Llegó el frío. Todavía no es todo lo intenso que dicen que puede llegar a ser en esta parte del mundo, pero en los últimos días se hizo sentir. La llovizna, pertinaz de viernes a domingo, lo hizo un poco más difícil.
Ya pasó la primera mitad del tiempo que durará esta primera etapa de trabajo formal y residencia en Alemania. No tengo quejas, todo se cumplió tal como fue pactado con la gente que me trajo.
Ernesto Aramayo, mi empleador actual, lleva casi cuatro décadas viviendo en este país, al cual llegó desde su Bolivia natal. Trabajó muchos años en la Deutsche Welle y fue el productor, hace años, de Telematch, aquella competencia entre ciudades alemanas que se veía en la televisión argentina en las décadas de los setenta y los ochenta. Con él tuve el primer contacto por correo electrónico en agosto de 2006 y luego visitó la Argentina en febrero de este año, donde acordamos llevar a cabo el período de prueba de abril y mayo y, más tarde, la concreción de la etapa que terminará en diciembre; y parece que todo anda bien para ambas partes, ya que hace pocos días me ofrecieron la continuidad para la segunda parte de la temporada, entre febrero y mayo próximos. Firmamos papeles por una exigencia de la legislación alemana, pero no como una precaución; ambas partes sabíamos que ninguno iba a cambiar arteramente las condiciones a las que nos habíamos comprometido oportunamente. ¿Tan difícil es cumplir con un acuerdo verbal que se selló con un apretón de manos en una oficina?
Es más fuerte que yo, no hay caso; no logro superar la adicción a leer los diarios argentinos a pesar de que no hace mucho les comenté que no era un ejercicio saludable, más aun si estamos atentos a las novedades de los últimos días, en los que quedó claro que los “muchachos” están dispuestos a todo con vistas al próximo domingo ¿Cómo se hará para terminar con eso? ¿Lo lograremos alguna vez?
La estada acá me hizo cambiar un punto de vista con respecto a las elecciones. Antes pensaba que los argentinos que se iban del país por opción, como yo, no tenían por qué votar. Mi razonamiento se basaba en que si uno decide irse en busca de mejores condiciones o tentado por una oferta irresistible debe aceptar, por añadidura, renunciar a participar en decisiones que influirían principalmente en quienes se quedaron a poner el pecho en la Argentina. Ahora creo que no es así, porque estando lejos puedo entender cuál es, en muchos casos, el aspecto más irresistible de las propuestas que recibimos para salir de nuestro país. Créanme que nunca se trata solamente de dinero, aunque es efectivamente importante. Hay un montón de cuestiones anexas que terminan de redondear una buena posibilidad.
En esta sociedad, como en otros habituales destinos de la emigración de los argentinos, hay un enorme respeto por la profesión de cada uno. A nadie le hacen sentir que están haciéndole el favor de darle trabajo, como sucede en la Argentina en muchos casos. Se valora al individuo por lo que es y por el aporte que le hace a la sociedad desde la actividad en la que se desempeña, cualquiera sea. Puedo dar fe de esto después de ver de qué manera me tratan todos los alemanes con los que me toca interactuar en el trabajo y en la vida cotidiana. Cuando mi alemán es insuficiente, nadie duda en intentar el diálogo en inglés con la mejor sonrisa y sin facturarme mis dificultades con el idioma. Siempre estaré agradecido por eso.
También, ya lo mencioné hace un tiempo, combaten duramente contra el racismo. En todos los órdenes y con firmeza. En esta fecha y en la próxima del fútbol alemán se lleva a cabo una iniciativa relacionada con este tema. Espectadores, jugadores y árbitros, antes de los partidos, levantan simultáneamente un cartón rojo que dice “Zeig Rassismus die rote Karte (mostrale tarjeta roja al racismo)”. Todavía quedan racistas, siempre hay alguno por ahí. Pero no hay racismo como tendencia generalizada, sino todo lo contrario.
