benditos índices que dibujan descarada e impunemente los Moreno’s boys. El litro de gas oil, que cuando me fui estaba a $ 1,59, ahora está a $ 1,80. En diciembre me cargaban todo lo que estuviese dispuesto a pagar o cupiera en el tanque; ahora, donde hay, está racionado. En la cena con el grupo de fútbol, este jueves pagamos cincuenta pesos por lo mismo que en la despedida de enero rondaba los cuarenta. Aunque no es un gasto que pueda contarse entre las necesidades, el alquiler de la cancha por una hora se fue de sesenta a setenta pesos. Son sólo tres rubros en los que el promedio de incremento es de más del 17% en tres meses. Sin hacer valoraciones acerca de la justificación que pudiesen tener o no estos aumentos, es innegable que tienen una fuerza mucho mayor que la que les reconocen en la Casa Rosada, que se empeña en tomarnos por idiotas e intenta diariamente convencernos de que el Sol sale de noche y la Luna alumbra de día.
También vale la comparación de algunos precios entre Köln y Buenos Aires. El litro de gasoil cuesta allá (en Alemania) algo menos de € 1,40. Por una comida similar a la que disfrutamos el jueves se puede llegar a pagar alrededor de € 30 y la cancha, por una hora y media, nos cuesta € 80. Medio litro de gaseosa en un kiosco se vende a € 1,50 y un litro de yogur bebible de excelente calidad € 0,90. Un bife bien servido de trescientos gramos de carne importada desde nuestro país se paga en Köln entre quince y veinte euros. ¿Cuánto cuesta el mismo plato en algún restaurante de Buenos Aires, a muy pocos kilómetros del lugar en el que la infortunada vaca estuvo pastando hasta horas antes de ser nuestra cena?
Muchos están advertidos, pero a los distraídos les recomiendo no hacer la conversión cambiaria de estos valores a pesos, ya que eso les dará una idea distorsionada de la comparación. Para establecerla correctamente hay que tener en cuenta cuánto cuesta ganar un euro –en este caso en Alemania- y cuánto cuesta ganar un peso en la Argentina y a qué se accede con eso en cada lugar. Ese cotejo nos dejará más que claro que en el imperio de los pingüinos la vida nos resulta bastante más cara que en el Primer Mundo.
En estos días también me reencontré con mi auto y con el placer de manejarlo. Otro tema difícil. Casi nadie respeta las normas de reglamentación y, mucho menos, las que podríamos llamar de cortesía. Entre nosotros, cuando un peatón quiere cruzar por un paso habilitado debe esperar a que no pase ningún auto, ya que difícilmente algún conductor se detendrá para permitirle el cruce. Casi no se usa la luz de giro para cambio de carril, cuando con algo tan simple como eso se puede evitar la necesidad de maniobras bruscas en plena marcha. Los profesionales del volante, paradójicamente, son los que más infracciones cometen y con menos consideración se conducen, como si el hecho de estar trabajando los eximiera de acatar las mismas reglas que rigen los movimientos de todos. Todo esto conduce al caos cotidiano y para mejorarlo no hace falta vivir en un país rico, sino tomar la decisión de hacer un poco más llevadera la vida de todos los días.
Hoy será la jornada de la reincorporación a la radio, al trabajo de todos los días en ese lugar que tanto quiero y en el que comparto las tareas con varios compañeros, algunos de los cuales, en el transcurso de los años, han pasado a ser amigos muy queridos. La vuelta a la actividad en Continental será el último paso hacia el regreso a la normalidad.