jueves, 6 de septiembre de 2007

Los primeros pasos

Es lunes; como cada día, vengo a almorzar al bistrot (eso dice en la vidriera) de mis amigos franceses Nicholas y Olivier, en la Venloerstraße. Este lugar está hecho para mí; la comida es excelente y no muy costosa, la atención es inmejorable, no permiten fumar y, por último, tiene conexión WiFi. Pero no sé qué problema hay y es imposible conectarse. Sin Internet, empiezo ahora lo que pensaba redactar más tarde.
El miércoles pasado, 15 de agosto, fue mi séptimo día completo en Köln; tuve que ir hasta Bergisch Gladbach para registrarme en la oficina de extranjeros. El recorrido comprende unos treinta kilómetros desde el centro de la ciudad. En la Rudolfplatz me subí al Straßenbahn (tranvía), línea 1, que llegó puntualmente a las 10:21. Caminé veinte minutos para llegar a la parada, así que imagínense a qué hora me levanté. Para muchos de ustedes será normal, pero para mí estos son horarios de madrugada.
En la parte inicial del trayecto nos mantenemos sobre la superficie. A medida que salimos de la ciudad vamos alternando con tramos subterráneos; las luces de los vagones se encienden automáticamente al entrar a la zona de túnel y se apagan cuando salimos. Una voz grabada va diciendo cuál es la próxima parada. Cerca del destino, las vías están tendidas en una zona boscosa y se ve verde intenso en cualquier dirección a la que se dirija la mirada. Por fin llegamos a la terminal, Bensberg, donde está esperándome mi jefe para ir a hacer el trámite de permiso de residencia. La señora que atiende, extremadamente amable y cordial, me pide el pasaporte y el formulario que tuve que llenar durante la espera. Encuentra un casillero libre, en el que se debe informar la religión que se profesa; ella me pregunta qué debe poner ahí y le digo “nichts” (nada). Después supe que de haber puesto cualquier otra cosa se descontaría un porcentaje de mis ingresos que iría a las arcas de la Iglesia de la que figurase como miembro. Menos mal, porque al único vago al que acepto mantener acá soy yo mismo; a ninguno más. Todo fue rápido, no más de diez minutos.
Pasó el segundo fin de semana de trabajo, con saldo muy positivo. El sábado último hice, creo, mi mejor transmisión. Conocía bien a todos los jugadores de los dos equipos y relaté sin mirar la hoja con las formaciones, por lo que pude mantener la vista siempre sobre la pantalla. Bayern Múnich aplastó 4 a 0 como visitante a Werder Bremen. El domingo, una buena y una mala. La favorable es que el gol de penal de Van der Vaart para la victoria de Hamburgo sobre Leverkusen deja de pie a mi invicto: diecisiete partidos de Bundesliga y ningún 0 a 0. La faceta negativa: por primera vez hay que repetir una grabación por mi culpa. Me taré con los números de la tabla de posiciones y la ida a la banquina fue inevitable. “Kein Problem” (no hay problema), dicen todos ante mis reiteradas ofertas de disculpas que acepta con la mejor onda hasta el relator en inglés tuvo que volver a hacer un segmento que le había salido perfecto.
Una buena noticia como paréntesis en este relato desde mi refugio francés (pero no “afrancesado”); la computadora encontró otra red inalámbrica que no pide contraseña; otra vez tengo acceso a Internet.
Hace cuatro días que llueve y para, llueve y para. Si hay sol es tenue y dura poco. Alemania, mientras tanto, está conmocionada por un crimen mafioso en la ciudad de Duisburgo, a unos 80 kilómetros al norte de esta ciudad, en el que asesinaron a seis italianos de entre 16 y 39 años. Salieron de cenar, se subieron a dos coches y les llenaron el cráneo de balas. Los indicios conducen a un ajuste de cuentas entre “famiglias” calabresas y el hecho ha motivado contactos a nivel de los gobiernos para intentar esclarecerlo. Las muertes violentas acá no son frecuentes y, además, no hay ningún Aníbal o Alberto que intente explicar lo inexplicable cuando pasan cosas de esta índole.
Hay un aspecto que predomina con mucha claridad en la vida de todos los días: hay un altísimo grado de compromiso con las reglas del civismo. Por citarles un ejemplo, basta que un peatón apenas pise la calle para que el automovilista se detenga, aunque no se trate de un cruce peatonal demarcado. Es muy infrecuente escuchar un bocinazo, cosa que está penada por la ley en los casos en los que se la juzga innecesaria. La gente en general, no sólo los alemanes oriundos, respeta sin concesiones las reglas. La mayoría lo hace por legítima convicción y otros porque saben que transgredirlas tiene costo, a veces muy alto. La autoridad del Estado, representada por la Policía, está siempre presente. Aun con errores, no existe el concepto de la impunidad que, lamentablemente, reina en nuestra querida Argentina.
Tampoco es la desconfianza lo primero que aflora ante la interrelación personal, sino todo lo contrario. También puedo citar a mis amigos galos para otra muestra de buena convivencia: cuando termino de almorzar pongo a funcionar la notebook y me conecto a Internet por un buen rato, a veces largo. No sólo no me ponen cara de “estás abusando” ni nada parecido, sino que para lo único que se acercan a mi mesa es para ofrecerme un café. Si yo tengo ganas de tomarlo sin que me lo ofrezcan, debo aclararles que “es geht auf mich” (va por mi cuenta), ya que si no lo hago tampoco me lo cobran.

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