Parece mentira; este fin de semana nos regaló tres días de cielo despejado en Colonia. Pero todavía falta más de un mes para la primavera, que acá comienza el 21 de marzo, por lo que imagino que volveremos a tener jornadas de frío intenso como las que tuvimos hasta el miércoles. El dato más interesante es que ya hay más horas de luz natural por día y eso hace que las bajas temperaturas sean más llevaderas.
Ya pasó la fiebre del Carnaval, que tiene mucho significado para los coloneses. El lunes y martes pasados fueron los días de los festejos más importantes, en los que grupos similares a nuestras comparsas desfilan por diferentes calles y avenidas del centro de la ciudad y de los distintos barrios. Las carrozas no tienen una gran producción. A veces se trata de camiones ornamentados y en otras de trailers tirados por tractores, los mismos que se usan para las tareas de campo. Delante o detrás de ellos caminan personas ataviadas con indumentaria alusiva al tema de la carroza. Todos, los que van a pie y los que están sobre el vehículo, les lanzan regalos a los que se paran en las veredas para ver el desfile, que también están disfrazados en su enorme mayoría. Tabletas de chocolate, caramelos, flores y pequeños juguetitos para los chicos son algunas de las cosas que caen y por las cuales la gente no se amontona. El que agarra, agarra; el que no, espera a la próxima; y el que ya agarró, en el turno siguiente le deja la chance a los otros. Todo esto ocurrió el lunes en el marco de un frío tremendo y de una lluvia que hacía que lo sintiéramos mucho más. Tan así fue que en un momento decidí volverme a casa por temor a un enfriamiento que me dejara disfónico por algunos días y sin la posibilidad de trabajar. Algunas personas se ríen cuando les digo que me resultaría mucho menos perjudicial tener durante un mes una bota de yeso que un fin de semana con faringitis o alguna otra afección que no me permita usar la voz normalmente.
El viernes pude volver al fútbol entre paredes, de lo cual voy a rescatar una sola cosa. En nuestro grupo de los jueves en la Argentina, siempre necesitamos que uno se encargue de recolectar entre los jugadores el dinero para pagar el alquiler de la cancha. Acá se hace diferente: el primero en pagar deja lo suyo en una silla; detrás vamos los demás, y el que no paga con el importe justo toma el vuelto de lo que se va reuniendo. Hay otra en la que se manejan muy distinto de como lo hacemos nosotros: cada uno lleva de su casa el líquido con el que va a rehidratarse al final del partido. Nosotros, casi como un acto reflejo, le extendemos la botella al que tenemos más cerca después de tomar un par de tragos. Por estos lares parece no ser así.
El trabajo del fin de semana transcurrió sin problemas, salvo el segundo tiempo de Bayern Múnich 1 – Werder Bremen 1. Primero y segundo respectivamente de la tabla con tres puntos de diferencia, varias figuras de cada lado. Un gol a los cinco minutos, un penal atajado a los veintiocho y el empate a los treinta y dos. Esperábamos mucho fútbol, y goles, para después del descanso. Pero fue un perfecto embole, con los dos mejores equipos de la Bundesliga jugando con miedo, casi pánico, a perder.
En estos días tendré mi primera mudanza en Köln. Mi nuevo lugar está enfrente del que ocupé hasta ahora. En un departamento chico, ideal para una persona sola, que está en el tercer piso. Es un monoambiente que tiene el baño y cocina aparte y en el viviré hasta mayo, cuando vuelva a Buenos Aires. Una de las cosas por las cuales lo elegí es porque me permite mantenerme en el barrio del que me siento parte cada vez más y seguir teniendo cerca todas las cosas que ya forman parte de mi cotidianeidad. Como creo que ya conté, Ehrenfeld es un barrio muy tranquilo, de edificios bajos y de calles poco transitadas. Pero también tiene sus historias.
Hasta noviembre último había en la otra cuadra un negocio en el que un paraguayo venido hace décadas a Alemania se dedicaba a la confección y reparación de zapatos y artículos de cuero. Era común ver su local, muy chiquito y lleno de cosas, siempre con gente. Era muy querido en el barrio y los clientes, en su enorme mayoría vecinos del barrio, conversaban con él. De repente, un día apareció en la vidriera un cartel que decía que cerraba. El motivo, según pude saber días después, es que Ricky, así se llama este zapatero remendón, escribió un artículo en un periódico zonal en el que expresaba algo que no cayó nada bien entre los musulmanes, casi todos de origen turco, que formaban la mayor parte de su clientela. Ellos decidieron no recurrir más a él y debió cerrar el comercio, ya que sin la concurrencia de los ofendidos su negocio dejaba de ser viable. No sé si hay razón o no en el boicot, pero lo que me llamó la atención fue la forma mediante la cual eligieron castigar a quien los ofendió. No hubo violencia, pero los efectos fueron peores que los de cualquier paliza.
Esta crónica, como creo que saben, se va escribiendo con el correr de los días. Hoy, lunes, siento molestias en la garganta. Afortunadamente, no tengo transmisión hasta el viernes a la noche y hay tiempo para recuperarla. Pero lo mejor será empezar cuanto antes; y como el agua está a punto, voy por mi té con miel.
