lunes, 3 de agosto de 2009

A los navegantes

A todos los que continúan honrando a este blog con su visita les digo que, aunque no haya nuevos textos por mi permanencia en Buenos Aires, seguiré recibiendo los comentarios que quieran hacer acerca de cualquiera de la notas que componen este sitio. Todos ellos serán leídos y publicados; y respondidos en los casos en lo que lo crea oportuno.
Saludos a todos y muchas gracias por seguir visitándonos.

domingo, 7 de junio de 2009

¡Muchas gracias y hasta la próxima!

Como conté, el 16 de mayo nos confirmaron que no habría más Bundesliga para los tres relatores en español. Con la certeza de la finalización de la etapa, entre ese día y el miércoles 27, fecha de mi vuelo de vuelta a Buenos Aires, se sucedieron las despedidas.
Fue el momento de despedirse de mucha gente que en estos dos años formó parte de mi vida cotidiana y hay un detalle en muchos que me llama gratamente la atención: me dicen que cuente con ellos y con su casa para cuando vuelva a Colonia, algo que los alemanes no hacen frecuentemente, por lo que hay que creerles cuando lo hacen. Les creo y les agradezco, pero eso termina de darme la certeza: estoy yéndome.
El sábado 23 fue el adiós a los compañeros de trabajo, a quienes cabe dedicarles una mención especial. Sportcast, la empresa que produce la señal internacional de la Bundesliga, organizó una reunión en la cantina del CBC para celebrar el cierre de la temporada, que, como todos los años, se hizo cuando terminamos de grabar los resúmenes de la última fecha. Una vez que estuvimos todos, Nerses, uno de los directores de imagen, sacó la foto del equipo, que después podremos descargar de su página web personal. Después de tres tomas, Günther, el máximo responsable del equipo, se ubicó en el centro del grupo y tomó la palabra. Empezó felicitándonos y agradeciéndonos a todos por el esfuerzo de todo el año que derivó en un producto por el cual la empresa, dijo, se siente muy orgullosa. Después comunicó “oficialmente” el final de los relatos en castellano y nos explicó a todos que se trata de una decisión que excedió a aquellos que trabajaban siempre con nosotros y querían seguir haciéndolo y que fue tomada desde el área de marketing de acuerdo a los criterios que comenté en el texto del jueves 14. No llegué a advertir si lo pidió Günther o surgió espontáneamente, pero todos los compañeros, unos veinte en ese momento, se orientaron hacia nosotros –Mariano, Enrique y yo- y nos brindaron un calidísimo y sostenido aplauso que, sinceramente, nos conmovió a los tres. Mariano hizo gala de su perfecto alemán para hablar en nuestra representación y todo ese momento se coronó con la entrega de unos pequeños presentes con distintos elementos alusivos, como no podría ser de otra manera, a la Bundesliga y con una miniatura de la catedral de Colonia, der Dom para los amigos.
Los dos años en Alemania, y especialmente en mi amada Köln, me marcaron definitivamente. Los alemanes derribaron ese equivocado concepto que tenemos de ellos y de nosotros mismos, que nos creemos los mejores en todo; nos consideramos los mejores amigos, los más apasionados hinchas de fútbol, los más solidarios, etcétera. Nos gusta decir que los alemanes son fríos y distantes, aun sin haber conocido nunca de cerca a alguno de ellos; entre nosotros hay quienes todavía los emparentan con el nazismo. Mi experiencia sirvió para hacer pedazos esos conceptos. Pude hacer unos cuantos amigos alemanes que, como conté al principio, han puesto a mi disposición nada menos que su casa; en dos años de vida entre ellos no tuve que vivir un solo episodio en el cual mi condición de extranjero y extra comunitario me representara un mal momento. Este increíble país me mostró que hay otra forma de vivir, a mi criterio mejor que la nuestra, en la cual se puede dar cada paso con la convicción de que la vida en sociedad está compuesta en todos los órdenes por personas, ya sea en las cosas que funcionan bien como en la forma de buscar las soluciones para lo que es mejorable o perfectible. Me enseñó que dejar cruzar a un peatón en una esquina, además de ser obligatorio, es una muestra de gentileza y no de debilidad; que la “viveza” criolla no es de ninguna manera una virtud, sino un lamentable defecto. Que las leyes y reglamentaciones tienen valor siempre y no solamente cuando favorecen a nuestros propósitos o intereses. Que en un equipo de periodistas, donde muchas veces los egos son incontrolables, pueden tirar todos para el mismo lado, sumando cada uno desde el lugar que le toca ocupar, sin complejos, recelos ni envidias. En la sociedad alemana se respeta el trabajo y la profesionalidad, aun cuando uno tiene la incomparable posibilidad de vivir de lo que ama hacer. Cuando uno hace algún planteo, le dirán que sí o que no; pero nunca intentarán hacerle sentir que están haciéndole el favor de permitirle trabajar en lo que le gusta ni le dirán que afuera hay cientos de personas dispuestas a hacer gratis lo mismo por lo cual estamos presentando alguna inquietud, queja o reclamo. En síntesis, uno no es culpable de disfrutar de su trabajo.
Dejé pasar algunos días para poder expresar mejor las sensaciones que me produjera este nuevo cambio; por eso no publiqué nada más desde que estoy de vuelta en Argentina. Está claro que este texto es también el cierre de un ciclo, ya que el blog tal como nació y fue desarrollándose no tiene razón de ser conmigo instalado otra vez en Buenos Aires. La idea que lo motivó fue la de acercarles a los que me honraron con sus visitas un paisaje diferente, ya no con una mirada turística sino con la de alguien que se encontraba en pleno proceso de adaptación a una cultura muy diferente de la nuestra.
Ojalá hayan podido disfrutar la lectura de este blog como yo lo hice con su escritura. A los que lo enriquecieron con sus aportes, comentarios o con la simple visita, muchísimas gracias.
Hasta pronto.

jueves, 21 de mayo de 2009

Crónica de un final anunciado

Las cosas negativas no son, por previsibles que hayan sido, menos desagradables cuando finalmente se producen. Sabiendo que pueden pasar uno se prepara mejor para recibirlas y, de alguna manera, amortigua el impacto y reduce sus efectos. Pero sólo los reduce, no los evita.
La espera de la que hablaba al final del texto anterior llegó a su final; se hizo larga, demasiado larga, e incierta. El sábado, después de terminar la transmisión en vivo de los partidos –en mi caso, Hertha Berlín 0 – Schalke 04 0- nos dieron la certeza de que la gente que maneja la difusión internacional de la Bundesliga había decidido prescindir de los relatos en español y, con eso, se termina esta etapa de trabajo en Köln para los tres periodistas que desempeñamos esta tarea; y para mí, por mi situación de inmigrante no comunitario, también llega a su fin este período de experiencia europea. Explicaré el proceso que derivó en este epílogo.
Por estas cosas de los meganegocios que uno nunca llega a entender, fundamentalmente porque no hace el intento, la renegociación de los derechos de difusión del fútbol alemán para América Latina trajo como consecuencia que la empresa norteamericana -de propietarios uruguayos- GolTV se convirtiera en la exclusiva propietaria de esos derechos para toda América, con excepción de Brasil. Esta compañía tiene a sus propios periodistas, a los que encarga la tarea de los relatos de los partidos del fútbol de Alemania y de algunos países más. Hasta el final de esta temporada alternaba el trabajo de su gente con el nuestro, cosa que no sucederá desde el comienzo del campeonato 2009-2010.
Hay razones que pueden hacer entendible esta decisión. Una de ellas, es que la modalidad de transmisión en nuestros países involucra a dos personas, un relator y un comentarista. Nosotros, en cambio, lo hacemos solos, de la misma forma que en Alemania están acostumbrados a ver el fútbol por televisión. Otro motivo, quizás el principal, sea que en el tira y afloje de la negociación la empresa haya intentado reducir el precio de compra de los derechos. Los alemanes, interesados en mantener la presencia de la Bundesliga en la consideración del público latinoamericano, accedieron a bajar el canon a cambio de la eliminación del costo, mínimo en el volumen de la inversión que demanda la estructura montada hace tres años, de los relatos en castellano. Pero uno de nuestros compañeros ingleses, Alan Fountain, tiene una visión particular del tema. Este fanático de Manchester United y del rugby dice que los alemanes cometen un error estratégico por poco dinero, ya que si la intención es que el fútbol alemán y Alemania sean más familiares para los latinos, nada aportará a esa causa que desde el lugar de origen no salga información generada por periodistas que están en permanente contacto con la información, ya sea por su posibilidad de leer y escuchar alemán como por la de estar empapados de la realidad del país en el que se lleva a cabo la liga que tienen la intención de masificar. Alan sostiene, con razón, que aunque no se retransmita nuestro audio éste puede servir de información para quienes sean designados para comentar los partidos; y digo que tiene razón porque alguna vez, estando en Uruguay, pude ver una transmisión hecha por los periodistas de GolTV que están en Miami y pude advertir el enorme esfuerzo que tuvieron que hacer para llevar adelante un partido que no ofrecía ningún relieve y sin mucho más para decir que lo que se veía en pantalla, lo que los llevaba a caer en errores e imprecisiones de variado tenor, cuando no en tonterías lisas y llanas; y esto no es culpa exclusiva de los relatores, ya que ellos deben tener varias ligas y torneos internacionales que atender y ocuparse minuciosamente de cada una de esas competencias les resultaría físicamente imposible, más allá de las inquietudes que cada uno tenga o no por intentar ser un poco mejor.
Esta es la última semana completa de mi presente etapa en Alemania. No daré por seguro que volveré, aunque ese sea mi ferviente deseo. No lo haré porque soy enemigo del fundamentalismo optimista, ese con el que mucha gente con la mejor intención y enorme –quizás inmerecido- cariño hacia mí me decía que “todo va a salir bien” o “vas a ver que te vas a quedar” sin poder sostener ese pronóstico, que sinceramente y tanto les agradezco, con un solo elemento racional. No lo haré porque la concreción de ese deseo depende también de variables que están completamente fuera de mi alcance. En dos años y algo más de trabajo no recibí ninguna queja y sí algunos elogios para mi desempeño; así todo, la reunión del próximo sábado de todo el equipo para despedir a la temporada también servirá para decirnos adiós a nosotros.
Pero no es para dramatizar. Con esta oportunidad caída, volveré a Buenos Aires. Allí está mi trabajo esperándome, ya que la gente de radio Continental, gracias a la imprescindible e incomparablemente generosa gestión de Víctor Hugo, me otorgó un segundo período de licencia sin goce de sueldo para cumplir con esta temporada de la Bundesliga, aun cuando la ley no los obligaba a hacerlo.
Pero lo más importante es que allá están los que quiero. Mis padres, dos grandes. Mis hermanos con sus respectivas familias y mis sobrinos, los más increíbles regalos que me dio la vida a falta –todavía- de hijos propios. Cuando llegue a Ezeiza y me tire encima a Ian y a Camila me invadirá, mientras esté besándolos y abrazándolos sin parar, la sensación de que todo lo que acaban de leer no tiene mayor importancia.

jueves, 14 de mayo de 2009

¿Adiós o hasta pronto?

