En el texto del 30 de octubre último me gané la mirada torcida de muchos amigos, cuando manifesté que no me parecía apropiada la designación de Diego Maradona como entrenador de la Selección. Di mis argumentos y también dije que con mucha felicidad reconocería mi error si hubiese razones para hacerlo.
Todavía es demasiado temprano para determinarlo, pero debo decir que se me va dibujando una sonrisa, como un pequeño inicio de esa felicidad. Como quedó escrito en este blog, tuve la posibilidad de cubrir el debut de Diego como entrenador en Glasgow con aquel partido ante Escocia; y a partir de allí me mantuve particularmente atento a la gestión de nuestro máximo ídolo futbolístico a cargo del equipo nacional.
Debo decir que estoy gratísimamente impresionado por la forma en la que Diego asumió este compromiso, haciendo lo que su antecesor se negaba sistemáticamente a hacer: viajar permanentemente para estar cerca de los jugadores, verlos en acción en la cancha, hablar con ellos, saber qué piensan, cómo se sienten y tener una impresión de cada uno de ellos sin intermediarios. También da gusto ver como él, sacando provecho de lo que su figura representa en el fútbol del mundo, se toma el desgastante trabajo de negociar con los entrenadores y los dirigentes de los clubes la cesión de los futbolistas para los compromisos de nuestro seleccionado. Otro dato saludable fue el corte que le dio al tema de Oscar Ruggeri, lo que en otro momento habría sido una chispa capaz de generar un incendio. Todos, empezando por el mismísimo Diego, sabemos que Ruggeri no es imprescindible. Por eso, con buen criterio, el “Diez” aseguró que si no puede contar con él trabajará de la misma forma.
Todavía mantengo algunas reservas, que, como dije también en aquella nota de octubre, tienen origen en la conducción política de la AFA. Quería expresar todas estas cosas antes de que la Selección siga jugando, ya que estos son aspectos elogiables independientemente de resultados que el equipo obtenga dentro de la cancha. Ojalá Diego siga así; y mejor.
Volvamos a Colonia, esta ciudad que después del frío extremo de los primeros diez días del año ahora está otra vez a pleno. En la tarde del martes me fui a la Volkshochschule, una escuela en la que se puede aprender idiomas. Mi intención es la de retomar el estudio del alemán. Algunos que ya sabían de esta iniciativa me preguntaron, con razón, por qué no lo hice antes. La respuesta es que recién ahora me siento con las ganas suficientes para asumir el compromiso sin correr el riesgo de dejarlo a poco de empezar.
El edificio central de la Volkshochschule está frente a Neumarkt, un nudo de transporte en el centro de la ciudad. La primera sorpresa que tiene el edificio son unos ascensores que no se detienen nunca y no tienen puertas. Uno se sube cuando la caja está pasando y se baja cuando para por el piso al que se desea ir; en cada uno de ellos caben dos personas. Me mandan al segundo piso y de ida no me animo con estos aparatos extraños; prefiero las escaleras. En un salón, hay dos profesoras que atienden a los interesados. Cuando llega mi turno le explico a una de ellas que quiero retomar el curso de alemán que empecé hace años en Buenos Aires; le cuento hasta qué nivel había llegado y ella me ofrece hacer una pequeña prueba como para saber cómo estoy. Me entrega dos hojas; una tiene un texto con palabras incompletas y frases con espacios en blanco para examinar el uso de artículos, declinaciones y conjugaciones de verbos. En la segunda tengo que escribir un par de oraciones eligiendo uno de los temas que ahí se proponen.
Veinte minutos después vuelvo al escritorio para entregárselo. Lo revisa y a la primera hoja la califica con un 43/60 y me dice que la pequeña redacción está bien hecha en general. La profesora me muestra la variedad de cursos y los precios; elijo para cursar los martes y jueves de 18.30 a 21.30. Todo este trámite, con el examen incluido, no se llevó más de una hora. Antes de despedirnos me entregan un mapa para orientarme, ya que mi curso no se dicta en ese mismo edificio sino en otro sito a cuatro cuadras de ahí.
Cuando voy a tomar el tranvía de vuelta a casa me doy cuenta de que no tengo monedas para sacar el boleto; como Neumarkt es un punto muy importante de la red de trasporte público colonés, hay ventanillas y expendedoras automáticas que aceptan el pago con tarjeta de débito. Pero si me hubiese quedado sin monedas en cualquier otro lugar, podría haberlo resuelto sin inconvenientes. En cualquier comercio se puede entrar y pedir cambio en monedas para viajar; y nunca me pasó que me lo negaran, al contrario; y hoy, conversando por internet con mi amigo Mauricio Monte, residente en Roma, comentábamos la vergüenza que representa que un prestigioso diario español, El País, haya elegido el problema de las monedas como uno de los dos temas por los que la Argentina le llamó la atención en la edición digital de hoy, mucho más cuando el periodista detalla que el eje del problema está en la maniobra de quienes tienen la posibilidad de acapararlas, para luego venderlas a un costo mayor que el de su denominación.
