No es una sorpresa porque ya lo había visto en la temporada anterior, pero nunca deja de llamar la atención que caminando por una vereda de Ehrenfeld, el barrio de Colonia en el que vivo, se crucen pequeñas liebres desde que el clima entró en su etapa más benévola del año. Andan por ahí, debajo de los arbustos y en cualquier superficie que les ofrezca un poco de verde; y si bien no permiten que la gente se les acerque, tampoco huyen despavoridas. Se mantienen a distancia, atentas; pero se dejan ver. Se ven muchas en los alrededores del edificio del CBC, donde relatamos los partidos de la Bundesliga, y también en los jardines que rodean al enorme geriátrico que está frente a la estación de tranvía de la Gutenbergstraße, donde habitualmente tomo el Straßenbahn de la línea 5.
Algo que sí descubrí hace poco, a pesar de los casi dos años que llevo en esta ciudad y en este barrio, son unas pequeñas plaquetas metálicas que hay en el piso. Están frente a la puerta de algunas casas y recuerdan a muchos habitantes judíos que tuvo Colonia y que fueron detenidos y deportados por los nazis en la época de la Segunda Guerra. En cada una de esas placas figura el nombre de la persona homenajeada –en el caso de las familias los de todos sus integrantes- su fecha de nacimiento, la fecha de su deportación y el campo de concentración al que fue derivada. En algunos de ellos figura la fecha del asesinato y en otras signos de pregunta que dan a entender que no se supo más de esa persona una vez producido su traslado. Mirando un poco más atentamente, en distintos movimientos que tuve que hacer noté que estas chapas están dispersas por casi toda la ciudad. Durante mis primeros tiempos en Köln no había notado la finalidad de estos pequeños cuadros metálicos; pero cuando uno se pone a leerlos no puede evitar una sensación muy particular, un poco de perplejidad y otro poco de repugnancia. En el barrio vive mucha gente muy mayor y uno imagina que pudieron haber sido vecinos con las víctimas de los nazis que están permanente homenajeadas en las veredas. ¿Qué nos contarían si les preguntáramos algo acerca de aquellos tiempos?
No sé por qué no había reparado antes en la presencia de las liebres o por qué no advertí antes el contenido de las placas dispersas por las veredas. Quizás sea porque desde hace un par de meses camino por la ciudad con la sensación de que dentro de poco dejaré de caminarla y, por esa razón, lo hago mirando mucho más atentamente, como queriendo llenar las retinas con cada imagen que entrega este lugar que aprendí a querer tanto en tan poco tiempo. Todavía no está confirmada nuestra continuidad laboral, ya que la empresa que produce la señal internacional de la Bundesliga está renegociando los derechos con los adjudicatarios de América Latina y una de las variables del precio parece ser la entrega o no del relato original en castellano de los partidos y de los resúmenes de cada una de las fechas del campeonato. Una de esas empresas, la norteamericana GolTV –propiedad de los famosísimos (por distintos motivos) Enzo Francescoli y Francisco “Paco” Casal- ya ha dicho que no tiene problema en prescindir de nuestro trabajo y emitir los partidos relatados y comentados por su propia gente. Todavía quedan algunas negociaciones abiertas, pero mis compañeros y yo ya pensamos en nuestra salida. En mi caso mucho más, ya que soy el único de los tres que vive en Colonia sólo por esto y que caída esta posibilidad debería dejar Europa ya que mi visado laboral establece taxativamente que mi permiso se limita únicamente a mi vinculación con la empresa que me tiene contratado y para realizar la tarea que me ha tenido acá los últimos dos años; y si bien mi próximo viaje a la Argentina nunca estuvo en duda, una cosa será hacerlo sabiendo que en agosto estaré otra vez por acá y otra muy distinta abandonar Köln sin fecha cierta de regreso, si es que éste alguna vez se produce efectivamente.
