jueves, 4 de diciembre de 2008

Un paseo por la capital



El tren de alta velocidad alemán, el ICE, tarda poco más de cuatro horas para unir las ciudades de Köln y Berlín. El recorrido comprende alrededor de seiscientos kilómetros y pasa por ciudades como Bielefeld y Hannover, lo que significa que hace una especie de ele en el mapa de Alemania ascendiendo brevemente por el oeste y luego cruzando el territorio a lo ancho.
Hasta allí fuimos con mi visitante de los últimos días, ya que habíamos pactado el viaje meses atrás y una contingencia obligó a hacerlo un poco antes de lo planeado originalmente. Cuando el tren va llegando a Berlín Hauptbahnhof uno ya se conmueve mirando por la ventanilla. Desde algunos kilómetros de distancia se empieza a ver la Siegessäule (la Columna de la Victoria), uno de los íconos de la ciudad, que fue inaugurado en 1874 para conmemorar triunfo de Prusia y el imperio austríaco contra Dinamarca en la Guerra de los Ducados.
Unos carteles de letras blancas sobre fondo rojo dicen que uno ha llegado a la estación más moderna del mundo. No viajé tanto como para afirmarlo, pero cuesta imaginar que haya una que lo sea más. Es imponente y funcional, con trenes atravesándola permanente en dos niveles.
Dejamos el equipaje en el hotel, a pocas cuadras de la estación, y empezamos la caminata. Enseguida, a orillas de un canal, se encuentra un monolito que recuerda la muerte por las balas de los guardias de frontera de la ex DDR de Günter Litfin, quien el 24 de agosto de 1961 intentó cruzar a nado ese canal para llegar a Berlín Occidental. En el monumento que se ve en la foto dice: “Murió como la primera víctima del Muro. En su recuerdo y el de todas las víctimas del Muro”.
Seguimos el trayecto. La siguiente parada fue el palacio del Bundestag (el parlamento alemán). Es el viejo edificio con nueva cúpula, que fue reconstruida después de que los nazis la incendiaran. Ahora es una semiesfera totalmente vidriada a la que se puede acceder gratuitamente hasta las 22 previo paso por un control de seguridad similar al de los aeropuertos, con escáner para las pertenencias y obligado tránsito por el detector de metales. Desde la cúpula se tiene un interesante panorama de la ciudad, aunque a nosotros la suerte no nos acompañó porque el intenso frío exterior motivó que gran parte de los paneles de vidrio estuvieran empañados y no se pudiera ver demasiado. En la base de la cúpula, antes de acceder a la pasarela helicoidal que lleva hasta cima, una secuencia fotográfica con una crónica histórica reseña las distintas etapas por las que pasó esta joya arquitectónica. Mirando desde lo alto hacia abajo se puede ver la sala de debates, con una concepción muy moderna.
A pocos metros de allí está la Puerta de Brandenburgo, un lugar que me conmocionó especialmente, tan intensamente como alguna vez lo hizo el Coliseo romano. Se trata de dos lugares que han tenido influencia decisiva en la historia de la humanidad, con la diferencia de que lo que pasó en Berlín en 1989 lo viví con diecinueve años y entendiendo perfectamente de qué se trataba. La persona que me acompañaba nació en 1981, por lo que todo esto no estaba tan inserto en su recuerdo como en el mío. Pasa algo extraño con estos lugares, ya que uno siempre siente que quiere quedarse unos minutos más, como esperando ver pasar un tanque o que aparezca un guardia soviético para pedirle el pasaporte.
A unos trescientos metros de la Puerta de Brandenburgo hay un mausoleo que homenajea a los soldados rusos muertos, algunos de los cuales descansan en ese lugar. Frente al monumento, que tiene un texto en ruso en el frente y a los lados y en el que se encuentran los nombres de los soldados a los que recuerda, ubicaron un tanque y un cañón. A pesar de que Alemania es indudablemente occidental, en Berlín hay una impactante obra que rememora a quienes fueron los enemigos de esa opción. Los alemanes han curado las heridas de la guerra con una severísima autocrítica, la aplicación sin reparos de la Justicia y una inquebrantable voluntad de reconstrucción, que en pocas décadas convirtió a un país en ruinas en lo que hoy es Alemania. No sé qué sentimiento puede motivar esto en cada uno de los que están leyendo; a mí me despierta una profundísima admiración.
Me disculpo por la digresión y volvamos a la caminata. Para ver algo del Muro hay que recorrer unas cuantas cuadras desde el lugar que describí recién. Ningún cartel lo anuncia. Hay que buscarlo en el mapa. Dejaron en pie aproximadamente un kilómetro sobre la misma calle en la que se encuentra el Checkpoint Charlie, el puesto de control a través del cual se accedía del sector americano al soviético y viceversa en los tiempos de la ciudad dividida. Enfrente hay un museo y todavía están la garita y el letrero que en varios idiomas advertía que se estaba a punto de dejar el territorio aliado y emplazaron un cartel alto que en la cara que da hacia Berlín occidental tiene la foto de un soldado ruso y del otro una de un americano. Cuando uno quiere sacarse una foto en ese lugar tiene que tener cuidado, porque por allí circulan los autos de la gente que hace su vida cotidiana; como también pasan por la puerta de Brandenburgo y por el lateral de lo que queda del Muro, entregando un mensaje claro: la vida, contrariamente a lo que sucede con este texto, sigue.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Que paseo interesante, gracias por compartirlo, me gustaria ver algunas fotitos mas.
Ah! excelente final, me parece que me animo a decir que es uno de los mejores :)
Ro