Para el final, una linda: mi mamá me llamó por teléfono para decirme que mi sobrino quería hablar conmigo por Skype. Enseguida hicimos la conexión y una de las primeras cosas que me dijo Ian fue: “tío... ¿sabés qué vamos a hacer con mi mamá? Vamos a colgar una hoja en la puerta de la heladera para ir tachando los días que faltan para que vuelvas”. Sin palabras.
Todavía es demasiado temprano para determinarlo, pero debo decir que se me va dibujando una sonrisa, como un pequeño inicio de esa felicidad. Como quedó escrito en este blog, tuve la posibilidad de cubrir el debut de Diego como entrenador en Glasgow con aquel partido ante Escocia; y a partir de allí me mantuve particularmente atento a la gestión de nuestro máximo ídolo futbolístico a cargo del equipo nacional.
Debo decir que estoy gratísimamente impresionado por la forma en la que Diego asumió este compromiso, haciendo lo que su antecesor se negaba sistemáticamente a hacer: viajar permanentemente para estar cerca de los jugadores, verlos en acción en la cancha, hablar con ellos, saber qué piensan, cómo se sienten y tener una impresión de cada uno de ellos sin intermediarios. También da gusto ver como él, sacando provecho de lo que su figura representa en el fútbol del mundo, se toma el desgastante trabajo de negociar con los entrenadores y los dirigentes de los clubes la cesión de los futbolistas para los compromisos de nuestro seleccionado. Otro dato saludable fue el corte que le dio al tema de Oscar Ruggeri, lo que en otro momento habría sido una chispa capaz de generar un incendio. Todos, empezando por el mismísimo Diego, sabemos que Ruggeri no es imprescindible. Por eso, con buen criterio, el “Diez” aseguró que si no puede contar con él trabajará de la misma forma.
Todavía mantengo algunas reservas, que, como dije también en aquella nota de octubre, tienen origen en la conducción política de la AFA. Quería expresar todas estas cosas antes de que la Selección siga jugando, ya que estos son aspectos elogiables independientemente de resultados que el equipo obtenga dentro de la cancha. Ojalá Diego siga así; y mejor.
Volvamos a Colonia, esta ciudad que después del frío extremo de los primeros diez días del año ahora está otra vez a pleno. En la tarde del martes me fui a la Volkshochschule, una escuela en la que se puede aprender idiomas. Mi intención es la de retomar el estudio del alemán. Algunos que ya sabían de esta iniciativa me preguntaron, con razón, por qué no lo hice antes. La respuesta es que recién ahora me siento con las ganas suficientes para asumir el compromiso sin correr el riesgo de dejarlo a poco de empezar.
El edificio central de la Volkshochschule está frente a Neumarkt, un nudo de transporte en el centro de la ciudad. La primera sorpresa que tiene el edificio son unos ascensores que no se detienen nunca y no tienen puertas. Uno se sube cuando la caja está pasando y se baja cuando para por el piso al que se desea ir; en cada uno de ellos caben dos personas. Me mandan al segundo piso y de ida no me animo con estos aparatos extraños; prefiero las escaleras. En un salón, hay dos profesoras que atienden a los interesados. Cuando llega mi turno le explico a una de ellas que quiero retomar el curso de alemán que empecé hace años en Buenos Aires; le cuento hasta qué nivel había llegado y ella me ofrece hacer una pequeña prueba como para saber cómo estoy. Me entrega dos hojas; una tiene un texto con palabras incompletas y frases con espacios en blanco para examinar el uso de artículos, declinaciones y conjugaciones de verbos. En la segunda tengo que escribir un par de oraciones eligiendo uno de los temas que ahí se proponen.
Veinte minutos después vuelvo al escritorio para entregárselo. Lo revisa y a la primera hoja la califica con un 43/60 y me dice que la pequeña redacción está bien hecha en general. La profesora me muestra la variedad de cursos y los precios; elijo para cursar los martes y jueves de 18.30 a 21.30. Todo este trámite, con el examen incluido, no se llevó más de una hora. Antes de despedirnos me entregan un mapa para orientarme, ya que mi curso no se dicta en ese mismo edificio sino en otro sito a cuatro cuadras de ahí.
