Antes de bajar del avión tenía cierta tensión. Como venía a un país que no es miembro de la Unión Europea tendría que hacer el trámite de migraciones al bajar e imaginaba que el tema se llevaría varios minutos y unas cuantas preguntas de un agente de frontera poco amigable. Acá se produjo la primera sorpresa, porque pude comprobar que los escoceses no son como solemos pensar que son.
Salí rápidamente del aeropuerto de Prestwick y tomé el tren hasta la estación central de Glasgow. El viaje se llevó más o menos media hora. Un guarda recorre los vagones vendiendo los boletos y, como tengo la tarjeta de embarque del avión, el pasaje me cuesta menos. La terminal es una típica estación británica, muy parecida a Retiro o Constitución, con la diferencia de que acá los pasajeros reciben un servicio impecable. Desde allí fui hasta mi hotel en taxi, que en su mayoría tienen un formato muy particular. Son parecidos al viejo Topolino, aunque son algo más grandes y por dentro son muy cómodos y modernos. El chofer está separado de los pasajeros por un cristal que tiene una ranura para pagar y se comunica con ellos con un micrófono y parlantes que están embutidos y casi disimulados en el techo.
Llegué al hotel y alguien había hecho mal los cálculos, por lo que me había reservado la habitación para el día siguiente al de mi llegada. Menos mal que una semana antes ya había detallado todo mi itinerario, si no... La encargada del hotel, como gentileza para compensar el error que ella no había cometido, me hizo llevar a la habitación –sin cargo- un par de botellitas de agua con y sin gas y unas Pringles. Esa noche sólo hubo tiempo para una cena liviana e ir a dormir.
El martes fue una larga jornada de trabajo. El primer paso fue ir al hotel Radisson, donde estaba alojada la selección argentina. No hace falta aclarar que el lobby estaba lleno de periodistas, a los que las autoridades del hotel tenían identificados. Allí se nos dejó trabajar libremente, teniendo como únicos lugares vedados los salones donde los integrantes del plantel argentino desayunaban y almorazaban o cenaban. Cada vez que Diego atravesaba el lobby lo hacía rodeado por algunos colaboradores y un patovica de pésimos modos que mantenía a cualquier persona lejos con un bruto manotazo.
A eso de las 16 se llevó a cabo la conferencia de prensa, para la cual se utilizó un enorme salón para casi cuatrocientas personas que, obviamente, estuvo lleno. Diego estaba tenso porque minutos antes se había enterado del problema de su hija menor, que afortunadamente no fue grave, y quería que se cumpliera estrictamente la media hora que estaba dispuesto a concederles a los medios. A la noche, especialmente hasta el final del horario de nuestro programa, estuvimos en el Radisson intentando –y logrando- algunas notas en vivo con los futbolistas.
El miércoles fue el día del partido. Otra vez al hotel de la selección desde temprano. El control se había vuelto más estricto. Sólo se nos permitía ingresar a los periodistas argentinos y escoceses. Pero no había violencia; sí mucha firmeza. Cuando detectaban a alguna persona no autorizada, la invitaban a retirarse. Insistían tanto que la invitación se tornaba irresistible, sobre todo cuando el intruso veía que a su alrededor había cada vez más encargados de seguridad que, a diferencia del patova de Diego, jamás le ponían un dedo encima a quien debían retirar. Mientras, fuera del hotel, algunos hinchas escoceses mostraban una bandera de su país con la leyenda Church of Maradona (iglesia de Maradona) y otro que con la clásica pollerita y una camiseta argentina mostraba una tapa de diario gigante con la foto de Diego haciéndole el gol con la mano a los ingleses el 22 de junio de 1986, día desde el cual es amado en Escocia.
Por la tarde nos fuimos al estadio Hampden Park. Me encantó. Un verdadero estadio para disfrutar del fútbol, para verlo bien de cerca. Es un óvalo que permitía una excelente visión desde cualquier asiento. Las tribunas sólo estaban separados del campo de juego por una pequeña pared de no más de medio metro de altura que hasta una persona con dificultades motrices podría pasar sin mucho esfuerzo.