No es una sorpresa porque ya lo había visto en la temporada anterior, pero nunca deja de llamar la atención que caminando por una vereda de Ehrenfeld, el barrio de Colonia en el que vivo, se crucen pequeñas liebres desde que el clima entró en su etapa más benévola del año. Andan por ahí, debajo de los arbustos y en cualquier superficie que les ofrezca un poco de verde; y si bien no permiten que la gente se les acerque, tampoco huyen despavoridas. Se mantienen a distancia, atentas; pero se dejan ver. Se ven muchas en los alrededores del edificio del CBC, donde relatamos los partidos de la Bundesliga, y también en los jardines que rodean al enorme geriátrico que está frente a la estación de tranvía de la Gutenbergstraße, donde habitualmente tomo el Straßenbahn de la línea 5.
Algo que sí descubrí hace poco, a pesar de los casi dos años que llevo en esta ciudad y en este barrio, son unas pequeñas plaquetas metálicas que hay en el piso. Están frente a la puerta de algunas casas y recuerdan a muchos habitantes judíos que tuvo Colonia y que fueron detenidos y deportados por los nazis en la época de la Segunda Guerra. En cada una de esas placas figura el nombre de la persona homenajeada –en el caso de las familias los de todos sus integrantes- su fecha de nacimiento, la fecha de su deportación y el campo de concentración al que fue derivada. En algunos de ellos figura la fecha del asesinato y en otras signos de pregunta que dan a entender que no se supo más de esa persona una vez producido su traslado. Mirando un poco más atentamente, en distintos movimientos que tuve que hacer noté que estas chapas están dispersas por casi toda la ciudad. Durante mis primeros tiempos en Köln no había notado la finalidad de estos pequeños cuadros metálicos; pero cuando uno se pone a leerlos no puede evitar una sensación muy particular, un poco de perplejidad y otro poco de repugnancia. En el barrio vive mucha gente muy mayor y uno imagina que pudieron haber sido vecinos con las víctimas de los nazis que están permanente homenajeadas en las veredas. ¿Qué nos contarían si les preguntáramos algo acerca de aquellos tiempos?
No sé por qué no había reparado antes en la presencia de las liebres o por qué no advertí antes el contenido de las placas dispersas por las veredas. Quizás sea porque desde hace un par de meses camino por la ciudad con la sensación de que dentro de poco dejaré de caminarla y, por esa razón, lo hago mirando mucho más atentamente, como queriendo llenar las retinas con cada imagen que entrega este lugar que aprendí a querer tanto en tan poco tiempo. Todavía no está confirmada nuestra continuidad laboral, ya que la empresa que produce la señal internacional de la Bundesliga está renegociando los derechos con los adjudicatarios de América Latina y una de las variables del precio parece ser la entrega o no del relato original en castellano de los partidos y de los resúmenes de cada una de las fechas del campeonato. Una de esas empresas, la norteamericana GolTV –propiedad de los famosísimos (por distintos motivos) Enzo Francescoli y Francisco “Paco” Casal- ya ha dicho que no tiene problema en prescindir de nuestro trabajo y emitir los partidos relatados y comentados por su propia gente. Todavía quedan algunas negociaciones abiertas, pero mis compañeros y yo ya pensamos en nuestra salida. En mi caso mucho más, ya que soy el único de los tres que vive en Colonia sólo por esto y que caída esta posibilidad debería dejar Europa ya que mi visado laboral establece taxativamente que mi permiso se limita únicamente a mi vinculación con la empresa que me tiene contratado y para realizar la tarea que me ha tenido acá los últimos dos años; y si bien mi próximo viaje a la Argentina nunca estuvo en duda, una cosa será hacerlo sabiendo que en agosto estaré otra vez por acá y otra muy distinta abandonar Köln sin fecha cierta de regreso, si es que éste alguna vez se produce efectivamente.
En esta etapa, que uno podría definir como incierta y por eso un poco triste, hay, sin embargo, cosas que reconfortan. Nuestros compañeros ingleses, cuya continuidad está asegurada, no dejan de manifestarnos su apoyo y sus disgusto y tristeza por nuestra muy probable partida. También los alemanes que comparten la tarea con nosotros –operadores de sonido, de video y gráfica, editores, redactores y la gente que está a cargo de las transmisiones en distintos aspectos- nos comentan sin reparos sus ganas de que el grupo de trabajo se mantenga tal como está conformado hasta ahora. Como ya comenté en algunos de estos textos, los alemanes han hecho pedazos, al menos en mi opinión, el concepto que en general se tiene de ellos. Conmigo, y creo que mis compañeros comparten esta impresión, han sido absolutamente cálidos y amables. En lo profesional, extremadamente respetuosos y serviciales por demás. Al principio, además, han tenido la enorme generosidad de hablarme en inglés mientras mi alemán no fuera suficiente para poder llevar a cabo cada transmisión. Para ellos, sigamos acá o no en las próximas temporadas de la Bundesliga, siempre tendré palabras de agradecimiento.
El problema es que esa decisión no depende en absoluto de nosotros ni de ellos; ni siquiera está relacionada con nuestro rendimiento. Se trata de cuestiones de política empresaria que nos exceden por completo y por las que solamente nos queda esperar.

jueves, 7 de mayo de 2009

Política y politiquería

Los coloneses están un poco más contentos esta semana. El domingo, después de cuatro derrotas consecutivas, Colonia le ganó 1 a 0 como local a Werder Bremen y está prácticamente libre de cualquier riesgo de volver a Segunda División. El estado de Renania del Norte-Westfalia tiene dentro de su territorio a las ciudades en las que el fútbol se siente más intensamente, ya sea las que están ubicadas sobre la cuenca del Rin (Colonia, Leverkusen, Mönchengladbach) como la del Ruhr (Gelsenkirchen, Dortmund y, más chica, Bochum). Colonia fue el primer campeón de la Bundesliga en su actual formato, creado en 1963; Schalke, su gran rival, tiene a la ciudad de Gelsenkirchen esperando por un campeonato local desde 1958 y sólo calmó un poco la sed alzando la copa UEFA en 1997, el mismo año en el que su archirrival, Borussia Dortmund, llegó a ganar la copa Intercontinental imponiéndose en la final a Cruzeiro. El otro Borussia, el de Mönchengladbach, nos resulta un poco más familiar porque fue aquel al cual derrotó el Boca de Juan Carlos Lorenzo en 1977 como visitante, aunque debe hacerse la salvedad de que los alemanes no fueron locales en su ciudad sino en Karlsruhe, varios cientos de kilómetros al sur subiendo el curso del Rin.
Renania del Norte-Westfalia, cuya capital es la vecina Düsseldorf, es la región industrial por excelencia de Europa y, por lo tanto, de Alemania. Eso explica, en parte, la multiculturalidad que reina en esta parte del oeste alemán. Los turcos son mayoría entre los extranjeros, aunque muchos de ellos actualmente no lo son por tratarse ya de segunda o tercera generación de descendientes de turcos nacidos en Alemania. La ley alemana, a diferencia de lo que ocurre en muchos otros países, no otorga la ciudadanía a una persona por el solo hecho de haber nacido dentro de su territorio. La nacionalidad alemana se recibe de alguno de los padres o se la adquiere después de ocho años de residencia legal en el país.
Como muchos saben, Bayern Múnich (München en alemán) es el multicampeón de este país. Con el título de la Bundesliga ganado en la temporada pasada llegó a su Schale (el trofeo que se entrega al campeón, algo así como un plato) número veintiuno. Ganó catorce veces la DFB-Pokal (copa Alemania), una vez la UEFA, cuatro la Champions League y levantó en dos oportunidades la copa Intercontinental, la última de las cuales ante Boca Juniors en 2001, con el gol del ghanés Samuel Kuffour en tiempo suplementario, en aquel partido en el que Marcelo Delgado se hizo expulsar por fingir una falta por la que reclamaba penal.
Múnich es la ciudad más importante de la región de Baviera, el más grande de los dieciséis estados federados que conforman Alemania y el principal destino turístico de este país. Sus habitantes, dicen por aquí, se arrogan la condición de ser más alemanes que el resto, lo que, obviamente, genera algunas rivalidades que encuentran su mayor caja de resonancia en el fútbol. Los hinchas de todos los equipos son seguidores de los suyos casi tanto como son detractores de Bayern Múnich. Un poco por la enorme cantidad de logros deportivos del club bávaro, pero otro poco por lo comentado líneas más arriba.
De todas formas, cuando uno lee los diarios nacionales o mira los noticieros de televisión, advierte fácilmente que de ninguna forma hay un arraigado regionalismo. Alemania es un país federal y con esa convicción se lo lleva adelante. Con dificultades y obstáculos, desde ya. Pero con una profunda fidelidad a esos lineamientos de país que los alemanes persiguen desde hace décadas. Los gobiernos sucesivos aplican cada uno su matiz, pero el rumbo es siempre el mismo. No todo lo que hizo el anterior está mal. Ahora que hay campaña política para las elecciones legislativas, que se llevarán a cabo el próximo 7 de junio, no se escucha ni se lee que ningún candidato agreda a otros y desde la coalición de gobierno no lanzan amenazas apocalípticas para advertir de la eventualidad de una derrota oficialista. No les falta nada de lo que nos sobra a nosotros; aquí también hay intolerancia, ineficacia, corrupción y otros males sociales. La diferencia es que ejercen permanentes controles que redundan en mejoras y, en casos de dolo, dejan actuar a las instituciones que crearon para determinarlo y castigarlo.
La República Federal de Alemania fue creada en 1949, después de la Segunda Guerra, tras la cual no quedó demasiado en pie, no solamente en lo material. Los doce años de nazismo habían hecho estragos en la sociedad alemana, que tras la derrota bélica de sus fuerzas armadas se entregó a una profunda autocrítica y se encaminó en la dirección opuesta. Es cierto que el famoso plan Marshall fue vital para su recuperación, pero en ese mismo lapso y por diversos conceptos Argentina recibió también mucho dinero que no parece haber sido tan bien usado, mucho más si tenemos en cuenta que nuestro país nunca llegó a estar ni cerca del estado de destrucción que fue punto de partida del renacimiento de los países que se beneficiaron con la inciativa norteamericana de posguerra.
En nuestro caso habría que decir que, habiendo partido de un entorno mundial ampliamente favorable, nuestros sucesivos conductores de seis o siete décadas hasta hoy se han esforzado con una notable devoción en demostrarnos qué tan capaces podían y pueden ser de destruir un país, cosa de la cual, a esta altura, no nos queda la menor duda.

jueves, 30 de abril de 2009

Cuestión de idiosincracia

Alemania, como gran parte del mundo por estos días, está preocupada por la famosa fiebre porcina. Fue un gran alivio el dato de que la enfermedad no se transmite por el consumo de la carne, ya que el cerdo está presente en buena parte de la dieta de los alemanes. Ayer se comentaba el pedido de los franceses para que toda la Unión Europea suspenda los vuelos hacia México, aunque propone no aplicar restricciones a las llegadas para facilitar de esa manera el regreso de los europeos a quienes la posible pandemia haya sorprendido en tierras aztecas. El tema preocupa, aunque lo asumen con calma y toman, como en todo el mundo, los recaudos necesarios para evitar que el virus se propague inconteniblemente. La canciller alemana, Angela Merkel, ha pedido a los encargados del área de salud de cada uno de los dieciséis estados federados que componen Alemania que arbitren los medios para poner a disposición del sistema de salud pública los medicamentos indicados para combatir la temida fiebre porcina.
Hace un par de semanas que, después de una pausa, retomamos el curso de alemán. Hay un dato que llama verdaderamente la atención y que nunca comenté en este espacio. Los libros de texto, para facilitar el aprendizaje, tienen muchas ilustraciones y fotos que acompañan las lecciones. El libro que usamos en el nivel pasado, Schritte (pasos), tenía como protagonistas a los trabajadores de un pequeño delivery de comidas, dos muchachos y una chica. La única alemana de la zaga es ella, mientras que uno de los chicos es de ascendencia árabe y el otro italiano. Todas las unidades giran en torno a las vivencias de estas tres personas y no hay que hacer mucho esfuerzo para advertir la deliberada intención de que la integración multirracial de la sociedad se naturalice tanto como sea posible.
Pero ese no es el único detalle que nos llamó la atención a todos los que tomamos el curso. Muchos de los textos que los profesores usan en la enseñanza suelen contener críticas a muchas características de los alemanes y su sociedad; esos recortes de diarios o publicaciones varias critican directamente o con sarcasmo o ironía diferentes hábitos y convicciones que rigen la vida cotidiana de la gente de este país. Lo que ellos más critican de sí mismos es su estructura mental (a la que denominan "cuadrada"), al “excesivo” orden. Es evidente que lo bueno no lo es para todos y lo malo tampoco; cuando a mí me preguntan qué es lo que más me seduce de vivir en Alemania no dudo en decir que son el orden y la posibilidad de hacer planes ciertos a mediano y largo plazo, la tranquilidad de que salir a la calle a cualquier hora no es una aventura riesgosa y la facilidad con la que se pueden resolver cuestiones de todos los días, desde cualquier trámite oficial hasta un reclamo o gestión ante una empresa de servicios. No fueron pocos los alemanes que me dijeron que todo esto los aburre y que les gustaría experimentar un poco nuestro desorden. Yo insisto en no recomendárselos, tanto como ellos lo hacen en su legítima aspiración de salir un poco de la monotonía que dicen padecer.
También son muy notorias, casi conmovedoras, las ganas con la que esta gente espera y disfruta del sol. El sábado estábamos en el estudio y todo estuvo listo muy temprano, así que nos quedó media hora libre antes de empezar las transmisiones. Uno de los editores, una vez que terminó la charla previa, se sirvió un sandwich y huyó hacia la calle para disfrutar al aire libre los últimos quince minutos antes de meterse en su cabina a mirar su partido para seleccionar las mejores imágenes, las que editaría para el resumen. Nos dijo a mi compañero venezolano y a mí por qué no salíamos, a lo que Mariano, en su perfecto alemán, le respondió graciosamente que para los sudamericanos el sol es algo muy normal a lo que estamos muy acostumbrados. Para ellos, en cambio, cada minuto de un día soleado tiene un enorme valor. Por eso, los espacios verdes de la ciudad, que son muchos, se llenan de gente que además de sentarse o acostarse a broncearse puede tomar color haciendo algún deporte, ya que en esos lugares hay aros de básquet, mesas de ping pong fijas y hasta canchas de tenis, en las cuales la paciencia para esperar que se desocupe es el único precio que hay que pagar para poder utilizarlas.
Acá también están en campaña política. En junio hay elecciones y los distintos partidos han empezado a desplegar la cartelería por toda la ciudad. El SPD, Partido Social Demócrata, ha pegado afiches con el rostro de un señor, muy joven al parecer, de apellido Hartmann. Lo que más llama la atención es que los candidatos proponen cosas. La izquierda –Die Linke- anuncia como uno de sus postulados más fuertes la lucha por una remuneración para las mujeres que equipare a la de los hombres por idéntica tarea. Los Verdes –Die Grüne- impulsan la implementación de más trenes y ómnibus (mehr Bahnen und Busse) para combatir la polución ambiental. Hoy por hoy, la red de transporte público permite alcanzar casi cualquier punto de la ciudad y tiene un alto índice de eficiencia y puntualidad; como aspecto negativo hay que destacar que, en relación con otros países de la Unión, el costo es mucho mayor. Para citar un ejemplo, en Roma cuesta un euro lo que en Colonia vale dos euros con cuarenta y permite recorrer toda la ciudad haciendo cualquier combinación con todos los medios de transporte público, que incluyen tranvías, ómnibus y trenes de corta distancia. Aun así, esta gente propone que sea más grande.

