jueves, 16 de abril de 2009

Imbecilidad, mala leche e intereses

No exagero si denomino como estupefacción lo que me producen algunas situaciones de las que me entero a través del seguimiento de los medios de comunicación argentinos. El hecho de haber dejado de convivir con ellas y el de estar a una enorme distancia, que excede lo meramente geográfico, hacen que a uno le resulten todavía más difíciles de entender y, más aún, de aceptar.
Estoy refiriéndome a la bochornosa recepción que algunos “hinchas” le brindaron al plantel de San Lorenzo en Ezeiza a su regreso de la derrota en México ante el modestísimo y casi desconocido San Luis Potosí, que además significó la eliminación del club argentino del torneo cuya obtención se ha convertido en una obsesión para los de Boedo: la Copa Libertadores de América.
Estos sujetos, autodenominados “hinchas”, fueron al aeropuerto para hostigar a los jugadores y hacerles saber de su profundo desagrado por una nueva frustración. Llenaron esa manifestación de insultos y agravios, llamándolos “mercenarios”, mostrándoles billetes y escupiéndolos a lo largo del recorrido de los futbolistas entre la salida de la terminal y el ómnibus que estaba esperándolos. ¿Hay un acto más cobarde y descalificador de la figura de quien lo lleva a cabo que un escupitajo? Además anónimo, ya que parte de un grupo cuyos integrantes no tendrían individualmente el temple necesario para sostener sus agresiones mano a mano con cualquiera de los jugadores. Más todavía: los líderes de estas acometidas suelen ser de la barra brava, que venden su apoyo o desprecio al mejor postor. Ellos también son mercenarios. ¿O no?
Sin desligar a los jugadores de cualquier miseria que efectivamente pudiera serles achacable, creo que no hay nada que justifique lo de Ezeiza ni ninguna de las manifestaciones que casi cotidianamente vemos ligadas con el humor de los “hinchas” como consecuencia de resultados futbolísticos. Hay una sentencia imbécil, lo que significa que sólo puede ser sostenida por imbéciles, que dice que “el hincha tiene derecho a todo, incluso a insultar, porque paga la entrada”, lo que conforma una combinación letal con otra que afirma que “lo mejor que tiene el fútbol son los hinchas”. Todo esto no adquiriría mayor relieve si no fuera porque algunos “periodistas” no se cansan de irradiar o escribir este canto de sirenas que lleva a la confusión a muchos cerebritos algo inmóviles, que prefieren dejarse seducir por la demagogia antes que activar las neuronas para encontrar conclusiones más sólidas acerca de su vínculo con el fútbol.
Pocos condenaron lisa y llanamente, como correspondería hacerlo, lo que pasó en Ezeiza con el plantel de San Lorenzo. Muchos, en cambio, se regodearon mostrando fotos y filmaciones y, los de radio, tomándose el minucioso trabajo de leer al aire cada una de las manifestaciones de los “hinchas”, tanto en forma de cánticos como en esta especie de estúpida religión en la que se han convertido las “banderas”. Los medios en general –salvando las excepciones que correspondan- se hacen eco de cada pronunciamiento de los “aficionados” como si se tratara de la verdad revelada, lo que les genera una triple comodidad: se ganan fácilmente la adhesión de las masas que los consideran aliados de su “causa”, se evitan el esfuerzo intelectual de elaborar pensamientos propios y también dejan a salvo la relación que necesariamente deben mantener con los futbolistas y entrenadores, ya que no son ellos sino “la gente” la que los vitupera. “Los medios –dirán los fundamentalistas del pseudoperiodismo- sólo reflejamos la realidad.”
En una gran cantidad de esos medios se dio por entendido que, ante una nueva eliminación de la Copa Libertadores, los jugadores de San Lorenzo merecían esta agresión. ¿Por qué ponerse a analizar? Habría que ver cuántos de estos “comunicadores” tienen la honestidad necesaria para decirle a esa gente que, en lugar de agarrársela con los futbolistas –a quienes, repito, no considero absolutamente inocentes- tendría que apuntar primero a los dirigentes que toman las decisiones. Cuántos la tienen para decirle a esa gente que esté alerta, que no compre sin pensar el humo que le venden los tipos como Tinelli, que grita a los cuatro vientos su fanatismo mientras da a entender –y en eso queda, sólo en la insinuación- que viene a ayudar al club. ¿Cuál es la ayuda? ¿Traer a D’Alessandro, ponerlo en la vidriera y luego venderlo en millones de dólares de los cuales San Lorenzo sólo recibe monedas? ¿Cuál es la ayuda? ¿Tomar el poder del club a cambio del presunto mecenazgo? ¿Cuál es la ayuda? ¿Amenazar con retirar el “apoyo” económico si no se delega en él la potestad de tomar las decisiones ligadas al fútbol?
Los medios deberían decirles a los “hinchas” que los socios, que han decidido tomar parte de la vida del club de sus amores, le dieron su voto y el mandato de conducir la institución a Rafael Savino, no a Tinelli; y deben decirles que Savino también está entregado –al parecer, gustosamente- a la política entreguista de Julio Grondona, que regaló el fútbol a sus amigos y favorecedores dejando a los clubes en la indefensión más absoluta. Deben decirles que Savino, uno de los preferidos de Grondona al punto de haber sido defendido por el jefe de un embate del mismísimo Maradona, también es responsable –y más que los jugadores- de las frustraciones de San Lorenzo, aun sin olvidar el campeonato ganado con Ramón Díaz.
Lo que no leí ni escuché en ningún lado es que tratándose de fútbol, un deporte, también cabe la posibilidad de perder. Pero eso no lo dicen ni lo escriben, porque a casi nadie le gusta escucharlo o leerlo.

1 comentario:

Patricio Insua dijo...

Fernando, te cuento, para que te hagas un poco más de mala sangre, que en un programa de televisión dos periodista, uno con más de 25 años de trayectoria y el otro una de esas prolijas caras nuevas, dijeron que esta bien -esas palabras exactamente, "está bien"- que los hinchas hayan ido a insultar a los jugadores, pero se horrorizaron por los escupitajos.
Sólo quería dejarte esta aportilla, ya que co lo demás sabes que acuerdo plenamente.
Un gran abrazo.