Por todo esto es que vivir más tranquilo, por lo tanto mejor, es uno de los argumentos más poderosos para sostener la decisión de irse. Porque además, aunque uno se prive de tenerlos cerca, puede ser de más ayuda para los que quedaron allá. Por eso ahora pienso distinto y creo que todos los argentinos tenemos que votar en cualquier lugar del mundo en el que nos encontremos. Con esa inquietud averigüé en el consulado argentino en Bonn los requisitos para votar en las elecciones del 28 de octubre. Pero no podré hacerlo porque debía empadronarme antes del 30 de junio. Está en nosotros ser mejores y pedirles que lo sean a quienes nos conducen. Si mienten, roban, estafan, destruyen y hasta matan con tal de ganar o conservar el poder, hagámoles saber que todo eso tiene un costo. Primero, no votándolos y después, sí o sí y sin concesiones, llevándolos ante la Justicia (a la seria, no a la que armaron a su medida) para rendir cuentas por todas sus tropelías y trapisondas. Los alemanes tienen el país que tienen habiéndolo construido en sesenta años partiendo desde la destrucción total. En ese mismo lapso, la Argentina, que se encontraba en el mejor momento de su historia tras la Segunda Guerra, está devastada por la corrupción y la degradación social, aun habiendo recibido mucho más que Alemania en concepto de créditos y ayuda.
El domingo tenemos otra chance, una más (y van...) de demostrar que la mayoría de nosotros no nos merecemos los gobiernos que venimos padeciendo desde hace décadas. La paradoja es que los que sí los merecen son justamente los que más a salvo están del problema. Son ellos mismos: EL problema.
Ya pasó la primera mitad del tiempo que durará esta primera etapa de trabajo formal y residencia en Alemania. No tengo quejas, todo se cumplió tal como fue pactado con la gente que me trajo.
Ernesto Aramayo, mi empleador actual, lleva casi cuatro décadas viviendo en este país, al cual llegó desde su Bolivia natal. Trabajó muchos años en la Deutsche Welle y fue el productor, hace años, de Telematch, aquella competencia entre ciudades alemanas que se veía en la televisión argentina en las décadas de los setenta y los ochenta. Con él tuve el primer contacto por correo electrónico en agosto de 2006 y luego visitó la Argentina en febrero de este año, donde acordamos llevar a cabo el período de prueba de abril y mayo y, más tarde, la concreción de la etapa que terminará en diciembre; y parece que todo anda bien para ambas partes, ya que hace pocos días me ofrecieron la continuidad para la segunda parte de la temporada, entre febrero y mayo próximos. Firmamos papeles por una exigencia de la legislación alemana, pero no como una precaución; ambas partes sabíamos que ninguno iba a cambiar arteramente las condiciones a las que nos habíamos comprometido oportunamente. ¿Tan difícil es cumplir con un acuerdo verbal que se selló con un apretón de manos en una oficina?
Es más fuerte que yo, no hay caso; no logro superar la adicción a leer los diarios argentinos a pesar de que no hace mucho les comenté que no era un ejercicio saludable, más aun si estamos atentos a las novedades de los últimos días, en los que quedó claro que los “muchachos” están dispuestos a todo con vistas al próximo domingo ¿Cómo se hará para terminar con eso? ¿Lo lograremos alguna vez?
La estada acá me hizo cambiar un punto de vista con respecto a las elecciones. Antes pensaba que los argentinos que se iban del país por opción, como yo, no tenían por qué votar. Mi razonamiento se basaba en que si uno decide irse en busca de mejores condiciones o tentado por una oferta irresistible debe aceptar, por añadidura, renunciar a participar en decisiones que influirían principalmente en quienes se quedaron a poner el pecho en la Argentina. Ahora creo que no es así, porque estando lejos puedo entender cuál es, en muchos casos, el aspecto más irresistible de las propuestas que recibimos para salir de nuestro país. Créanme que nunca se trata solamente de dinero, aunque es efectivamente importante. Hay un montón de cuestiones anexas que terminan de redondear una buena posibilidad.
