Mi última visita a esta ciudad que tanto me gusta había sido en los últimos días de 2001, los mismos en los que nuestro país estaba revolucionado por uno de los acontecimientos más tristes de su historia reciente. Aquel viaje a Roma se produjo en condiciones especiales. Esos cuatro días en la capital de Italia fueron de un disfrute muy particular por la compañía que tuve y por la certeza de que pasaría mucho tiempo hasta que pudiera volver. Pasaron siete años y, una vez que decidí no viajar a la Argentina para esta fecha, acepté la generosa invitación de mi amigo Mauricio y su novia Roxana a pasar las fiestas con ellos.
Para llegar de Köln al aeropuerto de Hahn, no lejos de Frankfurt, hay que tomar un ómnibus que tarda algo más de dos horas y cuesta quince euros. Una vez que hice el check in para el vuelo sentí ganas de sentarme a tomar y comer algo a modo de merienda. Influido por los precios que habitualmente vemos en las cafeterías de nuestras terminales aéreas, me acerqué al bar del aeropuerto con desconfianza; imaginaba que un café con leche y una factura podrían costarme más que un almuerzo bien servido en cualquier otro lugar. Estaba equivocado: me sirvieron una buena taza de chocolate caliente con crema y una medialuna muy grande por tres euros con cincuenta centavos. Hay lugares en los que esto cuesta menos, pero no es un precio que a uno le da bronca pagar. ¿Por qué será que en Ezeiza o aeroparque estafan a los pasajeros de la manera impune con la que lo hacen?
Del vuelo no hay mucho que destacar, salvo un detalle que me llamó la atención. Cuando las azafatas de Ryanair pasaron vendiendo comidas y bebidas, mis vecinos de asiento eligieron whisky. Primero les entregaron el vaso vacío y después, para mi sorpresa, dos medidas de la bebida que pidieron, que venían en sendos pequeños sachets. Miré con asombro a la señora de la butaca de al lado, que entendió mi desconcierto y dijo sonriendo: “sí, el whisky acá lo sirven así”; y se lo tomó sin más.
Llegamos al aeropuerto de Ciampino, vecino a Roma, en la noche del lunes, media hora más tarde que lo previsto. Cuando salí de la terminal de arribos me encontré con Mauricio y Roxana –a quien sólo conocía por chat pero no personalmente-, que fueron a buscarme.
El martes hicimos el primer recorrido. Fue una larga caminata que se inició en la plaza de San Pedro, donde está la basílica del mismo nombre, en la ciudad de El Vaticano. Con la cercanía de la Nochebuena y la Navidad estaban terminando de armar el pesebre con el que en la medianoche del miércoles se celebraría un nuevo aniversario del nacimiento del Niño Jesús. Después de las fotos, seguimos caminando por la Vía de la Conciliazione, que sale frente a la basílica, hasta el Castel Sant’Angelo, que está a unos seiscientos metros. El Vaticano y el castillo están unidos por un muro que tiene sobre sí una pasarela que les permitía a los papas acceder a un lugar seguro ante los intentos de invasión de los bárbaros. Sin embargo, y según me contaron, sólo uno la necesitó a lo largo de la historia.
El castillo está a orillas del Tíber, sobre el cual se puede cruzar a través de una gran cantidad de puentes; muchos de ellos están ornamentados con obras de arte. La tarde está fría, pero hermosa; y nos invita a seguir el paseo. Después de alcanzar la otra orilla del río seguimos caminando en dirección a otros célebres lugares de esta inolvidable ciudad. En la piazza Colonna está la sede del gobierno; mientras buscábamos la forma de aprovechar mejor las caracteristicas de la cámara de fotos, la Policía formó una senda por la cual, minutos después, ingresó la caravana que trasladaba al simpático de Silvio Berlusconi, primer ministro italiano. No lejos de allí está el Pantheon, que fue construido en el año 80 adC. y es un templo mundialmente famoso porque tiene su cúpula inconclusa, por lo que cuando llueve el agua moja el centro del recinto, aunque el piso tiene perforaciones que la conducen a espacios donde se la almacena; el Pantheon es, además, el lugar donde descansan los restos de Rafaello.
No hay que caminar mucho para llegar a la Fontana di Trevi, una obra de arte sencillamente magnífica. Acá también hicimos trabajar bastante a la cámara de fotos; y el que conozca este lugar podrá entender que no es para menos. Pero hay que tener paciencia, porque el lugar no es tan amplio y somos demasiados los turistas, con abrumadora mayoría de orientales, que buscamos la mejor toma.
El miércoles fue un día deportivo, aunque en mi caso como espectador. Mauricio, aficionado casi fanático del golf, jugó dieciocho hoyos con dos amigos. Acompañé al trío por todo el recorrido del exclusivo club Olgiata, el country donde suelen residir los futbolistas argentinos que juegan en los clubes de la capital italiana. Acá también, después de caminar varios kilómetros, tuvimos ganas de comer algo. Fuimos al bar del club y, otra vez, grande fue la sorpresa cuando comprobamos que por cuatro tostados y cuatro bebidas nos cobraron no mucho más que lo que habríamos pagado por lo mismo en cualquier otro lugar de la ciudad.
A la noche, Mauricio tomó el mando de la cocina y Roxana asistió eficientemente. Ambos prepararon una variada cena en la que no faltaron una buena entrada de mariscos y un pollo relleno de dimensiones importantes. Después de eso llegó el brindis y el deseo mutuo en el que también incluimos a los que estén leyendo este texto: ¡MUCHAS FELICIDADES PARA TODOS!