jueves, 23 de abril de 2009

Una vuelta por el barrio

Haciendo las compras uno advierte que, como más de una vez les conté, la vida en Colonia, y en Europa en general con algunas excepciones, resulta mucho más barata que en Argentina en relación con el ingreso que percibe un trabajador medio. Para establecer ese cotejo, obviamente, no hay que hacer la conversión monetaria de acuerdo a la paridad del peso con el euro porque eso entrega un parámetro equivocado. Sí se puede plantear la comparación cotejando qué se puede hacer en cada lado con una unidad de la moneda corriente en cada uno de los países. Acá, haciendo una compra criteriosa no exenta de algún gustito que uno quiera darse, hace falta meter unas cuantas cosas en el changuito para llegar a los cien euros. ¿Qué puede comprarse en Argentina con cien pesos?
Repasemos el precio, naturalmente en la moneda de Unión Europea, de algunos artículos en Kaufland, el supermercado en el que compro la mayor parte de las cosas. Un litro de leche entera de la marca propia cuesta 0,55 y puede trepar hasta 1,00 dependiendo del tipo de leche y de la marca. Un paquete de seis botellas de un litro y medio de agua mineral, que también lleva el logo de la empresa, cuesta 1,19, con una particularidad: con la primera compra hay que pagar los envases, a un precio de 0,25 por botella, con lo que al devolverlo uno tiene pago el próximo pack y hasta le sobran casi cinco centavos por cada una de las seis unidades que lo componen. Esto se hace para evitar que la gente tire como desechos esos envases plásticos, que los empleados del supermercado acumulan en enormes bolsas que luego son retiradas por empresas que les dan un tratamiento especial. Una baguette recién horneada, 0,59 por unidad. Una botella de un litro de Coca Cola se consigue por algo menos de un euro, pero otras bebidas gaseosas o jugos de otras marcas son mucho más económicos. Por cada litro de nafta se paga alrededor de 1,30 y si el combustible que nuestro auto consume es gasoil el precio ronda 1,00. Un kilo de azúcar refinado se vende a 0,80 y media docena de huevos a 1,00. Un kilo de buenos tomates se consigue por 2,30 y medio kilo de berro, por citar la verdura que me gusta comer en ensalada, se compra con 0,50. Si hablamos de fruta, una red con dos kilos de naranjas de España cuesta 1,79, lo mismo que un kilo de bananas, obviamente importadas desde Sudamérica, Ecuador más precisamente. Gracias a mi gran amigo Luis Laca y a mis compañeros de la radio me hice hincha del mate uruguayo, así que compro la yerba con la que se lo toma del otro lado del Río de la Plata. En Alemania no es fácil conseguirla, pero en mi viaje a Italia encontré un local que la vendía a cuatro euros, lo que es barato; mucho más si tenemos en cuenta que no es algo que se venda masivamente y que viene de Brasil.
La conclusión a la que llegamos conversando del tema con otros amigos que están radicados en distintos puntos de Europa es que los productos que componen lo que habitualmente se denomina la “canasta básica” son comparativamente mucho más accesibles, algunos de ellos, inclusive, haciendo la conversión de euros a pesos, lo que en algunos artículos provoca la indignación de saber que son relativamente más baratos acá aun cuando son importados desde el otro lado del Atlántico.
A pesar de todos estos datos positivos, los alemanes son gente medida y cautelosa en general; y cada vez más dejan de manifiesto que no se sienten ajenos a la famosa crisis. Mis amigos dedicados a la gastronomía son los que dicen haber notado más claramente un cambio de conductas en gran parte de la gente. Los franceses, en cuyo bistrot comía muy seguido en mi primeras etapas en Köln, ya no llenan el local dos veces todos los mediodías. Optaron por mantener la calidad de los productos, elevaron un poco los precios y ahora, en lugar de a las 19, cierran a las 22. Nicholas dice que el trabajo ha bajado notoriamente, pero que el negocio todavía se sostiene. Se sirven menos almuerzos, pero creció mínimamente, me contaba ayer, el número de personas que a la pasada se sienta a tomar un café con leche con algo dulce, especialmente a media tarde. Con algo de orgullo, agregó que algunos de los clientes más fieles han mantenido su ritmo de visita. No es para menos; el lugar, desde la ambientación y pasando por la atención y la mercadería, invita a no perdérselo.
Gustavo, el argentino dueño de El Rincón –del que varias veces les hablé- dice que a él, en cambio, los números están dándole un poco mejor. Que en los últimos tiempos no le piden los platos más caros de la carta, pero que en los últimos meses el ritmo de trabajo ha subido sensiblemente. Al ser un bar de tapas español, también altamente recomendable, los comensales tienen la posibilidad de pedir cosas chiquitas en tamaño y en costo, lo que lo convierte en una muy buena opción para aquellos -muchos- que quieren mantener el hábito de comer afuera periódicamente sin que cada salida resulte demasiado onerosa. El ambiente es muy agradable y, además, cuenta con el atractivo de tener varias mesas sobre la vereda, lo que después del duro invierno que nos tocó vivir en esta parte del mundo tienta irresistiblemente a los alemanes, fanáticos del sol, que quieren disfrutar cada minuto de luz natural de los hermosos días que estamos teniendo en Colonia ininterrumpidamente desde hace prácticamente un mes y que elevan a esta ciudad a la categoría de “casi perfecta”.

jueves, 16 de abril de 2009

Imbecilidad, mala leche e intereses

No exagero si denomino como estupefacción lo que me producen algunas situaciones de las que me entero a través del seguimiento de los medios de comunicación argentinos. El hecho de haber dejado de convivir con ellas y el de estar a una enorme distancia, que excede lo meramente geográfico, hacen que a uno le resulten todavía más difíciles de entender y, más aún, de aceptar.
Estoy refiriéndome a la bochornosa recepción que algunos “hinchas” le brindaron al plantel de San Lorenzo en Ezeiza a su regreso de la derrota en México ante el modestísimo y casi desconocido San Luis Potosí, que además significó la eliminación del club argentino del torneo cuya obtención se ha convertido en una obsesión para los de Boedo: la Copa Libertadores de América.
Estos sujetos, autodenominados “hinchas”, fueron al aeropuerto para hostigar a los jugadores y hacerles saber de su profundo desagrado por una nueva frustración. Llenaron esa manifestación de insultos y agravios, llamándolos “mercenarios”, mostrándoles billetes y escupiéndolos a lo largo del recorrido de los futbolistas entre la salida de la terminal y el ómnibus que estaba esperándolos. ¿Hay un acto más cobarde y descalificador de la figura de quien lo lleva a cabo que un escupitajo? Además anónimo, ya que parte de un grupo cuyos integrantes no tendrían individualmente el temple necesario para sostener sus agresiones mano a mano con cualquiera de los jugadores. Más todavía: los líderes de estas acometidas suelen ser de la barra brava, que venden su apoyo o desprecio al mejor postor. Ellos también son mercenarios. ¿O no?
Sin desligar a los jugadores de cualquier miseria que efectivamente pudiera serles achacable, creo que no hay nada que justifique lo de Ezeiza ni ninguna de las manifestaciones que casi cotidianamente vemos ligadas con el humor de los “hinchas” como consecuencia de resultados futbolísticos. Hay una sentencia imbécil, lo que significa que sólo puede ser sostenida por imbéciles, que dice que “el hincha tiene derecho a todo, incluso a insultar, porque paga la entrada”, lo que conforma una combinación letal con otra que afirma que “lo mejor que tiene el fútbol son los hinchas”. Todo esto no adquiriría mayor relieve si no fuera porque algunos “periodistas” no se cansan de irradiar o escribir este canto de sirenas que lleva a la confusión a muchos cerebritos algo inmóviles, que prefieren dejarse seducir por la demagogia antes que activar las neuronas para encontrar conclusiones más sólidas acerca de su vínculo con el fútbol.
Pocos condenaron lisa y llanamente, como correspondería hacerlo, lo que pasó en Ezeiza con el plantel de San Lorenzo. Muchos, en cambio, se regodearon mostrando fotos y filmaciones y, los de radio, tomándose el minucioso trabajo de leer al aire cada una de las manifestaciones de los “hinchas”, tanto en forma de cánticos como en esta especie de estúpida religión en la que se han convertido las “banderas”. Los medios en general –salvando las excepciones que correspondan- se hacen eco de cada pronunciamiento de los “aficionados” como si se tratara de la verdad revelada, lo que les genera una triple comodidad: se ganan fácilmente la adhesión de las masas que los consideran aliados de su “causa”, se evitan el esfuerzo intelectual de elaborar pensamientos propios y también dejan a salvo la relación que necesariamente deben mantener con los futbolistas y entrenadores, ya que no son ellos sino “la gente” la que los vitupera. “Los medios –dirán los fundamentalistas del pseudoperiodismo- sólo reflejamos la realidad.”
En una gran cantidad de esos medios se dio por entendido que, ante una nueva eliminación de la Copa Libertadores, los jugadores de San Lorenzo merecían esta agresión. ¿Por qué ponerse a analizar? Habría que ver cuántos de estos “comunicadores” tienen la honestidad necesaria para decirle a esa gente que, en lugar de agarrársela con los futbolistas –a quienes, repito, no considero absolutamente inocentes- tendría que apuntar primero a los dirigentes que toman las decisiones. Cuántos la tienen para decirle a esa gente que esté alerta, que no compre sin pensar el humo que le venden los tipos como Tinelli, que grita a los cuatro vientos su fanatismo mientras da a entender –y en eso queda, sólo en la insinuación- que viene a ayudar al club. ¿Cuál es la ayuda? ¿Traer a D’Alessandro, ponerlo en la vidriera y luego venderlo en millones de dólares de los cuales San Lorenzo sólo recibe monedas? ¿Cuál es la ayuda? ¿Tomar el poder del club a cambio del presunto mecenazgo? ¿Cuál es la ayuda? ¿Amenazar con retirar el “apoyo” económico si no se delega en él la potestad de tomar las decisiones ligadas al fútbol?
Los medios deberían decirles a los “hinchas” que los socios, que han decidido tomar parte de la vida del club de sus amores, le dieron su voto y el mandato de conducir la institución a Rafael Savino, no a Tinelli; y deben decirles que Savino también está entregado –al parecer, gustosamente- a la política entreguista de Julio Grondona, que regaló el fútbol a sus amigos y favorecedores dejando a los clubes en la indefensión más absoluta. Deben decirles que Savino, uno de los preferidos de Grondona al punto de haber sido defendido por el jefe de un embate del mismísimo Maradona, también es responsable –y más que los jugadores- de las frustraciones de San Lorenzo, aun sin olvidar el campeonato ganado con Ramón Díaz.
Lo que no leí ni escuché en ningún lado es que tratándose de fútbol, un deporte, también cabe la posibilidad de perder. Pero eso no lo dicen ni lo escriben, porque a casi nadie le gusta escucharlo o leerlo.

