viernes, 14 de septiembre de 2007

¿Por qué es imposible para nosotros?


Mi amigo Roberto Aramayo redactó la carta en alemán y la envié por fax a la señora Keller, la encargada de prensa de la federación alemana de fútbol, quien pidió que adjuntara una fotocopia de mi carné de periodista. Debía retirar la credencial el día del partido en el hotel Intercontinental de Köln, en el centro. No hubo sorpresas. En la recepción me la entregaron con el solo requisito de acreditar mi identidad.
Tomamos el tranvía en Neumarkt, un punto de combinación de transportes. En los lados largos de la plaza hay andenes para los Straßenbahn. Para ocasiones como esta, el ente que los administra pone una persona en cada puerta con la sola misión de determinar cuándo no hay más lugar e impedir que suban más pasajeros y asegurarse de que las puertas pueden cerrarse sin riesgo. No hay aglomeración, porque ni bien sale una formación de la estación entra otra con el mismo destino. Ahí subimos a la línea E, que se habilita para los días de partido y termina a cien metros del Rhein Energie-Stadion.
A Roberto le negaron la acreditación, por lo que no tenía asegurada su presencia en el partido amistoso entre Alemania y Rumania. Ni bien nos bajamos del tranvía aparecieron los revendedores. Parece que encontramos novatos o muy urgidos, porque ofrecen a veinticinco euros la entrada que vale veinte.
Desde el ingreso al sector de prensa hasta mi ubicación, todos los controladores son, al menos, bilingües. Me tocó en el sector alto de la tribuna oeste. Para que tengan una idea, el estadio es parecido al de Vélez y estoy en las primera filas de la platea norte alta. El grupo más compacto de rumanos, unos tres mil, está en un codo; pero se ven camisetas amarillas, rojas y azules por todos lados. Dos de ellos están un par de butacas delante de la mía, en medio de todos los alemanes. En cada asiento pago hay una banderita alemana prolijamente enrollada.
Toda la previa tiene un conductor que está dentro de la cancha y es permanentemente mostrado por las dos pantallas gigantes, ubicadas en las esquinas sudeste y noroeste del estadio. Cuando anuncia las formaciones, primero nombran a los visitantes; después, se cumplirá con un rito de cada partido del fútbol alemán: empezando por el arquero y continuando en orden ascendente según el número de la camiseta de cada jugador, el anunciador menciona el nombre de pila y todos los hinchas corean el apellido. Hay dos que son los créditos locales: Lukas Podolski, que tras el Mundial pasó a Bayern Múnich, y Patrick Helmes, delantero de Colonia y único futbolista del Nationalmannschaft que no juega en Primera.
El entusiasmo de los alemanes sufre un rápido impacto. A los tres minutos, un centro desde la izquierda, toque de Goian al lado del arquero y gol de Rumania. Me pareció off side, pero la pantalla gigante no entrega una buena repetición. Los rumanos festejan el tanto y nadie los molesta. Me compadezco de ellos con sólo imaginarlos intentándolo contra la Argentina en la Bombonera o en el Monumental.
El aliento para los locales es constante. Todos siguen el ritmo que imponen diez bombistas “oficiales” que están detrás de los arcos, sobre el césped, en el espacio que queda entre los carteles de la publicidad y la tribuna. El tiempo pasa y el estadio sufre, porque los rumanos manejan bien los pelotazos cruzados y generan situaciones muy claras. Pero no se escuchan insultos ni gritos desaforados. A los cuarenta y uno empata Schneider –de Leverkusen, de cabeza- y los alemanes explotan. Por los parlantes sale una canción que obviamente no entiendo y todo el mundo la canta mientras agita las banderas alemanas.
En el entretiempo hay largas filas para comprar cerveza, que en este partido fue permitida. Para conseguirla, los hinchas debían adquirir antes de entrar una tarjeta a la que se le carga un crédito. Cuando pasan por el puesto de venta, un lector descuenta los cuatro euros que cuesta cada vaso. No se maneja dinero y eso agiliza mucho el movimiento porque, entre otras cosas, no hay que esperar el vuelto, mucho más si aparece alguno que no dispone de billetes “chicos”. Si quedó crédito, sirve para otro partido.
Alemania lo dio vuelta en el segundo tiempo con los goles de Odonkor –jugador de Betis, en España- y Podolski, el mimado de la gente. A pesar de que sus compañeros lo intentan por todos los medios y el técnico Joachim Löw lo deja en la cancha los noventa minutos, Helmes no convierte. La verdad es que creo que debe ser un gran pibe para que la gente lo banque tanto. Porque si es por lo que juega...
Cerca del final, las pantallas informan que hay 44,500 espectadores. Ni bien termina el partido salgo a buscar el punto de encuentro con Roberto, para ir a tomar el tranvía de vuelta. Hay uno que va al centro que me deja a dos cuadras de casa, pero el que está en el andén no tiene más lugar; y en la espera del siguiente, no más de dos minutos, percibo un detalle que me supera: los anuncios del recorrido de los trenes, tanto sonoros como en los carteles electrónicos, son hechos en alemán ¡¡¡y en rumano!!!
Con mi incredulidad a cuestas y media hora después del final del partido ya estoy cenando en El Rincón. A mis amigos futboleros les pido perdón por la ausencia de detalles sobre el partido. Le presté poca atención porque fui al estadio con la intención de ver otras cosas; y no saben cómo me duele haber comprobado que lo que en la Argentina es casi un delirio romántico en otros lugares es una realidad cotidiana.

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