Durante el partido, al que no me referiré porque abunda la información al respecto, pude percibir algunas cosas que me llamaron la atención. Antes del comienzo, los carteles electrónicos recordaban la prohibición de fumar y recomendaban a los espectadores permanecer sentados durante el juego. Tres filas debajo de mi asiento, un hincha prendió un cigarrillo y fue rápidamente detectado. Uno de los agentes de seguridad que estaba sentado dentro del campo mirando hacia la tribuna le hizo una seña para que lo apagara, pero no hizo caso. Segundos después apareció una chica que también tenía la campera fluo y lo retiró del estadio. Lo mismo pasó con un hombre que no paraba de insultar a los gritos cuando al acercarse a él comprobaron que estaba muy borracho.
Cuando terminó todo, varios periodistas pidieron por teléfono un taxi para volver al centro de la ciudad. Pasó un rato y no tuvieron noticias; cuentan que estaban en una parada de ómnibus y llegó uno de esos de doble piso, muy comunes acá. Le preguntaron al chofer si su recorrido pasaba cerca del Radisson y les dijo que sí. De a uno empezaron a subir y a buscar las monedas para pagar, pero el conductor les hizo señas de que pasaran. Llegaron al hotel y se pusieron a escribir, lo que estoy terminando de hacer ahora.
Salí rápidamente del aeropuerto de Prestwick y tomé el tren hasta la estación central de Glasgow. El viaje se llevó más o menos media hora. Un guarda recorre los vagones vendiendo los boletos y, como tengo la tarjeta de embarque del avión, el pasaje me cuesta menos. La terminal es una típica estación británica, muy parecida a Retiro o Constitución, con la diferencia de que acá los pasajeros reciben un servicio impecable. Desde allí fui hasta mi hotel en taxi, que en su mayoría tienen un formato muy particular. Son parecidos al viejo Topolino, aunque son algo más grandes y por dentro son muy cómodos y modernos. El chofer está separado de los pasajeros por un cristal que tiene una ranura para pagar y se comunica con ellos con un micrófono y parlantes que están embutidos y casi disimulados en el techo.
Llegué al hotel y alguien había hecho mal los cálculos, por lo que me había reservado la habitación para el día siguiente al de mi llegada. Menos mal que una semana antes ya había detallado todo mi itinerario, si no... La encargada del hotel, como gentileza para compensar el error que ella no había cometido, me hizo llevar a la habitación –sin cargo- un par de botellitas de agua con y sin gas y unas Pringles. Esa noche sólo hubo tiempo para una cena liviana e ir a dormir.
El martes fue una larga jornada de trabajo. El primer paso fue ir al hotel Radisson, donde estaba alojada la selección argentina. No hace falta aclarar que el lobby estaba lleno de periodistas, a los que las autoridades del hotel tenían identificados. Allí se nos dejó trabajar libremente, teniendo como únicos lugares vedados los salones donde los integrantes del plantel argentino desayunaban y almorazaban o cenaban. Cada vez que Diego atravesaba el lobby lo hacía rodeado por algunos colaboradores y un patovica de pésimos modos que mantenía a cualquier persona lejos con un bruto manotazo.
A eso de las 16 se llevó a cabo la conferencia de prensa, para la cual se utilizó un enorme salón para casi cuatrocientas personas que, obviamente, estuvo lleno. Diego estaba tenso porque minutos antes se había enterado del problema de su hija menor, que afortunadamente no fue grave, y quería que se cumpliera estrictamente la media hora que estaba dispuesto a concederles a los medios. A la noche, especialmente hasta el final del horario de nuestro programa, estuvimos en el Radisson intentando –y logrando- algunas notas en vivo con los futbolistas.
El miércoles fue el día del partido. Otra vez al hotel de la selección desde temprano. El control se había vuelto más estricto. Sólo se nos permitía ingresar a los periodistas argentinos y escoceses. Pero no había violencia; sí mucha firmeza. Cuando detectaban a alguna persona no autorizada, la invitaban a retirarse. Insistían tanto que la invitación se tornaba irresistible, sobre todo cuando el intruso veía que a su alrededor había cada vez más encargados de seguridad que, a diferencia del patova de Diego, jamás le ponían un dedo encima a quien debían retirar. Mientras, fuera del hotel, algunos hinchas escoceses mostraban una bandera de su país con la leyenda Church of Maradona (iglesia de Maradona) y otro que con la clásica pollerita y una camiseta argentina mostraba una tapa de diario gigante con la foto de Diego haciéndole el gol con la mano a los ingleses el 22 de junio de 1986, día desde el cual es amado en Escocia.