jueves, 9 de abril de 2009

Un día de excursión

En nuestra última clase de esta etapa de alemán, hace una semana, el profesor nos hizo una invitación. Nos propuso sumarnos a una excursión que tenía prevista con otro grupo al Museo de la Historia Alemana, en Bonn, y a Königswinter, un pueblo situado al sur de la ex capital de la República Federal de Alemania, que está a pocos kilómetros de Köln. Como cierre del paseo, nos invitaba a todos a una reunión en su casa, en cuya parrilla se asaron salchichas y pequeños trozos de carne de cerdo y pollo que acompañamos con algunas salsas y ensaladas.
La cita era para ayer, miércoles, en el Hauptbahnhof de Köln. Allí teníamos que tomar un tren regional. Como éramos muchos, y para abaratar los costos del viaje, nos dividimos en grupos de a cinco, ya que las expendedoras de boletos ofrecen la opción de comprar un pasaje para cinco personas por un precio menor que la suma de cinco tickets individuales. Comprándolos de esta manera, se ahorra un 15%, aproximadamente. La distancia es de veintinueve kilómetros y el tramo ida y vuelta cuesta algo más de veinte euros, lo que representa un costo de cuatro euros y algunos centavos por cada pasajero.
Llegamos al Hauptbahnhof de Bonn y de allí tomamos un U-Bahn (subterráneo) hasta el museo, al que se accede directamente desde la estación y tiene entrada gratuita. Lo primero que se ve es un vagón del tren que usaban en los tiempos de posguerra los sucesivos cancilleres, quienes en Alemania son el equivalente a nuestro presidente. Los carteles alusivos hablan de las preferencias de cada uno de sus célebres usuarios, especialmente por Conrad Adenauer, el primer canciller de la República Federal de Alemania. Dentro del vagón se puede ver toda la ambientación que lo convertía en una verdadera oficina sobre rieles, con compartimentos para reuniones, un despacho con teléfono y una especie de living en el que se ve una radio gigante con la cual se seguían las noticias durante el viaje.
De allí se sube una a escalera mecánica que conduce al acceso al museo. No está permitido sacar fotos, aunque no se retienen las cámaras como había sucedido en mi visita anterior, hace dos años. Antes de ingresar pasamos por el guardarropa para grupos, que constan de gabinetes que se internan en la pared y cuya llave queda en poder de un responsable del grupo.
El museo comienza su repaso de la historia desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Hay piezas originales como cascos, indumentaria y documentos de aquella época. También hay videos que muestran a las ciudades arrasadas por las bombas y a la gente –hombres y mujeres, chicos, adultos y viejos- trabajando en la reconstrucción. De allí y hasta hoy se hace un interesantísimo raconto de toda la evolución de Alemania, lo que entre muchas cosas interesantes tiene el traje espacial de un astronauta de la ex DDR y segmentos del Muro de Berlín. Una maravilla.
El recorrido duró una hora. Luego volvimos a tomar el tren y nos dirigimos a Königswinter. Esta pequeña ciudad –tranquila, limpia, impecable- también está a orillas de Rin y entre sus principales atractivos hay un castillo al que para acceder hay que caminar hacia arriba durante unos cuarenta minutos de pendiente constante en medio de mucha naturaleza y de pequeñas elevaciones. Algunas de ellas tienen como unos balcones de hormigón armado que fueron empotrados para contener derrumbes y caída de rocas, que forman parte del mismo macizo del cual se extrajeron los fragmentos de piedra que se utilizaron para construir la catedral de Colonia y otros templos de la zona. Al llegar hay un mirador desde el que se tiene una maravillosa vista del Rin y hasta se alcanza a divisar Colonia, que está a más de treinta kilómetros, de la cual se distinguen claramente el Dom y la torre de televisión que tengo a dos cuadras de mi casa. Mucho más cerca, y sobre ambas orillas del río, se ven poblaciones con las clásicas construcciones de techo a dos aguas que son característicamente alemanas. Uno está ahí arriba y piensa que nunca podría cansarse de admirar ese paisaje.
Después, para completar el programa, nos fuimos a la casa del profesor. Está en Troisdorf, a mitad de camino entre Colonia y Bonn. Tomamos un tren y un ómnibus, que nos dejó en medio de un barrio de casas bajas impecablemente conservado y de una llamativa tranquilidad. Allí se pusieron en la parrilla las cosas que les detallé en el primer párrafo, a lo que se agregaron unas papas; acá es bastante común comerlas de esa manera. En la reunión había personas de una gran diversidad de orígenes y colores de piel, imagino que también de religiones; el grupo estaba compuesto por europeos, africanos, norte y sudamericanos, asiáticos y hasta un neocelandés, representante de Oceanía. Todos, salvo el profesor, hablamos con limitaciones el alemán; y exceptuando a los españoles y yo, los demás casi no tenían interlocutores en su mismo idioma. Sin embargo, no faltó buena onda y no hubo subgrupos idiomáticos. Los bailarines tuvieron música y, como imaginarán, no faltó bebida, con y sin alcohol, para regar la picada y el resto de la reunión, que terminó a las once de la noche, cuando todos nos fuimos a tomar el último ómnibus que podía llevarnos hasta la estación para alcanzar el tren que cerca de la medianoche nos dejaría de vuelta en Colonia después de haber disfrutado un hermoso día.

jueves, 2 de abril de 2009

El vértigo de la realidad

Quizás esta sea una buena oportunidad para contar un poco de qué forma este blog va adquiriendo su fisonomía habitual. El texto de cada semana lo voy armando en la cabeza mientras pasan los días y guardo en mi memoria los apuntes que me parece relevante contarles. Desde el jueves pasado la mecánica fue la misma; malo, pero periodista al fin, los dos impactantes hechos de las últimas horas me obligaron a un replanteo. Por orden cronológico y de importancia, se impone empezar con el fallecimiento de Raúl Alfonsín, tema de comentario obligado entre los argentinos que nos juntamos a ver el partido contra Bolivia.
Tenía trece años en octubre de 1983. Entendía lo que pasaba. La sensación generalizada hasta el acto de cierre de campaña del justicialismo era que la fórmula Lúder-Bittel ganaría la elección y muchos analistas coinciden en destacar que la quema del cajón ornamentado aludiendo a la UCR por parte de Herminio Iglesias fue lo que volcó a mucha gente a votar por la lista 3.
Raúl Alfonsín fue el presidente que gobernó la Argentina durante mi adolescencia, la etapa en la que uno se familiariza con las cuestiones de la vida cívica, entre otras cosas. Recuerdo la atención con la que seguí el juicio a las juntas militares y su enorme importancia y también tengo presente que uno de los primeros dilemas que mi cabeza intentó dilucidar fue por qué un par de años después de ese hecho histórico del “Núremberg argentino” se sancionaron dos leyes que acotaban sus históricas resoluciones. Dicen que fue para salvar a las instituciones. Pero... ¿cómo se hace para defenderlas violentándolas? Además, como nunca antes ni después, nuestros mediocres políticos estuvieron juntos aportando a la causa que en ese momento era la de todos nosotros. Aun así, cedió a la presión sancionando dos leyes impresentables que abrieron el camino al no más presentable indulto decretado por quien sucedió a Alfonsín en la presidencia. Por otro lado, no voy a soslayar sus virtudes de hombre irrenunciablemente consustanciado con la vida republicana y de precursor permanente del diálogo constructivo. A lo que me resisto es a este ascenso que su muerte les adjudica a algunas personas públicas, cualquiera sea el ámbito en el que se hayan desempeñado en vida. Me resisto a denominaciones como “padre de la democracia” y otras grandilocuencias que terminan siendo injustas para con millones de anónimos que hicieron tanto o más que Alfonsín por la democracia, incluso entregando sus vidas en las manos de aquellos a los que después se liberó de culpa y cargo con las tristemente célebres leyes de “Punto Final” primero y de “Obediencia Debida” más tarde, error felizmente subsanado posteriormente. El pacto de Olivos es otra cosa por la cual la historia le va a dedicar algunas páginas de análisis. Tampoco me alcanza con agradecerle su honestidad, cuando ésta debe ser tomada como un requisito excluyente y no como una virtud para ejercer el mandato que más de la mitad del pueblo argentino le encomendó en 1983. Critiquemos y juzguemos penalmente a los que no la ejercen, pero no agradezcamos algo que tienen la obligación de darnos. No tengo nada con Alfonsín, de quien lamento profundamente su muerte y deseo que descanse en paz.
Nos reunimos en El Gaucho, el restaurante argentino que el catamarqueño Carlos Santillán instaló en Colonia en 1971, en Barbarossaplatz. Allí quedamos en encontrarnos con mi jefe, boliviano y con su camiseta puesta, y su familia, todos alemanes pero hinchas de Bolivia por obvia cercanía. Varios empleados y algunos otros comensales éramos argentinos. Mientras nos comíamos un bife con ensalada veíamos el partido. Hasta el final del primer tiempo, todo iba dentro de lo que podría ser previsible. El problema llegó en el segundo, cuando los bolivianos redondearon una goleada histórica que no estaba ni en sus sueños más optimistas y la Selección argentina no mostró ni el mínimo atisbo de reacción. Tan así fue que a Diego, cuando iba a hacer entrar a Montenegro, se le leyó claramente en los labios que le decía “tené la pelota”, con la evidente intención de evitar que los del altiplano siguieran aumentando las cifras de una derrota que ya era racionalmente irreversible.
Una muestra de nuestro irremediable exitismo argentino: hasta el descanso, éramos por lo menos diez argentinos pendientes del partido. Con el 1-3 parcial, el entusiasmo e interés iniciales mutaron en desazón y una andanada de reproches; más de uno empezó a decir cosas como “yo sabía que Maradona no iba a andar en la Selección” o “¿qué querés con ese planteo?”. Varios de los presentes aseguraban que la altura “es un verso”; el único que no se cansó de reiterar una y otra vez que en La Paz se dificulta la práctica de deportes para los foráneos fue justamente el único de los que estaba allí que conocía la ciudad y podía hablar con fundamento: Ernesto, mi jefe. Al segundo tiempo sólo lo seguimos unos pocos, ya que, para nuestros compatriotas, el fútbol sólo interesa mientras se gana o se mantiene chances de hacerlo.
Decididamente y por motivos de índole bien diferente, estos dos días no trajeron buenas noticias para nosotros. La eliminatoria es larga y la inolvidable derrota contra Bolivia no pone en riesgo las aspiraciones argentinas de llegar a la próxima Copa del Mundo. A Alfonsín deberemos homenajearlo tomando sus mejores enseñanzas para aplicarlas en beneficio de nuestra castigada república; y, también, teniendo en cuenta sus errores para que no volvamos a cometerlos.