Para llegar de Köln al aeropuerto de Hahn, no lejos de Frankfurt, hay que tomar un ómnibus que tarda algo más de dos horas y cuesta quince euros. Una vez que hice el check in para el vuelo sentí ganas de sentarme a tomar y comer algo a modo de merienda. Influido por los precios que habitualmente vemos en las cafeterías de nuestras terminales aéreas, me acerqué al bar del aeropuerto con desconfianza; imaginaba que un café con leche y una factura podrían costarme más que un almuerzo bien servido en cualquier otro lugar. Estaba equivocado: me sirvieron una buena taza de chocolate caliente con crema y una medialuna muy grande por tres euros con cincuenta centavos. Hay lugares en los que esto cuesta menos, pero no es un precio que a uno le da bronca pagar. ¿Por qué será que en Ezeiza o aeroparque estafan a los pasajeros de la manera impune con la que lo hacen?
Del vuelo no hay mucho que destacar, salvo un detalle que me llamó la atención. Cuando las azafatas de Ryanair pasaron vendiendo comidas y bebidas, mis vecinos de asiento eligieron whisky. Primero les entregaron el vaso vacío y después, para mi sorpresa, dos medidas de la bebida que pidieron, que venían en sendos pequeños sachets. Miré con asombro a la señora de la butaca de al lado, que entendió mi desconcierto y dijo sonriendo: “sí, el whisky acá lo sirven así”; y se lo tomó sin más.
Llegamos al aeropuerto de Ciampino, vecino a Roma, en la noche del lunes, media hora más tarde que lo previsto. Cuando salí de la terminal de arribos me encontré con Mauricio y Roxana –a quien sólo conocía por chat pero no personalmente-, que fueron a buscarme.
El martes hicimos el primer recorrido. Fue una larga caminata que se inició en la plaza de San Pedro, donde está la basílica del mismo nombre, en la ciudad de El Vaticano. Con la cercanía de la Nochebuena y la Navidad estaban terminando de armar el pesebre con el que en la medianoche del miércoles se celebraría un nuevo aniversario del nacimiento del Niño Jesús. Después de las fotos, seguimos caminando por la Vía de la Conciliazione, que sale frente a la basílica, hasta el Castel Sant’Angelo, que está a unos seiscientos metros. El Vaticano y el castillo están unidos por un muro que tiene sobre sí una pasarela que les permitía a los papas acceder a un lugar seguro ante los intentos de invasión de los bárbaros. Sin embargo, y según me contaron, sólo uno la necesitó a lo largo de la historia.
El castillo está a orillas del Tíber, sobre el cual se puede cruzar a través de una gran cantidad de puentes; muchos de ellos están ornamentados con obras de arte. La tarde está fría, pero hermosa; y nos invita a seguir el paseo. Después de alcanzar la otra orilla del río seguimos caminando en dirección a otros célebres lugares de esta inolvidable ciudad. En la piazza Colonna está la sede del gobierno; mientras buscábamos la forma de aprovechar mejor las caracteristicas de la cámara de fotos, la Policía formó una senda por la cual, minutos después, ingresó la caravana que trasladaba al simpático de Silvio Berlusconi, primer ministro italiano. No lejos de allí está el Pantheon, que fue construido en el año 80 adC. y es un templo mundialmente famoso porque tiene su cúpula inconclusa, por lo que cuando llueve el agua moja el centro del recinto, aunque el piso tiene perforaciones que la conducen a espacios donde se la almacena; el Pantheon es, además, el lugar donde descansan los restos de Rafaello.
No hay que caminar mucho para llegar a la Fontana di Trevi, una obra de arte sencillamente magnífica. Acá también hicimos trabajar bastante a la cámara de fotos; y el que conozca este lugar podrá entender que no es para menos. Pero hay que tener paciencia, porque el lugar no es tan amplio y somos demasiados los turistas, con abrumadora mayoría de orientales, que buscamos la mejor toma.
El miércoles fue un día deportivo, aunque en mi caso como espectador. Mauricio, aficionado casi fanático del golf, jugó dieciocho hoyos con dos amigos. Acompañé al trío por todo el recorrido del exclusivo club Olgiata, el country donde suelen residir los futbolistas argentinos que juegan en los clubes de la capital italiana. Acá también, después de caminar varios kilómetros, tuvimos ganas de comer algo. Fuimos al bar del club y, otra vez, grande fue la sorpresa cuando comprobamos que por cuatro tostados y cuatro bebidas nos cobraron no mucho más que lo que habríamos pagado por lo mismo en cualquier otro lugar de la ciudad.
A la noche, Mauricio tomó el mando de la cocina y Roxana asistió eficientemente. Ambos prepararon una variada cena en la que no faltaron una buena entrada de mariscos y un pollo relleno de dimensiones importantes. Después de eso llegó el brindis y el deseo mutuo en el que también incluimos a los que estén leyendo este texto: ¡MUCHAS FELICIDADES PARA TODOS!
3 comentarios:
Muy linda crónica, Fernando. Me alegro de que hayas tenido una Nochebuena y Navidad en buena compañía.
Un gran abrazo.
Cada vez mejores tus crónicas, Fer. ¡Muy feliz 2009 para vos!
Reinaldo Martínez
Hola Fernandito!
Desde Ushuaia y en compañia de nuestros amigos en común, te mandamos un afectuoso saludo.
Felices fiestas!
Irene, Carlos, Tato, Gabi y Lau.
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