Por la tarde nos fuimos al estadio Hampden Park. Me encantó. Un verdadero estadio para disfrutar del fútbol, para verlo bien de cerca. Es un óvalo que permitía una excelente visión desde cualquier asiento. Las tribunas sólo estaban separados del campo de juego por una pequeña pared de no más de medio metro de altura que hasta una persona con dificultades motrices podría pasar sin mucho esfuerzo.
Durante el partido, al que no me referiré porque abunda la información al respecto, pude percibir algunas cosas que me llamaron la atención. Antes del comienzo, los carteles electrónicos recordaban la prohibición de fumar y recomendaban a los espectadores permanecer sentados durante el juego. Tres filas debajo de mi asiento, un hincha prendió un cigarrillo y fue rápidamente detectado. Uno de los agentes de seguridad que estaba sentado dentro del campo mirando hacia la tribuna le hizo una seña para que lo apagara, pero no hizo caso. Segundos después apareció una chica que también tenía la campera fluo y lo retiró del estadio. Lo mismo pasó con un hombre que no paraba de insultar a los gritos cuando al acercarse a él comprobaron que estaba muy borracho.
Cuando terminó todo, varios periodistas pidieron por teléfono un taxi para volver al centro de la ciudad. Pasó un rato y no tuvieron noticias; cuentan que estaban en una parada de ómnibus y llegó uno de esos de doble piso, muy comunes acá. Le preguntaron al chofer si su recorrido pasaba cerca del Radisson y les dijo que sí. De a uno empezaron a subir y a buscar las monedas para pagar, pero el conductor les hizo señas de que pasaran. Llegaron al hotel y se pusieron a escribir, lo que estoy terminando de hacer ahora.
5 comentarios:
Fernando, que lindo debe ser conocer un nuevo lugar y una nueva cultura aunque sea por unos pocos días enviado para hacer una cobertura periodística. Seguro se tratará, como lo contas, de largas jornadas de trabajo, pero con la satisfacción de lograr aquello con lo que habrás soñado cuando decidiste dedicarte al periodismo.
Creo que puede escuchar cada una de tus intervenciones en Continental (más, te estoy escuchando en este momento con lo que aún queda en el día después).
Respecto del patovica de Diego, no lo defenderé, como a ninguno de su casta, ya que se me vuelven indigeribles; sólo señalar que una presencia así en ese contexto se explica desde la mala educación y la invasión que suelen exhibir varios periodistas, incapaces de entender un "no" de los protagonistas.
Un fuerte abrazo.
Sabés Patricio que tengo una actitud muy crítica acerca de las conductas del periodismo, pero en los dos días que pasé en el lobby del hotel ningún periodista fue víctima de este sujeto. Todos -los que yo ví al menos- eran hinchas o personas que sólo buscaban una foto o una firma.
No estoy diciendo que era obligación dárselas, sólo digo que el manotazo violento no era lo que correspondía para lo que eran muestras de admiración y, sobre todo, mucho cariño. Mucho más cuando al momento de darlo (al manotazo) en el rostro de este muchacho se dibujaba una mueca de desprecio casi tan grande como el que él mismo se merece.
Un abrazo y gracias por tu constante visita.
Ha sido una gran alegría escucharte durante toda esta semana en Competencia. Cómo en los viejos tiempos.
En este momento estoy escuchando a Víctor Hugo iniciar la transmisión de San Lorenzo vs Lanús, y se me viene a la cabeza la anécdota que alguna vez contaste al aire, en un partido que el Ciclón de Pellegrini le ganó al Granate por 5 a 4. Te acordás que perdiste las llaves del auto, las que luego encontraste abajo de los pupitres de prensa.
Abrazo!!!
SI!!!! es verdad, fue un placer volver a escucharte... beso
Andre
Gracias a todos por la visita y lo que dicen en sus comentarios.
Lo de la llave fue uno de los sustos más importantes de los últimos años; menos mal que dentro de la desesperación tuve la lucidez de empezar la búsqueda por el lugar en el que había estado sentado durante el partido, uno de los pocos de todo Lanús que no estaba lleno de agua. Fue la misma noche en la que López Murphy anunció sus primeras (y últimas) medidas como ministro de economía.
Abrazos y beso respectivamente.
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