En esta etapa, que uno podría definir como incierta y por eso un poco triste, hay, sin embargo, cosas que reconfortan. Nuestros compañeros ingleses, cuya continuidad está asegurada, no dejan de manifestarnos su apoyo y sus disgusto y tristeza por nuestra muy probable partida. También los alemanes que comparten la tarea con nosotros –operadores de sonido, de video y gráfica, editores, redactores y la gente que está a cargo de las transmisiones en distintos aspectos- nos comentan sin reparos sus ganas de que el grupo de trabajo se mantenga tal como está conformado hasta ahora. Como ya comenté en algunos de estos textos, los alemanes han hecho pedazos, al menos en mi opinión, el concepto que en general se tiene de ellos. Conmigo, y creo que mis compañeros comparten esta impresión, han sido absolutamente cálidos y amables. En lo profesional, extremadamente respetuosos y serviciales por demás. Al principio, además, han tenido la enorme generosidad de hablarme en inglés mientras mi alemán no fuera suficiente para poder llevar a cabo cada transmisión. Para ellos, sigamos acá o no en las próximas temporadas de la Bundesliga, siempre tendré palabras de agradecimiento.
El problema es que esa decisión no depende en absoluto de nosotros ni de ellos; ni siquiera está relacionada con nuestro rendimiento. Se trata de cuestiones de política empresaria que nos exceden por completo y por las que solamente nos queda esperar.
Algo que sí descubrí hace poco, a pesar de los casi dos años que llevo en esta ciudad y en este barrio, son unas pequeñas plaquetas metálicas que hay en el piso. Están frente a la puerta de algunas casas y recuerdan a muchos habitantes judíos que tuvo Colonia y que fueron detenidos y deportados por los nazis en la época de la Segunda Guerra. En cada una de esas placas figura el nombre de la persona homenajeada –en el caso de las familias los de todos sus integrantes- su fecha de nacimiento, la fecha de su deportación y el campo de concentración al que fue derivada. En algunos de ellos figura la fecha del asesinato y en otras signos de pregunta que dan a entender que no se supo más de esa persona una vez producido su traslado. Mirando un poco más atentamente, en distintos movimientos que tuve que hacer noté que estas chapas están dispersas por casi toda la ciudad. Durante mis primeros tiempos en Köln no había notado la finalidad de estos pequeños cuadros metálicos; pero cuando uno se pone a leerlos no puede evitar una sensación muy particular, un poco de perplejidad y otro poco de repugnancia. En el barrio vive mucha gente muy mayor y uno imagina que pudieron haber sido vecinos con las víctimas de los nazis que están permanente homenajeadas en las veredas. ¿Qué nos contarían si les preguntáramos algo acerca de aquellos tiempos?
No sé por qué no había reparado antes en la presencia de las liebres o por qué no advertí antes el contenido de las placas dispersas por las veredas. Quizás sea porque desde hace un par de meses camino por la ciudad con la sensación de que dentro de poco dejaré de caminarla y, por esa razón, lo hago mirando mucho más atentamente, como queriendo llenar las retinas con cada imagen que entrega este lugar que aprendí a querer tanto en tan poco tiempo. Todavía no está confirmada nuestra continuidad laboral, ya que la empresa que produce la señal internacional de la Bundesliga está renegociando los derechos con los adjudicatarios de América Latina y una de las variables del precio parece ser la entrega o no del relato original en castellano de los partidos y de los resúmenes de cada una de las fechas del campeonato. Una de esas empresas, la norteamericana GolTV –propiedad de los famosísimos (por distintos motivos) Enzo Francescoli y Francisco “Paco” Casal- ya ha dicho que no tiene problema en prescindir de nuestro trabajo y emitir los partidos relatados y comentados por su propia gente. Todavía quedan algunas negociaciones abiertas, pero mis compañeros y yo ya pensamos en nuestra salida. En mi caso mucho más, ya que soy el único de los tres que vive en Colonia sólo por esto y que caída esta posibilidad debería dejar Europa ya que mi visado laboral establece taxativamente que mi permiso se limita únicamente a mi vinculación con la empresa que me tiene contratado y para realizar la tarea que me ha tenido acá los últimos dos años; y si bien mi próximo viaje a la Argentina nunca estuvo en duda, una cosa será hacerlo sabiendo que en agosto estaré otra vez por acá y otra muy distinta abandonar Köln sin fecha cierta de regreso, si es que éste alguna vez se produce efectivamente.
