No se trata sólo del ya inmortal café de la esquina de Gaona y Boyacá, al que le canta el genial Cacho Castaña. Esas tres palabras definen también con un alto grado de fidelidad al otoño colonés, en el que el sol es menos frecuente que una aparición pública presentable del presidente de River, José María Aguilar.
Ya pasaron tres meses de estada en esta ciudad y ese era el lapso por el cual se me permitía estar en Alemania desde mi ingreso, el 9 de agosto último. Por eso, hubo que hacer otra presentación en la oficina de extranjeros de Bergisch Gladbach, distante treinta kilómetros del centro de Köln.
Hay que estar atento a la hora de tomar un tranvía o un subte. A diferencia de los nuestros, que tienen recorridos fijos, desde la misma estación se puede alcanzar varios destinos. No hay molinetes ni seguridad privada en los accesos. El ticket se saca en máquinas expendedoras que están en los andenes o arriba de los trenes. Si se viaja con la bicicleta, el costo es algo mayor. Se puede hacer el intento de viajar sin boleto y a veces puede resultar, pero no es recomendable; los inspectores suelen estar sentados en el tren disimulados como un pasajero más. Cuando encuentran a un “colado” lo invitan a bajar en la próxima parada, donde estará esperando una patrulla policial que labrará un acta de infracción que será redimida con el pago de 40 euros de multa. Ese monto más el embarazoso momento que representa ser “pescado” no justifican el ahorro de los 3,20 euros que cuesta el tramo más largo de viaje dentro de Colonia y las localidades vecinas. Mi tranvía es el número 1, el que termina en Bensberg. Lo tomé en Neumarkt, una especie de plaza Once donde confluyen varias líneas de transporte público. El tren se detiene casi un minuto en la estación siguiente, Heumarkt; enfrente hay en construcción un edificio público y por más que lo busco no hay caso, no lo encuentro. En el cartel que informa sobre los detalles de la obra no figuran el nombre ni, mucho menos, el rostro del Burgermeister (jefe de gobierno o intendente, si no se enoja el suegro de Shakira). En la cabecera del recorrido está esperándome mi jefe para acompañarme.
Debemos ir al primer piso, a la oficina en la que está mi expediente desde la primera Anmeldung (alta). Nos atiende la misma chica de aquella vez, tan delgada como atenta, que nos recuerda de la visita anterior y nos invita a sentarnos mientras busca mi nombre en el sistema. Primero pide la documentación de rigor: el pasaporte, el nuevo contrato de trabajo vigente hasta mayo próximo y un resumen de mi cuenta bancaria donde consta el ingreso del dinero de mi remuneración. Hay que llenar un formulario que lleva algunos minutos, por lo que salimos al pasillo y nos sentamos alrededor de unas mesas que están dispuestas para eso. Después, en la planta baja, tengo que hacerme una foto biométrica. Es una cabina que tiene una pantalla y se empieza con el proceso poniendo un dedo sobre ella; para elegir el idioma aparecen banderas de varios países y el dedo índice de la mano derecha va hacia la roja y amarilla de España. Una voz me va guiando, recomendándome introducir el importe justo, seis euros, porque no da cambio. Me indica que me siente de forma tal que el rostro me quede dentro del espejo que tengo delante tomando como ejemplo una imagen que muestra la pantalla y que no me ría. La máquina me informa que se intentarán tres tomas; viene la primera y una franja verde debajo la convalida; las dos siguientes no son apropiadas y la franja es de color rojo. La elección es fácil, así que el dedo va hacia la única toma aceptable. A los treinta segundos salen las impresiones, con cuatro fotos tamaño carnet y una más grande a un costado. Ya de vuelta en la oficina, el trámite dura pocos minutos más. La empleada saca una de las fotos de la plancha que le entregué y se la lleva. Al minuto vuelve con dos etiquetas que pega en páginas libres del pasaporte; una de ellas es la nueva visa y la otra es una constancia de que estoy trabajando legalmente en Alemania y me evitará inconvenientes para mi ingreso a este país cuando vuelva a fines de enero próximo.
Son las cinco y media de la tarde y la ventana del bistrot de mis amigos franceses deja que ver que ya es de noche desde hace un buen rato. Ayer, domingo 11, comenzó en Köln la celebración del carnaval. Todos los años, los coloneses se disfrazan para esta fecha y a las 11.11 del 11 del 11, el Burgermeister inicia oficialmente los festejos abriendo un enorme barril de cerveza, en la plaza de Neumarkt. Como se podrán imaginar, corre gran cantidad de la bebida preferida de los alemanes. Pero no hay excesos ni incidentes de ningún tipo, la gente celebra y no se molesta entre sí. Ya lo comenté antes, pero creo que vale la pena volver a destacar el grado de civismo y urbanidad que reina acá. Existe un enorme respeto por el semejante, aun por aquel con el que se tienen radicales diferencias y de toda índole. No hace falta caminar mucho para encontrar gente de las más variadas razas y religiones; en el barrio donde vivo predominan los turcos, pero hay africanos, latinos y personas llegadas desde otros países de Europa, no sólo del sector oriental del continente sino también de España, Francia e Italia, países en los que no existe la necesidad de emigrar para encontrar una realidad mejor. Todos conviven pacíficamente y, cada uno desde su lugar, hacen su aporte al muy buen nivel de vida que ofrece Köln, una ciudad a la que siempre le agradeceré las enseñanzas que la escuela de sus noches (y sus días) le aportaron a mis días (y a mis noches).
