En las clases de alemán, además de enseñarnos el idioma, también nos hablaban de los movimientos cotidianos y de las costumbres de los habitantes de este país. Una de las cosas que nos llamó la atención fue que la profesora nos contó que cuando la gente cambia de casa o renueva los muebles, es común que a los viejos los deje en la puerta de su casa, sobre la vereda a disposición de cualquiera que pase y los considere útiles. No siempre son elementos de descarte, muchas veces están en muy buen estado de conservación y funcionando perfectamente. Camas, colchones, heladeras, televisores, mesas, sillas, cualquier cosa. Muchas personas salen por las noches con una bicicleta y un carrito enganchado detrás y recorren la ciudad inspeccionando qué se ha descartado. Muchos han amoblado y equipado sus hogares de esta forma.
En estos días, Olga, una señora uruguaya que llegó a Colonia como exiliada política en la década de los setenta, me avisó que una mujer amiga de ella estaba deshaciéndose de los muebles de la casa de su madre, que falleció hace poco. Fuimos a la casa de esta señora, que nos mostró una por una todas las habitaciones del enorme caserón, típicamente alemán. Por quince euros me quedé con la aspiradora, fundamental para mantener limpia la alfombra que cubre el piso de todo mi departamento, a excepción del baño y la cocina. Comprándola barata en cualquier local de electrodomésticos no me saldría menos del triple; y por la misma suma me vendió un mueble que se convierte en escritorio que está impecable y que resulta ideal para armar mi lugar de trabajo en casa y cuyo costo no bajaría normalmente de los doscientos euros. El sábado, la señora hará un día de puertas abiertas en las que la gente podrá entrar y elegir lo que quiera y necesite y se lo llevará previo acuerdo de un precio con la dueña.
Para seguir refiriéndome a la cotidianeidad de los alemanes, me gustaría volver a una palabra que les mencioné hace poco en otro texto. Es el vocablo Termin, que define a un encuentro pactado entre personas para cualquier fin. Uno hace un Termin para visitar al médico, al peluquero, para que venga el plomero o el que instala el teléfono. Siempre, para encontrarse con un alemán hay que armar uno. Acá no existen las visitas sorpresa; eso de “pasaba por tu casa y vine a ver si me convidás con un café o unos mates” no corre. Si uno cae imprevistamente y toca el timbre de la casa de uno de ellos, éste se sorprenderá al verlo y lo primero que le preguntará es si tenían un Termin que él (el que recibió la visita) pudo haber olvidado.
Mi amigo Gustavo, el dueño de El Rincón y casado con una alemana, reniega del culto del Termin; y lo ejemplifica imaginando un diálogo telefónico parecido a este:
- “Hola, fulanito. Te llamo porque estoy desesperado; quiero suicidarme, pero quiero hablar con vos para ver si podés ayudarme antes de que apriete el gatillo. Necesito verte ya”.
- “Uhh qué mal. Mirá, yo ahora no puedo, estoy ocupado; y mañana y pasado tengo ya varios Termin. Hoy es miércoles... si te queda bien, tengo un rato libre el sábado”.
- “Pero tengo el caño del revólver en la sien, si me cortás, tiro”.
- “¿No podés esperar hasta el sábado? Antes no puedo..."
Gustavo lleva su sarcasmo al extremo, pero resulta muy gracioso escucharlo. También lo es cuando cuenta la cara mezcla de asombro y terror de su esposa una noche en la que estaban cocinando, notaron que les faltaba un limón y él le sugirió a ella ir a pedírselo a una vecina. Fue tal el impacto que a su señora le provocó esa loca idea, que él tuvo que aclararle que no le había dicho que la matase (a la vecina), si no solamente que le preguntara si no tenía un limón que pudiese prestarles.
Creo que de esto se habla cuando se menciona la famosa “frialdad” de esta gente. Pero no hay que confundirse. Como ya dije muchas veces, tienen un marcado sentido de lo que significa la vida en sociedad. La inmensa mayoría tiene un inmenso respeto por las leyes. Por ejemplo, si acá alguien es testigo de un accidente se presentará sin necesidad de que lo obliguen o, directamente, hará una denuncia en caso de presenciar una conducta que lo merezca. Entre nosotros sería un “botón”, un “alcahuete”, un “buchón”. Acá lo hacen con la convicción de que están cumpliendo con su deber de ciudadanos.