En esta sociedad, como en otros habituales destinos de la emigración de los argentinos, hay un enorme respeto por la profesión de cada uno. A nadie le hacen sentir que están haciéndole el favor de darle trabajo, como sucede en la Argentina en muchos casos. Se valora al individuo por lo que es y por el aporte que le hace a la sociedad desde la actividad en la que se desempeña, cualquiera sea. Puedo dar fe de esto después de ver de qué manera me tratan todos los alemanes con los que me toca interactuar en el trabajo y en la vida cotidiana. Cuando mi alemán es insuficiente, nadie duda en intentar el diálogo en inglés con la mejor sonrisa y sin facturarme mis dificultades con el idioma. Siempre estaré agradecido por eso.
También, ya lo mencioné hace un tiempo, combaten duramente contra el racismo. En todos los órdenes y con firmeza. En esta fecha y en la próxima del fútbol alemán se lleva a cabo una iniciativa relacionada con este tema. Espectadores, jugadores y árbitros, antes de los partidos, levantan simultáneamente un cartón rojo que dice “Zeig Rassismus die rote Karte (mostrale tarjeta roja al racismo)”. Todavía quedan racistas, siempre hay alguno por ahí. Pero no hay racismo como tendencia generalizada, sino todo lo contrario.
Por todo esto es que vivir más tranquilo, por lo tanto mejor, es uno de los argumentos más poderosos para sostener la decisión de irse. Porque además, aunque uno se prive de tenerlos cerca, puede ser de más ayuda para los que quedaron allá. Por eso ahora pienso distinto y creo que todos los argentinos tenemos que votar en cualquier lugar del mundo en el que nos encontremos. Con esa inquietud averigüé en el consulado argentino en Bonn los requisitos para votar en las elecciones del 28 de octubre. Pero no podré hacerlo porque debía empadronarme antes del 30 de junio. Está en nosotros ser mejores y pedirles que lo sean a quienes nos conducen. Si mienten, roban, estafan, destruyen y hasta matan con tal de ganar o conservar el poder, hagámoles saber que todo eso tiene un costo. Primero, no votándolos y después, sí o sí y sin concesiones, llevándolos ante la Justicia (a la seria, no a la que armaron a su medida) para rendir cuentas por todas sus tropelías y trapisondas. Los alemanes tienen el país que tienen habiéndolo construido en sesenta años partiendo desde la destrucción total. En ese mismo lapso, la Argentina, que se encontraba en el mejor momento de su historia tras la Segunda Guerra, está devastada por la corrupción y la degradación social, aun habiendo recibido mucho más que Alemania en concepto de créditos y ayuda.
El domingo tenemos otra chance, una más (y van...) de demostrar que la mayoría de nosotros no nos merecemos los gobiernos que venimos padeciendo desde hace décadas. La paradoja es que los que sí los merecen son justamente los que más a salvo están del problema. Son ellos mismos: EL problema.
1 comentario:
Es una alegria haber encontrado tu blog y una enorme satisfaccion de leer tus comentarios. Lo encontre en un comentario en el blog de Reinaldo Martinez.
Tengo una gran admiracion por los ordenados pueblos europeos y me alegra mucho que puedas estar disfrutando de ese orden y comfort.
Pero tene en cuenta para futuros comentarios la falta de libertad de esos paises, estoy seguro que no podes tirarte en la vereda a tomar cerveza del pico, ni tampoco movilizarte en un ciclomotores sin escape. Seguramente en los estadios no tendras libertad de tirarle piedras, butacas, botellas, o lo que hubiere a mano a los jugadores o al tecnico.
Lo unico que piensa el gobierno de esos paises es cuidar a la enorme mayoria de ciudadanos de clase media y darles pautas justas para llegar al mejor nivel de vida posible, descuidando a la minoria de delincuentes y vandalos... una verdadera dictadura, no?
Un abrazo,
J.
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