jueves, 6 de septiembre de 2007

La carta de presentación de la ciudad


Hay dos cosas de las cuales Köln se enorgullece particularmente. Una de ellas es el 1.F.C. Köln, el equipo de fútbol de la ciudad y uno de los grandes del fútbol alemán, que desde hace un mes tiene como arquero a Faryd Mondragón y deberá jugar otro campeonato en la Zweite (segunda) Bundesliga, división a la que cayó en abril de 2006, meses antes del comienzo de la Copa del Mundo que se jugó en este país. El Rhein Energie-Stadion, que fue una de las nueve sedes del último Mundial, tiene lugar para alrededor de cincuenta mil espectadores y se llena para cada partido; para esto no hace falta que el equipo esté cerca de los primeros lugares, sino que siempre será casi imposible conseguir una entrada si no se está dispuesto a pagar los no menos de 70 u 80 euros que piden los revendedores, que acá también los hay. Ese valor es diez veces el de boletería. Tenía muchas ganas de ver el choque del lunes contra Alemannia Aachen, pero ni loco pago eso para ver fútbol. No este, al menos. Encima, malas noticias: Köln perdió 1 a 0.
El otro orgullo de los coloneses es der Dom, la Catedral. Es realmente imponente. Está a orillas del Rhein, sobre la margen occidental. Fue levantada como dándole la espalda al río, con la entrada orientada hacia el oeste. Es de estilo gótico y su construcción fue iniciada allá por los comienzos del segundo milenio. Por estos tiempos, además, tiene al lado la estación central de trenes, el Hauptbahnhof, esa a la que llegué dos minutos más tarde de lo previsto, como les conté. A tal punto la catedral es representativa de Köln que los logos que identifican al gobierno de la ciudad y a sus dependencias la tienen presente, así como también forma parte del escudo del club de fútbol entre otras alusiones que uno puede encontrar a cada paso.
Al entrar al Dom nos encontramos con la nave central y el altar, casi en el centro. Hay vitrales por donde uno mire y cuesta determinar cuál es el más lindo. Está lleno de turistas que hacen que el lugar esté permanentemente iluminado con los flashes de las cámaras, que acá también cumplen con la regla: detrás de casi todas ellas hay un japonés. ¿Nacerán ya con la camarita y el pasaporte en la mano?
Varias escaleras llevan a las distintas criptas, donde hay menos turistas y se puede percibir con facilidad el olor a humedad, que llega a molestar. Los ambientes son chicos y están dedicados a distintos santos. Algunos fieles rezan, por lo que uno se va rápido para no molestarlos. Volviendo hacia el portón principal está el acceso a la torre sur, a donde subir cuesta tres euros. Es una interminable escalera circular, muy angosta, y se usa tanto para subir como para bajar. A pesar de que permanentemente hay que frenar y ceder el paso a los que vienen en sentido contrario, nadie se fastidia. Todo el mundo se lo toma con paciencia. En un punto intermedio del ascenso se llega al recinto de las campanas, que tienen un diámetro de más de dos metros y una altura proporcional, así que imaginen lo que son y lo que pasa cuando suenan, cosa que ocurrió mientras caminaba por un pasillo contiguo. El ruido es estremecedor y el piso se mueve.
Al final, después de casi cuarenta minutos de trepada sin pausa, llegamos a la parte más alta. Nos separan un par de cientos de metros de la calle y hace siete u ocho grados menos que en el recorrido por la escalera. Los espacios abiertos están enrejados, tal como sucede en la torre Eiffel, para evitar que algún loco decida hacer desde allí el último vuelo de su vida. Se ve toda Köln y el panorama que se tiene de la ciudad es espectacular. Vale la pena el esfuerzo de subir semejante cantidad de peldaños.
Esta ciudad fue, como muchas otras en Alemania durante la Segunda Guerra, devastada por los bombardeos aliados; hay fotos que impresionan. En el Museo de Historia Alemana, en Bonn –un lugar imperdible a veinte minutos en tren desde Colonia-, también se puede ver videos de la época que muestran que hombres y mujeres, viejos, jóvenes y hasta chicos trabajaron en la reconstrucción. Llama la atención que esa tarea tenía como primer paso terminar de destruir lo poco que había quedado parcialmente en pie. Sin embargo, esta obra monumental atravesó indemne los años de la catástrofe. La primera pregunta que hice cuando bajé fue la misma que seguramente podrán estar haciéndose ustedes: ¿cómo sobrevivió der Dom a los ataques de los enemigos del Tercer Reich? Hay dos respuestas que entregan los estudiosos que se disputan la verosimilitud de sus conclusiones: una de ellas, difícilmente aceptable en el contexto de una guerra, dice que los mandos aliados ordenaron respetar la Catedral por su significado religioso. Puede ser, pero... La otra hipótesis, mucho más creíble, al menos para mí, sostiene que no fue derribada simplemente porque servía de referencia para establecer su posición en los raídes aéreos a los aviadores que usaban el curso del Rhein como guía. En aquellos tiempos no existían las ayudas con las que hoy cuentan los pilotos de avión de todas especialidades. Se volaba mucho más “a ojo” y la guerra terminó doce años antes de que los rusos enviaran al espacio el primer satélite artificial, el “Sputnik I”, en 1957.
A esta altura, ustedes estarán aburridos y yo con hambre. Me voy a comer y resuelvo los dos problemas.

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