Hasta la próxima.
Ya pasó la fiebre del Carnaval, que tiene mucho significado para los coloneses. El lunes y martes pasados fueron los días de los festejos más importantes, en los que grupos similares a nuestras comparsas desfilan por diferentes calles y avenidas del centro de la ciudad y de los distintos barrios. Las carrozas no tienen una gran producción. A veces se trata de camiones ornamentados y en otras de trailers tirados por tractores, los mismos que se usan para las tareas de campo. Delante o detrás de ellos caminan personas ataviadas con indumentaria alusiva al tema de la carroza. Todos, los que van a pie y los que están sobre el vehículo, les lanzan regalos a los que se paran en las veredas para ver el desfile, que también están disfrazados en su enorme mayoría. Tabletas de chocolate, caramelos, flores y pequeños juguetitos para los chicos son algunas de las cosas que caen y por las cuales la gente no se amontona. El que agarra, agarra; el que no, espera a la próxima; y el que ya agarró, en el turno siguiente le deja la chance a los otros. Todo esto ocurrió el lunes en el marco de un frío tremendo y de una lluvia que hacía que lo sintiéramos mucho más. Tan así fue que en un momento decidí volverme a casa por temor a un enfriamiento que me dejara disfónico por algunos días y sin la posibilidad de trabajar. Algunas personas se ríen cuando les digo que me resultaría mucho menos perjudicial tener durante un mes una bota de yeso que un fin de semana con faringitis o alguna otra afección que no me permita usar la voz normalmente.
El viernes pude volver al fútbol entre paredes, de lo cual voy a rescatar una sola cosa. En nuestro grupo de los jueves en la Argentina, siempre necesitamos que uno se encargue de recolectar entre los jugadores el dinero para pagar el alquiler de la cancha. Acá se hace diferente: el primero en pagar deja lo suyo en una silla; detrás vamos los demás, y el que no paga con el importe justo toma el vuelto de lo que se va reuniendo. Hay otra en la que se manejan muy distinto de como lo hacemos nosotros: cada uno lleva de su casa el líquido con el que va a rehidratarse al final del partido. Nosotros, casi como un acto reflejo, le extendemos la botella al que tenemos más cerca después de tomar un par de tragos. Por estos lares parece no ser así.
El trabajo del fin de semana transcurrió sin problemas, salvo el segundo tiempo de Bayern Múnich 1 – Werder Bremen 1. Primero y segundo respectivamente de la tabla con tres puntos de diferencia, varias figuras de cada lado. Un gol a los cinco minutos, un penal atajado a los veintiocho y el empate a los treinta y dos. Esperábamos mucho fútbol, y goles, para después del descanso. Pero fue un perfecto embole, con los dos mejores equipos de la Bundesliga jugando con miedo, casi pánico, a perder.
En estos días tendré mi primera mudanza en Köln. Mi nuevo lugar está enfrente del que ocupé hasta ahora. En un departamento chico, ideal para una persona sola, que está en el tercer piso. Es un monoambiente que tiene el baño y cocina aparte y en el viviré hasta mayo, cuando vuelva a Buenos Aires. Una de las cosas por las cuales lo elegí es porque me permite mantenerme en el barrio del que me siento parte cada vez más y seguir teniendo cerca todas las cosas que ya forman parte de mi cotidianeidad. Como creo que ya conté, Ehrenfeld es un barrio muy tranquilo, de edificios bajos y de calles poco transitadas. Pero también tiene sus historias.
Hasta noviembre último había en la otra cuadra un negocio en el que un paraguayo venido hace décadas a Alemania se dedicaba a la confección y reparación de zapatos y artículos de cuero. Era común ver su local, muy chiquito y lleno de cosas, siempre con gente. Era muy querido en el barrio y los clientes, en su enorme mayoría vecinos del barrio, conversaban con él. De repente, un día apareció en la vidriera un cartel que decía que cerraba. El motivo, según pude saber días después, es que Ricky, así se llama este zapatero remendón, escribió un artículo en un periódico zonal en el que expresaba algo que no cayó nada bien entre los musulmanes, casi todos de origen turco, que formaban la mayor parte de su clientela. Ellos decidieron no recurrir más a él y debió cerrar el comercio, ya que sin la concurrencia de los ofendidos su negocio dejaba de ser viable. No sé si hay razón o no en el boicot, pero lo que me llamó la atención fue la forma mediante la cual eligieron castigar a quien los ofendió. No hubo violencia, pero los efectos fueron peores que los de cualquier paliza.
Esta crónica, como creo que saben, se va escribiendo con el correr de los días. Hoy, lunes, siento molestias en la garganta. Afortunadamente, no tengo transmisión hasta el viernes a la noche y hay tiempo para recuperarla. Pero lo mejor será empezar cuanto antes; y como el agua está a punto, voy por mi té con miel.
Hasta la próxima.
2 comentarios:
Me sorprende que te sorprenda que no compartan el agua. Nunca preparaste el mate frente a un público extraño? Cuando ven que todos tienen que tomar con la misma bombilla, la cosa no prospera.
Fer querido leí tu blog varias veces, lee el mío a partir de hoy con apuntes de mis trabajos, gustavocimablogspot.com.
Gran abrazo.
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