jueves, 26 de marzo de 2009

Dolor, expectativa y rechazo

Faltaba poco para las ocho y media de la noche del viernes. El partido estaba por terminar, no quedaban más de diez minutos de los noventa que jugamos cada viernes con mis amigos alemanes en esa cancha rodeada de paredes que alguna vez les describí. Después de cinco semanas de no haber podido jugar por trabajo o por suspensiones de partidos, mi nivel venía siendo mucho más bajo que lo bajo que es habitualmente. Hasta que fuimos a disputar una pelota con Tobias; lo último que recuerdo fue haberlo visto venir y prepararme para trabar la pelota. Sentí un terrible dolor en el muslo izquierdo, justo en la mitad de la pierna. Durante un par de minutos estuve en el suelo, sin poder revolcarme siquiera. Así como caí, quedé. Después me ayudaron a levantarme y con mucha dificultad salí caminando de la cancha para que los demás pudieran seguir jugando el tiempo que restaba del partido. Fui a la cantina y pedí hielo, ya que la pierna se estaba hinchando muy rápidamente.
Tobias, el muchacho contra el que se produjo el choque, mide casi dos metros; es un flaco que no tiene un gran físico, pero es macizo. Sin ninguna duda se trató de un accidente, lo que posiblemente haya sido peor; creo que si hubiese querido pegarme no habría podido ser tan preciso. La diferencia de altura hizo que su rodilla golpeara de lleno por encima de la mía, en pleno músculo, haciendo lo que comunmente llamamos una “paralítica”. Fue complicadísimo, e imagino que hasta gracioso para ver para mis ocasionales compañeros de viaje en ambos medios, subir y bajar del tranvía y del colectivo para ir a trabajar el sábado y el domingo, a lo que hay que sumarle los ochocientos metros a pie que incluye mi recorrido de ida al estudio. Generalmente, y por fortuna, siempre hay alguien que a la vuelta me trae y me deja a pocos metros de mi casa. Todavía hoy, casi una semana después, persiste el dolor, que está yéndose muy lentamente y, casi con seguridad, me dejará afuera del partido de mañana. Una pena, porque tengo muchísimas ganas de volver a jugar.
También en estos días se define la continuidad de los relatos en español de la Bundesliga, lo que equivale a decir que se define nuestra posibilidad de seguir trabajando acá o no. Cuando digo “nuestra” estoy refiriéndome a mí y a mis compañeros, un venezolano y un mexicano, residentes en Barcelona y Bonn, respectivamente. Creo que no hace falta que les aclare que los tres veríamos con buenos ojos tal continuidad; y eso depende, según nos cuentan nuestros superiores, del resultado de las conversaciones con los canales de televisión de América Latina que adquirieron los derechos para la transmisión de los partidos en nuestro continente. También están esperando saber qué puede surgir en aquellos países en los cuales los dos grandes distribuidores de la señal, GolTV e ESPN, no tienen los derechos exclusivos, ya que existe la alternativa de que en ellos surja algún interesado en el envío de la imagen internacional con el relato en español hecho en Alemania. Independientemente de lo que resulte, en mayo estaré otra vez en Buenos Aires. Podré reencontrarme con mi familia después de ocho meses y deberé reincorporarme al trabajo en radio Continental, ya que se termina la licencia sin goce de sueldo que me otorgaron antes del viaje a Alemania. Para cuando arribe a Ezeiza ya sabré si esa llegada es una vez más temporaria o para volver a instalarme en Argentina.
Como siempre, y mucho más ahora que está cerca la vuelta, sigo lo que pasa en nuestro país. Los varios diarios que leí y la radio que escuché ayer decían que las petroleras, “por el aumento del dólar”, subieron los precios de los combustibles. No recuerdo haber leído, escuchado ni que alguien me haya contado que los hubiesen bajado en los tiempos en los que la paridad con la moneda norteamericana era menor en pesos y, además, el precio del petróleo había bajado abruptamente; mientras, acá podía ver como en Alemania –que no son Papá Noel, desde ya, pero que sí se dejan llevar por los vaivenes del “mercado”- los valores del litro de nafta o gasoil caían casi un treinta por ciento como consecuencia del marcado declive de la cotización internacional del crudo. Cosas de la Argentina, como también lo es el nuevo round de la pelea entre los productores agropecuarios, que con sus cortes de ruta toman de rehenes a todos para su protesta, y el Gobierno caprichoso, soberbio y patotero. ¿Qué quedó de aquel conmovedor alineamiento de algunos gobernadores con las entidades agrarias? Como el treinta por ciento de las retenciones a las que ellos mismos se oponían ahora les serán asignados a sus gestiones como coparticipación de impuestos, bajaron las banderas. Les hicieron sentir el olor de “la platita” y se terminaron sus firmísimas convicciones productivistas. Cuesta creer cómo hacen para andar por la vida con semejante dosis de desvergüenza. El que durante años gritó orgulloso su condición de “pingüino” ahora quiere ser candidato a diputado nacional por la provincia de Buenos Aires, aunque en el padrón todavía figura con domicilio en Río Gallegos. Después se asombran o se quejan del distanciamiento de la gente con la política. ¿Qué persona bien nacida, que no haya recibido alguna prebenda o favor, va a querer mantenerse cerca de semejante pestilencia?

jueves, 19 de marzo de 2009

Al ritmo de las noticias

El martes debía ir al curso de alemán. Ya estaba listo para salir de casa cuando sonó el teléfono. Al no reconocer el número que mostraba el identificador, atendí como la gente en general atiende acá, diciendo mi apellido en lugar de nuestro clásico “hola”. El que llamaba era el profesor, que estaba avisándonos uno por uno a todos sus alumnos que él no se encontraba en condiciones de ir a la escuela y por eso no tendríamos clase. Me pidió los números de compañeros que tuviera para seguir llamando y le ofrecí llamar yo a las dos chicas de las cuales los tenía agendados. Eso hicimos; esta tarde me enteraré si el aviso les llegó a todos o alguno fue hasta la escuela por no haber recibido la novedad.
Con ese tiempo imprevistamente libre y aprovechando la linda tarde que teníamos, decidí irme caminando hasta el centro. El trayecto es de unas veinte o veinticinco cuadras y en el camino se pasa por un parque muy grande, bien verde, en el que andan de acá para allá las liebres que ya están animándose a salir después del duro invierno que tuvimos. Me llevé un cable que había comprado en enero para adaptar un router inalámbrico de internet. Como por alguna razón que no entendí el sistema no funcionó, el cable había quedado allí a la espera de pasar cerca de donde lo compré, para devolverlo. El comercio se llama ProMarkt; allí venden todo tipo de electrónicos y electrodomésticos, además de algunos otros artículos, a muy buen precio. Fui con el cable y la factura, aunque, por nuestra costumbre, también preparado para discutir con quien me atendiera, imaginando que iría a hacerme muchas preguntas con la intención de dificultar la devolución del dinero que había pagado por el cable. Pero no pasó nada de eso; entregué el cable dentro de su embalaje y la factura y me dieron un comprobante con el cual debería pasar por una de las cajas a retirar el dinero; todo el trámite no demoró mucho más que lo que ustedes tardaron en leerlo.
La noticia de la masacre en la escuela de Winnenden, en el sudoeste alemán, conmocionó a todo el país. Acá no son frecuentes las muertes violentas y, menos aún, en crímenes colectivos como el que cometió el miércoles 11 este chico de diecisiete años que, según se supo, practicaba tiro con el padre y se sentía menospreciado por sus compañeros de estudios. Contando al agresor, que se suicidó al verse cercado por la Policía, los muertos fueron dieciséis. El duelo se extendió por todo el territorio alemán y, por ejemplo, los jugadores y los árbitros de todos los partidos de la Bundesliga llevaron un brazalete negro y en cada encuentro se hizo un minuto de silencio en conmemoración de las víctimas. Muchas radios, por su parte, decidieron pasar música muy tranquila durante esos días y hasta tomaron el recaudo de controlar que los títulos de los temas que emitían no tuviesen ninguna relación posible con los hechos.
Los diarios siguen ocupándose del derrumbe del edificio del Archivo Histórico de Colonia. Los sensacionalistas, como el Express, titulan casi diariamente con noticias vinculadas a esta tragedia. Por un lado informaron que, finalmente, apareció un segundo cuerpo entre los escombros y, por sus características, podría ser el de la persona que estaba desaparecida junto con el chico que encontraron la semana pasada. Por el otro, siguen dando cuenta de una gran cantidad de irregularidades en el planeamiento de las obras, llegando a decir que los ingenieros no habían hecho los estudios de resistencia del suelo antes de continuar con las excavaciones de los túneles para la extensión de la red de subterráneos. Lo curioso es que se trata de un análisis básico y fundamental antes del inicio de cualquier construcción, por lo que cuesta creer que eso haya sido tal cual lo decían los periódicos en sus portadas.
Ya que estamos con diarios y noticias, hay que volver sobre Diego y Riquelme; venía destacando el placer que me daba el hecho de que Maradona me dejara mal parado con lo que escribí en octubre, cuando planteaba mis dudas por el carácter volcánico del Diez. Sin embargo, creo que, para usar la figura que él mismo popularizó, se le escapó la tortuga. La forma con la que atacó a Gorosito por una innecesaria intervención verbal del técnico de River (a su vez motivada por una innecesaria pregunta de algún “periodista”) me hizo recordar a sus peores actitudes. Lo emplazó para retractarse en veinticuatro horas bajo amenaza de revelar “el tema con Garnero”. No sé ni quiero saber de qué se trata, pero imagino que debe ser lo suficientemente grave como para que a Diego le sirva para el chantaje, por un lado, y como para que Gorosito respondiera casi inmediatamente buscando la conciliación. La combatividad de Diego ha sido siempre, en general, un aspecto positivo de su personalidad. Pero muchas veces no ha estado feliz en la elección del enemigo. Fue brillante en su pelea con los poderes del fútbol cuando jugaba y está muy bien que hoy se plante ante Grondona y las dificultades con las que el mismo presidente de la AFA le obstruye la gestión. También es positivo que le ponga los límites a un nene caprichoso como Riquelme después de que éste, en una muestra de fingida sensibilidad que irrita, tomara a mal una opinión bien futbolera y sin malicia de quien es, finalmente, el técnico de la Selección. Todas estas son peleas útiles, que tiene que dar. Pero Gorosito, como dice Fito Páez, es un enemigo que no está a la altura del conflicto y Diego lo puso en el centro de la escena, con un muy cuestionable proceder y exponiéndose innecesariamente a un roce que no le aporta nada bueno, pero contribuye a su desgaste.

jueves, 12 de marzo de 2009

Malas y buenas nuevas

Las tapas de los diarios del martes tenían la noticia que todos los coloneses deseaban no leer después del derrumbe del edificio del Archivo General de Colonia. Tras siete días de búsqueda entre los escombros apareció el cuerpo de Kevin, de diecisiete años, que habría estado durmiendo en el momento del accidente que le costó la vida, según lo que informó la Policía, cuyo vocero se animó a agregar que es posible que ni siquiera haya llegado a darse cuenta de lo que le pasó. Todavía falta encontrar a otro joven, en este caso de veinticinco años, del que no se brindó el nombre aunque sí se detalló que es estudiante de diseño y que habitaba en el mismo edificio que la víctima hallada hace dos días.
Los mismos diarios informaron ayer, miércoles, que las autoridades decidieron paralizar todos los trabajos de extensión de la red de subterráneos, aun los situados lejos del lugar de la tragedia y que no presentan ningún inconveniente, hasta que se establezca fehacientemente si una planificación errónea o negligente de las obras fue el origen de semejante desastre. También se duda sobre la continuidad del alcalde, Fritz Schramma. Al nombre de este señor, perteneciente a la CDU (Unión Demócrata Cristiana), tuve que buscarlo, ya que no aparece en ninguno de los carteles que anuncian los numerosos emprendimientos que la ciudad tiene iniciados en muchos puntos de su geografía. Acá a las obras las hace la Stadt Köln (ciudad de Colonia), no cualquier político que ocasionalmente esté a cargo del gobierno.
En Düsseldorf, a unos cuarenta kilómetros, se encuentra el consulado español más cercano. Fui a consultar por mi situación ante la legislación que permite a los nietos de españoles adquirir la ciudadanía de la Madre Patria. La empleada del registro civil, en el segundo piso, me detalló con mucha amabilidad cuáles eran los requisitos para iniciar la solicitud y después me aclaró que cada caso se analiza particularmente y que la aceptación del pedido no implica la concesión de la nacionalidad española. En el tren de vuelta a Colonia, en la estación siguiente a la que subí yo, subió una mujer –musulmana, de acuerdo con su vestimenta- con dos chicos, que tendrían seis y tres años, aproximadamente. Uno de los dos tenía una mochila y en un momento sacó de ella una bolsa con algo muy similar a nuestras empanadas. Estaban un poco aplastadas. La madre le dijo algo que pareció un leve reto y el chico volvió a meter la mano en la mochila. Sacó un tupper y le pidió a la madre que lo abriera; ella hizo caso y lo dejó en el único asiento libre de los cuatro que tenía el sector que ellos ocupaban. Los hermanitos se turnaron para meter las manos y sacar lo que por el olor me di cuenta de que eran pimientos, que estos dos chiquitos se comían con la misma naturalidad con la que mis sobrinos se comerían una banana o un alfajor.
No puedo resistir la tentación de referirme a la nueva renuncia de Juan Román Riquelme a formar parte del seleccionado nacional. Ya lo había hecho en septiembre de 2006, para lo cual argumentó que a su mamá le hacían muy mal las críticas que Román recibía por su palidísima actuación en el Mundial de Alemania, a pesar de que Pekerman había armado el equipo nacional a su alrededor. Después llegó Basile, que demostró tener al diez de Boca como una debilidad; poco antes de la Copa América de 2007, y después de haber hecho toda la preparación sin Riquelme, el entrenador modificó la conformación del plantel que había nominado para hacerle lugar a Román, cuya madre parecía en ese momento haber blindado su corazón. Los platos rotos de los caprichos de uno y de la impresentabilidad del otro los pagó Javier Pinola, jugador de Núremberg, que hasta modificó la fecha de su boda para poder jugar la Copa América en Venezuela y poco antes de viajar lo bajaron abruptamente del avión. Fue la Copa América de los daikiris con el agua de la piscina hasta el pecho y de una concentración que parecía una colonia familiar de vacaciones. La del talco, los cuernitos y el saco de cábala a pesar los cuarenta y cinco grados a la sombra. Allí también, a pesar de tanto mimo y privilegio, lo de Riquelme fue poquito.
Ahora no tolera que Maradona le diga cómo quiere que juegue en la Selección. El Diez, el grande de verdad, se permitió opinar que si Román no es capaz de modificar su juego no sería útil para el equipo, en un comentario lleno de fútbol y con argumentaciones tácticas impecables. Diego, que a la Selección le dio un poco más que Riquelme, considera que no es suficiente con dos pisadas, tres pases intrascendentes para los costados y cuatro tiros libres bien pateados; y tiene tanta razón que ni siquiera vale la pena detenerse en eso. El problema de Riquelme es que ahora se encontró con alguien que no le teme a él ni al grupito de poderosos alcahuetes que salen corriendo con el micrófono y la cámara en la mano cada vez que Román tiene algo que decir en el tono monocorde de siempre, el mismo con el que juega.
Cuando Riquelme estuvo en Barcelona, el entrenador holandés Louis Van Gaal dejó de tenerlo en cuenta porque se negaba a jugar en el puesto que él le asignaba. Recaló en Villarreal, donde otro técnico serio como Manuel Pellegrini se cansó de su individualismo y lo separó del plantel. Casualidad o no, el Submarino Amarillo volvió casi inmediatamente a los primeros planos del fútbol español.
No hay nada que hacerle. Como dijo alguien alguna vez: si uno ve un ave con plumas y pico de pato, patas de pato y que camina como un pato, lo más probable es que sea un pato.