Como también lo ofrecen algunas empresas en Buenos Aires, acá se puede comprar conjuntamente el acceso al teléfono, la televisión por cable e internet. Hay planes verdaderamente muy accesibles; en mi caso opté por un plan de tarifa plana de internet de 6 Mb y minutos ilimitados de comunicación a cualquier teléfono de la red fija dentro del territorio alemán de 30 euros por mes, de los cuales se me bonifica la mitad en los primeros seis meses. El sábado 25 de octubre, con la ayuda de mi amigo Roberto, tramitamos por la página la empresa Net Cologne el alta del servicio para mi casa. La última pantalla decía que en los próximos días me enviarían una carta con la fecha del (sí, adivinaron) Termin de instalación. Pero todo no es tan color de rosa, ya que hasta el momento en que estoy publicando esto no tuve ninguna respuesta; este final va dedicado a aquellos que tienen razón cuando siempre me dicen que no todo es perfecto en este país de perfeccionistas.
En estos días, Olga, una señora uruguaya que llegó a Colonia como exiliada política en la década de los setenta, me avisó que una mujer amiga de ella estaba deshaciéndose de los muebles de la casa de su madre, que falleció hace poco. Fuimos a la casa de esta señora, que nos mostró una por una todas las habitaciones del enorme caserón, típicamente alemán. Por quince euros me quedé con la aspiradora, fundamental para mantener limpia la alfombra que cubre el piso de todo mi departamento, a excepción del baño y la cocina. Comprándola barata en cualquier local de electrodomésticos no me saldría menos del triple; y por la misma suma me vendió un mueble que se convierte en escritorio que está impecable y que resulta ideal para armar mi lugar de trabajo en casa y cuyo costo no bajaría normalmente de los doscientos euros. El sábado, la señora hará un día de puertas abiertas en las que la gente podrá entrar y elegir lo que quiera y necesite y se lo llevará previo acuerdo de un precio con la dueña.
Para seguir refiriéndome a la cotidianeidad de los alemanes, me gustaría volver a una palabra que les mencioné hace poco en otro texto. Es el vocablo Termin, que define a un encuentro pactado entre personas para cualquier fin. Uno hace un Termin para visitar al médico, al peluquero, para que venga el plomero o el que instala el teléfono. Siempre, para encontrarse con un alemán hay que armar uno. Acá no existen las visitas sorpresa; eso de “pasaba por tu casa y vine a ver si me convidás con un café o unos mates” no corre. Si uno cae imprevistamente y toca el timbre de la casa de uno de ellos, éste se sorprenderá al verlo y lo primero que le preguntará es si tenían un Termin que él (el que recibió la visita) pudo haber olvidado.
Mi amigo Gustavo, el dueño de El Rincón y casado con una alemana, reniega del culto del Termin; y lo ejemplifica imaginando un diálogo telefónico parecido a este:
- “Hola, fulanito. Te llamo porque estoy desesperado; quiero suicidarme, pero quiero hablar con vos para ver si podés ayudarme antes de que apriete el gatillo. Necesito verte ya”.
- “Uhh qué mal. Mirá, yo ahora no puedo, estoy ocupado; y mañana y pasado tengo ya varios Termin. Hoy es miércoles... si te queda bien, tengo un rato libre el sábado”.
- “Pero tengo el caño del revólver en la sien, si me cortás, tiro”.
- “¿No podés esperar hasta el sábado? Antes no puedo..."
Gustavo lleva su sarcasmo al extremo, pero resulta muy gracioso escucharlo. También lo es cuando cuenta la cara mezcla de asombro y terror de su esposa una noche en la que estaban cocinando, notaron que les faltaba un limón y él le sugirió a ella ir a pedírselo a una vecina. Fue tal el impacto que a su señora le provocó esa loca idea, que él tuvo que aclararle que no le había dicho que la matase (a la vecina), si no solamente que le preguntara si no tenía un limón que pudiese prestarles.
Creo que de esto se habla cuando se menciona la famosa “frialdad” de esta gente. Pero no hay que confundirse. Como ya dije muchas veces, tienen un marcado sentido de lo que significa la vida en sociedad. La inmensa mayoría tiene un inmenso respeto por las leyes. Por ejemplo, si acá alguien es testigo de un accidente se presentará sin necesidad de que lo obliguen o, directamente, hará una denuncia en caso de presenciar una conducta que lo merezca. Entre nosotros sería un “botón”, un “alcahuete”, un “buchón”. Acá lo hacen con la convicción de que están cumpliendo con su deber de ciudadanos.