En esta etapa, que uno podría definir como incierta y por eso un poco triste, hay, sin embargo, cosas que reconfortan. Nuestros compañeros ingleses, cuya continuidad está asegurada, no dejan de manifestarnos su apoyo y sus disgusto y tristeza por nuestra muy probable partida. También los alemanes que comparten la tarea con nosotros –operadores de sonido, de video y gráfica, editores, redactores y la gente que está a cargo de las transmisiones en distintos aspectos- nos comentan sin reparos sus ganas de que el grupo de trabajo se mantenga tal como está conformado hasta ahora. Como ya comenté en algunos de estos textos, los alemanes han hecho pedazos, al menos en mi opinión, el concepto que en general se tiene de ellos. Conmigo, y creo que mis compañeros comparten esta impresión, han sido absolutamente cálidos y amables. En lo profesional, extremadamente respetuosos y serviciales por demás. Al principio, además, han tenido la enorme generosidad de hablarme en inglés mientras mi alemán no fuera suficiente para poder llevar a cabo cada transmisión. Para ellos, sigamos acá o no en las próximas temporadas de la Bundesliga, siempre tendré palabras de agradecimiento.
El problema es que esa decisión no depende en absoluto de nosotros ni de ellos; ni siquiera está relacionada con nuestro rendimiento. Se trata de cuestiones de política empresaria que nos exceden por completo y por las que solamente nos queda esperar.
5 comentarios:
Fernando viejo!!!, que melancolía me ha trasladado tu columna de hoy, la he leído como si fuera yo el protagonista de las miradas a las liebres, como si fuera el que descubrió las placas que homenajean a los judíos perseguidos o asesinados durante la segunda guerra mundial etc.
Cada uno de los mundiales que me ha tocado cubrir y por lo tanto, ha significado el tiempo más prolongado en una ciudad y alejado de la familia, tenía dos etapas, una primera de descubrimientos, que abarcaba a todo lo que esa ciudad nos podía entregar: museos, calles, plazas, paseos, esquinas, restaurantes, barcitos, bodegones, un lavadero, las ferias, las paradas de subtes, discotecas, tugurios, y hasta algún templo.
En esa etapa de descubrimiento, el encanto de todo era inmenso. A por las cosas buenas de este sitio, dirían los españoles.
La segunda etapa, tenía que ver con la adaptación. Adaptarnos a que por un tiempo (aunque breve), esa es nuestra realidad. Nuestra cotidianeidad, va a estar rodeada de gentes que como primera cosa, son los "dueños" del lugar y además hablan otro idioma.
Pero esa adaptación lleva a la aceptación de todas esas y muchas otras condiciones que el anfitrión pone al bienvenido.
Es el tiempo en que uno comienza a caminar por una ciudad como si le perteneciera de toda la vida. O casi.
Pero, hasta un árbol en un jardín por el que pasamos a menudo, nos saluda y nos reverencia moviendo sus ramas. Al menos así lo creemos y ya.
La última etapa, es el principio del fin. La despedida, el tomar conocimiento, que nuestro tiempo ahí finaliza. Y agudizamos todos los sentidos de forma tal, que cada paso que damos tenga carácter inolvidable. Juro que soy capaz de elegir una camisa "x" solo porque estoy por ir por última vez a desayunar a determinado lugar.
Y quiero recordarlo todo. Así también me transformé cada vez que me tocó en un empedernido observador de los detalles más nimios que un sitio tenga. Solo porque no resisto esa nostalgia del final. De un final a medias, porque la vida sigue y para muchos de pronto, parafraseando a Milan Kundera, "la vida está en otra parte". Y a esa otra parte vamos, o mejos dicho venimos.