jueves, 5 de marzo de 2009

Una pésima noticia para Köln (y para la humanidad)

Era un martes como cualquier otro. Me di un baño, cargué mis cosas y me fui a la escuela, al curso de alemán. Tomé el tranvía 5 por una estación, desde la Gutenbergstraße hasta Hans Böckler-Platz. Allí me bajé y en ese mismo andén me quedé esperando al 3 o al 4, al que viniera primero. Cualquiera de los dos me deja en Neumarkt, la estación en la que debo bajarme para después seguir a pie cuatro cuadras.
Una vez que salí a la calle, me pareció que había menos tránsito que el habitual a esa hora en esa zona. Caminé, como siempre, por la Peterstraße hasta la Agrippastraße, la de la escuela. Allí a la izquierda y, dos cuadras después, la sorpresa. Al llegar a la Neuköllnerstraße, una avenida ancha de doble mano que debía cruzar, ví tantos policías juntos como nunca había visto. Decenas de patrulleros con sus correspondientes policías, varias ambulancias con su dotación de personal y varios equipos de distintos noticieros de televisión. No había caos, todo estaba controlado. Pero seguía impresionándome el despliegue. Ante tantos autos verdes y grises, los de la Polizei, primero pensé que podría tratarse de una persecución que había llegado a su final, pero la cantidad de ambulancias y el movimiento de bomberos, que tienen su cuartel justo enfrente de la escuela, me inclinaron a suponer un accidente de importantes consecuencias.
Como el tránsito estaba cortado, pude cruzar sin tener que esperar al semáforo. La escuela está a unos cuarenta metros de allí, pero ni siquiera los peatones podían seguir caminando por la Agrippastraße en esa dirección. Justo que llegué al cordón policial con la frase armada en la cabeza para explicar que iba a clases, los policías se apartaron. Parece que el dispositivo había sido levantado y una chica que justo debía pasar con su auto por el frente del cuartel de bomberos y ambulancias iba a poder hacerlo. Después de hablar unos segundos con ella, un policía le levantó la cinta de plástico para que pudiera seguir.
Llegué al aula temprano, dejé mis cosas y fui a buscarme un té con limón que me ayudara a convivir mejor con los síntomas de gripe que estaban acompañándome desde el lunes. Volví, me senté y a los pocos minutos entró una empleada de la escuela, que abrió un par de ventanas para que corriera un poco de aire hasta que empezara la clase y me preguntó si quería que prendiera la luz. Le dije que no, que todavía no hacía falta.
Le pregunté a la señora si sabía qué había pasado. Me dijo que sí, que vio en las noticias que se derrumbó un edificio cercano justo encima del punto donde estaban excavando túneles para la extensión de la red de subterráneos. Dijo que no había muertos reportados hasta ese momento, pero tampoco había que descartarlo. El edificio se desplomó y el derrumbe también afectó a algunas casas vecinas.
Seis y media en punto empezó la clase, que se desarrolló normalmente. A las ocho el profesor impuso la pausa de siempre y, a la vuelta, trajo más información: el edificio que se cayó era el del archivo general de la ciudad de Colonia. Las primeras precisiones hablaban de nueve desaparecidos, número que fue disminuyendo a medida que se fue determinando el paradero de siete de esas nueve. Todavía se busca a una pareja que vivía en una de las casas vecinas, ya que no se tiene la certeza de que estuviesen o no en el lugar en el momento del desplome.
La página de la Deutsche Welle (http://www.dw-world.de/dw/article/0,,4072772,00.html) da detalles de lo que podría perderse, que según algunas consideraciones podría valuarse monetariamente en cuatrocientos millones de euros:

(...) El diario local Kölner Stadt-Anzeiger en su recuento de los tesoros albergados por el archivo asevera que del 11 de agosto de 922 data el primer documento –que probablemente sea una antigua falsificación- con el cual el entonces arzobispo de Colonia, Hermann I, le cede al legendario séquito de Santa Úrsula un edificio que luego será su convento e iglesia. Las actas de fundación de la Universidad de Colonia del año 1388; manuscritos de Karl Marx y Friedrich Engels; disposiciones firmadas por Napoleón y muchas joyas históricas más se guardaban en ese edificio. (...)

En el mismo sitio hay una idea de lo que significaba este lugar, definido “el mayor y más completo archivo al norte de los Alpes”:
(...) El Archivo de Colonia-comparable sólo a los archivos de Sevilla o al Archivo Nacional de París- se encontraba en un edificio diseñado y equipado en 1971 especialmente con este propósito y con el objeto de que tuviera 30 años de vida útil. Ya en 1996 se le reventaban las costuras de tanto material acumulado y los materiales fueron, parcialmente, guardados en otros edificios. Cuando el 3 de marzo a las 14h00 se escuchó el rugido previo al desplome, sólo los empleados pudieron ser evacuados. (...)
Ya está abierta la investigación para determinar las causas de este desastre. Las primeras estimaciones dicen que estudios erróneos o una interpretación errónea de cálculos de factibilidad de las obras de ampliación de la red de subterráneos serían el origen de esta catástrofe, que no lo es tanto en pérdidas personales -hasta ahora- pero sí lo es si se tiene en cuenta a la hora del balance la irrecuperabilidad de los valiosísimos piezas y testimonios que albergaba este archivo-museo que se vino abajo en la tarde del último martes.

jueves, 26 de febrero de 2009

El reinado de Momo

Estamos en época de Carnaval y, como muchos de ustedes saben, el de esta ciudad es famoso en el mundo. Su fama no se debe tanto a la atención que genera fuera de Alemania sino a la intensidad con la que la gente de estos lares lo vive y lo festeja. Es una de las festividades preferidas de los habitantes, alemanes o no, de Colonia.
El jueves pasado comenzó la celebración. No es feriado oficialmente, pero después del mediodía se acaba la actividad laboral. Mucha gente se disfraza y cerca de las cuatro de la tarde se concentra en Chlodwigplatz, donde pasan unos camiones ornamentados como carrozas desde los cuales se lanzan caramelos y otras minucias a los concurrentes, muchos de los cuales ya están munidos de una botella que, generalmente, contiene cerveza. Después de ese rito, la gente se reparte en los muchos bares que tiene la ciudad para seguir el jolgorio y regándolo con todo aquello que se pueda beber hasta la hora que cada uno sea capaz de aguantar.
El Karneval, con distinta intensidad, dura varios días. El sábado, por ejemplo, varias líneas de tranvías modifican su recorrido para llevar a la gente a distintos puntos de concentración para los festejos. El año pasado, ignorante yo de esto, ese sábado me fui a la estación. El tranvía venía al horario de siempre, pero el cartel no era el habitual. Dejé pasar algunos pensando que en el algún momento vendría el mío, el 5. Cuando ya se había hecho demasiado tarde, tuve que recurrir a un taxi. Por eso, este año tomé el recaudo de consultar la página de internet para asegurarme la llegada temprano al estudio y ahí decía que el cambio de recorridos operaba desde la una de la tarde. Este sábado, además, el festejo tuvo un condimento muy especial y el Carnaval fue más Carnaval que nunca: Colonia le ganó a Bayern Múnich 2 a 1 en la mismísima Allianz Arena, un gusto que los renanos no se daban en Baviera desde hacía once años y al que las previsiones le daban escasísimas chances de convertirse en realidad.
El lunes, llamado Rosenmontag, sí es feriado. Después del mediodía, los coloneses se van al centro a ver la máxima atracción: el desfile “oficial” de las carrozas, que tienen un itinerario que abarca varios sectores del centro de Köln, desde las cuales también se lanzan golosinas y pequeños regalos. Casi todo el mundo está disfrazado; algunos eligen disfraces de animales, como osos, leones o conejos, que les permiten estar abrigados. Otros se bancan con entereza, y con pronóstico cierto de gripe también, las exigencias de llevar un disfraz que deje expuestas algunas partes de su humanidad. Los disfraces se pueden comprar por muy poca plata. Con diez euros, o algo menos, se consigue un equipo completo para estar a tono con la celebración.
En las calles angostas los espectadores se ubican en las veredas; en las avenidas, las empresas de transporte de cargas estacionan sus camiones y los largos acoplados sirven como palcos. Casi ningún comercio está abierto; los pocos que trabajan son bares y algunos locales de comida rápida. La música que acompaña al desfile es característica de Carnaval y casi todos los temas son parecidos. A lo largo del recorrido hay baños químicos cada tanto y también puestos de la Deutsches Rotes Kreuz, la Cruz Roja alemana, con una importante cantidad de personal en cada uno de ellos. El dispositivo de prevención también incluye una carpa que funciona como sala de primeros auxilios y varias ambulancias listas para trasladar a cualquiera cuya complicación requiera una atención más compleja. Obviamente, los mayores inconvenientes son generados por los excesos de alcohol, que, a diferencia de lo que nosotros vemos normalmente, no degenera en violencia. Pero aunque sean inofensivos para otros, hay gente que se hace mucho daño a sí misma. Algunos andan por la calle en pésimo estado, con severas dificultades para mantener la vertical; y ni hablar de dar más de dos pasos siguiendo una línea.
También hay puestos donde venden salchichas, que pueden ser hervidas, como habitualmente las comemos en Argentina, o a la parrilla -mejores para mi gusto-. En todos los casos vienen dentro de un pancito redondo al que la salchicha excede largamente a lo largo y se dispone de mostaza, ketchup o curry para condimentarla. A esta última variedad, la más cara y de sabor más picante, se la sirve en rebanadas sobre una bandejita de cartón y con un tenedorcito de plástico para comerla. Es curioso el método del rebanado. La salchicha entra por la parte superior de un tubo y los trocitos salen por debajo. Después le agregan ketchup, le espolvorean el curry y se la sirve, previo pago de tres euros.
Llama poderosamente la atención ver cómo, ni bien terminan de desmontar las estructuras, comienzan con la limpieza de las calles. Hay muchos papeles, algunos restos de los disfraces y muchos vidrios rotos que alguna vez fueron botellas. También los regalitos que van dejando a su paso los caballos que forman parte de algunas de las carrozas. Pasan los camiones que barren los grandes residuos y detrás de ellos van empleados de la empresa adjudicataria del servicio que terminan de agruparlos y los introducen en los vehículos que los retiran. En cuestión de un par de horas todo está como antes del festejo y se puede transitar normalmente.

