Haciendo las compras uno advierte que, como más de una vez les conté, la vida en Colonia, y en Europa en general con algunas excepciones, resulta mucho más barata que en Argentina en relación con el ingreso que percibe un trabajador medio. Para establecer ese cotejo, obviamente, no hay que hacer la conversión monetaria de acuerdo a la paridad del peso con el euro porque eso entrega un parámetro equivocado. Sí se puede plantear la comparación cotejando qué se puede hacer en cada lado con una unidad de la moneda corriente en cada uno de los países. Acá, haciendo una compra criteriosa no exenta de algún gustito que uno quiera darse, hace falta meter unas cuantas cosas en el changuito para llegar a los cien euros. ¿Qué puede comprarse en Argentina con cien pesos?
Repasemos el precio, naturalmente en la moneda de Unión Europea, de algunos artículos en Kaufland, el supermercado en el que compro la mayor parte de las cosas. Un litro de leche entera de la marca propia cuesta 0,55 y puede trepar hasta 1,00 dependiendo del tipo de leche y de la marca. Un paquete de seis botellas de un litro y medio de agua mineral, que también lleva el logo de la empresa, cuesta 1,19, con una particularidad: con la primera compra hay que pagar los envases, a un precio de 0,25 por botella, con lo que al devolverlo uno tiene pago el próximo pack y hasta le sobran casi cinco centavos por cada una de las seis unidades que lo componen. Esto se hace para evitar que la gente tire como desechos esos envases plásticos, que los empleados del supermercado acumulan en enormes bolsas que luego son retiradas por empresas que les dan un tratamiento especial. Una baguette recién horneada, 0,59 por unidad. Una botella de un litro de Coca Cola se consigue por algo menos de un euro, pero otras bebidas gaseosas o jugos de otras marcas son mucho más económicos. Por cada litro de nafta se paga alrededor de 1,30 y si el combustible que nuestro auto consume es gasoil el precio ronda 1,00. Un kilo de azúcar refinado se vende a 0,80 y media docena de huevos a 1,00. Un kilo de buenos tomates se consigue por 2,30 y medio kilo de berro, por citar la verdura que me gusta comer en ensalada, se compra con 0,50. Si hablamos de fruta, una red con dos kilos de naranjas de España cuesta 1,79, lo mismo que un kilo de bananas, obviamente importadas desde Sudamérica, Ecuador más precisamente. Gracias a mi gran amigo Luis Laca y a mis compañeros de la radio me hice hincha del mate uruguayo, así que compro la yerba con la que se lo toma del otro lado del Río de la Plata. En Alemania no es fácil conseguirla, pero en mi viaje a Italia encontré un local que la vendía a cuatro euros, lo que es barato; mucho más si tenemos en cuenta que no es algo que se venda masivamente y que viene de Brasil.
La conclusión a la que llegamos conversando del tema con otros amigos que están radicados en distintos puntos de Europa es que los productos que componen lo que habitualmente se denomina la “canasta básica” son comparativamente mucho más accesibles, algunos de ellos, inclusive, haciendo la conversión de euros a pesos, lo que en algunos artículos provoca la indignación de saber que son relativamente más baratos acá aun cuando son importados desde el otro lado del Atlántico.
A pesar de todos estos datos positivos, los alemanes son gente medida y cautelosa en general; y cada vez más dejan de manifiesto que no se sienten ajenos a la famosa crisis. Mis amigos dedicados a la gastronomía son los que dicen haber notado más claramente un cambio de conductas en gran parte de la gente. Los franceses, en cuyo bistrot comía muy seguido en mi primeras etapas en Köln, ya no llenan el local dos veces todos los mediodías. Optaron por mantener la calidad de los productos, elevaron un poco los precios y ahora, en lugar de a las 19, cierran a las 22. Nicholas dice que el trabajo ha bajado notoriamente, pero que el negocio todavía se sostiene. Se sirven menos almuerzos, pero creció mínimamente, me contaba ayer, el número de personas que a la pasada se sienta a tomar un café con leche con algo dulce, especialmente a media tarde. Con algo de orgullo, agregó que algunos de los clientes más fieles han mantenido su ritmo de visita. No es para menos; el lugar, desde la ambientación y pasando por la atención y la mercadería, invita a no perdérselo.
Gustavo, el argentino dueño de El Rincón –del que varias veces les hablé- dice que a él, en cambio, los números están dándole un poco mejor. Que en los últimos tiempos no le piden los platos más caros de la carta, pero que en los últimos meses el ritmo de trabajo ha subido sensiblemente. Al ser un bar de tapas español, también altamente recomendable, los comensales tienen la posibilidad de pedir cosas chiquitas en tamaño y en costo, lo que lo convierte en una muy buena opción para aquellos -muchos- que quieren mantener el hábito de comer afuera periódicamente sin que cada salida resulte demasiado onerosa. El ambiente es muy agradable y, además, cuenta con el atractivo de tener varias mesas sobre la vereda, lo que después del duro invierno que nos tocó vivir en esta parte del mundo tienta irresistiblemente a los alemanes, fanáticos del sol, que quieren disfrutar cada minuto de luz natural de los hermosos días que estamos teniendo en Colonia ininterrumpidamente desde hace prácticamente un mes y que elevan a esta ciudad a la categoría de “casi perfecta”.