lunes, 3 de diciembre de 2007

Fin de año


Empezó el mes de diciembre y, con él, la cuenta regresiva para la Navidad. También, aunque en este caso será más corta, la de mi regreso temporario a la Argentina. Desde Frankfurt y vía Río de Janeiro, está previsto para dentro de dos semanas exactamente.
En esta parte de cada año se inician los Weihnachtsmarkt (mercados de Navidad), para lo que en distintos puntos de la ciudad se montan puestos portátiles de madera en los que se ofrecen distintas especialidades. Se puede conseguir juguetes artesanales, preferentemente hechos con madera, tejidos, adornos navideños y bijouterie.
En la tarde lluviosa del domingo pasé por dos de ellos: uno está en Rudolfplatz y el otro en Neumarkt, dos lugares que les mencioné en entradas anteriores. Para que tengan una idea, imagínense que estas ferias se ubican en lugares estratégicos como podrían ser las plazas Miserere o Constitución. Esos pequeños locales están distribuidos de manera tal que se forman angostos pasillos entre ellos, en los que no fue difícil notar un detalle: la gente, en su inmensa mayoría, camina por la derecha ordenando el tránsito como si se tratara de autos sobre una calle. De ese modo, el movimiento de personas es fluido a pesar de la gran cantidad de concurrentes.
También es muy variada la oferta de comestibles típicos. Se ofrece desde las clásicas salchichas con chucrut o variantes de pescado hasta waffles e incontables chocolates y dulces. Pero una de las cosas más buscadas es el Gluhwein, que es un vino tinto que sirve caliente con el agregado de algunas especias como albahaca, canela, laurel y otras. Cada uno cuesta dos euros y se debe pagar uno más por el vaso, aunque ese monto se recupera al devolverlo. Había largas filas frente a cada uno de los puestos en lo que se lo conseguía; como me habían recomendado muy especialmente probarlo, compré el mío donde encontré menos gente. Tiene muy buen sabor y es un interesante aporte de calorías para las jornadas frías como la de ayer, en la que la temperatura rondaba los cinco grados y antes de la cinco de la tarde ya era casi totalmente de noche. Pero para que la crónica no omita ningún detalle debo agregar que el dolor de cabeza que me produjo el Gluhwein resistió varias horas antes de dejarme en paz.
Nadie se acobarda por la lluvia, que no afloja. Todos caminan tranquilamente y sin apuro, aun lo que no están debidamente protegidos; Yo soy uno de ellos; en realidad, tengo buen abrigo salvo en la azotea, a la que la campera sin capucha deja librada a los rigores de la intemperie. Con las dos manos rodeando el vaso, como la mayoría de la gente, sigo caminando. Es irresistible la tentación de frenarse ante los bombones (acá se llaman Praline) y cada una de las delicias hechas en base a chocolate, blanco y negro, que usan para bañar bananas, frutillas, nueces y almendras, entre otras cosas. Las frutas secas son utilizadas en muchísimas especialidades, una más rica que la otra.
Un chino pintaba esferas de cristal, pero del lado de adentro introduciendo el pincel por un pequeño orificio. Los dibujos son muy chiquitos, por lo que cuesta creer la habilidad de este hombre para hacerlos. Un señor ofrecía juguetes hechos con madera balsa, algunos de ellos espectaculares, como un portaaviones con sus correspondientes avioncitos, helicópteros y todo, un karting, un camión, autitos, etcétera. Una chica rubia de ojos increíbles vende prendas tejidas, que pueden ser gorros, bufandas o unos guantes muy particulares en los que las yemas de los dedos quedan descubiertas. Una pelirroja con antiparras azules trabajaba con vidrio, al que ablandaba con un mechero cada vez que tenía que hacer algún retoque a la pieza que estaba creando.
El club de fútbol de la ciudad no podía estar ausente. En uno de los puestos se puede conseguir todo el merchandising alusivo al F.C. Köln; están todos los modelos de la camiseta, bufandas, tazas, vasos, gorritos y llaveros; esta es una ciudad muy grande, que siente mucho el fútbol y la gente está entusiasmada porque después de la victoria de ayer por tres a cero ante Augsburgo, el equipo de la ciudad se ubicó tercero y, por primera vez en mucho tiempo, ocupa un puesto de ascenso. La única salvedad es que todavía faltan diecinueve fechas, más de medio campeonato, para saber si finalmente esta gente verá a los suyos jugando otra vez en la primera división de la Bundesliga. Se fueron a la Segunda justo antes del Mundial y en la temporada pasada navegaron en la mitad de la tabla.
Ahora la ilusión es muy grande y la verdad es que, sin haberme hecho hincha ni nada parecido, me gustaría que asciendan. Por lo bien que me hicieron sentir los coloneses con los que me tocó cruzarme desde mi primer día acá; por no haberme hecho sentir culpable de portación de pasaporte; porque nadie se comporta conmigo como si debiera agradecerle que me están “matando el hambre” en Alemania y por todo lo que he venido contando en este tiempo es que quiero que Colonia tenga a su equipo en Primera División. Porque eso es lo único en lo que esta gente necesita ascender. En todo lo demás, no sólo están en lo más alto sino que también merecen dar la vuelta olímpica todos los días.

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