jueves, 19 de febrero de 2009

El frío, el curso, el Ogro y Cristina

Todavía hace frío. No tendría por qué no hacerlo, ya que estamos en febrero y, por lo tanto, en el invierno boreal. Pero a pesar de que la temperatura se mantiene siempre por debajo de los diez grados, ya no hay nevadas tan intensas como la de los primeros días del año. Hay veces en la que nieva más o menos copiosamente algunos minutos, pero eso no alcanza para una acumulación de nieve que complique los movimientos de la vida diaria. El espectáculo que ofrecen la calle, los techos, los árboles y los autos cubiertos por el manto blanco es tan lindo de ver como perjudicial para la rutina de cada uno de nosotros.
Ya les conté sobre la diversidad de nacionalidades que tenemos en el grupo de estudiantes de alemán que me tocó en suerte. Hay gente de todos los continentes, con excepción de Oceanía y América del Norte. Les actualizo la lista y, de paso, corrijo algún error que cometí en la primera mención: los europeos son dos griegos –ambos hombres-, dos polacas, una búlgara, una lituana, una croata y cuatro españoles –tres damas y un caballero. Dos chicas vienen de Asia: una es japonesa y la otra llegó desde Kirguistán, un pequeño país que formaba parte de la ex Unión Soviética. De África tenemos una chica originaria de Benín y los americanos somos tres: una jamaiquina, una ecuatoriana y un argentino. Cuando menciono esto me viene a la mente un tema del que muchas veces se habló y se habla en algunos medios en Argentina, que es la poca idea que en muchos lugares del mundo se tiene de nosotros y de nuestro continente. Creo que con excepción de Kirguistán, la mayoría de nosotros, me refiero a los argentinos medianamente informados, podríamos ubicar en el mapa sin mayor esfuerzo y con mínimo margen de error a cada uno de los países de los que provienen mis compañeros, podríamos mencionar su capital y hasta podríamos describir la mayor parte de sus banderas. En cambio, sólo los españoles, el profesor y uno de los griegos, que estuvo varias veces en Buenos Aires porque ama bailar tango, pudieron dar más de tres nociones sobre Argentina; y desde ya debo disculparme con nuestro país, porque para varios de mis compañeros, especialmente las mujeres que no gustan del fútbol y apenas conocen a Maradona, yo soy la única referencia concreta que tienen de la “argentinidad”. Con un representante así, tiene razón el mecánico dental víctima de uno de los geniales llamados del doctor Tangalanga cuando dice: “¡Pobre país, pobre país!”
Dentro del grupo, en lo que hace al aprendizaje del idioma, hay dos divisiones más o menos marcadas: los que primero se radicaron en Alemania y después se pusieron a estudiar hablan con más soltura y mejor vocabulario que quienes tuvimos nuestro primer contacto con la lengua de Goethe a través de clases en nuestros países de origen; nuestra ventaja radica en la mayor familiaridad que tenemos con las estructuras gramaticales, lo que nos permite desenvolvernos mejor en la lectura y la escritura. Todos los que formamos parte de ese grupo hemos pasado los veinte años –algunos los pasamos bastante antes que otros- y estamos en ese aula porque así lo hemos decidido y no por una imposición, lo que ayuda a que todos aporten lo suyo para que el curso avance sin mayores contratiempos.
El profesor se esmera en que las clases no sean aburridas. Son tres horas dos veces por semana y él divide cada una de ellas en dos partes, separadas por una pausa de alrededor de quince minutos. En ese descanso, los viciosos salen a un patio descubierto, que es el único ámbito del edificio de la Volkshochschule en el que tienen permitido fumar. Otros pasamos el período de recreo en la planta baja, en una pequeña cantina que no es atendida por nadie y tiene dos expendedoras automáticas; una provee bebidas frías y la otra calientes. No conozco el costo de las gaseosas porque nunca saqué, pero cualquiera de las variedades que ofrece la máquina de café, que incluye chocolate y té, cuesta cincuenta centavos.
Sigo con mi hábito de mantenerme tan al tanto como me es posible de lo que pasa en Argentina. Estoy asombrado, ya hablando de temas un poco más livianos, de la novela de Cristian Fabbiani. Como periodista me siento absolutamente desolado por el tratamiento que desde los medios en general se le dio al asunto. Muchos colegas hablaban de este jugador de buenas condiciones técnicas y casi impresentable forma física como si se tratara de una gran estrella; y el enfoque general fue el de una historia de amor a la camiseta que llegaba a un final feliz y en ese contexto obviaron la seguramente involuntaria pero inestimable colaboración del arquero de Rosario Central en el gol de la victoria de River en Arroyito. Este tema sirvió para renovar una vez más mi orgullo por pertenecer al equipo de radio Continental, el único medio en el que se detuvieron en la cuestión ética del embrollo. Fueron los únicos que mencionaron la desleal actitud de River y Fabbiani para con Newell’s y también los únicos que, aunque no fuera simpático, no se sumaron al elogio desmedido a un futbolista que apenas se destaca de la media y lo hace más por su controvertida personalidad que por los sobrevaluados méritos que reúne en el campo de juego.
Hay elementos alentadores. Después de lo que pasó en Tartagal, que la sacó por unas horas de ese limbo de botox y ganas de venganza contra las entidades rurales en el que parece vivir desde hace tiempo, la Presidente llegó a la brillante conclusión de que uno de los grandes problemas de nuestro país es la pobreza. ¡Gracias por tanta lucidez, Cristina! Estoy empezando a arrepentirme de no haberla votado.

jueves, 12 de febrero de 2009

Pedido satisfecho

Algunos amigos, seguidores de este blog, siempre me dicen que están esperando algún texto en el que cuente acerca de cosas negativas de este lugar. “No puede ser que sea todo perfecto”, dicen casi enojados, aunque no sé con quién. De todas formas, es importante dejar claro que tienen razón. No lo es.
Como hemos contado en más de uno de estos textos, el Estado alemán está muy presente. Cuando una persona no tiene trabajo, se presenta en el Arbeitsamt (la oficina de empleo) y, tras el cumplimiento de los trámites de rigor, se le otorga un subsidio que alcanza los mil quinientos euros por mes, aproximadamente. Según el caso, también se le proveerá del dinero del alquiler de una vivienda acorde con las necesidades del grupo familiar a cargo del desempleado y algunos electrodomésticos básicos como televisor, heladera y lavarropas. La ayuda también incluye descuentos en diversos servicios que están a cargo del Estado, como el transporte, para el cual el Arbeitslos (desempleado) paga el cincuenta por ciento del valor del abono mensual. Con esa asignación de dinero y las ayudas aledañas, a nadie le falta lo imprescindible para su manutención.
No se apuren. Esto que por un lado es un aspecto muy positivo de la organización social alemana tiene también unos cuantos flancos vulnerables al análisis. Me contaban que antes, el beneficiario de esta asistencia debía presentarse una vez por mes para que las autoridades corroboraran que no se había modificado la situación por la cual está recibiendo la ayuda estatal. Actualmente, ese trámite se puede hacer por internet. Esta política, garantista casi al extremo, permite excesos e injusticias.
Así se da el caso, por ejemplo, de un compatriota nuestro que lleva algunos años viviendo en Köln. Se encontró con un amigo que tenemos en común y le contó que había decidido tomarse un año sabático, rentado por el Arbeitsamt, presentándose como desempleado. Como los controles son algo endebles, no le sería difícil salirse con la suya. A veces también se encuentran “mendigos”, que en su mayoría son jóvenes enojados y rebelados contra “el sistema”, del que sólo les parece bien, obviamente, la ayuda económica que ese sistema les facilita y a la cual engrosan pidiendo las monedas con las que compran la cerveza que riega sus largas horas de reunión y charla en alguna vereda colonesa y que también alcanza para darles de comer a los perros que siempre los acompañan. Lo único que puede decirse en favor de ellos es que no son molestos ni agresivos en el pedido. En la estación de ómnibus, que está pegada a la de trenes, hay un viejo micro acondicionado como un pequeño refugio al que estas personas acuden en búsqueda de una ración de comida y de alguna bebida caliente en invierno.
Aunque no es tan estrepitosa como en otros países, en Alemania también se hace notar la famosa “crisis global”. Este país construyó su ventura de las últimas décadas siendo uno de los más importantes exportadores del mundo; muchos de sus clientes están reduciendo gastos y requieren mucho menos de los bienes y servicios que proveen los alemanes. Las empresas dedicadas a rubros que trabajan con acuerdos a largo plazo están un poco más aliviadas en esta coyuntura, ya que ellos están firmados y se cumplirán; el problema lo tienen aquellos cuyos movimientos no permiten esa previsibilidad. Nosotros, los relatores en español de la Bundesliga, estamos entre estos últimos. Nuestra inestabilidad está basada es que estamos en tiempos de renovación de los derechos de emisión de los partidos en el exterior. Algunas de las empresas que adquieren la licencia para retransmitirlos en los países de habla hispana tienen a sus propios periodistas, por lo que no utilizan durante las transmisiones el audio en castellano que se envía desde acá. Eso hace que los nuevos administradores alemanes de la señal internacional estén pensando en deshacerse de un servicio que sus clientes, en principio, parecen no necesitar. No se argumentan cuestiones económicas, ya que el servicio en inglés se mantendrá en cualquier caso y para eso hará falta sostener lo más importante y costoso de la estructura. Dentro del volumen de dinero que se maneja para llevar a cabo este servicio, el gasto que representamos los tres relatores en español es insignificante, pero ellos piensan que no tiene sentido mantenerlo si los licenciatarios no utilizan nuestros comentarios, aunque el precio por el cual se les venden los derechos es el mismo con o sin el audio en castellano. Tiempo atrás ha pasado que, ante la consulta de los alemanes, los dueños de los derechos para Latinoamérica han dicho que querían nuestros relatos aunque no los retransmitieran, ya que lo que nosotros decíamos les servía de guía a los periodistas que comentaban los partidos en cada uno de esos canales. Según se nos dijo, en marzo habrá consultas y, atentos a los resultados de ellas, tomarán una decisión. Nunca hubo quejas para nuestro desempeño (al menos nunca nos llegaron). Como quedó expuesto más arriba, en principio no se trata de una cuestión de (in)capacidad nuestra; o para decirlo mejor, no sólo de eso.
Así todo, mis compañeros y yo somos optimistas y esperamos que las decisiones que se tomen en poco tiempo sean favorables a nuestras aspiraciones de mantener este trabajo que nos llena de legítima satisfacción, permitiéndonos hacer una vida sin sobresaltos a cambio de entregarle lo mejor de cada uno de nosotros a la tarea que más nos gusta hacer, que, en mi caso, desde hace casi veinte años es la única para la que me siento útil.

jueves, 5 de febrero de 2009

La convivencia con lo inaceptable

Hay cosas a las que uno está habituado y no les presta demasiada atención cuando forman parte de su cotidianeidad. Nos hacen más difícil la vida, las padecemos. A pesar de todo esto, nos acostumbramos a la acumulación de sinsabores y, con el paso del tiempo, elaboramos anticuerpos que nos permiten sobrellevarlos mejor en primera instancia y naturalizarlos después, casi olvidándonos de su efecto indudablemente perjudicial. Pero con la perspectiva que dan la distancia y el tiempo vivido fuera del país, la comparación de estas características con otros modelos las convierte en desagradables, molestas o, directamente, inadmisibles.
Alemanes y personas de otros países con los que me encuentro más o menos cotidianamente sienten mucha curiosidad por la Argentina. Saben, obviamente, de Maradona; también del tango, del Che Guevara, de Eva Perón y, más recientemente, tienen a Messi como una referencia de nuestra nacionalidad y mis vecinos germanos siempre le agradecerán al genio de Pekerman no haberlo puesto contra ellos en el partido por los cuartos de final del último Mundial, en el estadio olímpico de Berlín. Últimamente, y como uno de los efectos beneficiosos de la globalización, también cuentan con mucha información acerca de los atractivos turísticos que nuestros país les ofrece a los extranjeros que se interesan en visitarlo.
Cuando los encuentros con esas personas empiezan a ser sucesivos, quieren saber un poco más. Los alemanes me preguntan si me gusta vivir en su país. Les respondo que sí, que me gusta mucho. Quieren saber qué es lo que más me gusta de vivir en Alemania. Les contesto que hay muchas cosas que me atraen y les cito el orden, la previsibilidad, el respeto que reina en cada acción de la vida cotidiana y la posibilidad que entrega este país de vivir tranquilamente. El problema viene cuando me piden que les cuente qué tan diferente es la Argentina en los rubros que cité recién. Cuesta mucho explicarle a alguien que no conozca más o menos profundamente la realidad argentina que efectivos policiales participan de un secuestro extorsivo; más difícil aun es que entiendan –de hecho a uno mismo le cuesta hacerlo- que el secuestrado es hermano de una persona que, según lo que entregan versiones bien informadas, mantenía negocios no del todo transparentes con policías, que lo secuestran con la doble intención de sacarle dinero y marcar territorio ante una avanzada del gobierno de la provincia sobre los cuadros corruptos de la institución.
Es demasiado cuesta arriba hablar sin ruborizarse de los Kirchner –los dos-, D’Elía, Moreno, Moyano, Ulloa -hablo de Rudy, el chofer K devenido en tiempo record en poderoso empresario de los medios-; y ni mencionar el escaso valor que tiene la vida y que queda de manifiesto en tragedias como la de Cromañón, la irresponsabilidad con la que en general nos movemos en el tránsito y, especialmente, la inseguridad metropolitana que, mal que le pese a otro poco presentable como Aníbal Fernández, es bastante más que una sensación. Todo esto sin mencionar un tema del que ya nos hemos ocupado muchas veces, que es el de lo humillante que puede resultar tener la poco feliz idea de ir a ver un partido de fútbol. Pero en este caso puntual y a esta altura, por tratarse de una actividad que no influye decisivamente en la vida de nadie, el que decide es corresponsable de su desventura.
También es complicado que entiendan el famoso problema de las monedas, al que ahora parecen haberle encontrado la solución. La Presidente anunció que en tres meses estará funcionamiento un sistema mediante el cual la gente podrá acceder a los transportes con una tarjeta recargable, lo que hará que no sea imprescindible la portación de monedas para poder viajar. Ese dispositivo, siempre según palabras de la señora Fernández de Kirchner, permitirá terminar con el “negocio” de los acaparadores del dinero metálico, además de permitir un control más exacto de las variables que inciden en el cálculo de los subsidios que el Estado argentino, en los hechos todos nosotros, les otorga a los prestadores privados del servicio de transporte público. Obviamente, los empresarios del sector no están nada conformes con la idea de tener que rendir cuentas, cuando al recibir fondos estatales las auditorías deberían ser cosa frecuente y de ninguna manera molesta, salvo que haya algo que es mejor que no se sepa.
Pero hay más. Imitando lo que se hace en lugares que socialmente están mucho más avanzados que nosotros, se decide implementar el registro de conductor por puntos, que no voy a explicar porque todos los que están leyendo esto saben de qué se trata. Pero como una muestra más de las cosas raras que nos pasan, los más fervientes opositores son los taxistas y colectiveros, justamente los profesionales del volante, los que debieran sentirse aliviados. Lo más absurdo es que el argumento con el cual se oponen a la iniciativa es que la medida atenta contra las fuentes de trabajo. Tranquilos, muchachos. Nada pasará si no cometen infracciones; y si lo hacen, ¿por qué tener privilegios? Pero no, en eso no piensan; si no les gusta, enseguida arman una marcha con que hacen colapsar el tránsito en el centro; y que los demás se jodan. La reacción de mis interlocutores ante esto es una sonrisa repentina y un arqueo de cejas, mezcla de sorpresa e incredulidad; y la mía, de un poco de vergüenza.