Cuando voy a tomar el tranvía de vuelta a casa me doy cuenta de que no tengo monedas para sacar el boleto; como Neumarkt es un punto muy importante de la red de trasporte público colonés, hay ventanillas y expendedoras automáticas que aceptan el pago con tarjeta de débito. Pero si me hubiese quedado sin monedas en cualquier otro lugar, podría haberlo resuelto sin inconvenientes. En cualquier comercio se puede entrar y pedir cambio en monedas para viajar; y nunca me pasó que me lo negaran, al contrario; y hoy, conversando por internet con mi amigo Mauricio Monte, residente en Roma, comentábamos la vergüenza que representa que un prestigioso diario español, El País, haya elegido el problema de las monedas como uno de los dos temas por los que la Argentina le llamó la atención en la edición digital de hoy, mucho más cuando el periodista detalla que el eje del problema está en la maniobra de quienes tienen la posibilidad de acapararlas, para luego venderlas a un costo mayor que el de su denominación.
Para el final, una linda: mi mamá me llamó por teléfono para decirme que mi sobrino quería hablar conmigo por Skype. Enseguida hicimos la conexión y una de las primeras cosas que me dijo Ian fue: “tío... ¿sabés qué vamos a hacer con mi mamá? Vamos a colgar una hoja en la puerta de la heladera para ir tachando los días que faltan para que vuelvas”. Sin palabras.
6 comentarios:
fijate cómo influye en la mente la falta de monedas, que una que vos y yo conocemos, en la fontana di trevi la tiró afuera, le erró! tal vez fue para ahorrar, aunque sospecho que se debió a que una moneda, en buenos aires, no se tira ni se entrega.
Mi querido Fernando, a mí me encanta en Colonia y Bonn el Handyticket, mediante la cual puedes comprar tu boleto con una llamada del móvil. El tiquete te llega por SMS. Fabuloso! En cuanto a Maradona, he seguido con atención su desempeño y no tengo más que concordar contigo al cien por ciento. Incluso en el "veremos" ;-)) Un fuerte abrazo desde Bonn.
Mientras que en Capital los usuarios de colectivo piden que saquen las máquinas monederas, acá en Mar del Plata han aparecido, curiosamente, en cada unidad, unos soportes como para instalarlas. (Salvo que sean para máquinas tragamonedas, aunque lo dudo). Lindo, ¿no?
Fernando, me alegra mucho enterarme de tu entusiasmo con este nuevo proyecto en la selección. Sé que leíste mis notas sobre el entusiasmo -tal vez demasiado encendido, es cierto- que me generó este nombramiento desde un primer momento y también tuvimos oportunidad de charlarlo. Creo que a esta altura no resiste análisis el hecho de que ahora se está trabajando con la intensidad y la dedicación que requiere dicha responsabilidad. Diego está metidísimo, sin aprovechar ni un ápice de las licencias que su apellido le daría; pese a esa fama incomparable a nivel mundial no se guarda nada, como cuando jugaba. Y seguro lo mismo estará haciendo Bilardo; sabida y la obsesión, casi paranoia, del DT por el fútbol y de seguro estará trabajando sin descanso, pero con bajo perfil, más en las sombras, no como un monje negro, sino a partir de respetar el cargo de Diego, tal como lo dijo desde un principio.
El trabajo que está haciendo Maradona no garantiza el éxito, pero si las cosas no se dan siempre voy a preferir la desazón de quedarse sin nada habiéndolo intentado y entregado todo, que el vacío que deja no lograr lo que se buscaba por no haber tenido la responsabilidad ni haber hecho los esfuerzos que la empresa implicaba. esto corre para cualquier orden de la vida, claro.
Bueno, Fernando, mi comentario se centró en el entusiasmo que me generó la primera mitad de tu post. Pero no quiero decirte que te felicito por el entusiasmo de retomar tus clases de alemán, lo cual seguro te ayudará en mejorar allí tu calidad de vida, aún más de lo que habitualmente nos contas a partir del orden y la programación de esas ciudades europeas.
Que suerte han tenido los que después de leerte lograron hacer un comentario sobre Maradona, las monedas o el curso de alemán. Yo solo me he quedado con el final :)
Saludos!Ro
Si tal cuál, que importa el resto de la entrada, con semejante final!!! todavía estoy con los ojos borrosos mientras intento escribir esto... que difícil Fernando será tomar una decisión de tu futuro imaginando ese papel en la heladera,no?
Un beso
Andre
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