Mientras tanto, aquí, en Colonia –como diría el locutor de la vieja FM Horizonte-, una nueva semana comienza. En ella, según los anuncios, tendremos temperaturas no tan discordantes con la primavera que empezó el viernes 21 y que en sus primeros días nos regaló las imprevistas nevadas que, a pesar del intenso frío, disfrutó mi visitante de la entrada anterior. Hoy, lunes, el sol se dejó ver desde la mañana, lo que resulta tan poco común como que yo lo haya visto a esa hora.
El sábado se reincorporó al trabajo uno de los muchachos que editan los partidos de fútbol que comentamos cada fin de semana. Estuvo tres meses en Chile, lugar de nacimiento de su padre, y en la Argentina. Vino hablando muy buen castellano y encantado con la gente de ambos lados de la cordillera, aunque también trajo los mismos interrogantes que acompañan en su regreso a los europeos que nos visitan: todos quieren saber cómo hacemos para estar como estamos a pesar del país que tenemos.
La mesa doce es desde donde mejor se ve la pantalla de plasma que está ubicada en un rincón de El Rincón, valga la reiteración. Generalmente, ese televisor sólo está encendido cuando hay algún partido de fútbol interesante. El de esa noche, en realidad, no lo era; correspondía al torneo de segunda división y el único interés que generaba era el provecho que el F. C. Köln (efcé a secas para los coloneses) pudiera sacar de ese resultado. Las noticias no son del todo malas para esta ciudad: Alemannia Aachen y Borussia Mönchengladbach, que está primero en la tabla y es el archirrival de Köln, empataron uno a uno. Cerca de las 22.30 la transmisión del partido terminó e inmediatamente comenzó un noticiero internacional, que de repente muestra escenas de lo que pasó en la plaza de Mayo días atrás.
En la mesa doce, que es la más larga del restaurante, hay sentadas cuatro personas. Una de ellas es un señor búlgaro que lleva décadas viviendo en Alemania y, casualmente, tiene un hijo que por razones de trabajo está hace meses en la Argentina, más precisamente en Quilmes; y es por lo que su hijo le cuenta que siente simpatía por nuestro país, la misma que ahora comparte con mi compañero de trabajo, el que mencioné más arriba. Por eso le llamó la atención lo que mostraba el televisor, mucho más notando al instante que no eran buenas noticias. Este cliente frecuente sabe que Gustavo y yo somos argentinos. Nos llama y nos pide que le expliquemos qué es lo que pasa, por qué ese revuelo.
Le contamos que el Gobierno ha decidido aumentar las retenciones que aplica sobre los montos que los exportadores perciben por sus ventas al exterior; eso, lógicamente, provoca la ira de los productores. Pregunta quién tiene razón, le digo que no puedo decírselo con exactitud. Los que siguen estos relatos saben que no simpatizo ni un poco con los K y menos con sus métodos, así que lejos estoy de ponerme de su lado; pero en conversaciones cibernéticas o verbales con algunos amigos argentinos en distintas partes del mundo quedé sorprendido por el punto de vista que algunos de ellos me ofrecieron, desde los cuales no veían tan mal las medidas oficiales, aun siendo uno de estos amigos oriundo de un lugar de la provincia de Buenos Aires que se sostiene fundamentalmente con la actividad rural. La verdad, no estoy en condiciones de determinar ni siquiera para mí quién tiene razón, pero sí tengo claro que la Argentina es un lugar de manejos muy particulares y es posible que de ambos lados haya una parte de ella.
Sin embargo, no es esto lo que más sorprendió al señor de la mesa doce. Empezó a mirarnos como rogándonos una explicación cuando vio que un hombre fornido rodeado de otros como él (fornidos) le pegaba a otro que insistía en hablarle.
“-¿Quién es él, por qué golpea?”, preguntó.
La pregunta nos resultó irremontable. Por muchas vueltas que dimos, no logramos que este buen hombre entendiera que Luis D’Elía se había hecho conocido liderando años atrás un corte en una ruta nacional como la tres en reclamo de reivindicaciones sociales y que ahora, paradojas de la Argentina, ponía a disposición del Gobierno sus fuerzas para “limpiar” la plaza de una protesta no muy diferente de las que él encabezaba en Isidro Casanova y llevada a cabo con los mismos métodos, los de la obstrucción del tránsito a otros que no son causantes, sino también víctimas del conflicto. Mucho menos fácil todavía fue intentar explicarle que ese hombre tuvo un cargo dentro de la administración nacional y que no hace mucho dejó en evidencia su escasa fe en el sistema judicial argentino viajando a Irán a mostrar su solidaridad (¿?) con el gobierno persa por la acusación que un estamento de la Justicia de nuestro país contra ex funcionarios de la república islámica por su presunta colaboración con el atentado a la AMIA en 1994. Lo más probable es que su conducta no merezca ningún reproche ético ni mucho menos legal de parte de sus nuevos amigos de la Casa Rosada, que tienen un tanto difusos, por no decir definitivamente distorsionados, los alcances de los términos “ética” y “justicia”. Tan así es que ninguna voz oficial salió a condenar su comportamiento como habría correspondido o, al menos, habría sido cosmético y no, de ninguna manera, un retroceso en la posición. Ellos nunca retroceden, lo que nos hace retroceder a nosotros.