Ya pasaron tres meses de estada en esta ciudad y ese era el lapso por el cual se me permitía estar en Alemania desde mi ingreso, el 9 de agosto último. Por eso, hubo que hacer otra presentación en la oficina de extranjeros de Bergisch Gladbach, distante treinta kilómetros del centro de Köln.
Hay que estar atento a la hora de tomar un tranvía o un subte. A diferencia de los nuestros, que tienen recorridos fijos, desde la misma estación se puede alcanzar varios destinos. No hay molinetes ni seguridad privada en los accesos. El ticket se saca en máquinas expendedoras que están en los andenes o arriba de los trenes. Si se viaja con la bicicleta, el costo es algo mayor. Se puede hacer el intento de viajar sin boleto y a veces puede resultar, pero no es recomendable; los inspectores suelen estar sentados en el tren disimulados como un pasajero más. Cuando encuentran a un “colado” lo invitan a bajar en la próxima parada, donde estará esperando una patrulla policial que labrará un acta de infracción que será redimida con el pago de 40 euros de multa. Ese monto más el embarazoso momento que representa ser “pescado” no justifican el ahorro de los 3,20 euros que cuesta el tramo más largo de viaje dentro de Colonia y las localidades vecinas. Mi tranvía es el número 1, el que termina en Bensberg. Lo tomé en Neumarkt, una especie de plaza Once donde confluyen varias líneas de transporte público. El tren se detiene casi un minuto en la estación siguiente, Heumarkt; enfrente hay en construcción un edificio público y por más que lo busco no hay caso, no lo encuentro. En el cartel que informa sobre los detalles de la obra no figuran el nombre ni, mucho menos, el rostro del Burgermeister (jefe de gobierno o intendente, si no se enoja el suegro de Shakira). En la cabecera del recorrido está esperándome mi jefe para acompañarme.
Debemos ir al primer piso, a la oficina en la que está mi expediente desde la primera Anmeldung (alta). Nos atiende la misma chica de aquella vez, tan delgada como atenta, que nos recuerda de la visita anterior y nos invita a sentarnos mientras busca mi nombre en el sistema. Primero pide la documentación de rigor: el pasaporte, el nuevo contrato de trabajo vigente hasta mayo próximo y un resumen de mi cuenta bancaria donde consta el ingreso del dinero de mi remuneración. Hay que llenar un formulario que lleva algunos minutos, por lo que salimos al pasillo y nos sentamos alrededor de unas mesas que están dispuestas para eso. Después, en la planta baja, tengo que hacerme una foto biométrica. Es una cabina que tiene una pantalla y se empieza con el proceso poniendo un dedo sobre ella; para elegir el idioma aparecen banderas de varios países y el dedo índice de la mano derecha va hacia la roja y amarilla de España. Una voz me va guiando, recomendándome introducir el importe justo, seis euros, porque no da cambio. Me indica que me siente de forma tal que el rostro me quede dentro del espejo que tengo delante tomando como ejemplo una imagen que muestra la pantalla y que no me ría. La máquina me informa que se intentarán tres tomas; viene la primera y una franja verde debajo la convalida; las dos siguientes no son apropiadas y la franja es de color rojo. La elección es fácil, así que el dedo va hacia la única toma aceptable. A los treinta segundos salen las impresiones, con cuatro fotos tamaño carnet y una más grande a un costado. Ya de vuelta en la oficina, el trámite dura pocos minutos más. La empleada saca una de las fotos de la plancha que le entregué y se la lleva. Al minuto vuelve con dos etiquetas que pega en páginas libres del pasaporte; una de ellas es la nueva visa y la otra es una constancia de que estoy trabajando legalmente en Alemania y me evitará inconvenientes para mi ingreso a este país cuando vuelva a fines de enero próximo.
