jueves, 13 de noviembre de 2008

Historias mínimas

Los coloneses dicen estar notando las consecuencias del cambio climático. De otra manera no se explica, afirman, que hayamos tenido una semana con frío, sí, pero a pleno sol casi todos los días en las pocas horas en las que a esta altura del año el astro rey se deja ver por estas latitudes.
Hay alguien que en los próximos meses, si no años, también va a ver poco la luz solar. Es Vladi, quien supongo que se llama Vladimir. Era muy común verlo en el barrio a pie o en bicicleta; como convivía con una mujer colombiana, habla un aceptabilísimo castellano. Llama “amigo” a todo aquel de quien no sabe el nombre. El tal Vladi es serbio y, según me contaron, llevaba años de residencia ilegal en Alemania.
Por los verbos en pasado habrán notado que la historia ya fue. Me apuro a aclararlo para dejar tranquilos a los más sensibles: el hombre está vivo, pero en problemas. La Policía llevaba años siguiéndolo de cerca, ya que, además de tener la certeza de su condición de residente ilegal, sospechaba algo más. Esas sospechas se hicieron realidad cuando lo esperaron a la salida de una cabina telefónica y le encontraron algunas dosis de cocaína, cuya venta al minoreo se había convertido en su principal medio de vida.
Algunos vecinos agregaron otros datos. Esta no es su primera detención. Al parecer, la Policía ya le había avisado varias veces que estaría encima de sus pasos. Hacía rato que estaba al caer su deportación, lo que en los países de la Unión Europea significa la prohibición de reingreso a cualquiera de los que la componen. Vladi hizo una apuesta fuerte. Desoyó las advertencias, que, a diferencia de lo que pasa en otros lugares, no eran una invitación al arreglo. Le habían dicho que no lo querían en Alemania y que iban a hacer todo lo que estuviera a su alcance dentro de la ley para expulsarlo; y cumplieron.
Pero no todo termina ahí. Dos semanas antes de que lo detuvieran tuvo que peregrinar por hospitales y clínicas junto a su mujer. Ella fue a una consulta por fuertes y constantes dolores de cabeza. Los médicos le ordenaron hacer estudios. El diagnóstico conmocionó a la familia: tenía un aneurisma de grandes proporciones que, en el caso de estallar, no le daría ninguna chance. Los días siguientes fueron un calvario para ella, que no paraba de llorar por la certeza de que tenía los días contados. Su madre debió pedir una visa humanitaria en la embajada alemana en Colombia para poder viajar de urgencia para acompañarla. Pero, para su fortuna, habían detectado a tiempo su problema; se hicieron interconsultas con todos los centros especializados de Europa, hasta que llegaron a dar con un médico francés que es una eminencia en este tipo de afecciones. Él la operó, con éxito en la primera instancia. Cuando estaba empezando a reordenar su vida, sucedió lo de su concubino; y salvo que decida acompañarlo a Serbia, la historia en común de ambos está terminada. Además, la deportación recién se llevaría a cabo después de un proceso legal en Alemania que podría derivar en que deba cumplir un período de prisión acá antes de ser devuelto a su país e impedido de reingresar a cualquier territorio que forme parte de la Unión Europea.
Los europeos están replanteando –endureciendo- toda su legislación migratoria. El control existe y es estricto. La semana pasada debí ir a renovar mi permiso de residencia y trabajo. Como estoy registrado en Bergisch Gladbach, hasta allí tuve que volver. Me acompañó mi amigo Roberto, el menor de los hijos de la persona que me trajo a Alemania y hermano del dueño de la empresa que me contrató. Sacamos un número y esperamos unos cinco minutos hasta que nos atendieron. Un muchacho tomó mi pasaporte y escribió mi nombre en el sistema; allí aparecieron todos mis antecedentes y en una carpeta tenían impecablemente ordenada toda la documentación relacionada con mi caso, desde el primer fax con el que si inició el trámite de la visa anterior, la de la temporada 2007-2008. En diez minutos, y tras pagar cincuenta euros, me fui con el permiso por un año, hasta noviembre de 2009, pegado en el pasaporte. Allí dice taxativamente que sólo puedo trabajar para TransEuroTV (transoiro tefau en alemán).
Mientras tanto, sigo avanzando en el montaje de mi departamento, para lo cual recibo inesperadas y valiosísimas ayudas. Olga, la señora que mencioné en el texto anterior, me regaló unas cortinas en excelente estado que parecían hechas a medida para las dimensiones de mi habitación. Su hijo Ariel puso su camioneta para ayudarme a trasladar muebles; y mi colega y amigo inglés Phil Bonney, cuando le conté cómo marchaba el tema de mi casa, me invitó a ir a la suya para revisar unas cuantas cosas que tienen en desuso. Terminó regalándome un juego de platos completo, vasos, tazas y otros elementos útiles para las cosas de todos los días; y parecía feliz de haberlo hecho.
Debo destacar que estas ayudas que cuento me fueron ofrecidas espontáneamente. Todas ellas derivaron de charlas ocasionales sobre las cuestiones cotidianas, lo que contribuye a distinguir la “frialdad” que le adjudicamos a la vida acá de la indiferencia. Muchas veces, como compartimos con mi querido amigo residente en Roma Mauricio Monte, los argentinos creemos que los únicos modos válidos son los nuestros. Nos pensamos a nosotros mismos como un caso único en el mundo; y, analizándolo bien, tal vez lo seamos. Aunque en muchos aspectos, y basta con leer los diarios, llegaremos a la conclusión de que no todo es para enorgullecerse.

1 comentario:

Mauricio Monte dijo...

leyendo la parte de tus trámites de residencia, me acordé de los trámites para la visa de trabajo en estados unidos. para hablar por teléfono con uno de la embajada, hay que dar la tarjeta de crédito para pagar los 10 euros que cuesta la consulta. organizaditos los muchachos.
otra pregunta: ya está ocupado el lugar que dejó vacante en el barrio este muchacho vladi?