El invierno, lejos de estar preparando la partida, parece decidido a dar muestras de una renovada vitalidad. Otra vez tenemos en Köln lluvia y frío, y el pronóstico de la semana anticipa temperaturas por debajo de cero. Hasta hoy, ni una señal de que dentro de menos de una semana vaya a comenzar der Frühling (en traducción textual, el primavera).
La semana pasada llegaron a comer a El Rincón ocho muchachos, varios de ellos ataviados con cadenas, cinturones con tachas y otras delicias como esas. En principio parecía una visita complicada, mucho más cuando hicieron saber que no hablaban alemán y sí perfecto inglés. El imaginario de todos nos condujo a elucubrar que se trataba de ingleses que con las primeras cervezas se convertirían en una pesadilla. Los ocho se sentaron y pidieron platos de cocina elaborados, lo que agravaba el cuadro. ¿Qué pasaría si estos señores se fastidiaran ante una eventual demora? La verdad es que no me gustaría ver enojado al gordo pelado que se sentó en la cabecera de la mesa más larga que tiene el local. Finalmente, cuando ya estaban servidas las cervezas, el vino de la casa, agua con gas y gaseosas, llegó a la cocina el listado de pedidos, que incluía especialidades con pollo, pescado y un bife a la argentina. Los muchachos, que ni siquiera levantan la voz y pidieron ordenadamente lo que querían comer, por ahora están mansos.
El querido barrio de Ehrenfeld está un poco distinto. Una de las empresas de telefonía está reemplazando todo su cableado subterráneo. Es llamativa la prolijidad y celeridad con que llevan adelante la tarea. Primero, con una soga teñida de rosa marcan en el piso las líneas que servirán de guía para la sierra que corta la capa dura de asfalto con la que también están cubiertas las veredas. Usan todo mini: retroexcavadoras y aplanadoras que no exceden el ancho de las veredas que, al igual que las calles, son muy angostas. Hacen una zanja de unos treinta y cinco centímetros de ancho y de alrededor de medio metro de profundidad hasta llegar al cable, al que reemplazan, obviamente, por tramos. A veces, un automovilista tiene que esperar varios minutos hasta la máquina pueda darle paso. Lo hacen sin bocinazos ni gestos de fastidio. Ni bien terminan, los operarios tapan el pozo, que mientras está abierto está clara y hasta, diría, exageradamente señalizado. El trabajo se hace rápido y no se ven los clásicos carteles que dicen “estamos mejorando el servicio” o “estamos trabajando para nuestros usuarios”. Quizás sea porque no hace falta, se da por entendido. Las empresas están controladas celosamente en la calidad de su prestación, además de estar abierta una competencia que le da al cliente un amplio abanico de posibilidades; los consumidores están entrenados para hacer valer sus derechos. Cuando un producto sube exagerada e injustificadamente de precio, optan por alguna alternativa. En síntesis, economía de mercado, pero en serio. ¿Se acuerdan cuándo era que íbamos a poder elegir el prestador del servicio telefónico en nuestras casas, según Mary July? ¿En los mismos mil días en los que iba a nadar en el Riachuelo? Desde 1993 pasaron ya, sin hacer cuentas demasiado finas, algo así como cinco mil quinientos días; y seguimos siendo clientes cautivos, con servicio deficiente y caro.
Sonó la campanilla de la cocina. Está lista la comida de la mesa de los muchachos, que, contra nuestra presunción, no pidieron mucha bebida. El del bife argentino pide muy amablemente que se lo pongan unos minutos más sobre la plancha. Siguen tranquilos, comen y conversan, no gritan. ¿Será igual cuando llegue el momento de la cuenta?
Este fin de semana leo con estupor que San Lorenzo y Vélez no jugaron por un muerto (otro, don Julio), que en Jujuy no había garantías para Gimnasia y Lanús y que en Salta una chica también fue muerta por un balazo cuando iba a ver el clásico entre Gimnasia y Tiro y Central Norte. Dicen que fue un accidente, pero lo cierto –y alarmante- es que en ese grupo alguien llevaba un arma al estadio. El 1 de marzo debían jugar en Cottbus Energie y Stuttgart por la vigésima segunda de la Bundesliga. El día antes, viernes, un huracán pasó con mucha fuerza por esa parte de la ex Alemania Democrática y el partido se suspendió. Finalmente se jugó el martes 11 y ganó el visitante. Este antecedente movilizó a los alemanes al archivo. La última vez que se debió posponer un partido fue el 4 marzo de 2006 y también por motivos climáticos. La nieve y el hielo hacían imposible el acceso al estadio de Stuttgart, casualmente protagonista en ambas situaciones.
Los muchachos siguen en su mesa, ahora con los platos vacíos. Les preguntan si están satisfechos y dicen muy enfáticamente y a coro que sí. A modo de guiño amistoso, uno de ellos, como se trata de un bar de tapas, dice “¡Viva España!”. “¡Argentina!”, le respondemos nosotros. “¡Argentina! ¡Maradona! ¡Messi!”, se entusiasman ellos, que nos cuentan que son daneses; forman un grupo musical y estaban haciendo una serie de presentaciones en Alemania. Les llegó la cuenta y, ya haciendo gala de una amabilidad lejana a nuestras presunciones del principio, ellos mismos se encargan de discriminar qué había comido cada uno para pagar separado, como suele hacerse por acá. Hicieron la colecta, pagaron, dejaron una excelente propina y prometieron volver, como lo haré yo por acá la semana que viene.
