lunes, 24 de marzo de 2008

Visitas y nieve


Hice mil y una averiguaciones para poder llegar, y a tiempo, al aeropuerto de Weeze, uno de esos a los que me referí en una entrada anterior, en los cuales operan las aerolíneas de bajo coste. Iba a recibir una visita que llegaba desde otro lugar de Europa y había prometido ir a buscarla, así que después de varias búsquedas en Internet y de haberme hecho un detallado instructivo portátil –el viejo y querido papelito- salí con el auto de mi amigo Roberto Aramayo a recorrer los ciento veinte kilómetros que separan a Köln de mi destino del miércoles último.
El avión de mi amiga, cuyo viaje estaba previsto desde hace rato y a quien no encontré de casualidad en la calle como a alguien muy querido se le ocurrió preguntar (¡wake up, Anita!), llegaría media hora antes de la medianoche y los pronósticos hablaban de posibles nevadas, por lo que decidí salir con mucho tiempo para evitar cualquier inconveniente. Debía tomar la Autobahn (autopista) 57 en dirección norte. El trayecto pasa por las cercanías de Leverkusen; allí, junto al camino, se encuentra el laboratorio Bayer. No les exagero si les digo que tiene el tamaño de un pueblo, de muchas hectáreas de superficie. En el medio del establecimiento hay un enorme cartel luminoso de los creadores de la aspirina más famosa entre nosotros. Sigo adelante; en algunos tramos la autopista tiene los laterales cubiertos por paneles acústicos que impiden o disminuyen el efecto del ruido de los autos.
Finalmente, después de recorrer por la Autobahn noventa y siete kilómetros de doble calzada en sus partes más estrechas y sin pagar un solo centavo de peaje, llegué a mi salida en el kilómetro diecinueve, desde la cual me quedaban todavía unos quince minutos de viaje. Allí fue donde me di cuenta de que podría haber salido sin mi papelito, ya que la señalización hizo que llegara a sentirme tratado como un idiota. Era demasiado clara. En algo más de una hora llegué al aeropuerto, que en su ingreso todavía deja ver que fue montado sobre la base de una vieja aeroestación militar. El avión que esperaba llegó puntualmente. En pocos minutos apareció mi amiga y emprendimos el viaje a Köln, donde generosamente y hasta después de la una nos esperó mi amigo Gustavo Flamma en El Rincón para hacernos de cenar.
La primera excursión obligada el jueves era, por supuesto, visitar la Catedral. Uno de los atractivos que ofrece, más allá de su belleza arquitectónica y su sentido religioso, es la posibilidad de subir a la torre sur a cambio de dos euros. Yo ya lo había hecho, pero los gemelos de mi amiga, argentina emigrada que estaba por primera vez en Alemania, sintieron el esfuerzo de los quinientos nueve peldaños de la angosta escalera, en tirabuzón y con gente caminando también en el sentido contrario. Después, el paseo nos llevó por la costa occidental del Rin y la Altstadt (ciudad vieja). Por la noche me tocó trabajar y aburrirnos con Eintracht Frankfurt 2 – Energie Cottbus 1.
El viernes elegimos ir a Düsseldorf. Cuando estábamos pidiendo ayuda para sacar los boletos en las expendedoras automáticas de la estación de Köln, un señor que escuchó a dónde queríamos ir se acercó y me dijo que tenía boletos para ese destino para unos amigos que, al final, no viajarían con él. Me los ofreció por quince euros a los dos, cuyo costo era de casi veinte. La señora que estaba ayudándonos nos dijo que era una buena posibilidad, pero mi amiga se alarmó pensando que estaba cayendo en algún “cuento del tío”. Lo cierto es que este hombre, que nos contó que es iraní, se mantuvo siempre cerca de nosotros y luego compartimos los asientos con él. Al bajarnos en Düsseldorf Hbf, me dio la mano, saludó amablemente a mi amiga, le agradecí y se fue. Hacía un frío terrible y nosotros habíamos decidido caminar. Después de un largo rato, fue imprescindible sentarse a tomar un café con leche para reponer energías. La sorpresa llegaría al retomar la caminata, ya que se desató una nevada muy intensa que significó el primer contacto de mi visitante con la nieve en sus veintisiete años de vida, por lo que su cámara de fotos tuvo un período de uso intenso.
El sábado me tocó, como siempre, mi larga jornada de trabajo, en la que mi amiga me acompañó estoicamente y haciendo enormes esfuerzos por mantenerse despierta; viéndola pude hacerme una idea de lo que pasará en los hogares a los cuales llegan nuestros relatos. Por la noche, la última de su visita a Köln, ella quería pasear por la orilla del Rin y cruzarlo para ver la parte vieja de la ciudad desde la otra costa, que ofrece una magnífica imagen de la parte posterior de la Catedral iluminada y del sector más antiguo de la ciudad. Después de comer algo nos lanzamos a la aventura de caminar en una noche de viento intenso y un frío que llegaba hasta los huesos a pesar de nuestro abrigo. Para cruzar se camina por el mismo puente por el que transitan los trenes que conectan a Köln con el resto de Alemania. La nieve no caía, volaba; y la temperatura seguía bajando. Así todo, mi valiente huéspeda (no se alarmen, lo busqué en el diccionario y se escribe así) se negó a mis propuestas de volver en taxi, primero, o en subte, después. Quiso hacer caminando los casi tres kilómetros que nos separaban de mi casa.
El domingo, con mejor clima, sólo hubo tiempo para llevarla otra vez al aeropuerto y despedirnos hasta pronto. El reencuentro con este blog tiene más fecha más cierta; será la semana que viene.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Querido Fernando, como sabés sigo tus recorridos semanales de tu viaje en Alemania de un modo fiel. Coincido con algunos de tus amigos que, según vos dijiste, te criticaban tu excesivo amor a todo lo germánico. Ya se te va a pasar.

Supongo, antes que nada, lo que habrás sufrido cuando a la distancia te enteraste de lo de tu viejo, que además, espero que haya ya pasado.

Pero si algo creo que le hacía falta a tu blog era la nota de color rosa, es decir, un toque femenino.

Tal vez aquel que te conoce más sepa bien quien esta misteriosa amiga que te va a visitar hasta Colonia, y a quien vos retribuís ese tamaño esfuerzo llevándola a subir 500 escalones de una Catedral que se salvó de la guerra.

Está bueno eso de que le dejes al lector, que sea su imaginación y no tus palabras, todo lo lindo que se puede pasar en esa ciudad una noche de cruel primavera invernal.

Un caballero.

Un abrazo, Eduardo

P.D.: Como ves, no hablo de futbol

Anónimo dijo...

Fernando, soy un oyente que te escuchaba en Buenos Aires. De casualidad llegué a tu blog, prometo leerlo desde el principio porque por lo que veo está muy interesante. Me gustaría saber si tenés pensado volver, porque por acá se extrañan tus comentarios y tus opiniones sobre el Colegio de Arbitros. Saludos, Carlos.

Fernando Salceda dijo...

Muchas gracias por la visita y el comentario, Carlos.
El tema del arbitraje lo sigo de cerca también desde acá y puedo decirte hay indicios de que algunos algo quieren mejorar. No son todos ni quieren cambiar todo; o sea, falta mucho todavía.
En mayo vuelvo a Buenos Aires y el 26 me reincorporo al equipo de Continental si es que allá me quieren. Pero no tengo claro aun qué será de mi vida a partir de agosto.
Cuando hayas recorrido más entradas de este blog advertirás lo bien que me siento acá en todos los órdenes, aunque todavía no hay una decisión firme en ningún sentido.

Un gran abrazo y gracias otra vez.