jueves, 29 de enero de 2009

Pequeños apuntes de un consumidor

Con mi amigo Mauricio Monte siempre comentamos, él desde su experiencia italiana y yo desde la alemana, cómo nos llama la atención la comparación de los precios de algunos elementos de primera necesidad con respecto a lo que se paga por ellos en Argentina. Siempre terminamos acordando que, en relación con los ingresos medios que la gente percibe acá, la vida no es cara.
En esas conversaciones, que se repiten casi semanalmente, tratamos de aportar detalles que nos permitan llegar a conclusiones más sólidas, que, como podrán imaginar, mientras más sólidas son más tristeza nos producen; y en este texto incluiré algunas de esas referencias, para que ustedes puedan elaborar sus propias ideas y también, mediante los comentarios que tengan ganas de hacernos llegar, ayudarnos a que las nuestras sean más ajustadas.
Veamos: con la abrupta y pronunciada baja del precio internacional del petróleo aquí cayeron notoriamente los precios de los combustibles. Para citar el ejemplo que mejor conozco por haber tenido un auto diesel mientras estuve en nuestro país, el gas oil pasó de costar casi 1,40 a un poco más de 1,00 lo que, sin hacer cuentas demasiado finas, nos muestra una disminución del 28%. ¿En qué proporción bajaron en Argentina los derivados del petróleo desde el derrumbe del precio internacional del barril?
También vale la pena detenerse en el valor de algunos elementos de primera necesidad. Un paquete de seis botellas de un litro y medio de agua mineral cuesta un 1,20, lo que equivale a 0,20 por unidad. Si hiciéramos la relación por el método equivocado, como es el de calcular el cambio de moneda, la misma botella de agua saldría 90 centavos de peso. Un kilo de azúcar refinada cuesta 80 centavos. Por un kilo de yerba brasileña para tomar mate al estilo uruguayo como me enseñaron mis amigos maragatos tuve que pagar en Roma 4 euros. ¿Cuánto hay que pagar en cualquier supermercado argentino por estos productos?
El martes, tal como había contado en el texto anterior, tuve mi primera clase de alemán en Alemania. Fui el tercero en llegar al aula número seis, en el primer piso de la sede de la Volkshochschule de la Agrippastraße. Me senté en el fondo para tener el pizarrón bien de frente. Cuando llegó el profesor, y como es habitual, cada uno a su turno debió decir su nombre y de dónde venía. En el grupo hay dos españoles, una polaca, una lituana, una jamaiquina, dos griegos y una chica de Benín, un país del oeste de África situado entre Nigeria y Togo. Hay otros compañeros que, como llegaron tarde, no participaron de la ronda y no pudimos saber de qué países son oriundos.
El profesor habla lento y muy clarito. Nos entrega unas fotocopias con ejercicios de prueba, como para refrescar algunos conceptos básicos de gramática. Los vamos haciendo por series de siete y entre todos los revisamos. Con esto comprobé lo buenos que son los profesores que tuve en el Goethe Institut de Buenos Aires, ya que lograron que entendiera esos conceptos gramaticales cuando me los explicaron hace un par de años. A la mitad de la clase nos propone una pausa de diez minutos, que algunos aprovechamos para ir al baño y otros para fumar, para lo que tienen que ir hasta una sala que hay en la planta baja. Después sí ya agrega algunos nuevos conocimientos y, antes de irnos, nos recomendó la compra de un libro que en su versión más cara, la que incluye un disco compacto de apoyo, cuesta catorce euros. Acá también podríamos mencionar el tema de los costos. ¿Cuánto habría que pagar en Buenos Aires por un libro de esas características?
Cuando me fui a Argentina, en mayo, le dejé a otro amigo, Gustavo, una bicicleta. Él la usó y, una vez, la dejó atada a un árbol en una esquina de la ciudad que no está muy lejos de casa. Pasó el tiempo; cuatro meses, más precisamente. Hace pocos días, Gustavo me dio la llave del candado para ir a buscarla; y ahí estaba la bicicleta, justo frente a la puerta del supermercado Rewe, el mismo que figura en la camiseta de Colonia, el equipo de fútbol de esta ciudad. No estaba en el mejor estado, pero no le faltaba nada. Hablé con Thomas Schumacher, aquel amigo alemán que alguna vez les mencioné que me había regalado una, para llevársela para repararla. Thomas tiene un enorme local en el que se dedica a la venta de bicicletas de todo tipo y todos los accesorios que se puede necesitar, como cascos, luces, candados o indumentaria para ciclismo. Apenas llegué le dije que se la dejaba y me dijera cuándo tenía que pasar a buscarla. Me preguntó si tenía tiempo y le respondí que sí, por lo que me dijo que esperara una hora y podría llevarme la bicicleta en condiciones. Se cumplió ese lapso y, a cambio de veinte euros –precio de amigo- me la entregaron con las luces y su respectivo cableado renovado, así como todas las piezas que estaban flojas perfectamente ajustadas.
Después de una larga espera, demasiado para mi gusto, finalmente llegó el fin de semana de la vuelta al trabajo. El sábado debo volver al estudio para relatar el partido entre Colonia y Wolfsburgo, mientras que el domingo puedo llegar a tener un duelo lleno de goles con la visita de Arminia Bielefeld a Werder Bremen, un equipo con un gran poderío ofensivo y una clamorosa endeblez defensiva.
La garganta está lista para el regreso; ojalá que estos cuatro equipos la exijan al máximo.

2 comentarios:

Patricio Insua dijo...

Fernando, charlamos alguna vez sobre esa comparación de lo que cuesta allí ganar 100 euros y lo que se puede hacer con ese dinero y lo que cuesta acá ganr 100 pesos y para lo que alcanza con esa suma. El resultado, como lo decís, es tremendo, por momentos desmoralizador.
Por el resto, espero seas perseverante en tus calses de alemán y tengas una muy buena transmisión inicial de 2009.

Anónimo dijo...

Para el curso de italiano pidieron el libro de ejercicios y el de la teoría que viene con un CD, antes de entrar a la próxima clase fuimos todos a la librería que está en frente a comprarlos, 34 euros todo. En Buenos Aires ni siquiera lo hubiéramos pensado ,es mas los profesores antes de darte el nombre del libro, te dicen en qué lugar dejan las copias para que las compres, o sea que hubiéramos ido directamente a la fotocopiadora a sacar las tres primeras unidades (hasta en una universidad privada se ve la ausencia de libros). También podríamos pensar que el tema de las copias es porque no es un solo libro el que se usa, pero si los precios fueran mas o menos coherentes, no digo todos, pero algunos podrían comprarse tranquilamente, por ejemplo..si estás estudiando Psicología, como puede ser que tengas que pensar si compras o no el diccionario de Psicoanálisis, y como puede ser que tengas que estar durante dos años fotocopiando la obra de Freud o Lacan , sería mas lógico, mas cómodo y mas agradable tener los libros, pero claro tenes que tener a tu disposición mas de mil setecientos pesos para invertirlos en eso.
Un beso Fer y buen fin de semana!! :)