La semana pasada llegaron a comer a El Rincón ocho muchachos, varios de ellos ataviados con cadenas, cinturones con tachas y otras delicias como esas. En principio parecía una visita complicada, mucho más cuando hicieron saber que no hablaban alemán y sí perfecto inglés. El imaginario de todos nos condujo a elucubrar que se trataba de ingleses que con las primeras cervezas se convertirían en una pesadilla. Los ocho se sentaron y pidieron platos de cocina elaborados, lo que agravaba el cuadro. ¿Qué pasaría si estos señores se fastidiaran ante una eventual demora? La verdad es que no me gustaría ver enojado al gordo pelado que se sentó en la cabecera de la mesa más larga que tiene el local. Finalmente, cuando ya estaban servidas las cervezas, el vino de la casa, agua con gas y gaseosas, llegó a la cocina el listado de pedidos, que incluía especialidades con pollo, pescado y un bife a la argentina. Los muchachos, que ni siquiera levantan la voz y pidieron ordenadamente lo que querían comer, por ahora están mansos.
El querido barrio de Ehrenfeld está un poco distinto. Una de las empresas de telefonía está reemplazando todo su cableado subterráneo. Es llamativa la prolijidad y celeridad con que llevan adelante la tarea. Primero, con una soga teñida de rosa marcan en el piso las líneas que servirán de guía para la sierra que corta la capa dura de asfalto con la que también están cubiertas las veredas. Usan todo mini: retroexcavadoras y aplanadoras que no exceden el ancho de las veredas que, al igual que las calles, son muy angostas. Hacen una zanja de unos treinta y cinco centímetros de ancho y de alrededor de medio metro de profundidad hasta llegar al cable, al que reemplazan, obviamente, por tramos. A veces, un automovilista tiene que esperar varios minutos hasta la máquina pueda darle paso. Lo hacen sin bocinazos ni gestos de fastidio. Ni bien terminan, los operarios tapan el pozo, que mientras está abierto está clara y hasta, diría, exageradamente señalizado. El trabajo se hace rápido y no se ven los clásicos carteles que dicen “estamos mejorando el servicio” o “estamos trabajando para nuestros usuarios”. Quizás sea porque no hace falta, se da por entendido. Las empresas están controladas celosamente en la calidad de su prestación, además de estar abierta una competencia que le da al cliente un amplio abanico de posibilidades; los consumidores están entrenados para hacer valer sus derechos. Cuando un producto sube exagerada e injustificadamente de precio, optan por alguna alternativa. En síntesis, economía de mercado, pero en serio. ¿Se acuerdan cuándo era que íbamos a poder elegir el prestador del servicio telefónico en nuestras casas, según Mary July? ¿En los mismos mil días en los que iba a nadar en el Riachuelo? Desde 1993 pasaron ya, sin hacer cuentas demasiado finas, algo así como cinco mil quinientos días; y seguimos siendo clientes cautivos, con servicio deficiente y caro.
Sonó la campanilla de la cocina. Está lista la comida de la mesa de los muchachos, que, contra nuestra presunción, no pidieron mucha bebida. El del bife argentino pide muy amablemente que se lo pongan unos minutos más sobre la plancha. Siguen tranquilos, comen y conversan, no gritan. ¿Será igual cuando llegue el momento de la cuenta?
Este fin de semana leo con estupor que San Lorenzo y Vélez no jugaron por un muerto (otro, don Julio), que en Jujuy no había garantías para Gimnasia y Lanús y que en Salta una chica también fue muerta por un balazo cuando iba a ver el clásico entre Gimnasia y Tiro y Central Norte. Dicen que fue un accidente, pero lo cierto –y alarmante- es que en ese grupo alguien llevaba un arma al estadio. El 1 de marzo debían jugar en Cottbus Energie y Stuttgart por la vigésima segunda de la Bundesliga. El día antes, viernes, un huracán pasó con mucha fuerza por esa parte de la ex Alemania Democrática y el partido se suspendió. Finalmente se jugó el martes 11 y ganó el visitante. Este antecedente movilizó a los alemanes al archivo. La última vez que se debió posponer un partido fue el 4 marzo de 2006 y también por motivos climáticos. La nieve y el hielo hacían imposible el acceso al estadio de Stuttgart, casualmente protagonista en ambas situaciones.
Los muchachos siguen en su mesa, ahora con los platos vacíos. Les preguntan si están satisfechos y dicen muy enfáticamente y a coro que sí. A modo de guiño amistoso, uno de ellos, como se trata de un bar de tapas, dice “¡Viva España!”. “¡Argentina!”, le respondemos nosotros. “¡Argentina! ¡Maradona! ¡Messi!”, se entusiasman ellos, que nos cuentan que son daneses; forman un grupo musical y estaban haciendo una serie de presentaciones en Alemania. Les llegó la cuenta y, ya haciendo gala de una amabilidad lejana a nuestras presunciones del principio, ellos mismos se encargan de discriminar qué había comido cada uno para pagar separado, como suele hacerse por acá. Hicieron la colecta, pagaron, dejaron una excelente propina y prometieron volver, como lo haré yo por acá la semana que viene.
1 comentario:
europa -como américa- no es una sola. En italia, la competencia no ha ayudado mucho a mejorar el servicio telefónico (sí ha bajado los precios). Desde hace casi una semana estoy sin internet. llamé y en la empresa me dijeron que yo NO tenía contratado el servicio con ellos. Y a quién le estoy pagando, pregunté. Usted no tiene nuestro serivicio de internet, insistió. Y así estoy, sin internet (pero pagando). Menos mal que acá sí hay sol y calorcito.
Publicar un comentario