El sábado se reincorporó al trabajo uno de los muchachos que editan los partidos de fútbol que comentamos cada fin de semana. Estuvo tres meses en Chile, lugar de nacimiento de su padre, y en la Argentina. Vino hablando muy buen castellano y encantado con la gente de ambos lados de la cordillera, aunque también trajo los mismos interrogantes que acompañan en su regreso a los europeos que nos visitan: todos quieren saber cómo hacemos para estar como estamos a pesar del país que tenemos.
La mesa doce es desde donde mejor se ve la pantalla de plasma que está ubicada en un rincón de El Rincón, valga la reiteración. Generalmente, ese televisor sólo está encendido cuando hay algún partido de fútbol interesante. El de esa noche, en realidad, no lo era; correspondía al torneo de segunda división y el único interés que generaba era el provecho que el F. C. Köln (efcé a secas para los coloneses) pudiera sacar de ese resultado. Las noticias no son del todo malas para esta ciudad: Alemannia Aachen y Borussia Mönchengladbach, que está primero en la tabla y es el archirrival de Köln, empataron uno a uno. Cerca de las 22.30 la transmisión del partido terminó e inmediatamente comenzó un noticiero internacional, que de repente muestra escenas de lo que pasó en la plaza de Mayo días atrás.
En la mesa doce, que es la más larga del restaurante, hay sentadas cuatro personas. Una de ellas es un señor búlgaro que lleva décadas viviendo en Alemania y, casualmente, tiene un hijo que por razones de trabajo está hace meses en la Argentina, más precisamente en Quilmes; y es por lo que su hijo le cuenta que siente simpatía por nuestro país, la misma que ahora comparte con mi compañero de trabajo, el que mencioné más arriba. Por eso le llamó la atención lo que mostraba el televisor, mucho más notando al instante que no eran buenas noticias. Este cliente frecuente sabe que Gustavo y yo somos argentinos. Nos llama y nos pide que le expliquemos qué es lo que pasa, por qué ese revuelo.
Le contamos que el Gobierno ha decidido aumentar las retenciones que aplica sobre los montos que los exportadores perciben por sus ventas al exterior; eso, lógicamente, provoca la ira de los productores. Pregunta quién tiene razón, le digo que no puedo decírselo con exactitud. Los que siguen estos relatos saben que no simpatizo ni un poco con los K y menos con sus métodos, así que lejos estoy de ponerme de su lado; pero en conversaciones cibernéticas o verbales con algunos amigos argentinos en distintas partes del mundo quedé sorprendido por el punto de vista que algunos de ellos me ofrecieron, desde los cuales no veían tan mal las medidas oficiales, aun siendo uno de estos amigos oriundo de un lugar de la provincia de Buenos Aires que se sostiene fundamentalmente con la actividad rural. La verdad, no estoy en condiciones de determinar ni siquiera para mí quién tiene razón, pero sí tengo claro que la Argentina es un lugar de manejos muy particulares y es posible que de ambos lados haya una parte de ella.
Sin embargo, no es esto lo que más sorprendió al señor de la mesa doce. Empezó a mirarnos como rogándonos una explicación cuando vio que un hombre fornido rodeado de otros como él (fornidos) le pegaba a otro que insistía en hablarle.
“-¿Quién es él, por qué golpea?”, preguntó.
La pregunta nos resultó irremontable. Por muchas vueltas que dimos, no logramos que este buen hombre entendiera que Luis D’Elía se había hecho conocido liderando años atrás un corte en una ruta nacional como la tres en reclamo de reivindicaciones sociales y que ahora, paradojas de la Argentina, ponía a disposición del Gobierno sus fuerzas para “limpiar” la plaza de una protesta no muy diferente de las que él encabezaba en Isidro Casanova y llevada a cabo con los mismos métodos, los de la obstrucción del tránsito a otros que no son causantes, sino también víctimas del conflicto. Mucho menos fácil todavía fue intentar explicarle que ese hombre tuvo un cargo dentro de la administración nacional y que no hace mucho dejó en evidencia su escasa fe en el sistema judicial argentino viajando a Irán a mostrar su solidaridad (¿?) con el gobierno persa por la acusación que un estamento de la Justicia de nuestro país contra ex funcionarios de la república islámica por su presunta colaboración con el atentado a la AMIA en 1994. Lo más probable es que su conducta no merezca ningún reproche ético ni mucho menos legal de parte de sus nuevos amigos de la Casa Rosada, que tienen un tanto difusos, por no decir definitivamente distorsionados, los alcances de los términos “ética” y “justicia”. Tan así es que ninguna voz oficial salió a condenar su comportamiento como habría correspondido o, al menos, habría sido cosmético y no, de ninguna manera, un retroceso en la posición. Ellos nunca retroceden, lo que nos hace retroceder a nosotros.