Son las cinco y media de la tarde y la ventana del bistrot de mis amigos franceses deja que ver que ya es de noche desde hace un buen rato. Ayer, domingo 11, comenzó en Köln la celebración del carnaval. Todos los años, los coloneses se disfrazan para esta fecha y a las 11.11 del 11 del 11, el Burgermeister inicia oficialmente los festejos abriendo un enorme barril de cerveza, en la plaza de Neumarkt. Como se podrán imaginar, corre gran cantidad de la bebida preferida de los alemanes. Pero no hay excesos ni incidentes de ningún tipo, la gente celebra y no se molesta entre sí. Ya lo comenté antes, pero creo que vale la pena volver a destacar el grado de civismo y urbanidad que reina acá. Existe un enorme respeto por el semejante, aun por aquel con el que se tienen radicales diferencias y de toda índole. No hace falta caminar mucho para encontrar gente de las más variadas razas y religiones; en el barrio donde vivo predominan los turcos, pero hay africanos, latinos y personas llegadas desde otros países de Europa, no sólo del sector oriental del continente sino también de España, Francia e Italia, países en los que no existe la necesidad de emigrar para encontrar una realidad mejor. Todos conviven pacíficamente y, cada uno desde su lugar, hacen su aporte al muy buen nivel de vida que ofrece Köln, una ciudad a la que siempre le agradeceré las enseñanzas que la escuela de sus noches (y sus días) le aportaron a mis días (y a mis noches).
2 comentarios:
Si en estos días te cruzas con el diablo, no te dejes convencer con falsas promesas (como en el cuento), porque no es lucifer, sino un señor disfrazado de rojo.
Sol y frío por aquí Fer, mucho viento, polvillo por todos lados, las castañas tienen unos precios que solamente las compramos uno cacho de una de ellas para el propio fin de año y luego haremos un gran sorteo para ver a cual de toda la familia le toca, cuando celebremos que este año termina y ya no tendremos más a Néstor minitiendo índices. Como la castaña durará muy poco en la boca del que tenga el beneficio de saborearla, nos daremos cuenta pronto que entre nosotros está Cristina, que tiene los pómulos y los labios afines a casi todas las señoras bien de Buenos Aires, de más de cincuenta de estos tiempos. No es poca cosa, así nadie la desconocería como de otra tribu.
Por suerte las nueces, también están muy caras este verano. Digo por suerte, por dos razones, una porque aquí es verano y las que debimos comer en junio-julio-agosto, decidimos, tan colonizados que somos, comerlas ahora, solo porque otros las comen "ahora" (obvio que este es un tema remanido y re-sabido). El otro beneficio que tiene el precio de las nueces es que por lo general son un poco pesadas para la digestión y si además la ingesta de una de ellas coincide con la necesidad de tomar un bus del transporte urbano de Córdoba, entonces estamos frente a un problema importante. Si le sumamos los aceites que desprenden estos benditos frutos y lo que se hamaca el colectivo, no hay forma de escapar de una descompostura.
Porque aquí además de las calles todas destruídas, poseadas, tenemos choferes que debieron ser pilotos de carreras de autos, y no colectiveros. Tienen esa insana costumbre de acelerar esos bólidos destartalados para luego frenar al llegar a la esquina, con lo cual el tiempo en hacer esos pequeños "parciales" es exactamente el mismo, que si aceleraran cuidadosamente, sin maltratar el "ganado"; digo el pasaje; y luego frenaran pacientemente para evitar que todos "vayamos a buscar el centro".
Hoy viví la experiencia suprema de que uno de estos "maestros" del volante frenara en una calle de tierra, con las puertas delantera y trasera abiertas, con lo cual la nube de polvo hizo que quienes estabamos en la parte posterior del micro, ni nos enteraramos que el aparato tiene parte anterior. Tres paradas después le volvimos a ver la cara a ese pobre infeliz de anciano que estaba sentado en su correspondiente primer asiento: el viejo había cerrado los ojos y lo peor es que no fue para siempre. Digo lo peor, porque en realidad pobre hombre a su edad tener que sufrir la condena de tomar transporte urbano en esta ciudad, bien le valía la posibilidad del martirologio.
Pero siguiendo el tema del transporte, en algo nos parecemos: aquí también algunos colectivos cambian el recorrido, como ahí en Alemania (yo sabía que Cristina no nos iba a defraudar!!! vamos carajo) eso si, no de acuerdo a un plan previsto sino porque la mayoría de las calles están rotas y porque como hoy el E1, rompió la caja de cambios a tres cuartos de recorrido y todos debieron tomar el N3 para seguir camino. Obviamente no el mismo. Viste que ya estamos empezando a parecernos a Alemania!!! si hasta me parece que Nacho, Rochi que son morochos como Olguita, están medio gringuitos y todo... ¡buenísimo!!!
Un poco de humor nada más, y algunos paralelos que ilustran y recuerdan. Solo eso Fernando, un mero ejercicio para saber que mientras hacemos la vida lo mejor que podemos, no siempre nos rodean seres que quieren lo mismo.
Pero no es queja, apenas un poco de morbo sobre una realidad que pretendemos distinta.
Un abrazo "cööördobee" y uruguayyyyo a la ve'.
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