Tus liebres me hacen acordar a mis ardillas alemanas.
Las placas recordatorias, a las estaciones de subte de París con sus mosaicos artísticos.
O los parques de Dallas y sus anchas avenidas...
La impronta de cada lugar nos deja una huella. Algunas veces discuto o dialogo conmigo mismo, sobre, cual de las hasta aquí tres experiencias mundialistas que tuve, me gustó más, me llenó mas, me dió más o sencillamente disfruté más. Y nunca me pongo de acuerdo. Un día París me resulta incomparable y lo es. Pero la vida del grupo en Dallas, y tal vez el hecho que fuera el primer mundial, me parecen inigualables. Y luego conocer Alemania y "vivirla" un mes, me parecen la mejor experiencia de mi vida. Cada uno de los lugares ha tenido algo que me ha subyugado. A todos quisiera volver. En todos vivo aunque sea un par de minutos de cada día.
Si finalmente, volvés, que sea lo mejor, pero la nostalgia la has transferido y no sientas culpa. Al contrario. Es que leerte desde aquí me ponía en contacto con ese país, que me fascinó como ningún otro. Tenía en estos relatos, casi una excusa como para creer que de Alemania no había terminado de venirme. Las historias, los relatos, los cuentos, nos hacen por suerte vivir un "cachito" de lo vivido por quien la cuenta. Ese pequeño cordón umbilical con un tiempo y sus emociones que resultaron fantásticas. Demasiado como para creer que al final se apagará con nosotros. Es la ley de la vida.
Celebro esta iniciativa de tu blog.
Y en una esquina cualquiera de Colonia, la que por cierto no conocí, sino por tus narraciones, dejá una gota de silencio en mi nombre. Cosa de tener algo que ir a buscar algún día.
Abrazo.
José Gabriel
Si los casi ochenta textos que se acumularon en este blog en estos dos años no hubiesen generado otra cosa que el comentario anterior, igual habría valido la pena hacerlos.
Un gran abrazo, José; y muchas gracias.
Fernando
Despues de lo que escribio Jose Gabriel, es imposible hacer un comentario decente, asi que solo paso a dejarte un gran saludo, Fernando. Supongo que tambien sera tu deseo, espero ver algun nuevo post en agosto.
Abrazo!
Fernando, después de haber leído un post en el cual nos podemos captar claramente por dónde caminan tus sentimientos en estos días y del delicioso comentario de José Gabriel -una nota en sí misma, con una perla en el final- es muy difícil estar a la altura. Pero no quería dejar de ponerte un comentario, aunque sabés que mi visita a tu blog es habitual.
Es muy cierto eso de que uno tiene los poros más abiertos cuando llega a un lugar nuevo, que luego la vida cotidiana pasa su barniz y que al presentársenos una posible despedida las percepciones vuelven a agudizarse para llevarnos en la memoria cosas que no sabemos si volveremos a ver. Es un buen ejercicio, que tal vez no se realiza cuando se es joven, en la creencia de que lo que se vive jamás será lo último ni por única vez.
Al decir de tu complicada continuidad en Alemania sólo me animo a señalar que la experiencia de esos dos años allí te significará siempre una riqueza en todo sentido que nunca vas a perder. Y si soy egoísta te digo que celebro poder volver a disfrutar de tus comentarios en las transmisiones de Continental, de tus precisas informaciones del oscuro mundo arbitral y de tus reflexiones sobre nuestro fútbol. Aunque bien quisiera que siguiéramos sin tener tu fineza periodística por acá ya que eso implicaría la concreción de tu deseo.
Un fuerte abrazo.
Una vez me dijeron una frase acerca del trabajo, y la aplico todo el tiempo. Trabajo pensando que hasta el más mínimo detalle sirve porque "siempre alguien te ve".
Así creo que trabajaste en Alemania estos dos años, y quedate tranquilo porque "siempre alguien te ve".
La vuelta a Buenos Aires parece cercana, y el regreso a Colonia, probable. Las liebres, como el tango, siempre te esperan.
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