jueves, 9 de abril de 2009

Un día de excursión

En nuestra última clase de esta etapa de alemán, hace una semana, el profesor nos hizo una invitación. Nos propuso sumarnos a una excursión que tenía prevista con otro grupo al Museo de la Historia Alemana, en Bonn, y a Königswinter, un pueblo situado al sur de la ex capital de la República Federal de Alemania, que está a pocos kilómetros de Köln. Como cierre del paseo, nos invitaba a todos a una reunión en su casa, en cuya parrilla se asaron salchichas y pequeños trozos de carne de cerdo y pollo que acompañamos con algunas salsas y ensaladas.
La cita era para ayer, miércoles, en el Hauptbahnhof de Köln. Allí teníamos que tomar un tren regional. Como éramos muchos, y para abaratar los costos del viaje, nos dividimos en grupos de a cinco, ya que las expendedoras de boletos ofrecen la opción de comprar un pasaje para cinco personas por un precio menor que la suma de cinco tickets individuales. Comprándolos de esta manera, se ahorra un 15%, aproximadamente. La distancia es de veintinueve kilómetros y el tramo ida y vuelta cuesta algo más de veinte euros, lo que representa un costo de cuatro euros y algunos centavos por cada pasajero.
Llegamos al Hauptbahnhof de Bonn y de allí tomamos un U-Bahn (subterráneo) hasta el museo, al que se accede directamente desde la estación y tiene entrada gratuita. Lo primero que se ve es un vagón del tren que usaban en los tiempos de posguerra los sucesivos cancilleres, quienes en Alemania son el equivalente a nuestro presidente. Los carteles alusivos hablan de las preferencias de cada uno de sus célebres usuarios, especialmente por Conrad Adenauer, el primer canciller de la República Federal de Alemania. Dentro del vagón se puede ver toda la ambientación que lo convertía en una verdadera oficina sobre rieles, con compartimentos para reuniones, un despacho con teléfono y una especie de living en el que se ve una radio gigante con la cual se seguían las noticias durante el viaje.
De allí se sube una a escalera mecánica que conduce al acceso al museo. No está permitido sacar fotos, aunque no se retienen las cámaras como había sucedido en mi visita anterior, hace dos años. Antes de ingresar pasamos por el guardarropa para grupos, que constan de gabinetes que se internan en la pared y cuya llave queda en poder de un responsable del grupo.
El museo comienza su repaso de la historia desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Hay piezas originales como cascos, indumentaria y documentos de aquella época. También hay videos que muestran a las ciudades arrasadas por las bombas y a la gente –hombres y mujeres, chicos, adultos y viejos- trabajando en la reconstrucción. De allí y hasta hoy se hace un interesantísimo raconto de toda la evolución de Alemania, lo que entre muchas cosas interesantes tiene el traje espacial de un astronauta de la ex DDR y segmentos del Muro de Berlín. Una maravilla.
El recorrido duró una hora. Luego volvimos a tomar el tren y nos dirigimos a Königswinter. Esta pequeña ciudad –tranquila, limpia, impecable- también está a orillas de Rin y entre sus principales atractivos hay un castillo al que para acceder hay que caminar hacia arriba durante unos cuarenta minutos de pendiente constante en medio de mucha naturaleza y de pequeñas elevaciones. Algunas de ellas tienen como unos balcones de hormigón armado que fueron empotrados para contener derrumbes y caída de rocas, que forman parte del mismo macizo del cual se extrajeron los fragmentos de piedra que se utilizaron para construir la catedral de Colonia y otros templos de la zona. Al llegar hay un mirador desde el que se tiene una maravillosa vista del Rin y hasta se alcanza a divisar Colonia, que está a más de treinta kilómetros, de la cual se distinguen claramente el Dom y la torre de televisión que tengo a dos cuadras de mi casa. Mucho más cerca, y sobre ambas orillas del río, se ven poblaciones con las clásicas construcciones de techo a dos aguas que son característicamente alemanas. Uno está ahí arriba y piensa que nunca podría cansarse de admirar ese paisaje.
Después, para completar el programa, nos fuimos a la casa del profesor. Está en Troisdorf, a mitad de camino entre Colonia y Bonn. Tomamos un tren y un ómnibus, que nos dejó en medio de un barrio de casas bajas impecablemente conservado y de una llamativa tranquilidad. Allí se pusieron en la parrilla las cosas que les detallé en el primer párrafo, a lo que se agregaron unas papas; acá es bastante común comerlas de esa manera. En la reunión había personas de una gran diversidad de orígenes y colores de piel, imagino que también de religiones; el grupo estaba compuesto por europeos, africanos, norte y sudamericanos, asiáticos y hasta un neocelandés, representante de Oceanía. Todos, salvo el profesor, hablamos con limitaciones el alemán; y exceptuando a los españoles y yo, los demás casi no tenían interlocutores en su mismo idioma. Sin embargo, no faltó buena onda y no hubo subgrupos idiomáticos. Los bailarines tuvieron música y, como imaginarán, no faltó bebida, con y sin alcohol, para regar la picada y el resto de la reunión, que terminó a las once de la noche, cuando todos nos fuimos a tomar el último ómnibus que podía llevarnos hasta la estación para alcanzar el tren que cerca de la medianoche nos dejaría de vuelta en Colonia después de haber disfrutado un hermoso día.

5 comentarios:

Martín dijo...

Simpática nota. Lo único que te pido es que trates de controlar tu interés por el BILLETE.
En todas las historias que contás, el vill metal esta muy presente.

Fernando Salceda dijo...

Gracias por tu visita y tu comentario, Martín.
Intentaré tener en cuenta tu pedido, aunque también me animaría a recomendarte que hagas el ejercicio de leer relacionando lo escrito con el contexto al que apuntan, que es el de darle a los que leen fuera de Alemania -especialmente en Argentina- una referencia que les permita establecer una relación entre los gastos cotidianos de cualquier persona en uno y otro país.
Por lo demás, me alegra que estés en condiciones de hacer tu vida sin billetes. La enorme mayoría de la gente, entre los que me incluyo, depende en mayor o menor medida de eso.

Saludos y gracias otra vez.

Andrea G. dijo...

Preciosa crónica Fernando, llena de detalles que nos permiten, a quienes estamos tan lejos, tener una acabada idea de cómo es la vida en Alemania. Nunca falta nada y tampoco sobra nada en tus crónicas
Igual que cuando teníamos la suerte de escucharte comentar.Cada detalle enriquece el relato y nos permite hacernos una idea clara de lo que estamos escuchando/leyendo.
Gracias
Un beso
Andre

Anónimo dijo...

HoLa Fer, muy bueno el relato.

Un abrazo , Nacho

Anónimo dijo...

Yo ahora en unos días me voy a estar yendo a la argentina!!! Me voy a hospedar en uno de los departamentos de alquiler temporario en palermo soho, en buenos aires!!! Después de leer tu historia, me dieron muchísimas ganas de hacer algo similar, pero desde ese país!!! Les voy a ir contando!