Aunque me gusta mucho hacerlo, llegué a la conclusión de que no es un buen ejercicio la lectura de los diarios argentinos. Quizás la distancia nos pone más sensibles a los que estamos lejos; pero hay cosas que, me parece, no tienen que ver con eso. Estoy escuchando la radio mientras escribo esto; Víctor Hugo y Daniel López comentan que las encuestas dicen que la inseguridad es el problema que más atormenta a los argentinos. La vida parece valer cada vez menos, todos los días alguien muere por unos pocos pesos o algún elemento de poco o mucho valor. Me cuesta creer lo que leí hace un rato: a un chico de doce años le reventaron la cabeza de un balazo en un cíber porque el padre tenía poco dinero encima. Pero desde arriba insisten con que los índices de pobreza bajan, aunque después de lo que pasó últimamente uno no sabe si eso es real o si también en este rubro los números son dibujados. No era fácil determinarlo estando allá, mucho menos lo es a una distancia que excede lo meramente geográfico.
Acá se vive seguro y se puede percibir hasta qué punto no estarlo degrada la calidad de vida. Se ven mujeres y chicos solos en bicicleta por la calle y a toda hora. La gente, en general, no necesita mirar para todos lados a ver de dónde viene el intento de atraco. Los cajeros automáticos dan a la calle y en todos los vagones de trenes y tranvías hay cámaras que permiten identificar inmediatamente al autor de cualquier tipo de ataque contra la integridad del otro; y un detalle fundamental, que lo expongo con una anécdota. Cuando me iba para la Argentina al regreso de mi viaje anterior a Alemania, la esposa de Gustavo me acercó un par de regalos para llevarles a mis sobrinos. A Camila le envió una carterita y otras cosas de nena. Para Ian había un autito de carreras; mientras yo le agradecía, Almut me explicó que “pensaba comprarle un auto de policía, pero como sé que en Argentina no tienen buena imagen preferí esto. Acá, a los chicos se les regala muchos juguetes alusivos a ellos, porque todos acá sabemos que los policías son nuestros amigos y que están para ayudarnos por cualquier problema que se nos presente”. Huelga cualquier comentario.
Gracias a nuestras joyitas, cada vez que hay elecciones viene la denuncia de fraude adjunta. Van a hacer el recuento de los votos, porque nunca es del todo confiable el primer conteo, y resulta que hay más sufragios que electores habilitados. Hay casos en los que hasta el que gana tiene dudas. Al ministro que maneja una de las áreas estratégicas del país le ponen como control a su esposa. Uno de los dos pares de bigotes mágicos que siempre intenta convencernos de que el sol sale de noche, Alberto, ahora dice que la inflación no existe en la Argentina; y para peor, tengo que aguantar que uno de los nuestros que lleva muchos años viviendo acá me diga que el otro, Aníbal, es un tipo brillante porque tiene respuesta para todo. Parece joda. Esto no es el Edén absoluto, acá también aparece cada tanto un caso de corrupción, pero cuando uno le cuenta estas cosas a los alemanes no pueden contener el sentimiento de compasión, que sucede a la incredulidad. Por estos lares todavía tienen valor las instituciones, el sistema tiene alguna defensa contra este tipo de enfermedades que a nosotros se nos han hecho crónicas. Para peor, parece que no vamos a curarnos; porque según los mismos diarios que todavía tengo en la pantalla, lo más probable es que después del ataque agudo que tendremos en octubre sigamos afectados por otra cepa de este mismo virus y quién sabe si la que viene no es todavía más virulenta que la que padecemos por estos días. Perdón a todos por la catarsis.
El otoño volvió a hacerse notar el lunes. Otra vez la lluvia, días cada vez más cortos. A las siete y media de la tarde ya no hay luz natural y cuentan que en el invierno eso sucede a las cinco. Todos dicen que es triste, pero voy a esperar a verlo para estar de acuerdo o no.