Como también lo ofrecen algunas empresas en Buenos Aires, acá se puede comprar conjuntamente el acceso al teléfono, la televisión por cable e internet. Hay planes verdaderamente muy accesibles; en mi caso opté por un plan de tarifa plana de internet de 6 Mb y minutos ilimitados de comunicación a cualquier teléfono de la red fija dentro del territorio alemán de 30 euros por mes, de los cuales se me bonifica la mitad en los primeros seis meses. El sábado 25 de octubre, con la ayuda de mi amigo Roberto, tramitamos por la página la empresa Net Cologne el alta del servicio para mi casa. La última pantalla decía que en los próximos días me enviarían una carta con la fecha del (sí, adivinaron) Termin de instalación. Pero todo no es tan color de rosa, ya que hasta el momento en que estoy publicando esto no tuve ninguna respuesta; este final va dedicado a aquellos que tienen razón cuando siempre me dicen que no todo es perfecto en este país de perfeccionistas.
6 comentarios:
Fernando, muy interesante eso de que las clases de idioma incluyan además otro tipo de enseñanzas, como ser costumbres propias de las gentes de allí.
Respecto de lo que contás de los muebles y las visitas he tenido también mis experiencias. En Barcelona levanté con un primo mío de la calle un comodísimo colchón de dos plaza en el cual descansé mucho y muy bien, sillas y un equipo de música en muy aceptables condiciones para estar en la vía publica. Respeto de las visitas no pautas, muchas veces resulta chocante, el caso más extremo lo vivió mi mujer en Londres, donde un hombre llegó a la casa de su madre –donde mi entonces novia estaba de intercambio- cerca de la casa de la hora de la cena y está no lo hizo pasar ya que no le había avisado de su visita. La ironía de tu amigo Gustavo expone bien la esencia de tal asunto. En Europa (aunque es muy presuntuoso hablar de Europa cuando poco tiene que ver los napolitanos con los ginebrinos) las relaciones interpersonales suelen ser muy diferentes a las nuestras, muy distantes, aunque la gente, en general, es cálida, contrariamente a lo que uno se puede imaginar.
Coincido con vos de los bueno del apego a las leyes que allí se vive y la mal entendida viveza que hay acá, pero no me resulta grato que el trato personal sea similar al que uno tiene a través de una ventanilla con un empelado bancario.
Un fuerte abrazo.
No quiero ni pensar en lo que hubiera sido la cara y la reacción de la señora de tu amigo Gustavo si estaba conmigo el día en que me mudé al departamento….vacío, no había mesa, no había sillas, ni heladera, nada en que cocinar…nada de nada…sólo tres personas que intentaban terminar de limpiar cuando resultaron victimas de un exagerado ataque de hambre. Como tampoco teníamos teléfono no podíamos pedir nada…eran las seis de la tarde, una de mis amigas dice “bajemos y compremos en el almacén de la esquina unas salchichas y preparamos unos panchos, rapidito para seguir con la limpieza”, fuimos, pero cuando volvimos me di cuenta que no teníamos en qué hervir las salchichas. Bueno, tomé coraje, sonrisa y toqué timbre en el departamento de al lado, como se me hacía demasiado violento pedirle a la señora que me hirviera las salchichas, le pedí una olla…la cara de mi vecina calculo que se parecía a la cara de la señora de Gustavo, pero muy amablemente me la prestó y encima me preguntó si necesitaba mayonesa! Es que teníamos hambre Fer! El Termin en éste caso se hizo imposible.
Ro
patricio, no sería que el equipo, las sillas y el colchón estaban en la vereda porque el señor se estaba mundando?
qué miseria, ro... una olla!
Y no le pedí un tenedor para sacar las salchichas porque me dio vergüenza!
Saludos. Ro
Estimado Mauricio, no todo fue recogido de la misma vereda, sino tenés razón que podríamos haber desprovisto a alguien de su mobiliario. Te cuento que por aquella época (año 2000) en Barcelona estaba establecido el día en que cada barrio sacaba sus objetos en desuso a la calle y nosotros teníamos un cronograma para equipar, de a poco, nuestro departamento.
Muy gracioso todo lo que contaste. Un saludo desde Temperley!!!
Publicar un comentario