jueves, 29 de enero de 2009

Pequeños apuntes de un consumidor

Con mi amigo Mauricio Monte siempre comentamos, él desde su experiencia italiana y yo desde la alemana, cómo nos llama la atención la comparación de los precios de algunos elementos de primera necesidad con respecto a lo que se paga por ellos en Argentina. Siempre terminamos acordando que, en relación con los ingresos medios que la gente percibe acá, la vida no es cara.
En esas conversaciones, que se repiten casi semanalmente, tratamos de aportar detalles que nos permitan llegar a conclusiones más sólidas, que, como podrán imaginar, mientras más sólidas son más tristeza nos producen; y en este texto incluiré algunas de esas referencias, para que ustedes puedan elaborar sus propias ideas y también, mediante los comentarios que tengan ganas de hacernos llegar, ayudarnos a que las nuestras sean más ajustadas.
Veamos: con la abrupta y pronunciada baja del precio internacional del petróleo aquí cayeron notoriamente los precios de los combustibles. Para citar el ejemplo que mejor conozco por haber tenido un auto diesel mientras estuve en nuestro país, el gas oil pasó de costar casi 1,40 a un poco más de 1,00 lo que, sin hacer cuentas demasiado finas, nos muestra una disminución del 28%. ¿En qué proporción bajaron en Argentina los derivados del petróleo desde el derrumbe del precio internacional del barril?
También vale la pena detenerse en el valor de algunos elementos de primera necesidad. Un paquete de seis botellas de un litro y medio de agua mineral cuesta un 1,20, lo que equivale a 0,20 por unidad. Si hiciéramos la relación por el método equivocado, como es el de calcular el cambio de moneda, la misma botella de agua saldría 90 centavos de peso. Un kilo de azúcar refinada cuesta 80 centavos. Por un kilo de yerba brasileña para tomar mate al estilo uruguayo como me enseñaron mis amigos maragatos tuve que pagar en Roma 4 euros. ¿Cuánto hay que pagar en cualquier supermercado argentino por estos productos?
El martes, tal como había contado en el texto anterior, tuve mi primera clase de alemán en Alemania. Fui el tercero en llegar al aula número seis, en el primer piso de la sede de la Volkshochschule de la Agrippastraße. Me senté en el fondo para tener el pizarrón bien de frente. Cuando llegó el profesor, y como es habitual, cada uno a su turno debió decir su nombre y de dónde venía. En el grupo hay dos españoles, una polaca, una lituana, una jamaiquina, dos griegos y una chica de Benín, un país del oeste de África situado entre Nigeria y Togo. Hay otros compañeros que, como llegaron tarde, no participaron de la ronda y no pudimos saber de qué países son oriundos.
El profesor habla lento y muy clarito. Nos entrega unas fotocopias con ejercicios de prueba, como para refrescar algunos conceptos básicos de gramática. Los vamos haciendo por series de siete y entre todos los revisamos. Con esto comprobé lo buenos que son los profesores que tuve en el Goethe Institut de Buenos Aires, ya que lograron que entendiera esos conceptos gramaticales cuando me los explicaron hace un par de años. A la mitad de la clase nos propone una pausa de diez minutos, que algunos aprovechamos para ir al baño y otros para fumar, para lo que tienen que ir hasta una sala que hay en la planta baja. Después sí ya agrega algunos nuevos conocimientos y, antes de irnos, nos recomendó la compra de un libro que en su versión más cara, la que incluye un disco compacto de apoyo, cuesta catorce euros. Acá también podríamos mencionar el tema de los costos. ¿Cuánto habría que pagar en Buenos Aires por un libro de esas características?
Cuando me fui a Argentina, en mayo, le dejé a otro amigo, Gustavo, una bicicleta. Él la usó y, una vez, la dejó atada a un árbol en una esquina de la ciudad que no está muy lejos de casa. Pasó el tiempo; cuatro meses, más precisamente. Hace pocos días, Gustavo me dio la llave del candado para ir a buscarla; y ahí estaba la bicicleta, justo frente a la puerta del supermercado Rewe, el mismo que figura en la camiseta de Colonia, el equipo de fútbol de esta ciudad. No estaba en el mejor estado, pero no le faltaba nada. Hablé con Thomas Schumacher, aquel amigo alemán que alguna vez les mencioné que me había regalado una, para llevársela para repararla. Thomas tiene un enorme local en el que se dedica a la venta de bicicletas de todo tipo y todos los accesorios que se puede necesitar, como cascos, luces, candados o indumentaria para ciclismo. Apenas llegué le dije que se la dejaba y me dijera cuándo tenía que pasar a buscarla. Me preguntó si tenía tiempo y le respondí que sí, por lo que me dijo que esperara una hora y podría llevarme la bicicleta en condiciones. Se cumplió ese lapso y, a cambio de veinte euros –precio de amigo- me la entregaron con las luces y su respectivo cableado renovado, así como todas las piezas que estaban flojas perfectamente ajustadas.
Después de una larga espera, demasiado para mi gusto, finalmente llegó el fin de semana de la vuelta al trabajo. El sábado debo volver al estudio para relatar el partido entre Colonia y Wolfsburgo, mientras que el domingo puedo llegar a tener un duelo lleno de goles con la visita de Arminia Bielefeld a Werder Bremen, un equipo con un gran poderío ofensivo y una clamorosa endeblez defensiva.
La garganta está lista para el regreso; ojalá que estos cuatro equipos la exijan al máximo.

jueves, 22 de enero de 2009

Lo mejor está en el final

En el texto del 30 de octubre último me gané la mirada torcida de muchos amigos, cuando manifesté que no me parecía apropiada la designación de Diego Maradona como entrenador de la Selección. Di mis argumentos y también dije que con mucha felicidad reconocería mi error si hubiese razones para hacerlo.
Todavía es demasiado temprano para determinarlo, pero debo decir que se me va dibujando una sonrisa, como un pequeño inicio de esa felicidad. Como quedó escrito en este blog, tuve la posibilidad de cubrir el debut de Diego como entrenador en Glasgow con aquel partido ante Escocia; y a partir de allí me mantuve particularmente atento a la gestión de nuestro máximo ídolo futbolístico a cargo del equipo nacional.
Debo decir que estoy gratísimamente impresionado por la forma en la que Diego asumió este compromiso, haciendo lo que su antecesor se negaba sistemáticamente a hacer: viajar permanentemente para estar cerca de los jugadores, verlos en acción en la cancha, hablar con ellos, saber qué piensan, cómo se sienten y tener una impresión de cada uno de ellos sin intermediarios. También da gusto ver como él, sacando provecho de lo que su figura representa en el fútbol del mundo, se toma el desgastante trabajo de negociar con los entrenadores y los dirigentes de los clubes la cesión de los futbolistas para los compromisos de nuestro seleccionado. Otro dato saludable fue el corte que le dio al tema de Oscar Ruggeri, lo que en otro momento habría sido una chispa capaz de generar un incendio. Todos, empezando por el mismísimo Diego, sabemos que Ruggeri no es imprescindible. Por eso, con buen criterio, el “Diez” aseguró que si no puede contar con él trabajará de la misma forma.
Todavía mantengo algunas reservas, que, como dije también en aquella nota de octubre, tienen origen en la conducción política de la AFA. Quería expresar todas estas cosas antes de que la Selección siga jugando, ya que estos son aspectos elogiables independientemente de resultados que el equipo obtenga dentro de la cancha. Ojalá Diego siga así; y mejor.
Volvamos a Colonia, esta ciudad que después del frío extremo de los primeros diez días del año ahora está otra vez a pleno. En la tarde del martes me fui a la Volkshochschule, una escuela en la que se puede aprender idiomas. Mi intención es la de retomar el estudio del alemán. Algunos que ya sabían de esta iniciativa me preguntaron, con razón, por qué no lo hice antes. La respuesta es que recién ahora me siento con las ganas suficientes para asumir el compromiso sin correr el riesgo de dejarlo a poco de empezar.
El edificio central de la Volkshochschule está frente a Neumarkt, un nudo de transporte en el centro de la ciudad. La primera sorpresa que tiene el edificio son unos ascensores que no se detienen nunca y no tienen puertas. Uno se sube cuando la caja está pasando y se baja cuando para por el piso al que se desea ir; en cada uno de ellos caben dos personas. Me mandan al segundo piso y de ida no me animo con estos aparatos extraños; prefiero las escaleras. En un salón, hay dos profesoras que atienden a los interesados. Cuando llega mi turno le explico a una de ellas que quiero retomar el curso de alemán que empecé hace años en Buenos Aires; le cuento hasta qué nivel había llegado y ella me ofrece hacer una pequeña prueba como para saber cómo estoy. Me entrega dos hojas; una tiene un texto con palabras incompletas y frases con espacios en blanco para examinar el uso de artículos, declinaciones y conjugaciones de verbos. En la segunda tengo que escribir un par de oraciones eligiendo uno de los temas que ahí se proponen.
Veinte minutos después vuelvo al escritorio para entregárselo. Lo revisa y a la primera hoja la califica con un 43/60 y me dice que la pequeña redacción está bien hecha en general. La profesora me muestra la variedad de cursos y los precios; elijo para cursar los martes y jueves de 18.30 a 21.30. Todo este trámite, con el examen incluido, no se llevó más de una hora. Antes de despedirnos me entregan un mapa para orientarme, ya que mi curso no se dicta en ese mismo edificio sino en otro sito a cuatro cuadras de ahí.
Cuando voy a tomar el tranvía de vuelta a casa me doy cuenta de que no tengo monedas para sacar el boleto; como Neumarkt es un punto muy importante de la red de trasporte público colonés, hay ventanillas y expendedoras automáticas que aceptan el pago con tarjeta de débito. Pero si me hubiese quedado sin monedas en cualquier otro lugar, podría haberlo resuelto sin inconvenientes. En cualquier comercio se puede entrar y pedir cambio en monedas para viajar; y nunca me pasó que me lo negaran, al contrario; y hoy, conversando por internet con mi amigo Mauricio Monte, residente en Roma, comentábamos la vergüenza que representa que un prestigioso diario español, El País, haya elegido el problema de las monedas como uno de los dos temas por los que la Argentina le llamó la atención en la edición digital de hoy, mucho más cuando el periodista detalla que el eje del problema está en la maniobra de quienes tienen la posibilidad de acapararlas, para luego venderlas a un costo mayor que el de su denominación.
Para el final, una linda: mi mamá me llamó por teléfono para decirme que mi sobrino quería hablar conmigo por Skype. Enseguida hicimos la conexión y una de las primeras cosas que me dijo Ian fue: “tío... ¿sabés qué vamos a hacer con mi mamá? Vamos a colgar una hoja en la puerta de la heladera para ir tachando los días que faltan para que vuelvas”. Sin palabras.